Mírame, siénteme. Por Cristina CORTÉS VINIEGRA. Ed. Desclee de Brouwer

Mírame, siénteme

Referencia: 9788433028983
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Estrategias para la reparación del apego en niños mediante EMDR

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Mírame, siénteme es una llamada de atención sobre la importancia del apego, del tipo de relación que los padres establecen con sus hijos, no solo para facilitar el desarrollo de estos, sino también porque constituye el mejor aliado para solventar los problemas y las crisis del niño y se convierte en un elemento crucial en la recuperación de niños o jóvenes cuando por algún motivo pierden el equilibrio y necesitan ayuda psicoterapéutica.
Cada capítulo se inicia con un breve relato donde se va narrando y describiendo el desarrollo de Eneko desde su gestación hasta los siete años. A través de Eneko tenemos la oportunidad de descubrir cómo se alcanza y conquista un apego seguro. A lo largo de la obra se van explicando los fundamentos y evidencias del apego y la importancia de las primeras relaciones interpersonales para llegar a ser quienes somos.
Los casos clínicos que salpican la obra muestran, a modo de ejemplo, cómo la relación paterno filial se convierte en un aliado terapéutico de primer orden y cómo las habilidades del psicoterapeuta pueden ayudar a fortalecer y reparar esta relación, propiciando el cambio y la recuperación del menor. Las intervenciones terapéuticas se realizan desde la perspectiva de la terapia EMDR. Mírame, siénteme evidencia cómo EMDR potencia la intervención y ayuda a fortalecer el vínculo, así como a reparar y regular el apego.

Cristina CORTÉS VINIEGRA

Pamplona-Iruña, 1968). Psicóloga terapeuta infanto-juvenil especializada en psicotraumatología y desarrollo neurofuncional y sensoriomotriz. Entrenadora de EMDR niños y adolescentes. Miembro del Comité Europeo de EMDR niños y adolescentes. Directora de la sección infantil del Centro de Psicología Vitaliza. Colabora como psicóloga externa con fundaciones de Servicios Sociales que trabajan con niños y adolescentes. Imparte formación a familias, psicólogos y terapeutas en general, así como a educadores de Instituciones de Bienestar Social.

  • Páginas      224
  • Encuadernación      Rústica con solapas
  • Formato      15.5 x 21.5 cm

Indice

Introducción        13

Primeras experiencias: entorno uterino        19

1.1. Conociéndonos       20
1.2. A quéestáexpuesto el bebéen el útero        24
1.3. El movimiento: forma de comunicación y mucho más       27
1.3.1. ¿Quéson los re ejos primitivos?       28
1.4. El estar en estado es un estado       29
1.5. El padre       31

Ejercicio       33

El parto        35

2.1. Eneko        36
2.2. ¡Silencio! Se pare       39
2.3. Tenemos un cerebro inmaduro que precisa cuidados       39
2.4. La mejor companera de viaje del bebéy la madre: la oxitocina        41
2.5. Otros companeros        44
2.6. La oxitocina, la hormona del amor       45
2.6.1. La oxitocina endógena y el parto       48
2.7. La hora después del parto       49
2.8. Cuando se corta el contacto       51
2.8.1. Inigo       52

Ejercicio       53

El apego: el pegamento emocional       55

3.1. Se estáconstruyendo una familia        56
3.2. Sobrevivir en un nuevo medio        59
3.3. El estrés del parto       60
3.4. La relación, imprescindible para sobrevivir        62
3.5. Creando las condiciones para el pegamento emocional        63
Caso número I: Ana vive con culpa su embarazo por un trauma del pasado       68
3.6. El gran aliado del pegamento emocional: la lactancia       71
Ejercicio       74

Más pegamento emocional: ¡más nunca es menos! 77

4.1. La casa iba cambiando       78
4.2. ¿Cómo se desarrolla la seguridad?       79
4.3. Ingredientes básicos para un apego seguro        80
4.4. Obstáculos al apego seguro       84
Caso número II: Nerea no concilia el sueno        85
4.5. El feto en el último trimestre del embarazo es más sensible a las experiencias maternas       88
4.6. El primer ano, clave para reducir los niveles de cortisol y de estrés        89
4.7. Apego: el impulso para la exploración        90
Ejercicio       91

Tipos y consistencia del pegamento emocional (apego)       93

5.1. La danza regulatoria       94
5.2. La importancia de las relaciones       95
5.3. Asomándonos a la historia del apego        96
5.4. Tipos de pegamento emocional       100
5.5. Más alládel pegamento emocional, la biología       103
Caso número III: Amaia no cumple las expectativas de sus padres 104
Ejercicio       115

¿Qué es necesario para conquistar la regulación?. 117

6.1. Te veo, te percibo, te siento        118
6.2. Lo que marca la diferencia en el apego       120
6.3. Construyendo un yo, una identidad        122
6.4. Lo que aporta el apego seguro: padres seguros-autónomos, ninos seguros       124
6.5. Lo que no se alcanza con el apego evitativo: padres despectivos, ninos evitativos distanciantes        126
Caso número IV: Josetxo no puede ir al colegio        128
Ejercicio       136

Y si las figuras de apego atemorizan...        139

7.1. Cuando no estás       140
7.2. ¿Cómo me oriento y organizo si lo que vivo no es consistente?        144
7.3. Si, además, las guras de apego atemorizan: padres con apego no resuelto-desorganizado, ninos desorientados-desorganizados       145
7.4. La neurocepción de estos ninos atemorizados        148
7.4.1. ¿Como propiciamos calma en los otros?        151
7.4.2. Cuando se activan los otros dos sistemas        152
Caso número V: Carmina grita: “¡Puta, ponme el desayuno!”       153
Ejercicio       168

¿Cómo se desarrolla el nino abandonado?        171

8.1. Explorando el mundo social       172
8.2. La búsqueda de la sensación de control en el apego desorganizado        173
8.3. Modelos de trabajo interno       177
8.4. Además de la relación, los modelos de trabajo interno mantienen asimismo el modelo relacional       180
Caso número VI: Iván, “No quiero quererte..., no me dejes, no me abandones”        185
Ejercicio       200

Referencias       201

Consideraciones de la autora

A lo largo del libro usamos términos como madre, cuidador principal, gura de apego o gura de vínculo principal, sin ánimo de implicaciones sexistas. En todos los casos nos referimos a la persona principal responsable de los cuidados y atención del bebé. Teniendo en cuenta que durante el primer año el papel de la madre es fundamental.
Igualmente cuando utilizamos la expresión el bebé, el niño lo hacemos exten­sible a la bebé, la niña. Cuando el caso práctico tiene como protagonista una niña, utilizamos la bebé o la niña, haciéndolo extensible igualmente al bebé o niño.
Los casos expuestos son la suma representativa de casos clínicos que com­parten historias similares y sintomatología parecida.

Introducción

Stephen W. Porges, PhD
Distinguished University Scientist Distinguido Científico Universitario
Indiana University Bloomington (traducido por Javier Elcarte)

Como cientí co académico, siempre me complace comprobar cómo los tera­peutas van integrando la teoría polivagal en su labor clínica. Tal es el caso de este atractivo libro, Mírame, siénteme, en el que Cristina Cortés incorpora aspectos de la teoría polivagal en un modelo de tratamiento integrado. En Mírame, siénteme, Cristina Cortés teje una cautivadora narración de cómo los niños y sus padres navegan a través de los cortes y rupturas en el desa­rrollo y el apego. Cristina, como terapeuta sensible e inteligente que es, se nutre de técnicas variadas (tales como, EMDR y Neurofeedback) y de enfo­ques teóricos distintos (tales como, la teoría del apego y la teoría polivagal) para guiar a sus clientes a través de desafíos explícitos y experiencias cor­porales implícitas, con resultados terapéuticos muy positivos. Dentro de su modelo de tratamiento, se basa en la teoría polivagal para entender las reac­ciones corporales y estados siológicos como una plataforma neuro siológi­ca a partir de la cual integrar sin problemas diferentes técnicas de interven­ción, conformando un modelo terapéutico e caz.
Desde una perspectiva polivagal el título Mírame, siénteme, puede ser deconstruido para ilustrar dos características relevantes de la teoría: el sistema de compromiso social y la retroalimentación de nuestros órganos corporales que contribuyen a los sentimientos subjetivos manifestados en
nuestros estados de ánimo y emociones. El sistema de compromiso social es una colección funcional de vías nerviosas que regulan los músculos estriados de la cara y la cabeza. El sistema de compromiso social proyecta sensaciones corporales (es decir, “siénteme”) y es un portal para cambiar las sensaciones corporales a lo largo de un continuo que se extiende desde un estado de calma seguro que promueve la con anza y el amor hasta un estado de vulnerabilidad que provocaría reacciones defensivas. “Mírame” incluye un atributo importante del sistema de compromiso social, ya que el proceso de mirar a una persona es a la vez un acto de compromiso y pro­yecta el estado corporal del observador. Basándose en el estado corporal proyectado por el observador, la persona que está siendo ‘mirada’ sentirá que la persona que “le mira” es acogedora o indiferente. “Siénteme” incluye la reacción del cuerpo a la conducta de compromiso y la proyección de las sensaciones corporales en la conducta de compromiso.
Las palabras “Mírame, siénteme”, que componen el título, proporcionan una metáfora de la comunicación bidireccional dinámica entre el estado corporal y los procesos emocionales durante una interacción social. Para que la interacción social propicie el apoyo mutuo y permita una co-regu­lación del estado siológico, las claves expresadas a partir de la diada de los sistemas de compromiso social necesitan comunicar seguridad y con anza mutuas. Cuando esto ocurre, los participantes activos, ya sean el niño y el padre o una pareja de adultos, ambos están a salvo, uno en brazos del otro. El proceso de la obtención del estado de una experiencia intersubjetiva compartida es metafóricamente como introducir el código en una cerradura de combinación; de repente los resortes encajan y la cerradura se abre.
La relación entre las conductas sociales de compromiso y los estados sio­lógicos es un producto evolutivo de la transición de los reptiles primitivos extintos a los mamíferos. A medida que los mamíferos evolucionaron, las modi caciones en su neuro siología les permitieron señalar y detectar los estados afectivos de los individuos dentro de su especie. Esta innovación les dotó de la capacidad para detectar si, en un momento dado, es o no seguro el acercamiento para hacer contacto físico, y para crear relaciones sociales. Alternativamente, si las señales del otro reÀejan defensa o agre­sión, entonces el compromiso se dará por terminado inmediatamente sin conÀictos o posibles lesiones.
A través de los procesos evolutivos, los nervios y estructuras que de nen el sistema de compromiso social regulando la expresión facial, la ingestión, la escucha y la vocalización acabaron integrándose en una vía neural del sis­tema nervioso autónomo, que calma el corazón y regula a la baja las defen­sas. Los procesos evolutivos que fueron relacionando los estados sioló­gicos con los circuitos que producen (por ejemplo, expresiones faciales y vocalizaciones) y detectan (por ejemplo, sonidos y sabores) características de la emoción son una característica típica de los mamíferos.
Funcionalmente, esta conexión integral entre el estado corporal y las expre­siones vocales y faciales permitió a los congéneres generar compromisos con aquellos que expresan señales de seguridad; lucha o huida con aquellos que expresan señales de peligro y ngir estar muertos, pareciendo inanima­dos, cuando eran incapaces de luchar o de huir. Este sistema bidireccional que une los estados corporales con las expresiones faciales y las vocaliza­ciones proporcionó el portal de comunicación social que incluye los requi­sitos para la co-regulación y los mecanismos para calmar y reparar la co­regulación que sigue a la des-regulación.
Este sistema integrado incluye la regulación neural de los músculos de la cara y la cabeza, que a su vez son señales de que el otro es alguien a quien uno puede acercarse con seguridad. Incrustado en el sistema de compromi­so social está nuestra búsqueda biológica de la seguridad y un imperativo biológico implícito para conectar y co-regular nuestro estado siológico con el otro. Cómo nos miramos el uno al otro es una característica fundamen­tal de esta capacidad de conectarse, donde transmitimos señales sutiles de intención, de entendimiento y de sentimientos compartidos.
Estas señales, a menudo covariantes con la entonación o la prosodia de la vocalización, son también estados  siológicos de comunicación. Solo cuando estamos en un estado siológico de calma podemos transmitir señales de seguridad al otro. Estas oportunidades de conexión y co-regulación deter­minan el éxito de las relaciones, ya sean relaciones madre-hijo, padre-hijo, u otro tipo de relaciones. El sistema de compromiso social no es solo una expresión del estado siológico del individuo, sino que puede actuar como un portal de detección de señales de socorro o de seguridad en el otro. Cuando se detecta seguridad, la siología se calma. Al detectar peligro, la siología se activa para la defensa.
Como estudiosos de la conducta humana, muchos de nosotros nos forma­mos en la teoría del aprendizaje. Aprendimos acerca de las variables que intervienen en el proceso de aprendizaje, variables que median la rela­ción entre el estímulo y la respuesta. Dentro de la teoría polivagal, el esta­do siológico se considera como una variable interviniente poderosa que puede inÀuir en cómo un estímulo constante o ataque ambiental se maniesta en el comportamiento. Podemos conceptualizar esto como modelo “estímulo-organismo-respuesta” o modelo “S-O-R” en la que la “O” es el estado siológico.
Dentro de las diadas sociales, incluyendo los ejemplos descritos en Mírame, siénteme, nuestro estado siológico interviene en la detección de riesgo o seguridad por parte de nuestro sistema nervioso. A la inversa, la detección o la experiencia del riesgo y la seguridad cambian nuestro estado sioló­gico. Contrariamente a la suposición de que la seguridad es producto de la eliminación de la amenaza, la teoría polivagal hace hincapié en el papel insustituible de las señales de seguridad en el reclutamiento de los circuitos neuronales del sistema de compromiso social. Cuando se activa el sistema de compromiso social, este inhibe de forma activa los circuitos neuronales asociados con la defensa, tales como la implicación del sistema nervioso simpático en las conductas de movilización de lucha y huida.
La interrelación bidireccional entre el estado siológico y la detección de riesgo reside en un proceso que la teoría polivagal de ne como neurocep­ción. Neurocepción no es percepción, ya que no requiere un conocimiento de los estímulos que desencadenan la respuesta. Curiosamente, a pesar de que, en general, no somos conscientes de los ‘disparadores’ de la neuro­cepción, solemos ser conscientes de nuestras reacciones siológicas que se mani estan en forma de sentimientos. La neurocepción juega un papel importante en el desarrollo de relaciones seguras dentro de la familia y entre el cliente y el terapeuta. Funcionalmente, las señales que desencadenan una neurocepción de seguridad pueden cambiar el estado siológico lo su ciente como para producir calma y facilitar comportamientos de compromiso social espontáneo. Sin embargo, las señales que desencadenan una neurocepción de peligro o amenaza para la vida, o las señales asociadas con sentimien­tos de amenaza anteriores provocarán espontáneamente un cambio en el estado siológico, en el sentido de reforzar los comportamientos defensivos activos de lucha o huida, o pasivos de desconexión, colapso y disociación.
La teoría polivagal respeta el hecho de que nuestras respuestas psicológi­cas, físicas y conductuales dependen de nuestro estado siológico. La teo­ría enfatiza la comunicación bidireccional entre los órganos del cuerpo y el cerebro a través del nervio vago y otros nervios implicados en la regulación del sistema nervioso autónomo.
En Mírame, siénteme el lector obtiene una apreciación clínica de cómo esta bidireccionalidad permite al terapeuta respetar el impacto, tanto de las sen­saciones corporales sobre los procesos psicológicos, como el de los pro­cesos psicológicos en las sensaciones corporales. Mírame, siénteme es un viaje en un ámbito clínico íntimo en el que el lector descubre cómo un clínico experto entiende el manejo de las reacciones de defensa para facilitar la co­regulación y el buen resultado de la terapia.

1

Primeras experiencias: entorno uterino

La misma alma gobierna los dos cuerpos. Las cosas deseadas por la madre a menudo quedan grabadas en el niño que la madre lleva en su seno en el momento del deseo. Una voluntad, un supremo deseo, un temor o un dolor mental que la madre siente tiene más poder sobre el niño que sobre ella.

Cuadernos de Leonardo da Vinci

1.1. Conociéndonos

El pequeño feto que se abría a la vida aún tardaría mucho en identi carse a sí mismo. Sin embargo, ya le habían dotado de un nombre y un gran cúmulo de expectativas y emociones se entretejían en torno a él. Se llamaría Eneko y era un ser querido y deseado desde antes incluso de su concepción.
Eneko vivía en un espacio pequeño. El útero de su madre era el único hogar que conocía. Dentro, podía mover las manitas y los pies y, cuando le apete­cía, abría los ojos. El útero era un lugar muy entretenido que tenía un montón de ruidos. No obstante, el sonido interno que dominaba el pequeño mundo de Eneko era un rítmico tic tac que percibía como propio y que le daba segu­ridad: el latido del corazón de su madre.
El menú era variado, aunque unas veces le gustaba más que otras. Día a día descubría cosas nuevas. Tocaba las paredes de su casa y poco a poco empezó a oír sonidos externos a su hábitat. Había uno que le entusiasmaba. Con el paso de las semanas empezó a reconocerlo, siempre era el mismo. Esa voz formaba parte de su entorno, era parte de él, se fusionaba con él. La voz podía mecerlo, relajarlo, o hacerle saltar como en una noria. Un día, aún lejano, Eneko descubrirá que esa voz es mamá y más tarde, llegará a comprender que esa voz no es solo mamá, sino su mamá.
Cuando la voz de Lidia le hablaba solo a él, nuestro protagonista experimen­taba una tranquilidad in nita. Otras veces, esa voz tan querida se acelera­ba, subía el tono y acompañaba el sonido con un tic tac mucho más rápido. Eso generaba en Eneko un ritmo más acelerado de su propio sistema. Por supuesto, el futuro bebé no podía identi car lo que le pasaba con ninguna emoción, para eso aún deberán pasar años. Lo que Eneko percibía era un estado de activación siológica que no era confortable y que no le gustaba nada. Le faltaba el aire y ya no se sentía seguro. Menos mal que esto pasa­ba pocas veces y que no tenía que acostumbrarse a ese estado porque en el que estaba se sentía muy bien.
Lidia estaba feliz con la vida que llevaba dentro. Los primeros meses se encontraba tan cansada que solo quería dormir y dormir. Era como si su cuerpo y su mente hubieran necesitado tiempo y descanso para asimilar y
aceptar la nueva vida que se abría camino dentro de ella. Después de este primer estado de embriaguez, Lidia se acostumbró a estar embarazada y sentía a su hijo como una parte de ella misma. Su momento preferido del día era cuando los dos se quedaban solos y mientras acariciaba su tripita le can­taba canciones infantiles. Lidia sabía que eso a Eneko le gustaba mucho y se lo imaginaba Áotando como un pequeño pez con el vaivén de las olas. Tras el sopor de los primeros meses empezó a sentirse plenamente enérgica y con un entusiasmo y una vitalidad desbordante arremetía a preparar y organizar cosas. Otros días se sentía mucho más sensible y se le escapaban lágrimas por las mejillas sin razón alguna. “Bueno”, pensaba “son las hormonas”.
Menos mal que el papá de Eneko estaba todo el día pendiente de ella y así ella podía estar pendiente de sí misma y de su futuro bebé. ¡Tenían tantos planes para cuando naciera el niño! Habían decidido cambiar de casa por­que con la llegada de Eneko querían estrenar una nueva vida. Un día, cuan­do Eneko ya llevaba 6 meses viviendo en su mamá, Lidia se levantó con una energía imparable. Tenía que dejar todo listo para cuando naciera su hijo. Sentía que su vida iba a cambiar de tal modo, que ya nunca más le daría tiempo de hacer nada. Se habían trasladado hacía 15 días a su nuevo hogar y toda la casa estaba llena de cajas. La mamá de Eneko decidió que era el momento de poner todo en orden. Se levantó temprano y empezó a abrir cajas y a colocar cosas. Escalera para arriba, escalera para abajo.
Eneko salió de su estado habitual. No le gustaba nada lo que estaba pasan­do. Su mamá se movía sin parar y aunque no oía su voz sí notaba su res­piración acelerada. Él mismo era partícipe de esa respiración agitada. No sabía cómo pedirle que parara, así que empezó a dar patadas y a moverse. Lidia sintió a Eneko y pensó: “voy a descansar un poco”. Se sentó y puso sus manos en su tripa. Poco a poco su respiración se fue regularizando y notó cómo Eneko dejaba de dar patadas. Cuando creyó que ya había descansado lo subconsciente volvió a la tarea de las cajas. Eneko no se lo podía creer, “¡otra vez lo mismo!”, su mamá no había entendido que a él eso no le gustaba. No sabía a qué se estaba dedicando mamá. Él solo quería volver a la calma y el sosiego que antes había experimentado. Así que empezó a dar patadas de nuevo. Lidia se bajó de la escalera y se volvió a calmar. La reacción fue inmediata y Eneko se tranquilizó de nuevo. Ella miró su barriga, miró las cajas, las arrinconó y se olvidó de ellas.
No era la primera vez que Lidia percibía esa interacción entre los dos; entre lo que ella vivía y la respuesta de Eneko. Esa interacción iría incrementándo­se conforme pasaran los meses.
En el séptimo mes de embarazo la vida de los dos cambió. Salvo las prime­ras semanas en las que se sentía físicamente agotada, Lidia había compagi­nado estupendamente bien su vida laboral y su embarazo. Su niño la llena­ba de energía. La empresa donde trabajaba era pequeña y desde hacía un tiempo no estaba pasando un buen momento. Un día su jefe apareció con muy mala cara y anunció que la empresa había quebrado. Desde el momen­to en que Lidia recibió la noticia del despido se instaló en ella una preocu­pación Áotante que no le permitía pensar en otra cosa. Hacía cuentas y más cuentas, y los números no parecían cuadrar con sus planes. Se habían cam­biado de casa, tenían programadas una serie de reformas y desde luego no habían contado con su despido. La idea de no volver a encontrar traba­jo nublaba también su mente. Estaba entrando en bucle, en una rumiación insana que la sumergía en un estado de agobio y sensaciones angustiantes que se retroalimentaban entre ellas. Tenía que ser capaz de romper ese bucle. Se daba cuenta de que no tenía ningún sentido obsesionarse y pensar ahora, precisamente ahora, cuando tenía otras cosas de las que ocuparse, en que todos esos sueños que había ido proyectando y de los que no había sido muy consciente sobre la vida que había ideado para Eneko, quizá no se cumplieran. Intentaba decirse a sí misma, “pero vamos, deja ya de pensar en eso, ¿quién te garantizaba antes que se fueran a cumplir?”. Lidia sabía que se estaba dejando arrastrar por sus miedos y pensamientos irracionales. Se llevaba la mano a la tripa con preocupación y tomaba conciencia de que había dejado de cantarle a su niño, y esto sí que le preocupaba de verdad.
Eneko percibió que algo andaba mal una fracción de segundo más tarde de que su madre recibiera la noticia. Primero fue la aceleración del ritmo del tic tac. Al principio creyó que pasaría como otras veces y que, al rato, todo se normalizaría. Pero esta vez no ocurrió. Percibió que algo había cambiado, Lidia se alejaba. La voz era la misma pero sonaba distinta y ya no le acogía y calmaba. Ya no había momentos de sosiego y tranquilidad. Ya no había caricias en la tripa ni canciones bonitas. Lo único que podía hacer Eneko era moverse y dar patadas en señal de protesta, llamar la atención de su madre de alguna manera; “¡eh, que sigo aquí!, no te olvides de que mi entor no depende de ti”.
Lidia notaba a su hijo moverse inquieto. Mientras más se enredaba en sus pensamientos, más intensas eran las patadas de Eneko. La respuesta de Eneko acrecentaba su malestar porque la hacía sentirse responsable, “¿cómo era posible que nadie le hubiera avisado de esto?”. Hasta entonces había sido fácil asumir esa interrelación con Eneko, todo Áuía bien y no era tan costoso asumir que ese pequeño renacuajo fuera inÁuenciado por sus emociones. Pero ahora las cosas no estaban sucediendo como esperaban, se sentía responsable por no estar disponible, por no estar pendiente de él. Debía lograr calmar su mente y no enmarañarse en esa cascada de preocu­paciones que la asaltaban.
Aquella sensación de sosiego y calma parecía haberse perdido y a cambio, aparecía este nuevo estado de inquietud y preocupación que llegaba a tra­vés del torrente de las hormonas de su mamá. Su entorno iba sumergiéndo­se en este estado de desasosiego y él tendría que bucear en esas aguas.
El papá de Eneko también se encontraba un poco desorientado. No sabía cómo calmar a Lidia. Le repetía de todas las formas que se le ocurría que no pasaba nada grave, que no se preocupara, que aunque hubiera perdido el trabajo saldrían adelante. Pospondrían las obras programadas para la casa. De hecho, pensándolo bien, era una locura emprender esas obras cuando Eneko estaba a punto de desembarcar en su hogar.
Ahora lo importante era el proyecto común que tenían entre manos y ella debía dedicarse a descansar y prepararse para la inminente llegada de Ene­ko. Tenían que poner en práctica los recursos que conocían para paci car su mente. Mikel animaba a Lidia a respirar profundamente imaginándose que, en cada inspiración, entraba en su cuerpo una ráfaga de aire diáfano y fresco que despejaba su mente y que, al expirar, las nubes grises se disipaban. Y cómo ese frescor llegaba hasta su útero y mecía y relajaba a Eneko.
 

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