Rhodiola, de Jean-François Astier. Edicones Obelisco

Rhodiola, el nuevo ginseng

Referencia: 9788491112587
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¿Sabías que en Europa existe una planta medicinal, conocida desde hace 2.000 años, más poderosa que el ginseng y que crece en los macizos montañosos europeos, como por ejemplo en los Pirineos?

¡Esta fabulosa planta medicinal se llama rhodiola!

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La Rhodiola Rosea es, sin duda alguna, la planta antiestrés de nuestros tiempos. A través de estas páginas, descubriremos la fabulosa historia de la rhodiola, su origen, su acción sobre el estrés y, particularmente, su uso en la vida cotidiana y en todas las situaciones.

¡La «raíz de oro» no deja de sorprendernos!

JEAN-FRANÇOIS ASTIER

Es un biólogo de formación y un autodidacta apasionado por la botánica y el enfoque natural de la salud que lleva más de veinte años dedicado a esos temas. Su entrega y pasión le llevaron a estudiar naturopatía, iridiología y reflexoterapia y a crear la empresa de salud natural Natura Mundi.
Participa activamente en diversas publicaciones sobre la salud natural y alternativa, y se dedica de una forma activa a dignificar y reivindicar la profesión de herbolario.
En abril de 2013 organiza el I Congreso de Herbolarios de París, cuyo gran éxito propició la continuidad del mismo. Astier es cabeza visible de la Escuela Francesa de Herboristería, una institución que sigue al Instituto Francés de las Plantas Adaptógenas (IFPA).

Traducción: Pilar Guerrero

Índice

Agradecimientos     9
A propósito de este libro     11
Prefacio     17
Introducción     21
CAPÍTULO 1
Pudo hacerlo porque no sabía que era imposible     23
CAPÍTULO 2
Historia, ecologÍa y botánica     29
CAPÍTULO 3
Principios activos con virtudes teóricas     39
CAPÍTULO 4
Virtudes prácticas     49
CAPÍTULO 5
Galénica y modo de preparación     81
CAPÍTULO 6
Casos prácticos tras el mostrador     87
CAPÍTULO 7
La reglamentación     101
Bibliografía     105

A propósito de este libro

Las jóvenes generaciones que quieren abrazar la profesión de herborista se encuentran frente a la incomprensión: ¿por qué en 1945, tras la liberación de la ocupación alemana de Francia, el oficio de herborista no fue rehabilitado? Este oficio no es peli­groso, ni vergonzoso ni degradante, no es un trabajo inmoral y no va en contra de la evolución de la sociedad... El fenómeno de demonización de los herboristas no es nuevo y, quizás un día, sea objeto de estudio por parte de los historiadores. En todo momento, dentro de nuestra cultura grecorromana, ha habido una clara distinción entre quienes recolectan las plantas y quie­nes las aconsejan, entre la gente simple y los eruditos. Los her­boristas siempre han reivindicado el uso simple de las plantas. Lamentablemente, en todo momento han vivido conflictos con la gente que presume de tener más conocimientos que ellos. Los herboristas ejercían una medicina popular, utilizando las cosas más simples para curar a la gente del campo. Esta forma de ac­tuar no gustaba a los médicos. Otros enemigos de los herboristas eran los apotecarios. Éstos, ancestros de los actuales farmacéuti­cos, tenían sus tiendas, estaban bien establecidos y contaban con una buena reputación. Generalmente, eran los herboristas los que abastecían a los apotecarios con materias primas. En aquella época, los herboristas estaban presentes en los mercados, cerca de la gente. Con el paso del tiempo, se vieron enfrentados a la misma dificultad: la falta de reconocimiento profesional. Du­rante la Revolución Francesa, los apotecarios empezaron a rei­vindicar el estatus de la figura del farmacéutico. Aprovechando dicha apertura, los herboristas consiguieron hacerse oír por las instituciones de la época y por el estamento político. ¡La herbo­ristería también consiguió su estatus! Obviamente, en contra­partida a dicho reconocimiento, los herboristas empezaron a es­tar sometidos al control del sistema académico. Las academias de farmacia empezaron a repartir diplomas de herborista. La lásti­ma es que esos diplomas, aunque reconocidos, estaban limitados a los conocimientos teóricos y no a los prácticos. La formación dispensada era, por decirlo suavemente, muy superficial. La con­secuencia fue la paulatina pérdida de numerosos conocimientos prácticos milenarios.
En los años que siguieron a la Revolución Francesa, las es­tructuras profesionales, tales como las escuelas de herboristería y los primeros sindicatos, vieron la luz. Países como Bélgica, Italia, Alemania, incluso Inglaterra, se movilizaron en el mismo senti­do. A pesar de este reconocimiento, los herboristas irían experi­mentando conflictos regulares con los médicos y los farmacéu­ticos. Incluso los especieros se veían salpicados... y qué decir de los controles policiales sobre la calidad de los productos que se vendían en las herboristerías. La cosa llegó tan lejos que incluso se acusó a ciertos herboristas de envenenadores, ¡lo que en la época implicaba la guillotina!
En 1941, para resolver estos conflictos y privilegiar el mono­polio farmacéutico naciente, el gobierno suprimió el oficio de herborista de golpe. Digámoslo alto y fuerte, el gobierno defen­dió los intereses del jugoso mercado farmacológico. Y para rizar
el rizo, se inventó el principio del monopolio farmacéutico. En la actualidad, la cuestión de la concurrencia sigue estando vi­gente. Europa autoriza los complementos alimenticios y relanza el problema. Pero, lejos de ser algo malo, la concurrencia puede ser buena si lleva a una sana competición y a la voluntad de su­peración: toda competición hace avanzar las cosas. De cualquier modo, hay que tener cuidado para que las reglas sean equitativas para todos y prime el respeto al oponente. Si es el caso, la con­currencia es buena.
En cualquier caso, hay que preguntarse unas cuantas cosas en relación al oficio de herborista:
¿Qué es una herboristería?
¿Qué aporta una herboristería?
¿Para qué sirve un herborista?
¿Es éste un oficio que aporte un valor afiadido?
¿Es éste un oficio peligroso?
¿Hay muchos incompetentes en este negocio?
Ya es el momento de que los gobiernos europeos reflexionen al respecto.
Actualmente, nuestro sistema sanitario está enfermo. Para salvarlo, aunque parezca un poco tarde, más que luchar contra la enfermedad en primer lugar, habría que implementar políticas de mantenimiento de la buena salud, establecer una política de apoyo al bienestar. Lo cierto es que las instituciones están lejos de esta toma de conciencia. Nuestro sistema de salud está basado en la lucha contra la enfermedad y está agarrado, con mano de hierro, por dos personas principales, dos pilares fundamentales del mundo médico: el que diagnostica (que es el médico) y el que vende el remedio (que es el farmacéutico). Se añaden al sistema unos cuantos satélites que forman parte del negocio de la «parasalud», como dentistas, osteópatas, etc., todos intervencio­nistas en la lógica de la lucha contra la enfermedad.
Pero hay otro modo de abordar las cosas: se trata de pasar por la vía naturópata. Ésta consiste en entender que el organismo cuenta con una inteligencia propia llamada «vitalismo». Basta con seguir esta lógica del vitalismo, repleta de sentido común, para mantener la buena salud y evitar que la enfermedad se ins­tale. El herborista responde perfectamente a esta aproximación por sus dos grandes virtudes: la calidad humana para dar conse­jos sobre la salud y el bienestar, así como la calidad botánica en tanto que conocedor de las plantas. Eso hace del herborista un profesional que conoce perfectamente las plantas, sus virtudes y su forma de dar respuesta a la necesidad de prevención y mante­nimiento de la salud: ¡ésa es la nueva misión del herborista!
Hoy en día, pretender prohibir la herboristería es un desafío. La gente es cada vez más consciente de la necesidad de hacerse cargo de su propia vitalidad: prevenir antes que curar ya no es un discurso utópico. Ha llegado el momento de volver a escribir la palabra «herboristería» con letras de oro y permitir que cada cual se haga cargo de su salud. Hay que ayudar a las personas que lo necesiten a supervisar su propio equilibrio y a que comprendan que las plantas pueden ser sus aliadas en la vida cotidiana, para conservar el bienestar. Y ése es todo el interés de esta edición. En tanto que herborista, voy a hablar con todo mi corazón de una planta para que cada cual se la pueda apropiar en términos de conocimiento y de modo de empleo con el fin de que el lector la integre en su día a día.
Si ahora tuviera que definir qué es un herborista, diría que es alguien que está ahí para aconsejar. ¡Pero ojo! ¡Es importante la forma cómo aconseja! Nunca te dirá que sustituyas un medicamento por una infusión. El herborista aconseja sobre plantas «saludables», no sobre plantas «medicamentosas». Se podrá ha­cer cargo de tu vitalidad pero no de tus enfermedades, a diferen­cia del farmacéutico y a diferencia de un extracto de planta con vocación medicamentosa, que no es lo mismo que una planta medicinal. El herborista es garante de la sabiduría tradicional de las plantas medicinales, el artesano cotidiano de la vitalidad, es un hombre o una mujer que sabe escuchar y que se pone a tu servicio.
¿Para cuándo la próxima generación?

Prefacio
¿Herborista? No solamente...

En los años noventa, en la escuela de plantas medicinales de Lyon ingresó un alumno con una gran curiosidad por saber qué se podría aprender en una escuela semejante e iniciar una carrera consagrada a las plantas y a la Naturaleza en general. Alumno ansioso, el curso le parecía un poco largo, dada su impaciencia por lanzarse a la práctica que combinase sus conocimientos de naturópata con sus estudios en biología y su amor por la Natura­leza, en el marco del respeto por lo que ahora se llama «ecología», en el sentido de la Naturaleza y del ser humano en sí mismo.
Hombre práctico y sensato, quiso seguir el camino de nues­tros ancestros, es decir, el de la práctica y el sentido común. En nuestra tradición religiosa y filosófica, en general, existe la no­ción de creador y creación, de manera que tenemos muy asimi­lado el concepto de que la teoría, la posesión de conocimiento, sólo es eficaz y útil si le sigue la práctica, que es el objetivo de toda noción intelectual. Hablando de filosofía y de religiones, vemos cómo estas nociones de implicación en la vida están pro­fundamente ancladas en el ser humano.
En suma, la sabiduría intelectual le pareció poco a Jean-Fran­çois Astier, sin duda, de modo que se lanzó lo antes posible a la práctica de los consejos para poner a las plantas al servicio de las personas. Tuvo, consecuentemente, que especializarse en el reco­nocimiento y la recolección de plantas para proponer a los habi­tantes del sudoeste francés la posibilidad de compartir la sabiduría y los conocimientos prácticos, así como el sentido común. Para ello, recorrió mercados durante mucho tiempo, con su camión de herborista, en la más pura tradición popular, adquiriendo una práctica diaria que muchos aspirantes a este oficio no consiguen.
Como es lógico, paralelamente prosiguió su búsqueda teórica participando en revistas especializadas y en la creación de socie­dades también especializadas en este ámbito.
Siempre apasionado de las plantas, participó en la reciente or­ganización de dos congresos relativos a la profesión de herborista y la renovación de la misma. Finalmente, este año ha montado una herboristería en Toulouse y ha comprado la Herboristerie de Pa­trice de Bonneval, en Lyon (1850-2014), lo que le permite seguir manteniendo una de las tiendas más antiguas de la ciudad.
No puedo sino aconsejar la lectura de este libro, cuyo prefacio no puede resumir. Pero, contrariamente a lo que se dice de los buenos libros, éste se puede consultar en todo momento y en cual­quier sitio, según tu curiosidad o tus necesidades.
Lo que puedo afirmar es que, una vez más, Jean-François nos propone un conjunto de teoría y práctica que realzan el valor de la obra y nos empuja, no sólo a consultarla, sino a degustarla.
Patrice de Bonneval Herborista y farmacéutica Antigua gerente de mayoristas farmacéuticos en plantas medicinales
Introducción
Tras 15 años de práctica y 10 años tras el mostrador, tuve la ex­traordinaria oportunidad de conocer, a principios del año 2000, la rhodiola. Desde ese momento y hasta ahora mismo, no dejo de transmitir a la gente el amor que siento por esta planta ni de explicar todo su interés. Como vamos a ver, esta planta, de renombre mundial, ha hecho que se hable de ella en los últimos años. Desafiando las leyes de la fisiología, la rhodiola va más allá de la visión vanguardista de los biólogos más visionarios. Esta planta nos ayuda a dar pasos de gigante, aunque la aventura no ha hecho más que empezar... Los tiempos venideros prometen ser sorprendentes porque esta planta posee un potencial inigualable.
Te propongo, pues, compartir el «secreto mayor».
Aunque conocí el gran secreto de la rhodiola hace ya 30 años, mi visión del acompañamiento y el consejo hubiera sido muy distinto entonces: le habría dicho a la gente: «Empieza a tomar rhodiola». Pero, ahora, conformarme con una recomendación detrás del mostrador me resulta imposible. Estoy seguro de que, al final de esta lectura, tú también la considerarás indis­pensable.
Cuando en los años 2000 fundé Natura Mundi, mi labora­torio de complementos alimentarios de venta online, vendí, lógicamente, rhodiola. Voy a hacer una confesión: ¡uno de cada dos encargos era de rhodiola! Eso demuestra la importancia de la planta. Se vuelve indispensable para todo el que la prueba, porque la gente la usa y además la recomienda. La quieren para ellos mismos y para quienes les rodean.
Vamos a ver, pues, el gran secreto de la rhodiola...

CAPÍTULO 1
Pudo hacerlo porque no sabía que era imposible

Imaginemos que alguien nos pide que lo llevemos en barco a 38 km de la costa, bajando por las anchas riberas del Rosellón, al mar Mediterráneo. Luego, esa persona se tira al agua y nada hasta las playas de Narbona. Nos pide que lo esperemos allí, pacientemente, con una bici: «Estaré allí en menos de 24 horas», nos dice. En cuanto llega, se sube a la bici y emprende el cami­no de regreso hasta Reims, a 900 km. Luego vuelve al punto de partida, unos días más tarde, para emprender un recorrido a pie hasta las playas atlánticas de la costa de Burdeos, es decir, 422 km... Si digo que eso lo he visto yo, ¿alguien me creería?
Conocí a un hombre de 38 años que me pidió que lo ayu­dara a prepararse para una prueba deportiva de alto nivel, de la que nadie suele hablar: se trata del decatriatlón. Este hombre era Christophe Llamas. Forma parte de los 40 campeones del mundo que han conseguido triunfar en esta proeza descabellada (38 km de natación, 1.800 km de bici, 422 km de carrera a pie) en un tiempo récord. Este hombre explica en su libro Le Goút de l’Enfer su difícil infancia: las burlas de sus compañeros de escuela por su raquitismo, considerado enclenque, se reveló en la adolescencia y quiso desafiarse a sí mismo: «En poco tiempo ya no seré la misma persona y nadie, ni mi padre, ni mis hermanos, se burlarán más de mí». Pronto se subió a una bicicleta y ése fue el detonante. Le cogió el gusto a la competición y decidió solucio­nar el problema de su débil anatomía. Iba a pasarlas canutas pero le demostraría al mundo de lo que era capaz. Con 15 años, se sintió fascinado por el triatlón y se puso a hacer deporte intensi­vo. Cuanto más conseguía, más lejos quería llegar. Se entrenaba cada día, leía asiduamente las revistas consagradas al triatlón, en las que descubrió los «ironman», hombres que se convertirían en sus ídolos, hombre «de hierro», reyes de las distancias.
¿Enclenque Christophe? ¿Débil? En 1997 se lanzó al agua y consiguió su primer triunfo en Japón. En el infierno que represen­tó esta prueba, encontró la confianza en sí mismo y descubrió la pasión que lo llevaría a la cima del reconocimiento y la felicidad de poder decir: «Ya está, ya lo he conseguido».
Para Christophe Llamas, la voluntad de vengarse de la vida fue su principal motor. Y el tiempo fue pasando. Hoy en día es un atleta de alto nivel, corre por pasión, para llegar siempre más lejos, por el placer de superarse. En un medio en la que los atletas tienen fama de doparse, Christophe no se ha librado de las correspondientes sospechas. Pero no se metería nunca en lo que no puede meterse ni queriendo: su hipertensión y su hi­persensibilidad fisiológica le impiden meterse en esos jardines. Incluso el café le provoca reacciones muy intensas y no puede tomarlo. Sin embargo, ni siquiera una voluntad de hierro basta para practicar semejante disciplina porque hay que mantener el cuerpo y la mente en total fortaleza y, dado que cada día tiene que superar sus propios límites, Christophe optó por las plantas. Durante su viaje a Japón descubrió el ginseng. A partir de 1997, empezó a consumir, regularmente, ginseng rojo de la China. «En esa época, para mí era un tónico excelente –explica– que me per­mitía no caer enfermo en invierno, cuando tenía que hacer duras sesiones de entrenamiento con todo el frío». Durante los años siguientes, se siguió entrenando, en efecto. El siguiente objetivo fue el decatriatlón. Y en esa época, en 2003, vino a verme. Esta­ba preparando su próxima competición, en Ecuador, y buscaba buenos complementos alimenticios para optimizar sus capacida­des. Inmediatamente le aconsejé la rhodiola, explicándole que le permitiría superar sus límites sin forzar su organismo... Además, la competición se desarrollaría en altitud, motivo por el que la rhodiola es la planta de predilección debido a su capacidad de aumentar la oxigenación. En resumen, la Rhodiola rosea era, a mi parecer, la solución ideal que necesitaba para adaptarse rápida­mente a una situación difícil. De hecho, Christophe optó por la rhodiola antes que por el ginseng y la convirtió en su mayor aliada para seguir con su carrera deportiva. Muy sensible a sus efectos, sólo tomaba 1 o 2 cápsulas al día. En la competición de Ecuador,
Christophe consiguió el quinto puesto mundial. Y sólo era el co­mienzo. En 2004, participó en una nueva prueba en Hawái. Des­pués me confesó: «Sin la rhodiola no hubiera podido...». Y realmente pasó de la quinta posición a la primera con menos de 40 años. Ese año se produjo un acontecimiento: ¡nuestro campeón encadenó 18 distancias de «ironman» en 12 meses y acabó por conseguir el título de campeón del mundo! Fascinado por las vir­tudes de la rhodiola, Christophe Llamas decidió crear, en 2006 y con Fabrice Lucas, otro francés que ostentaba un título mundial de triatlón, un equipo llamado «rhodiola.fr». Y tuvieron éxito porque en junio del mismo año consiguió la tercera posición en el campeonato mundial de Vidauban, Francia, mientras que su compañero –también convertido a la rhodiola– consiguió el título en decatriatlón. Para Christophe, esta competición fue aún más satisfactoria porque batió su propio récord: en Hawái necesitó 11 días para completar la epopeya, mientras que en Vi­dauban necesitó sólo 9, un ritmo infernal con pocas horas de reposo al día (¡3 horas de sueño diarias!). «La rhodiola me ayudó mucho, más mentalmente que físicamente», dice Christophe. Es una planta increíble que da ganas. Ganas de trabajar, ganas de superarse. Obviamente no reemplaza el entrenamiento ni el temperamento de las personas, pero permite progresar, gestio­nar mejor el esfuerzo y el estrés de la competición, así como recuperarse mejor. Es un adaptógeno formidable, superior al ginseng, sin lugar a dudas. Si se sabe utilizar, es un aliado im­prescindible.
¿Se reserva la rhodiola a los campeones deportivos? Vista su eficacia en la resistencia de los raros atletas franceses que la con­sumen, eso parece. Pero no. El ejemplo de Christophe nos atañe a todos: ¿no tenemos todos, cada uno a su nivel, una vida llena de obstáculos a diario? La rhodiola es la planta de los extremos: para deportistas extremos y para los maratones cotidianos a los que todos tenemos que hacer frente, aunque no se midan en ki­lómetros.
Nuestro punto en común es que hay que conservar la moral alta y las ganas de seguir. Decirse que la vida está llena de cosas buenas, a pesar de todo. Y cuando se necesitan todas las fuerzas para seguir corriendo, nadando, pedaleando o haciendo las cosas que cada cual hace en su día a día, cuando aparece la fatiga, una planta como la rhodiola despliega todas sus virtudes... La rho­diola es la planta ideal cuando queremos sentirnos mejor, llegar más lejos en la vida cotidiana. Evitando ser víctimas del estrés, conseguimos armonía y unas agradables ganas de avanzar... ¡In­creíble, la rhodiola!

Obelisco
9788491112587

Ficha técnica

Autor/es:
Jean-François Astier
Editorial
Obelisco
Traducción
Pilar Guerrero
Formato
13,5 cm x 21 cm
Páginas
112
Encuadernación
Rústica (tapa blanda)
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