La fuente de la salud (Dra. Padma Solanas Noguera | Carles H. Bárcena | Dra. Montserrat Noguera Fusellas) Ed.. Paidós.

La fuente de la salud

Referencia: 9788449331282
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Una aproximación a la medicina integrativa

Descubre cómo alcanzar una salud duradera a través de la alimentación y los hábitos de vid

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La fuente de la salud está escrito desde el punto de vista de la medicina integrativa, que parte de la medicina naturista clásica e incorpora los valores de la llamada medicina biológica, al tiempo que integra los conocimientos tanto diagnósticos como terapéuticos de la medicina convencional.
Este libro es una invitación a asumir un reto en el que nos va la salud y la vida. Sólo existe una medicina, la que está al servicio de las personas, aunque puede enfocarse desde diferentes puntos de vista. Hablamos de medicina integrativa y no de medicina alternativa, ya que lo expresado en este libro no es alternativa a nada, sino integración de todo aquello que pueda revertir en la salud del ser humano, venga de donde venga.

La Dra. Montserrat Noguera Fusettas

es licenciada en Medicina y Cirugía (1979). Formada en distintas disciplinas médicas, tanto en nuestro país como en el extranjero, es una de las pioneras en España de las medicinas complementarias. Fundadora y directora del Centro de Medicina Biológica de Barcelona desde su fundación, el año 1985, hasta nuestros días. Es profesora en diversos másteres y posgrados impartidos en diferentes universidades españolas.

La Dra. Padma Sotanas Fusellas

 es licenciada en Medicina y Cirugía (2010). Máster en Terapia Neural y Odontología Neurofocal así como en Posturología. Ejerce como médico en el Centro de Medicina Biológica de Barcelona, del cual es coordinadora.

Carles H. Bárcena

es periodista, escritor y traductor de poesía sufí árabe y persa. Autor de diversos libros, entre ellos Sufismo (2012) y Perlas sufíes. Saber y sabor de Mevlânâ Rûmî (2015), colabora con diferentes universidades tanto españolas como extranjeras.

  • 256 páginas
  • Formato: 15,5 x 23,3 cm.

Sumario

Presentación      11
Introducción. La medicina, el arte de conservar la salud    15

PRIMERA PARTE. EL ECOSISTEMA DEL
CUERPO HUMANO     21
1. El organismo como un todo     23
2. Vis medicatrix naturae o la fuerza curativa
de la naturaleza     27
3. El sistema básico de Pischinger     35
4. La psiconeuroendocrinoinmunología (PNEI)      43
5. Inflamación, oxidación y radicales libres     49
6. Las zonas reflejas del cuerpo humano     53
La reflejoterapia podal      54

SEGUNDA PARTE. FUNDAMENTOS DE LA SALUD . . 61
7. Alimentación y nutrición     63
Los alimentos y el proceso digestivo      66
Los nutrientes      69
El alimento como medicina      84
No existe la dieta ideal      85
La dieta, una cuestión individual      88
Alimentación y cáncer     89
«De nada, demasiado»      92
Comer menos y mejor     95
El intestino, el «segundo cerebro»      97
Candidiasis intestinal      100
El problema de los lácteos      102
El embudo alimentario      105
Bueno para comer      108
Somos lo que sembramos      111
Hábitos alimentarios: saber comer     113
Y del estreñimiento, ¿qué decir?      117
Preparación de los alimentos      119
Complementos alimenticios      121
El valor terapéutico del ayuno      134
8. Hidratación      141
¿Es necesario consumir agua fluorada?      143
Un dilema: ¿agua del grifo o agua embotellada?      145
9. Actividad física y deporte     149
El placer de correr      155
Endorfinas, las hormonas de la felicidad     158

SEGUNDA PARTE. FUNDAMENTOS DE LA SALUD . . 61
7. Alimentación y nutrición     63
Los alimentos y el proceso digestivo      66
Los nutrientes      69
El alimento como medicina      84
No existe la dieta ideal      85
La dieta, una cuestión individual      88
Alimentación y cáncer     89
«De nada, demasiado»      92
Comer menos y mejor     95
El intestino, el «segundo cerebro»      97
Candidiasis intestinal      100
El problema de los lácteos      102
El embudo alimentario      105
Bueno para comer      108
Somos lo que sembramos      111
Hábitos alimentarios: saber comer     113
Y del estreñimiento, ¿qué decir?      117
Preparación de los alimentos      119
Complementos alimenticios      121
El valor terapéutico del ayuno      134
8. Hidratación      141
¿Es necesario consumir agua fluorada?      143
Un dilema: ¿agua del grifo o agua embotellada?      145
9. Actividad física y deporte     149
El placer de correr      155
Endorfinas, las hormonas de la felicidad     158
10. La respiración, un soplo de aire fresco     
Aprender de los gatos y de los bebés     
11. Sueño y descanso    
Hábitos para dormir bien    
El problema de las apneas    
12. Salud emocional o cómo tener un centro     
Cultivar el silencio interior     

TERCERA PARTE. CAMPOS INTERFERENTES    
13. Diagnóstico y tratamiento de los campos
interferentes    
Electroacupuntura de Voll (EAV)    
Terapia neural y odontología neurofocal     
CUARTA PARTE. TÓXICOS AMBIENTALES    
14. Herbicidas, insecticidas y pesticidas     
El DDT y el lindano    
La acción de los pesticidas     
15. Disruptores endocrinos     
El bisfenol A (BPA) y los ftalatos    
Los parabenes     
16. El formaldehído y otros tóxicos dentro de la casa . .     
Detergentes y otros productos de limpieza     

Presentación

El libro que el lector tiene en sus manos habla de la fuente de la salud, que no es otra cosa que la fuente de la vida. Dicha fuente de la salud está íntimamente relacionada con la vis medicatrix naturae, esto es, la fuerza curativa de la naturaleza, un concepto que proviene de la antigua medicina griega, aunque está presente también en otras tradiciones médicas universales, que convendría recuperar a fin de cobrar conciencia del tesoro que la vida ha depositado en nosotros. Dicho de otro modo: la naturaleza es el gran médico y el hombre lo lleva consigo en su interior.
Somos nuestra propia medicina, si bien lo ignoramos o lo hemos olvidado. Y ya se sabe, recordar algo olvidado no es una tarea sencilla, requiere muchos pasos y algunos de ellos pueden resultar sinuosos. Pero ahí radica, justamente, uno de los mayores retos que tenemos como seres humanos: descubrir, o más bien redescubrir, y disfrutar dicha maravilla que, en sí, no nos pertenece, aunque tenemos la responsabilidad de cuidarla, lo cual requiere tiempo y entrega, algo cada vez más difícil en una
época tan acelerada como la que nos ha tocado en suerte vivir. Y es que la vida del hombre moderno ha llegado a ser como la de un hámster, que corre incesantemente sobre una ruedecilla sin poder detenerla ni apearse de ella.
Decía el sabio sufí Rumi (1207-1273): «En tu interior existe una gran fuerza vital, ¡descúbrela!». Este libro pretende ser una invitación a asumir un reto en el que nos va la salud y, por consiguiente, la vida. En efecto, todo cuanto contienen estas páginas nos invita a vivir en armonía con las fuerzas activas de la vida, que son el fundamento de la salud y del bienestar.
Sólo existe una medicina, la que está al servicio de las personas, por bien que ésta pueda enfocarse desde distintos puntos de vista e incluso desde perspectivas culturales diferentes. Respecto a la salud no se puede, y tampoco se debe, ser absolutista. De hecho, respecto a nada se debe ser así. Y es que hay que huir de los absolutismos siempre, y más aún en el ámbito médico. Por eso hablamos de medicina integrativa y no de medicina alternativa. Lo que se recoge en el presente libro no es una alternativa a nada, sino la integración de todo aquello que pueda revertir en la salud del ser humano, venga de donde venga, lo diga quien lo diga.
Nuestra visión de la medicina integrativa arranca, pues, de la constatación de la complejidad de la vida y del ser humano, y de que dicha complejidad no se deja englobar bajo una sola perspectiva. Así, la medicina integrativa, tal como nosotros la concebimos, parte de la medicina naturista clásica e incorpora los valores de la llamada medicina biológica, al tiempo que se completa con los conocimientos tanto diagnósticos como terapéuticos de la medicina convencional.
Este libro va dirigido al público en general, con un nivel cultural medio, aunque estamos convencidos de que su lectura
también puede resultarle muy beneficiosa a los profesionales de la salud, ya que hallarán en él elementos sin duda alguna provechosos para su praxis diaria.
Vaya, por último, nuestro más sincero agradecimiento a todos aquellos que de una u otra forma nos han enseñado algo, a lo largo de los años, acerca de este maravilloso arte de preservar la salud que es la medicina. También queremos dar las gracias a los pacientes que han confiado en nosotros durante todo este tiempo: han sido nuestro mejor libro de texto, así como un estímulo constante a la hora de afrontar nuestra difícil aunque apasionante profesión. Es de justicia, igualmente, agradecer a nuestras familias todo su afecto y apoyo.

 

 

IntroducciónLa medicina, el arte de conservar la salud

La medicina es el arte de conservar la salud y, eventualmente, de curar la enfermedad ocurrida en el cuerpo.
AVICENA (980-1037)

El aumento general de la esperanza de vida, que ahora se sitúa entre los setenta y los ochenta años, ha sido espectacular en los últimos cien años, gracias, fundamentalmente, a las mejoras de las condiciones higiénicas y a las intervenciones sanitarias en forma, por ejemplo, de antibióticos. Y es que, como decía el filósofo catalán Raimon Panikkar, a quien tuvimos el placer y el honor también de tener como paciente —¡y amigo!— en el último tramo de su vida, la medicina constituye uno de los frutos más positivos de la civilización contemporánea.
Según ello parecería que la finalidad de la ciencia médica no es otra que alargar la vida de las personas tanto como sea posible, o lo que es lo mismo, luchar con denuedo contra esa realidad inexorable que es la muerte. Pero no existe la juventud eterna. Envejecer no es una enfermedad de la que haya que curarse, sino, justamente, un signo de salud. Envejecemos porque estamos vivos. Sin embargo, los avances de la medicina son tan gigantescos que la paradoja es que ¡ya no estamos seguros de nuestra propia muerte!
Sin embargo, no creemos que las cosas sean exactamente así, o no del todo. A veces, la tarea del médico, o al menos tal como nosotros la concebimos, consiste en recordar lo obvio y lo cercano, pero a menudo olvidado. Todos los seres vivos nacemos y morimos. Es ley de vida, y no porque la epidemiología enseñe que cuanto nace ha de morir. Nuestro objetivo, creemos, no debería ser vivir mucho, al menos no a cualquier precio, sino vivir bien lo que tengamos que vivir, porque lo cierto es que nacemos, se dice, con las respiraciones contadas. Pero nuestra fascinación por la cantidad, uno de los signos de los tiempos que corren, nos hace perder de vista con demasiada frecuencia la importancia de la cualidad de las cosas.
Además, no está tan claro que la intervención de los médicos alargue nuestra vida y/o nos ayude a vivirla mejor. En ese sentido, quienes nos dedicamos a la práctica médica pecamos de una cierta arrogancia. La medicina no lo puede todo. Al fin y al cabo, la medicina sólo puede curar las enfermedades curables. En ese sentido, el principal objetivo de la medicina ha de ser evitar la mortalidad innecesariamente prematura y sanitariamente evitable. En cualquier caso, el hecho es que se puede vivir muchos años sin apenas cuidados médicos, como lo corroboran algunos datos incontestables. Piénsese, por ejemplo, que la tercera causa de muerte en Estados Unidos no es otra que la propia actividad sanitaria, algo extensible a otros países. ¿Acaso tendrá razón el científico alemán Robert Koch (1843-1910) al decir que cuando un médico va detrás del féretro de su paciente, la causa sigue al efecto? Y es que, por desgracia, el remedio es, a veces, peor que la enfermedad.
No debemos dejar nuestra salud en manos del médico, del mismo modo que es responsabilidad del médico hacernos partícipes de nuestra propia salud. Toda persona posee un compro-
miso con su salud y bien-estar, pero también con su enfermedad y mal-estar. En otras palabras: la llave de la salud está en nuestras manos. Es probable que la longevidad esté íntimamente relacionada con la constitución genética, pero también lo está con una dieta frugal y equilibrada, con la actividad física intensa y el sueño reparador, con un cierto gozo de vivir y con la participación activa en nuestra sociedad, algo así como sentirse responsables y partícipes de lo que nos rodea. Según los estudios clínicos de que disponemos, estar retirado de la vida activa no parece ser una buena manera de alcanzar una edad avanzada. En resumen, antes que sujetos pacientes hemos de ser sujetos activos de nuestra propia salud. En ese sentido, los mejores médicos del mundo son el doctor dieta, el doctor deporte, el doctor reposo y el doctor alegría.
Pero aún hay algo más y no menos importante. Los mecanismos de la vis medicatrix naturae o fuerza curativa de la propia naturaleza, de la que hablaremos con mayor extensión más adelante, son los verdaderos responsables de que la mayoría de enfermedades se curen solas, un motivo más para que quienes ejercemos la profesión médica lo hagamos con y desde la humildad. La vida genera vida. He ahí uno de sus más preciados dones, una de sus maravillas. Y todo ello es, en definitiva, la fuente de la salud, a la que alude el título de nuestro libro, que no es sino la capacidad de generar y regenerar vida que posee la propia naturaleza. En ese sentido, nuestra labor como médicos, pero también como pacientes, es no ponérselo demasiado difícil a dicha vis medicatrix naturae y colaborar con ella para que pueda ejercer su acción benéfica y regeneradora sin cortapisas. Por ello, y no por otra razón, afirmamos, no sin la debida humildad, que somos nuestra propia medicina.
Nos equivocamos del todo cuando pretendemos controlar
nuestro organismo forzándolo a obedecer mediante fármacos en lugar de procurar utilizar los propios mecanismos de los que éste dispone para sanarse, en otras palabras, la vis medicatrix naturae. Con dicha actitud un tanto prepotente y ciega nos estamos destruyendo a nosotros mismos, del mismo modo que estamos destruyendo la naturaleza, nuestro hábitat natural, y la propia vida. Preservar la fuente de la salud, y por tanto la fuente de la vida, depende de cada uno de nosotros.
Es imprescindible, así pues, ser activos ante la propia salud y la enfermedad; en definitiva, ante la vida. «Más vale prevenir que curar», reza el refrán. Las personas no sólo han de ser responsables adoptando hábitos saludables, sino que deben compartir con el médico la responsabilidad de la elección y aplicación de la terapia cuando existe una enfermedad, una vez informados acerca del alcance del trastorno y de las implicaciones de su tratamiento, dado que dicha actitud participativa activa y moviliza los mecanismos naturales de recuperación de la vis medicatrix naturae. Dicho de otro modo, querer curarse también cura.
El principio fundamental de toda actividad médica es el llamado «Primum non nocere», o lo que es lo mismo, «Lo primero es no dañar», atribuido a Hipócrates de Cos (c. 460-c. 370 a. C.), médico griego que vivió cuatro siglos antes de nuestra era, considerado el padre de la medicina occidental. Dicho principio, que debiera ser irrenunciable, aunque por desgracia no siempre lo es, ha de estar presente a la hora de tomar cualquier decisión sobre la prescripción de medicamentos, la realización de pruebas diagnósticas e, incluso, cuando se trata de aconsejar acerca de cuestiones dietéticas y complementos alimenticios. Es un deber del profesional de la medicina no medicalizar —valga la expresión— la vida de la persona, ni tampoco amedrentarla
porque todos los parámetros de un análisis o una exploración no estén dentro de la más estricta normalidad, puesto que hay variaciones particulares dentro de la propia normalidad. Es decir, no debemos enfermar a las personas sanas y no debemos hacer que se sientan enfermos quienes gozan de salud.
Igualmente, todos, médicos y pacientes, debiéramos ser conscientes de que el riesgo cero no existe, como tampoco existen las enfermedades, hablando con propiedad, sino los enfermos, con todas las especificidades propias de la singularidad humana. Es sólo nuestro afán clasificatorio, un vicio tan occidental, el que nos hace ver enfermedades donde, en definitiva, no hay sino personas enfermas, puesto que nadie es igual que nadie.
A la hora de tratar a las personas enfermas, teniendo en cuenta sus rasgos idiosincráticos, procuramos siempre ir a la raíz del trastorno, tratando de corregir las causas, no los efectos, es decir, los síntomas externos de algo que posee una realidad mucho más profunda. Es así, corrigiendo las causas y no los síntomas solamente, como se disminuyen las recidivas y se previenen muchas otras enfermedades.
La naturaleza tiene sus tiempos, pero nosotros, hijos de una civilización acelerada caracterizada por la prisa y la inmediatez, no disponemos de tiempo y, en consecuencia, tampoco de paciencia. Lo queremos todo y lo queremos ahora. Uno de los rasgos más característicos de la mentalidad tecnológica dominante, que es la nuestra y la que tratamos de imponer a todo el mundo —si es que no hemos conseguido imponérsela ya—, consiste en la preocupación por buscar respuestas inmediatas antes de adoptar la actitud de cuestionarse acerca de las causas de los problemas y resolverlos, algo que en el ámbito de la medicina resulta fatal. Somos de la opinión de que el médico tiene una importantísima labor educativa que hacer, a condición de que el propio médico sea consciente de la cuestión que estamos planteando, cosa que, lamentablemente, no siempre sucede. Sea como fuere, se trata de transmitir el principio según el cual la solución de un problema, en este caso la curación de una enfermedad, no es tanto su respuesta como la disolución de la cuestión. En otras palabras: no se trata de borrar los síntomas externos de una enfermedad, sino de ir a su raíz. Ése es, a nuestro juicio, el verdadero arte de curar y de preservar la salud del que se habla en el juramento hipocrático al que todo médico debe ser fiel.
La vida es un milagro que está más allá, mucho más allá, de nuestra comprensión. La vida es una maravilla inabarcable. En ese sentido, quien se atreva a penetrar profundamente en sus misterios —por ejemplo, el médico dedicado al estudio del cuerpo humano— quedará perpetuamente sin respiración por el asombro ante tanta maravilla. En resumen, del misterio de la vida sabemos poco, muy poco, casi nada, porque no es posible la plena comprensión de este fenómeno. Por eso hay que vivir sin pretender entender lo que no es comprensible para el ser humano —una actitud de la que sólo se deriva sufrimiento y angustia—, pero, no obstante, dándonos cuenta de ello.

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