Manual del Alquimista, de de Albertus Frater.

Manual del Alquimista

Referencia: 9788485316380
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Práctica de laboratorio alquímico
Prólogo de Israel Regardie

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Práctica de laboratorio alquímico. Introduce a las concepciones alquímicas y al trabajo de laboratorio con vegetales, incidiendo además en relaciones filosóficas, astrológicas y médicas. La segunda parte del libro incluye textos correspondientes al trbajo con los minerales, o Gran Obra.

INDICE

  • Prólogo       9
  • Prefacio a la Primera Edición Inglesa       13
  • Prefacio a la Segunda Edición Inglesa (Revisada)       17
  • Capítulo I: Introducción a la Alquimia       19
  • Capítulo II: La Circulación Menor       31
  • Capítulo III: El Elixir Herbal       41
  • Capítulo IV: Usos Medicinales       55
  • Capítulo V: Hierbas y Estrellas       61
  • Capítulo VI: Los Símbolos en la Alquimia       75
  • Capítulo VII: La Sabiduría de los Filósofos       85.
  • Conclusión       127
  • Apéndice       149
  • Manifiesto Alquímico       153

ILUSTRACIONES

  1. En el Camino hacia el Templo       8
  2. Extractor Soxlet       43
  3. Un laboratorio en el sótano       52
  4. Un tren de destilación       52
  5. Equipo esencial       53
  6. Árbol de la Vida Qabalístico       74
  7. Signos Alquímicos       77

PROLOGO

Esta es la era de los libros de «cómo hacerlo». Hay uno sobre casi cualquier tema en el que puedas pensar. Puesto que suplen una variedad de necesidades, ellos han demos­trado ser una dádiva. De ellos puedes aprender a pintar, coser, plantar un jardín de hierba, construir una barbacoa de ladrillo en el patio trasero, convertirte en decorador de interiores, y reponer los cables eléctricos de tu propio hogar. Casi cualquier tópico imaginable ha sido cubierto por estos libros. Así que si suponías que este Manual cae en esta categoría, acertaste —salvo por el simple hecho de que es mucho más.
La Alquimia ha ejercido durante siglos una extraña fascinación sobre la humanidad. El teorema filosófico sub­yacente era que, si la Voluntad Divina había actuado ori­ginalmente sobre la prima materia, para producir los me­tales preciosos y todo lo demás, ¿por qué no debería el alquimista —purificado en mente y cuerpo, y experto en las técnicas de laboratorio entonces conocidas— tratar de emular el mismo proceso natural, en un espacio de tiempo más corto? Sólo tiene uno que leerse una buena historia de la química, o repasar un poco de la vasta literatura alquí­mica, para percatarse de su tremenda seducción. Los hom­bres han dejado hogares y familias, desbaratado fortunas, incurrido en enfermedad y aflicciones, arriesgado el presti­gio social y otras posiciones, en la búsqueda de las metas percibidas en el sueño alquímico —longevidad, salud per­fecta, y la capacidad de transmutar los metales bajos en oro.
Uno no debe ser engañado aquí por las superficialida­des. Los adeptos alquímicos eran hombres pacientemente dedicados y temerosos de Dios, que sostenían los más elevados ideales espirituales que puedan ser concebibles. Es una pena que muchos practicantes del arte no perci­bieran estas metas.
No hace mucho, un periodista escribió que la Sociedad de Investigaciones Paracelso (Paracelsus Research Society), que apadrina este Manual, ofrecía enseñar alquimia en dos semanas. ¿Cómo puede uno ser tan miope, o tan iliterato?
En el siglo catorce, Bonus de Ferrara habló de la Al­quimia como «la clave de todas las cosas buenas, el Arte
del Arte, la Ciencia de las Ciencias». No sólo estaba el alquimista comprometido en la purificación de los metales y la eliminación de la enfermedad y la aflicción de la raza
humana, sino que afirmaba que la Alquimia, como Cien­cia y Arte, proporcionaba tanto un medio para sintetizar todas las otras ciencias, como un entrenamiento de las facultades intelectuales y espirituales.
La fascinación que ha mantenido siempre la Alquimia sobre la humanidad ha sido manchada, seguramente, por el hecho de que raramente habían instituciones de aprendizaje donde los estudiantes prometedores pudieran estu­diar el antiguo Arte; o donde pudieran ser aprendidos los métodos y técnicas apropiadas, como con las otras artes y ciencias. Sin duda, al modo de los misteriosos Rosacruces del siglo diecisiete, discípulos individuales eran seleccionados y entrenados por un maestro alquimista. Sabemos que tenían asistentes y aprendices —porque, ¿quién habría mantenido encendido el fuego en el horno, y lavado la
interminable sucesión de utensilios de vidrio y arcilla, empleados en calcinar, separar y destilar? ¿Quién habría hecho todas las mil y una cosas serviles, que hoy se hacen tan fácilmente que apenas tenemos que pensar en ellas? Pero es problemático si estos asistentes eran animados alguna vez a aprender o adquirir las disciplinas y procedi­mientos requeridos.
En la vasta literatura sobre el asunto, no hay nada que no haya encontrado nunca que tan siquiera pretendiera demostrar los principios fundamentales. La alquimia tradi­ cional, con su énfasis en la piedad, el secreto y la alegoría, es decididamente obscura. A lo largo de los años, me he encontrado a muchos hombres que podían hablar un mon­tón sobre alquimia, pero nunca surgió de ellos algo prác­tico. Ni fue ninguno voluntario de demostrar sus verdades básicas en un laboratorio, o sobre el hornillo de la cocina. Ni uno solo —hasta que encontré al autor de este manual, hace algunos años. Ni uno solo, hasta que leí la primera edición limitada de este Manual, que, literalmente, vale su peso en oro.
Incidentalmente, hace unos pocos años escribí algo en recomendación de este manual, expresando sin embargo crítica de su estilo literario, su forma de expresión, los innumerables errores tipográficos. Esto era tonto y arro­gante. Porque incluso si, teóricamente, el libro estuviera escrito en el peor estilo posible, seria todavía una pieza maestra, única y genuina. Si no hubiera sido escrito y publicado, nosotros seríamos con mucho los perdedores. Enseña con claridad, simplicidad y exactitud, los métodos técnicos por los que puede realizarse la circulación menor. Debería ser una revelación para aquellos que no habÍan sido introducidos previamente a este método de tratar con las hierbas. Se dice que la Gran Obra es esencialmente una extensión del mismo proceso, las mismas técnicas, con la misma filosofía universal. Más de un alquimista de años pasados habría dado sus colmillos —o seguramente una pequeña fortuna— por esta información. Muchos podrían haberse ahorrado desastre y destrucción si hubiesen estado familiarizados con los datos contenidos en este Manual.
Las descripciones de los procesos alquímicos no se en­tienden rápidamente en términos de química moderna. No quiere esto decir que algún entrenamiento formal en la química de la escuela superior, o primer año de universi­dad, no sería útil. Al menos habría proporcionado la des­treza para usar el equipo utilizado también en alquimia. Pero incluso si fuera posible traducir un sistema en la terminología del otro, los alquimistas estarían cazados por el temor de revelar demasiado, demasiado fácilmente, o demasiado pronto —abriendo así el camino al abuso. El hombre moderno se ha demostrado a sí mismo que es un adepto en el arte de abusar de la naturaleza, como lo ha indicado todo nuestro énfasis corriente en la ecología y la polución del ambiente. Así que hay una justificación consi­derable para sus dudas. y por el modo alegórico de expre­sión que han escogido deliberadamente.
Pero no decepcionaron. Pese a lo simplemente que está escrito este libro, la alquimia es una dura obra magistral. Exige servicio paciente y laborioso. No hay un sendero simple o fácil hacia la Gran Obra. Requiere gran dedica­ción de propósito, sinceridad, y la voluntad de proseguir este sendero hasta el amargo final —sin importar el coste.
Uno de los alquimistas más antiguos declaró que el proceso fundamental es tan simple que incluso las mujeres y los niños podrían realizarlo. ¡Puede ser! Sólo cuando uno ha llegado a la otra orilla, por así decirlo, puede realizar (*) que «excepto que os hagáis como niños, no entraréis al reino de los cielos». Mientras tanto, el conseguir el niño simple como estado capaz de alcanzar las metas de la alquimia, requiere esfuerzo, trabajo y oración —o sus equivalentes. No han sido bendecidos muchos con la es­tructura genética o psicológica, o la perseverancia, o la gracia de Dios especiales para encontrarlo.
Pero si realmente deseáis aprender los principios bási­cos de la alquimia práctica, aquí están ellos, en este mara­villoso pequeño Manual. No hay otro libro que yo haya encontrado nunca, en todos mis largos años en este movi­miento, que sea siquiera una fracción tan claro o tan útil. Hace cuarenta años, lo hubiera encontrado mucho más intrigante o iluminador que el pesado y ponderoso tomo de Mrs. Atwood. (**), en el que ejercí mis muelas del juicio.
Estúdialo —y trabaja los procesos descritos. La Prácti­ca es mucho más recompensante e iluminadora que una estéril «excursión mental». Ora et labore. Reza y trabaja —pero trabaja. Sin esto no puedes ni siquiera comenzar. Y este libro describe cómo ir al trabajo, y con qué.

ISRAEL REGARDIE

 

Luis Carcamo
9788485316380

Ficha técnica

Autor/es:
Frater Albertus
Editorial
Lu´si Cárcamo
Formato
13,5X21 CMS.
Páginas
160
Encuadernación
Rústica con solapas (tapa blanda)
Nuevo
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