Las enfermedades de las ondas electromagnéticas, por Christian Bordes, y Gérard Dieuzaide. ISBN: 9788491110620

Las enfermedades de las ondas electromagnéticas

Referencia: 9788491110620
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ELECTROSENSIBILIDAD
FIBROMIALGIA
FATIGA CRÓNICA...

Cómo protegerse de ellas

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Existen numerosas publicaciones científicas que ponen de manifiesto el efecto de las ondas electromagnéticas en el ser humano y también en el mundo animal. En la actualidad, no cabe ninguna duda de que la «polución» electromagnética que nos rodea, así como el efecto fotónico de los materiales que llevamos encima (prótesis, ropa, etcétera), es parte importante en el desarrollo de numerosos problemas de salud. En esta obra, los autores identifican, de manera práctica y documentada, las diferentes fuentes de perturbaciones electromagnéticas y sus consecuencias en nuestra salud, a la vez que proponen soluciones concretas para que podamos protegernos de todo ello de una manera eficaz.

  • Formato: 15,5 x 23,5 cm
  • Páginas: 264

Christian Bordes
Osteópata y kinesioterapeuta, director del IUMAB (International Union of Medical and Applied Bioelectrography), ha trabajado en la Universidad Paul Sabatier de Toulouse. Portavoz de diversas asociaciones de víctimas de las ondas electromagnéticas, es también conferenciante y formador.

Gérard Dieuzaide
Cirujano dentista, presidente de honor y fundador de la Sociedad de Posturología Interdisciplinar Midi-Pyrénées y presidente del Institut Européen de Posturologie. Es coautor del documental Les sacrifiés des ondes, del realizador Jean-Yves Bilien.

  • Prefacio del profesor Dominique Belpomme
  • Posfacio del profesor Henri Ioyeux
  • Traducción: Pilar Guerrero

 

PREFACIO

Tras algunas dudas, por fin me decidí a redactar el prefacio del libro Las enfermedades de las ondas, del doctor Gérard Diuezaide. Mis dudas no se debían a que no estuviera convencido de su capacidad profesional, sino al tema tratado, una mezcla entre la física teórica, la biología y la medicina, particularmente arduo, debido a los conocimientos necesarios para la comprensión de los fenómenos en sí mismos y de los efectos en la salud que puede generar. A ello se añade el hecho de que el electromagnetismo conduce a desviaciones inaceptables en el ámbito científico y que la ignorancia del cuerpo médico en la materia, así como la indiferencia general, llevan al desarrollo de medicinas alternativas que, basadas en conceptos a menudo poco verificables o no validados, no aportan soluciones eficaces.
La obra del doctor Dieuzaide se inscribe, ante todo, en el plano práctico. Él mismo lo reconoce, porque, como apunta en su libro, su laboratorio de investigaciones es su consulta médica. Por tanto, no encontraremos ni fórmulas matemáticas, ni conceptos físicos complejos, sino elementos médicos sensatos derivados de la práctica clínica.
Nuestro organismo está preparado para enviar y recibir campos electromagnéticos (CEM) de baja intensidad. Ahora bien, lo que ha cambiado tras la emergencia de las tecnologías inalámbricas es el tipo de intensidad de los CEM, debido a la multiplicación y la diversificación de las fuentes, que hoy día ya no son las mismas que antes, lo mismo que su intensidad, que ha aumentado en gran medida, hasta el punto de que hoy constituye lo que se denomina «electrosmog». ¿De qué manera los CEM artificiales actúan sobre nuestro organismo?
Como recuerda Gérard Dieuzaide, lo primero que hay que tener en cuenta es que toda materia vibra y, como consecuencia, emite un CEM de intensidad más o menos importante, que es su firma, y nuestro organismo no es una excepción. En segundo lugar, bajo los efectos de los CEM externos, algunas estructuras moleculares pueden entrar en resonancia,
mientras que otras tienen el efecto contrario y los absorben, siendo capaces de anular el carácter pulsado de los CEM. Finalmente, sabemos que las estructuras metálicas pueden amplificar el papel de los CEM mediante un efecto «antena» y de este modo generar corrientes eléctricas, como ocurre con las amalgamas dentales metálicas, que provocan problemas en la boca bajo los efectos de los CEM exteriores.
Así pues, el organismo es sensible a estos tres tipos de efectos físicos que dependen, al mismo tiempo, de las condiciones de exposición a los CEM externos y de la naturaleza de los materiales con los que se entra en contacto. De este modo, en lo relativo a la exposición, como hemos visto, no es sólo la intensidad de las dosis de CEM lo que nos envenena, sino también éstas, o, dicho de otro modo, la duración de la exposición; y en lo relativo a la naturaleza de los materiales, lo que cuenta en materia de efectos sobre la salud es, sobre todo, su biocompatibilidad, es decir, como recuerda el doctor Dieuzaide, el hecho de que «no ejerzan, directa
o indirectamente, ningún efecto negativo sobre la salud o el equilibrio de un organismo vivo».
Y éste es el factor más original del autor que, en razón de su experiencia como dentista, emite la hipótesis de que la biocompatibilidad en la boca de los diferentes tipos de amalgamas no dependen tanto de su estructura química como de su capacidad para emitir, de manera espontánea, CEM, o incluso de entrar en resonancia o de inducir corrientes galvánicas.
Desde esta perspectiva, es la física la que manda sobre la química, así que la intolerancia química (bioincompatibilidad) está ligada a fenómenos puramente electromagnéticos. Apoyando esta hipótesis, el autor evoca los trabajos sobre «la memoria del agua» de Jacques Benvéniste y los más recientes de Luc Montagnier, así como su experiencia en posturología. La idea es interesante –y no estoy lejos de suscribirlo–, pero requiere investigaciones metódicas. Porque el electromagnetismo no es más que un elemento entre muchos otros, ciertamente importante, pero que no resume el conjunto de propiedades químicas de la materia, ya sea inerte
o viva.
Otro elemento de reflexión tras la lectura de esta obra de calidad: en lo relativo a las propiedades biológicas, se deben distinguir sobre todo los fenómenos de intolerancia, de alergia y de hipersensibilidad, ya sean
de origen electromagnético (electrohipersensibilidad, EHS) o química (Multiple Chemical Sensitivity, MCS). Eso es lo que han permitido demostrar nuestros trabajos de investigación, basados en estudios clínicos y biológicos en una serie de más de 1.000 enfermos afectados de EHS y/o MCS, con la consiguiente desarrollo de tratamientos y, sobre todo, de medidas de protección eficaces (www.ehs-mcs.org).
Por último, es en el plano práctico de la labor de los dentistas donde el lector encontrará información útil para ayudarle a luchar contra el EHS o el MCS u otras patologías asociadas, porque las condiciones de las amalgamas bioincompatibles o tóxicas –el mercurio y su efecto antena posee una toxicidad molecular propia– están comprobadas, así como los métodos de posible reemplazo (cerámicas y resinas), y medidas generales como la toma de tierra.
No cabe duda de que este libro propone una visión enriquecedora respecto a estos procedimientos. Está claro que la medicina convencional, con sus prejuicios y su reduccionismo, debe reformarse, teniendo en cuenta el creciente número de pacientes afectados. Pero hay que tener cuidado con decantarse por medicinas alternativas o complementarias. En efecto, esta reforma no puede basarse más que en la ciencia y en una independencia total frente a toda forma de presión «lobbística», institucional o política.
El título de la obra del doctor Dieuzaide es evocador. Se trata exactamente de enfermedades causadas por las ondas. Y nosotros debemos hacer todo lo posible para no ser víctimas de ellas y no caer en las trampas que la sociedad nos tiende. Ojalá este libro contribuya a ello.
Profesor DOMINIQUE BELPOMME
El profesor Dominique Belpomme es profesor de oncología en la Universidad París-Descartes (París V). Miembro de diversas sociedades internacionales y presidente de la ARTAC, Asociación para la Investigación Terapéutica Anticancerosa, que fundó en 1984, este oncólogo francés es internacionalmente conocido por sus trabajos de investigación sobre el cáncer.
Tras haber sido jefe clínico del Institut Gustave Roussy en Villejuif, en 1975, y luego en el hospital Saint-Louis de París, llegó a ser médico de Hôpitaux en 1984. Ha ejercido como oncólogo en el hospital Bichat y ha sido jefe de la unidad de oncología médica en el hospital Boucicaut, antes de ejercer en el hospital europeo Georges Pompidou y en la clínica AllerayLabrouste de París.
El profesor Belpomme es autor de doscientas publicaciones científicas en revistas internacionales y de diversos libros orientados a los estudiantes y profesionales de la salud, así como al público en general.

PRÓLOGO

«Osar comprender para osar saber, osar saber para osar actuar».
SPINOZA

«Querido psiquiatra,
Usted me ha clasificado entre los pacientes fóbicos, en la categoría "miedos irracionales a las tecnologías inalámbricas".
Le agradezco que me haya incluido en una casilla de su catálogo oficial. Ahora no me siento tan solo. Usted ya sabe lo angustioso que puede ser la sensación de sentirse excluido, de no pertenecer a ningún grupo certificado y confirmado por una autoridad superior.
Ya no me siento solo. Me reconforta saber que somos cada vez más numerosos los que sufrimos las ondas de los teléfonos móviles, aunque lo de "numerosos" sea un eufemismo.
Esta fobia, a la cual tengo el honor de añadir mi nombre gracias a usted, afecta incluso a los embriones de pollo, que según científicos independientes, no soportan la presencia de teléfonos móviles, hasta el punto de tener la mala idea de morirse.
Las semillas de berro irradiadas con ondas wifi son presas del pánico irresponsable que las conduce a no germinar, a morir o, lo que es peor, a mutar.
El ganado que se cría en las proximidades de las antenas también es víctima de una auténtica psicosis que conlleva patologías inquietantes: infecciones mamarias, abortos, problemas de comportamiento, muertes en los partos...
Las ratas de laboratorio no parecen librarse de este pánico por las ondas pulsadas, igual que las abejas, las hormigas y otros tantos bichos. Las aseguradoras ¡incluso las aseguradoras! no quieren correr los riesgos de la
telefonía móvil ¡y los comparan con los del amianto! Cuántos expertos de renombre, tras haber alertando durante años sobre los perjuicios de esas ondas tóxicas, sucumben también a ese miedo irracional. Podría seguir con la interminable lista, pero sé que su tiempo es oro y, visto el crecimiento exponencial de sus pacientes, imagino que su agenda debe estar muy llena. Por lo menos tiene usted un oficio con salida y con un futuro de mucho trabajo.
Entre los psiquiatras de hormigas, los psicoterapeutas de semillas de berros, los freudianos de abejas y los Profesores Bacterio de las ratas de laboratorio y el ganado de granjas, los especialistas en reconfiguración de los científicos independientes y las aseguradoras... ¡el crecimiento económico tiene un futuro lleno de brotes verdes!
Este vértigo de cifras me conduce a preguntarle unas cuantas cosas: ¿somos todos los seres vivos vulnerables a las ondas pulsadas, somos una especie patológicamente normal? ¿Está esta rúbrica incluida en sus pastillas? ¿Existen casos de anormalidad sana, de psicopatías que causen estragos impunemente, de esquizofrenias reinantes? ¿En qué categoría entran los apóstoles de las tecnologías y de los productos químicos cuyos peligros están más que demostrados? ¿En qué patología están recogidos los que autorizan semejantes contaminaciones y que proclaman su adhesión a la salud pública? [...]»
(Carta anónima de un electrosensible encontrada en Internet)
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«Estos electrosensibles que se creen alérgicos al wifi y al móvil están todos locos. Están locos los pacientes que, después de ir al dentista, sienten molestias que les duran años, incluso el resto de sus vidas. ¡Aturdimiento, pérdida de memoria, dolores múltiples y muchísimas más molestias imaginarias! ¡Eso está solamente en sus cabezas!».
éste es el discurso que escuché hace unos meses durante una comida con otros médicos. Cuando la palabra «electrosensibilidad» fue pronunciada, uno de ellos, un médico eminente, no pudo evitar decir en nuestro argot del sudoeste: «¿quèsaco (¿qué es eso?) de la electrosensibilidad?». Me ahorraré explicar los comentarios que tuvieron lugar.
En Francia, las enfermedades de las ondas no existen, así de simple. Y el que se queje inmediatamente es tratado como una persona con problemas mentales, como un lunático.
¡Ay, esos electrosensibles! Manada de paranoicos...
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Sin embargo, en 2005, la oMS reconoció la existencia de la hipersensibilidad electromagnética y los síntomas que produce (rojeces, cefaleas, problemas digestivos, problemas de sueño) sin pronunciarse sobre su origen. En Suecia, y también en Alemania, la enfermedad se reconoce. Pero en Francia no.
No obstante, desde la década de 1980, la electrosensibilidad es objeto de investigación. Los trabajos se acentuaron a partir del año 2000. Gran parte de los resultados prueba que la electrosensibilidad, el impacto de la contaminación electromagnética en los organismos y las células vivas, existe. Ser un pionero significa establecer alguna cosa diferente de lo que se ha hecho con anterioridad, no para hacerse el «interesante», sino porque los hechos, de manera indefectible, nos conducen a ello.
En Francia, el pionero de estas investigaciones es el profesor Dominique Belpomme, conocido en todo el mundo por su denuncia de las causas medioambientales del cáncer y autor de doscientas publicaciones científicas en revistas internacionales.
Desde hace ocho años trabaja en el síndrome de intolerancia a los campos electromagnéticos (SICEM) y en la electrohipersensibilidad (EHS) en asociación con la ARTAC (Asociación para la Investigación Terapéutica Anticancerosa) que él preside. Sus trabajos, realizados junto con otros dos investigadores de la electrosensibilidad (el sueco olle Johansson, del Karolinska Institute, y el francés Pierre Le Ruz, del Crúrem) han permitido avanzar de manera considerable en el conocimiento de la electrosensibilidad.
Pero las ondas electromagnéticas que nos rodean no son las únicas responsables de los males que sufre gran parte de la población. Esos problemas de salud cada vez más frecuentes hoy en día tienen, para mí, otro origen, relacionado con el anterior: las señales electromagnéticas de los diferentes materiales y materias que llevamos encima y que provocan
una cascada de desórdenes sanitarios, desde el más insignificante al más dramático.
Cientos de miles de personas en Francia y en Europa, millones en el mundo entero, sufren sin saber por qué –y a menudo de forma dramática– incompatibilidades electromagnéticas a las diferentes materias. Se trata de otra forma de electrosensibilidad, diferente a la que se suele abordar en los libros. Además de una visión convencional de la electro-sensibilidad, este libro trata esta problemática mal conocida en todos los aspectos.
Clínico y práctico, es un recopilatorio de soluciones demostradas a para esas personas que viven en Francia o en Europa y que son víctimas de las ondas. Inocentes electrizados y angustiados por un sistema del que parece imposible escapar.

INTRODUCCIÓN

«Todo lo que nos parece extraño
lo condenamos».
MONTAIGNE

«Nadie puede ignorar la ley...». Esta frase tan repetida puede extrapolarse con facilidad a otros ámbitos. Por ejemplo al de la ciencia. En efecto, nadie puede ignorar los progresos de la investigación científica ni quejarse de sus resultados.
Los avances en este sector son tan extraordinarios como patentes. Las aplicaciones resultantes, tanto en el plano del desarrollo industrial como en el agrícola, el médico o el farmacéutico, mejoran la calidad y la esperanza de vida. En este sentido, las aplicaciones son preconizadas... Y más si suscitan nuevas formas de consumo, insospechadas e ilimitadas. El mercado sanitario es un sector lucrativo.
Una mente observadora y crítica puede preguntarse si la información que se comunica, a veces con mucha publicidad, es siempre exhaustiva, lo bastante como para que resulte clarificadora para el común de los mortales a nivel objetivo.
Es cierto que es relativamente fácil informarse del contenido de los textos legislativos y reglamentarios (consultando textos o profesionales del sector) para conocer los «permisos» y «sanciones» que se aplican en caso de infracción.
Pero las cosas son muy diferentes cuando se trata de avances tecnológicos. Se conocen todas sus ventajas gracias a su utilización cotidiana, pero ignoramos sus eventuales consecuencias para nuestros organismos. No suelen aparecer en ninguna parte. Y no sólo no se especifican, sino que en muchas ocasiones se intentan ocultar con el fin de no asustar a la gente. Así que no somos conscientes de lo que implican esos fenómenos,
que en la mayoría de los casos son invisibles e imperceptibles. ése es el problema de las ondas electromagnéticas.
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Las ondas. Están en todas partes. Estamos atrapados, somos prisioneros hasta el punto de que no podemos escapar. Pero ¿cómo podríamos vivir hoy sin ellas? Teléfonos móviles, wifi, radares, radios, líneas eléctricas, intercomunicadores para los bebés, ordenadores, tabletas, GPS, etcétera. Todos ellos intentan que resulte más fácil nuestra vida cotidiana y garantizan su buen desarrollo. ¡Cómo vamos a cambiar el curso de las cosas!
En la actualidad, y sin precedentes, somos testigos de muchísimos problemas relacionados con el electromagnetismo. Es de una lógica aplastante si tenemos en cuenta el aumento de las tecnologías de la comunicación en todas sus formas (redes hertzianas, antenas, antenas de wifi, antenas Ximax, Livebox, uso masivo de los móviles, 3G, 4G, etcétera) que se añaden a los efectos ya conocidos de las líneas de alta tensión y de la corriente doméstica.
Todas estas cosas sumergen al ser humano en una especie de sopa electromagnética llamada «electrosmog», y reconocida como altamente insana por los expertos internacionales independientes. Muchos pioneros en las investigaciones que se han llevado a cabo en Suecia, Francia, Alemania, Estados unidos o Rusia hacen sonar la campana de alarma desde hace más de veinte años. Algunos integran patologías derivadas, como la electrohipersensibilidad, que es un auténtico problema y está reconocida por el sistema de salud.
En Francia y otros países del mundo, para probar estos estudios, que parecen alarmistas, las grandes compañías aseguradoras se desentienden del todo de cualquier cosa que pueda derivar de este tipo de problemas. Los nefastos efectos del electrosmog, de los OGM o de un accidente nuclear las aseguradoras los clasifican en la misma categoría: imposible asegurarlos porque el montante total es imposible de calcular. Es la prueba manifiesta del flagrante peligro de este tipo de ondas y de los campos que se encuentran en todas partes.
Este peligro tecnológico en el que todos estamos «metidos» en tanto que usuarios de aparatos ultramodernos hace que estemos atados de pies
y manos a las tecnologías del siglo xxi y a todo lo que proporcionan. ¿Qué podemos hacer? Intentar evitarlas lo máximo posible.
No hay que esperar que nuestros políticos implementen medidas salvadoras, sino todo lo contrario, ya que se ofrecen a las operadoras unas leyes de una tolerancia espectacular que perjudican a la salud humana.
Ciudades como Salzburgo, en Austria, o Valencia, en España, han tomado iniciativas interesantes al aplicar el principio de precaución, limitando la exposición a 0,6 voltios/metro, cien veces menos que en Francia. Estudios como el «rapport BioInitiative», así como otros artículos científicos de alto nivel referenciados en la web americana PubMed, indican los niveles de riesgo. Durante la tercera convocatoria de París, organizada por la UNESCO y patrocinada por la OMS, los expertos mundiales independientes aseguraron lo siguiente: «Las personas más afectadas son los niños pequeños y el tejido mamario de las mujeres».
¿Cuánto tiempo tardará el estado en modificar ciertas leyes? ¿Cinco años, diez, veinte? Sin duda lo hará cuando cientos de miles de personas sean electrohipersensibles y tengamos que pagar un alto precio con un sufrimiento extremo y un coste enorme para el sistema sanitario.
El número de personas que manifiestan que sufren electrosensibilidad, conocida como electrohipersensibilidad (EHS), aumenta año tras año. Enfermedades como la fibromialgia o el burn-out (síndrome de agotamiento profesional) presentan síntomas similares a los que se padecen con la EHS. El número de casos declarados de EHS ha aumentado de manera regular desde 1991, año en que dicha patología fue mencionada por primera vez. Los datos recogidos en Austria, Alemania, Gran Bretaña, Irlanda, Suecia, Suiza y Estados Unidos indican que el 50 % de la población es susceptible a convertirse en electrosensible de aquí al año 2017.
En Suecia, los sondeos han demostrado que entre 230.000 y 290.000 personas presentan síntomas diversos cuando se encuentran ante campos electromagnéticos.
Pero para los políticos nunca llega el momento adecuado para intervenir... Nunca toca. ¡Aún no! Esperemos el resultado de otros estudios, ganemos tiempo. Esperemos otros análisis, otros expertos y contraexpertos que nos dicten la conducta que hay que seguir, las recomendaciones que hay que dar, las decisiones reglamentarias que hay que tomar. Lo que en realidad esperan es que los electrosensibles sean tantos que no se pueda
dilatar más la espera o incluso que su reelección se vea comprometida. ¡Tuvimos que esperar cien años con el amianto!
La problemática del electromagnetismo no se resume en una cuestión de cantidad y densidad. Hay que analizar sus efectos en el plano cualitativo. Estas vibraciones, de naturaleza y origen completamente imprevistos, caen del cielo, surgen del suelo, provienen de nuestros avances tecnológicos, se esconden en nuestra ropa, en nuestras prótesis, crecen, se mezclan, se amplifican, se sinergizan, se potencian... Y nosotros, simples mortales, somos víctimas involuntarias en mayor medida de lo que podríamos llegar a imaginar.
La salud, para la Organización Mundial de la Salud, no se resume en «la ausencia de enfermedad o dolencia». Se define como «un estado completo de bienestar físico, mental y social». Sin embargo, esta organización ha tenido que precisar que: «es biocompatible un proceso, un objeto, un factor que no ejerza directa o indirectamente, a corto, medio o largo plazo, ningún efecto negativo sobre la salud o el equilibrio de un organismo vivo. La biocompatibilidad obedece al principio hipocrático primum non nocere».
Traducción literal: «Para empezar, no fastidiar»... Es, pues, biocompatible todo lo que mantiene o mejora el estado de salud.
Hace algunos años, durante una conferencia a la que asistía, denominada «El efecto de las nieblas electromagnéticas sobre la salud», el profesor Belpomme, uno de los grandes especialistas franceses en electrosensibilidad, empezó su presentación proclamando: «Estamos en vísperas de una catástrofe sanitaria». Mi primera reacción a su afirmación fue bastante crítica. Recuerdo que pensé: «¡Qué exageración!», pero en la actualidad comparto el mismo punto de vista.
Lo que cada día veo en mi consulta es dramático. Y el drama es que todo esto se desarrolla en medio de una indiferencia generalizada. El primer problema específico de las ondas, como ocurre con tantos otros contaminantes, es que no se ven. Y, como decía santo Tomás, tenemos la estúpida costumbre de creer que lo que no podemos ver no existe. También pensamos que una cosa que no huele a nada y no sabe a nada no puede ser mala. Sin embargo, sabemos que no se puede detectar el olor ni el sabor del arsénico, del plomo del DTT (dithioteriol) o del amianto... Y todos ellos pueden matar.
Mi actividad como posturólogo me ha enseñado que provenga de donde provenga, el efecto de esas ondas invisibles en el organismo humano puede ponerse de manifiesto a través de diversos test de amplitud de los movimientos articulares, también conocidos como «test posturales».
Los miles de pacientes que me han consultado me han permitido desarrollar y perfeccionar estos métodos. Todo lo que hoy sé lo he aprendido gracias a todas las personas que han jalonado mi carrera desde hace diez años.
Sin embargo, debo admitir que todo lo que mis pacientes me han permitido descubrir sobre electrosensibilidad ha sido a contracorriente. Las ondas y la contaminación electromagnética tal y como se las representa habitualmente, las que derivan de la tecnología moderna, de las antenas, los wifi, las líneas de alta tensión, etcétera, no son, en realidad, más que un elemento, uno de los factores de la problemática de la electrosensibilidad. La otra faceta es el efecto vibratorio de ciertos materiales.
Toda materia emite una radiación electromagnética. Aunque sea ínfima, esa radiación puede comportar problemas de salud en algunas ocasiones dramáticos. Algunos investigadores y médicos especialistas en electrosensibilidad han comprendido un aspecto de de estas interacciones. Algunos materiales metálicos actúan como antenas de los campos electromagnéticos, hasta el punto de aumentar ciertos problemas de salud en las personas electrosensibles.
Lógicamente, esos mismos especialistas aconsejan que se sustituyan las patillas de las gafas metálicas por patillas de plástico, las coronas metálicas por coronas de materiales no metálicos, o las amalgamas por composites. Estas recomendaciones, en principio justificadas, en realidad pueden empeorar el problema. De hecho no siempre son conscientes de que los materiales que eliminan pueden ser electrocompatibles, mientras que los sustituidos no. Es un error que se comete con la mejor de las intenciones, aunque perjudica al paciente, es peor para su salud.
• • •
Para muchas personas, incluso electrosensibles, el problema de las ondas se centra sobre todo en la telefonía, el wifi, los radares, las bombillas
de bajo consumo y todos los aparatos emisores. También podemos citar como captores/difusores de ondas las líneas de alta tensión, los transformadores o las líneas eléctricas ferroviarias.
Por ese motivo, muchas personas electrosensibles van por la vida con aparatos medidores para evaluar la naturaleza de su entorno electromagnético y utilizar esas mediciones para colocarse en el mejor lugar posible y mejorar su calidad de vida.
Siempre me sorprendo al constatar que no se entienda que ciertas informaciones electromagnéticas difícilmente mesurables y sospechosas también tenían un efecto nefasto sobre la salud. Pero aún me sorprende más ver que en el mundo de los terapeutas, en la medicina oficial y en las medicinas alternativas, estos fenómenos no se mencionan nunca o con muy poca frecuencia.
En homeopatía se sabe que las altas disoluciones son mucho más poderosas que las bajas. Y lo mismo ocurre con la electrosensibilidad. Los efectos vibratorios de la etiqueta de un vestido o de un brazalete sintético, a pesar de que parezcan insignificantes, pueden generar consecuencias importantes para la salud, mucho más que la presencia de móviles unos minutos al día y a unos centímetros de la oreja.
Las reflexiones que he querido plasmar en esta obra tienen como objetivo presentar al ámbito médico y al conjunto de electrosensibles esta realidad sorprendente que encuentra su origen en el examen de miles de pacientes que han constatado, todos (y digo todos) ellos, una mejora en su salud tras la puesta en marcha de esta aproximación que integra la dimensión vibratoria de los materiales bajo la forma de una electrosensibilidad inducida por interferencias electromagnéticas.
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Mi primer libro, Libérez-vous de ces matières parasites, describía, sobre todo, las consecuencias que tienen para el organismo los efectos vibratorios de ciertos materiales que los dentistas ponen en las bocas de la gente. Esas reconstrucciones protésicas constituyen lo que podríamos denominar factores de susceptibilidad a las ondas electromagnéticas. Se comportan como antenas, captan las ondas y devuelven un eco altamente perturbador.
Un gran número de electrosensibles, quimiosensibles e hiperelectrosensibles viene a mi consulta para pedirme ayuda. A menudo, las soluciones originales que propongo les permiten soportar mejor las ondas que nos rodean, y muchos pueden conseguir cierta calidad de vida.
Es cierto que muchas asociaciones centran todos sus esfuerzos en sanear nuestro entorno pero su obstinación se ve contrarrestada por nuestro modo de vida y nuestros hábitos, que facilitan la multiplicación de los contaminantes electromagnéticos. Por desgracia, no podemos esperar que la cosa cambie en breve.
Mientras tanto, un número creciente de personas sufre sin que les propongan soluciones eficaces, aunque las haya. éste es exactamente el objetivo de esta nueva publicación que presento.
Sin embargo, me he prometido no embarcarme nunca más en un proyecto como éste. Todas las horas que he pasado delante del teclado de mi ordenador para describir y formular las experiencias clínicas acumuladas durante todos estos años de práctica han sido una prueba muy difícil, larga y fastidiosa.
Me he imbuido en la escritura de este libro con todos los temores del mundo. Pero, como siempre, no se puede pasar de un no-deseo, de un no-querer, a la realización de un trabajo sin que exista un acontecimiento que desencadene la acción y te ponga en el camino que no querías tomar. Dicho acontecimiento tiene un nombre propio: Martine.
• • •
Todas las semanas me encuentro con decenas de pacientes con sus vidas arruinadas, sacudidos por problemas de bioincompatibilidad electromagnética. Esas personas han leído mi libro Libérez-vous de ces matières parasites o han visto el documental Les sacrifiés des ondes, de Jean-Yves Bilien con, entre otros, los profesores Montagnier y Belpomme. Me consultan, después de lo que han leído o de haber visto el documental y se preguntan si sus problemas de salud no estarán causados por lo mismo que se describe en ellos. Hay que decir que a menudo la respuesta es afirmativa.
Martine, una mujer suiza, vino a consultarme en el mes de marzo del año 2013. Esa tarde me quedé estupefacto con la historia de esta mujer de
cuarenta años y sus dos años de sufrimiento atribuidos a la colocación de un miserable puente en la boca. Los test practicados me permitieron confirmar que sus dientes eran los responsables de la pesadilla cotidiana que estaba viviendo.
La historia de Martine se distingue de las demás en que, desde que le pusieron el puente, en 2011, de inmediato comprendió que alguna cosa no iba bien en su organismo. Rápidamente constató su desgaste físico y lo atribuyó al estado de su boca. Entonces inició un interminable periplo en la consulta del dentista. Luego consultó a otros profesionales, a profesores, a médicos y a universitarios, y todo el mundo le decía lo mismo: «Todo está bien, el trabajo que le han hecho es perfecto, ya se acostumbrará, señora. Lo suyo es un problema psicosomático...».
Según todos esos profesionales, Martine no tenía metales en la boca. No era posible, por tanto, el extremo deterioro de su salud a causa de la prótesis. La pobre mujer acabó por ser conocida como «la loca». Martine ya no podía dormir, tuvo que dejar de trabajar y se resignó pensando que su tiempo se acababa...
No hay palabras para describir la angustiosa situación en la que se encontraba cuando la conocí. Cuando volvió a verme, unos días más tarde, a causa del desparasitado que tenía que realizar, el cámara al que contraté para filmar la operación se sintió también conmovido por el testimonio que oyó. Martine no llevaba ninguna prótesis metálica en la boca. Todas eran cerámicas, sintéticas o de resina. Los test revelaron que los problemas que tenía no eran tan solo de origen dental. La ropa que llevaba, las etiquetas de la ropa, las suelas de caucho de los zapatos, la bisutería con ámbar, todas esas cosas suponían un problema serio para su salud.
Electro y quimiosensible, Martine fue la gota que colmó mi vaso... porque mi vaso estaba ya a punto de rebosar, demasiado lleno de testimonios de todos esos pacientes que, debido a su electro o quimiosensibilidad, se ven confinados en una situación de extremo sufrimiento.
La increíble ignorancia, e incluso la negación del ámbito médico de esta problemática, me obligó a dar testimonio, en su nombre, presentando el resultado de mis reflexiones, completadas por la experiencia adquirida a través de los demás.


— I —
EL REFERENCIAL
ELECTROMAGNÉTICO
EN MEDICINA


CAPÍTULO 1
EL ELECTROMAGNETISMO,
GRAN AUSENTE
EN LA MEDICINA OFICIAL

«En ciencia, como en todas partes, la inercia intelectual, la moda, el peso de las instituciones
y el autoritarismo dan miedo».
HUBERT REEvEs

La medicina occidental es una medicina sintomática que se interesa más por las consecuencias que por las causas. Los médicos actuales están educados para responder de manera química a una extraordinaria diversidad de síntomas, la mayor parte de los cuales proceden de mecanismos fisiopatológicos bien elucidados por la medicina, pero que conforman –muchas veces equivocándose– un gran número de explicaciones autosuficientes. Este proceso no empuja a los pacientes a buscar las causas lejanas de sus males, de lo que suelen quejarse.
Por ese motivo, para un problema de cervicales, el médico, tras haber examinado al paciente, le recetará una pomada antiinflamatoria de uso tópico y, como mucho, una radiografía. Pero casi ninguno prestará atención a los dientes, los ojos o los pies, ni se interesará por los hábitos del paciente que le consulta... No obstante, todos ellos pueden ser, en muchos casos, la causa de una patología cervical. ¿A quién hay que creer?
A grandes rasgos, esta aproximación de la medicina actual puede ser calificada de «reduccionista», en contraposición con la aproximación «holística» que nosotros preconizamos.
Incluso los que adoptan esta aproximación global no suelen haber comprendido bien el papel que juega la electrosensibilidad en los proble-
mas de salud de los que se ocupan. Esto se debe, en gran parte, a que se niega la realidad en el mundo médico universitario y en el hospitalario, pero también, y hay que reconocerlo, por una notable incultura y una falta de curiosidad.
LAS ZONAS CIEGAS DEL REDUCCIONISMO
El establishment médico reacciona siempre con rigidez a todo lo que no salga de su propio seno. Una información novedosa e inesperada, que remueve los esquemas mentales tradicionales, se sale de la costumbre, de las creencias, de la comodidad intelectual. Tanto si se trata de congruencia cognitiva como de resistencia al cambio, cuando llega una idea nueva se tiende a ignorarla, rechazarla, anestesiarla... Se prioriza lo conocido frente al descubrimiento. Y la información inédita puede que no llegue a revelar su mensaje o lo haga muy tarde.
Me sorprendo al constatar el gran número de profesionales de la salud que se encuentran cerrados a todo lo que no forme parte de su formación inicial. Como si los conocimientos adquiridos fuesen inmutables para siempre, de manera irremediable y sin posibilidad de contestación.
Otro escollo es la especialización, que parcela los problemas provocando, en mi opinión, una forma de irresponsabilidad. Los responsables de un compartimento en raras ocasiones se sienten responsables del conjunto. Todo lo que no sea su especialidad no es su problema.
Las «medicinas alternativas» no están exentas de este reduccionismo y su parcialidad.
La aproximación holística, que debería ser prioritaria, a menudo se resume en una aproximación egocéntrica. Cada terapeuta quiere ayudar a su paciente empleando los métodos que ha adquirido durante su formación, más que nada porque no conoce otras formas. A menudo sus únicos conocimientos médicos se resumen en su formación universitaria. No puede haber aproximación global si se va por estos derroteros.
«Cuando sólo se tiene un martillo, todos los problemas se ven como clavos». Esta cita de Abraham Maslow ilustra a la perfección el comportamiento de los médicos y los profesionales de la salud en todas las formas de medicina posibles.
El martillo de la medicina moderna es la química, y eventualmente la mecánica. Para ellas, el electromagnetismo no existe. Y si alguna vez existe, es a través del calentamiento que puede ejercer sobre ciertos tejidos. Nada más. Se asemeja en cierto sentido con las microondas... Sin embargo, la problemática del electromagnetismo nada tiene que ver con este tipo de análisis.
Imaginemos un paciente que presenta dolores cervicales. Si en un primer momento acude a la consulta de un podólogo, tendrá derecho a unas plantillas. Si va al dentista le colocará una férula de descarga. Un oftalmólogo le pondrá gafas. Y un osteópata lo manipulará. Un traumatólogo le propondrá infiltraciones o le someterá a una intervención quirúrgica o a medicación. Esta descripción es un poco caricaturesca, es cierto, pero si lo pensamos con detenimiento, la realidad es así.
Por el contrario, lo que es verdaderamente cierto es que la problemática electromagnética ni siquiera será mencionada, ni contemplada, a pesar de las tensiones que provoca y de que suele ser la responsable de este tipo de patologías.
LA REALIDAD ELECTROMAGNÉTICA DEL CUERPO
En Estados Unidos, en uno de los informes del NIH (uno de los institutos nacionales de salud) se dice que el bioelectromagnetismo sostiene la química de una forma esencial, dado que las reacciones químicas están inducidas por fuerzas magnéticas.
En otro informe estadounidense, el IEEE (Institute of Electrical and Electronics Engineers) llevó a cabo un estudio de veinticinco años de investigaciones para comprender el funcionamiento de los mecanismos cibernéticos por los cuales las células armonizan su actividad. éstas utilizarían circuitos electromagnéticos específicos para transmitir información que estimularía a los circuitos químicos.
En la actualidad sabemos, de la manera más científicamente posible, que el cuerpo humano tiene una realidad eléctrica y magnética. Es también un sistema abierto a informaciones vibratorias, sometido a las influencias de su entorno electromagnético. Nuestro organismo funciona como si fuera un receptor de radio que puede «chisporrotear» cuando
las ondas que recibe son incoherentes con su propio sistema oscilatorio. Dichas informaciones electromagnéticas «disonantes», cuando son permanentes, cuando están presentes durante años –tanto si se emiten desde el interior del cuerpo, como ocurre en la boca, por ejemplo, como si provienen del exterior, como las ondas de la contaminación electromagnética o de materiales que llevamos encima–, pueden tener desagradables consecuencias para la salud. Y estas consecuencias insospechadas pueden ser graves, e incluso dramáticas.
El mundo sanitario no tiene derecho, ya entrado el siglo xxi, a ignorar esta realidad. Negarla, decir «no me lo creo», es un comportamiento irresponsable, por no decir arrogante, que encuentra su fundamento en un formateo cientifista que nada tiene de científico. Demasiada gente sufre porque todo lo que recibe por sus molestias es un guantazo desdeñoso
o condescendiente.
¿Por qué hablo de molestias cuando ciertos profesionales hospitalarios o universitarios dicen que no existe, que se trata de un punto de vista mental, de un placebo, de un problema psicosomático, de un problema mental, de ganas de llamar la atención...? Simplemente porque muchos estudios, desde hace decenios, exploran la dimensión electromagnética del cuerpo humano, ya se trate de la fisiología al completo o de algún órgano concreto o bien de ciertos grupos de células en particular.
En la actualidad, el peso de las pruebas científicas con respecto al papel del electromagnetismo en el funcionamiento de la materia viva está a punto de remover los cimientos de la medicina oficial.
Hace años que voy recibiendo a un gran número de pacientes que sufre este tipo de molestias. Los exámenes que he practicado no dejan lugar a dudas sobre el origen electromagnético de esos fenómenos dolorosos, de bloqueos, de interferencias. Recuerdo que esos exámenes proceden de una disciplina de la medicina oficial que se enseña en las universidades.
El problema de las facultades de medicina no es el espíritu de la duda,
o el rigor científico, o la mentalidad cartesiana. Estoy acostumbrado, en la asociación que presido, el Instituto Europeo de Posturología, a trabajar en grupo con un equipo de terapeutas como Thierry Brunel o Amer Safieddine y otros, que siempre me impresionan por su rigor intelectual. Lo que la medicina oficial denomina «charlatanería» no suele ser más que
el fruto de su propia ignorancia en materia de electrosensibilidad, de lo cual yo me ocupo.
Médicos franceses de renombre, diez o quince años por delante de sus colegas, avanzan también nuevas pruebas, irrefutables, sobre la realidad de la «enfermedad de la electrosensibilidad». Dichas demostraciones se apoyan en aproximaciones y procedimientos diferentes y pioneros.
Por otra parte, es interesante constatar en Francia que estos precursores suelen ser personas de cierta edad, con reputación, distinciones y carreras brillantes. ¡Como si necesitaran sus propias pruebas para permitirse innovar y osar lanzar opiniones disidentes para no sufrir la masacre de las instancias académicas! Sabemos que en el sistema sanitario francés se producen fuertes presiones para que los terapeutas no se salgan de la ortodoxia médica. Fuera del dogma, latigazo. ¡Deprisa, deprisa, que vuelva al redil!
En Les sacrifiés des ondes, un documental con la participación del profesor Belpomme y del premio Nobel de Medicina Luc Montagnier, muestro una paciente de fibromialgia que sufre la dolencia desde hace quince años y que recuperó su salud tras haberle retirado ciertos materiales de la boca. El realizador de la película, que asistió a este pequeño milagro, le pidió a mi paciente que regresara al servicio de urgencias al que solía acudir buscando alivio. Ella aceptó y solicitó que le explicaran cuál era su estado de salud unas semanas antes.
El personal médico constató la increíble mejora de su salud... Pero se negó a reconocerlo ante las cámaras.
Las múltiples experiencias con animales y las numerosas publicaciones científicas van todas en el mismo sentido. Pero Francia es una excepción. Los países de su entorno tienen ideas diferentes. Lo que se reconoce en Europa no parece reconocerse en Francia. ¿Acaso nuestros universitarios e investigadores son mejores o peores que los que nos rodean? ¿O es la fuerza de los lobbies de telefonía móvil la que es mejor?
EL «NEGACIONISMO» ELECTROMAGNÉTICO DEL ESTADO
Me gustaría explicar una anécdota muy reveladora de lo que hoy se denomina conflicto de intereses. La diputada ecologista Laurence Abeille hizo un proyecto de ley para prohibir el wifi en las escuelas y guarderías,
partiendo del principio de que los cerebros inmaduros de los pequeños, todavía en formación, podían verse alterados por las ondas. «Hay que ir en este sentido –dijo–. La legislación contempla el principio de la precaución, de manera que hay que imponer las restricciones pertinentes para, sencillamente, proteger a la gente».' No se puede tener más sentido común.
Un profesor de la Academia de Medicina, experto en la cuestión electromagnética, afirmó lo siguiente: «¡Qué ridiculez! Esas radiofrecuencias provocan calentamientos ínfimos, no hay razón alguna para semejante medida. El consejo científico de la comisión europea dice lo mismo que yo, y las academias de ciencias y de medicina también aseguran lo mismo ¡Ya está bien! Esa propuesta no es científica, es una opinión absurda de alguien claramente manipulado».2 El espectro de la manipulación mediática sale a la luz...
Una rápida búsqueda nos demuestra que este brillante profesor, miembro del Consejo Superior de Higiene Pública de Francia (CSHPF) también pertenece al consejo de administración de EDF (representando al estado francés) y ha participado en el Consejo Científico de Bouygues Telecom y en la Asociación Francesa de Operadores Móviles (AFOM)... Por lo menos se puede poner en duda la independencia de sus opiniones. ¿Su respuesta a Laurence Abeille está formulada en el sentido del interés general? ¿O por otras consideraciones que favorecen sus múltiples relaciones institucionales? ¿No dicen que no hay que morder la mano que te da de comer?
Lo mismo ocurre con Fleur Pellerin, brillante enarca presionada por el gobierno Ayrault en el desarrollo de la economía numérica. La propuesta de ley de Laurence Abeille contiene, según ella, «cositas propias de miedos irracionales», que dan «un peso jurídico a la peligrosidad de las ondas radioeléctricas mientras que esa peligrosidad no está científicamente demostrada».3 ¿Una opinión brillante? ¿O mediatizada por la industria de la telefonía?
El 30 de enero de 2013, es decir, un día antes de la sesión pública del proyecto de ley de Laurence Abeille sobre la limitación de la exposición a las ondas, Fleur Pellerin estuvo presente a las 18:30 horas en la «Fédération Française des Télécoms». «El gobierno está particularmente alerta sobre las presiones jurídicas y operacionales que podrían ralentizar su despliegue. Mañana, ya lo saben, los diputados examinarán, en sesión pública, un proyecto de ley que limite de manera importante las emisiones de las antenas de telefonía móvil. Mañana, en los bancos de la Asamblea, asumiré plenamente mis responsabilidades como ministro de las Telefónicas y diré la verdad en lugar de agitar miedos irracionales», declaró.4
La opinión de Fleur Pellerin sobre los «miedos irracionales» está tan fuera de lugar que se contradice con las conclusiones del AFSSET, la Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria del Entorno y del Trabajo que, en 2009, reconoció la existencia de efectos incontestables, y recomendaba, en consecuencia, la reducción de la exposición a las ondas de telefonía móvil en la medida de lo posible.
En 2009, por citar otro ejemplo, la ministra de sanidad Roselyne Bachelot prometió «un gran estudio» sobre electrosensibilidad. Uno de los profesores que participaban en este estudio, jefe del servicio de patología profesional del hospital Cochin, relacionó, en un informe parlamentario, la electrosensibilidad con una reacción de «defensa mental» sin relación alguna con las ondas recibidas.5 En este estudio, el profesor dio la palabra a un sociólogo, que insistió en la dimensión «mítica» de la enfermedad de las ondas. Un psiquiatra presentó la terapia comportamental como respuesta médica a esta «desviación» mental. Incluso un periodista denunció «la moda» de la electrosensibilidad en los medios de comunicación.6
Para el colectivo de los electrosensibles, con tales argumentos, quedó claro que eran carne de cañón.
EL ARGUMENTO PSICOSOMÁTICO
El entorno evoluciona. Así, nada tiene que ver el actual con el de hace cincuenta años. Hay enfermedades nuevas, a menudo llamadas emergentes, que en ocasiones parece que salgan de la nada. Pero también podemos hablar de enfermedades de civilización. Pero como todo esto ocurre con mucha rapidez, comprendo que el mundo médico tarde en reaccionar. Los médicos, en su mayor parte, saben que está pasando algo nuevo con la salud de la población.
Ciertas patologías como la fibromialgia no están obteniendo la respuesta apropiada. A menudo desarmados, en lugar de afirmar «no tengo ni idea de esto» se limitan a repetir la misma cosa, una palabra que vuelve sistemáticamente a sus bocas como las notas de una melodía insistente: «es psicosomático». O, como los sabios de Roselyne Bachelot, hablan de «desviaciones mentales».
Cuestión emocional y efecto placebo son comodines, respuestas que valen para todo aquello que los médicos no consiguen entender. A partir de ahí, la conclusión está lista, lo mismo que la respuesta, no hay nada que buscar ni investigar. Sin embargo, los pacientes no se curan ni mejoran. Es muy grave. Cuando hablo de mi actividad con mis otros amigos médicos, suelo escuchar la misma cantinela acompañada de una sonrisita arrogante: «Yo es que soy cartesiano». Como si ser cartesiano fuese un sinónimo de inteligencia, seriedad y sabiduría. Es una respuesta de autoridad. La respuesta adecuada a todo lo que no conviene. Una respuesta llena de desprecio que da a entender al interlocutor que es un ignorante o un charlatán.
A esos médicos, amigos o no, les respondo con una cita del mismo Descartes: «Para llegar a la verdad hay que deshacerse, al menos una vez en la vida, de todo lo aprendido y reconstruir el sistema de conocimientos». Como vemos, estamos aún muy lejos de un cientifismo cerrado y estanco, como se cree erróneamente, usando el argumento del «cartesianismo».
Cuando entro en una biblioteca me atrae la visión de esos miles de libros que reposan en sus estanterías, y siento no que no sé nada. El conocimiento y la cultura son un vasto terreno en el que todo lo que uno puede conocer a título individual es como una gota en un océano fabuloso. El mundo del conocimiento médico es así de inmenso. Engloba la física
newtoniana, la mecánica cuántica, la biología, la fisiología, la mecánica, la anatomía, etcétera. Es una cuestión de perspectiva y de integración de todos sus conocimientos.
A partir de ahí, no creo que un terapeuta deba sentir vergüenza de decirle a su paciente «no sé qué le pasa». No puede sentir vergüenza de que otros sepan y comprendan cosas que nosotros desconocemos. Y ello no los convierte en charlatanes. ¡A lo mejor es que se avanzan a sus propios conocimientos!
UNA NUEVA VISIÓN DE LO VIVO
El paradigma de la medicina oficial se apoya en una visión esencialmente química y bioquímica de las ciencias de la vida. Desde hace mucho tiempo, numerosos físicos intentan advertir a los biólogos anunciando que muchos de sus conceptos básicos están ya obsoletos. El conjunto de investigadores hospitalarios y universitarios no han integrado la revolución cultural epistemológica, abierta por la física de ondas, de las energías. Siguen medrando en su antiguo mundo. La mayoría interpone un verdadero muro ante las ideas nuevas que, sin embargo, proceden de la ciencia fundamental. Es verdad que la visión puramente química del funcionamiento de la salud ofrece un interés económico más que evidente para el conjunto del sistema financiero implicado en lo que yo denomino «la industria de la enfermedad».
También es cierto que es difícil, y casi imposible para un científico, reconocer que los cimientos conceptuales sobre los que ha construido toda su carrera están, si no obsoletos, por lo menos incompletos.
La onda dirige la partícula
Con una visión antigua, la vida se percibe como una suma de funciones. Como una cómoda llena de cajones diferentes. Cada tirador tiene su especialista: cardiólogo, podólogo, dentista, oftalmólogo, endocrinólogo, etcétera. Cada tirador es independiente y no quiere saber nada de lo que le pase a un cajón de arriba, de abajo o de al lado. La observación de
ciertos fenómenos proporciona pruebas de la existencia de otro hilo conductor diferente al de la química.
Albert Szent-Gyorgyi, galardonado con el premio Nobel en 1968, afirmó: «Estoy del todo convencido de que nunca estaremos en disposición de comprender la esencia de la vida si nos limitamos al nivel molecular [...]. Una sorprendente sutileza de reacciones biológicas tiene lugar gracias a la movilidad de los electrones, y no puede explicarse si no es a partir de las posturas de la mecánica cuántica».
¿Qué hacer para que los médicos y demás especialistas de la salud reflexionen pensando en una eventual electrosensibilidad de sus pacientes en el caso de ciertas patologías o de algunos síntomas difíciles de clasificar?
Cuando vamos a tomar el automóvil a un parking y pulsamos el botón para abrir las puertas, es una señal electromagnética la que transmite nuestra solicitud.
Cuando hacemos esquí y vamos al telesilla, es la señal electromagnética que hay en el forfait la que afirma que estamos preparados.
La tecnología moderna se sirve del principio de las emisiones vibratorias para innumerables aplicaciones en todos los ámbitos. ¿Por qué, entonces, es tan difícil hacer entender al mundo de las ciencias de lo vivo que un organismo humano puede ser también sensible a señales de esta naturaleza? Quizá se deba a que este mundo nuestro, instalado en sus viejos principios y certidumbres, no comunica con el mundo dinámico y creativo de las ciencias físicas. Las diferentes disciplinas del mundo científico, encerradas en su particularismo, no suelen comprender el enriquecimiento que supondría una buena comunicación entre ellas.
Sin embargo, los hechos están ahí. Miles de personas les dicen «poneos de acuerdo, escuchad nuestro sufrimiento» y sólo reciben el eco de un silencio perturbador.
Pero algunos médicos de renombre han comprendido la realidad de esta enfermedad: «La excesiva liberación de radicales libres de las moléculas reactivan los derivados del oxígeno que se combinan con el ADN, los lípidos y las proteínas de nuestras células, causando estragos. Dichos estragos existen, efectivamente, en personas que se ven expuestas a radiaciones electromagnéticas. Es un efecto que no se percibe, pero que existe, y que, a la larga, puede provocar daños cerebrales o causar cáncer. Hay estudios con animales, particularmente uno italiano con ratas, que demuestran que si éstos se exponen a
una radiación electromagnética continua, desde su concepción –a través de la madre rata– con, además, una pequeña radiación ionizante, multiplican el número de cánceres. Por tanto, se trata de un fenómeno completamente objetivo».
(Pr. MONTAGNIER, del documental Les Sacrifiés des Ondes)

ÍNDICE

Prefacio 9
Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Introducción 17
I. EL REFERENCiAL ELECTROMAGNÉTiCO EN MEDiCiNA 25
1. El electromagnetismo, gran ausente en la medicina oficial 27
Las zonas ciegas del reduccionismo 28
La realidad electromagnética del cuerpo 29
El «negacionismo» electromagnético del estado 31
El argumento psicosomático 34
Una nueva visión de lo vivo 35
2. La señal electromagnética del profesor Luc Montagnier 39
Emisiones electromagnéticas de las bacterias 40
Repercusiones en cascada 43
¿Qué relación tiene esto con mis investigaciones? 45
3. Protejamos a los niños 47
Hechos que interpelan 53
El estrés celular oxidativo y el epigenoma: una revolución
conceptual 55
Proteger a la madre y al hijo 56
4. Lo fundamental 59
La materia está constituida por átomos 60
La luz es un rayo electromagnético 60
La espectroscopia permite analizar la materia 61
La importancia de nuestro entorno 63
II. LA ELECTROSENSiBiLiDAD EN TODAS SUS FORMAS 65
5. ¿Cómo reconocer la electrosensibilidad? 67
Electrosensibilidad o quimiosensibilidad 68
El cuadro clínico 69
La fibromialgia, ¿enfermedad de la electrosensibilidad? 72
Interferencias debidas a gafas, materiales en la boca o la ropa 72
La relación con los metales pesados 75
El caso del mercurio 76
6. Los factores de susceptibilidad a las ondas
electromagnéticas 85
Parámetros de acción 86
Los dientes 91
Las amalgamas dentales a base de mercurio 92
La ropa 97
Las etiquetas 98
Los colchones 100
Los cosméticos 101
Los dispositivos intrauterinos 101
Las gafas 102
Los espejos 106
7. Dos aproximaciones clínicas a la electrosensibilidad 109
La aproximación científica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
La aproximación experimental 112
La observación experimental 114
8. Fibromialgia o electromialgia 121
¿Has dicho... idiopática? 122
Priorizar el test por la postura más que por el dolor 124
Sustancia p, serotonina y electromagnetismo 125
¿Desparasitarse para encontrarse mejor? 126
¿Y después? 128
III. ABoRDAR LA ELECTRosENsIBILIDAD EN PosTuRoLoGÍA 131
9. La postura, una integración en movimiento 133
Homo erectus 134
El efecto dominó 136
10. Practicar los test posturales 139
Protocolo previo 139
Los diferentes test 142
¿Cómo evaluarlos? 145
Nuestro cuerpo es una antena 147
IV. CoNTRoLAR LAs oNDAs 149
11. Soluciones para la vida cotidiana 151
Sistemas EMF Bioshield 152
Las piedras 153
Las plantas 157
Homeopatía DSTH 162
La música 162
12. La electrización y la toma de tierra del cuerpo 165
Los beneficios de «conectarse a la tierra» 166
La alerta de peligro eléctrico del doctor Maschi 166
Mis experiencias con la toma de tierra 168
¿Una buena toma de tierra? 169
13. Por un hábitat electrosano 171
Un tour por la casa 172
Cómo protegerse de la radiación externa 174
La corriente eléctrica, primera fuente de contaminación
interior 177
La toma de tierra es esencial 178
Anexo. Conclusión 183
Compilaciones de publicaciones científicas sobre el efecto
de las ondas en los seres vivos 193
Reproducción 197
Corazón 199
Tumores 201
Niños, actividad cerebral 206
Diversos 210
Efectos en animales 213
Posfacio 223
Bibliografía 227

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