Dientes sanos vida sana, Juan Carlos Mirre & Paula Mirre. Ediciones I

Dientes sanos vida sana

Referencia: 9788494562884
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Autosanación dental

¿Dentista? ¡No, gracias!

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Cada vez hay más dentistas, más clínicas dentales, más sofistica­dos dentífricos y cepillos, hilos dentales y colutorios... y más caries. Los odontólogos insisten que para conservar la dentadu­ra basta con una buena higiene dental, y sin embargo a pesar de nuestros esfuerzos, todos sabemos que en la próxima visita nos encontrarán nuevas caries para perforary rellenar.

Todo el actual tinglado médico-cosmético se basa en una teoría errónea: la placa dental. Este paradigma se fundamenta en el principio de que nuestros dientes y nuestra saliva no sirven para nada. No tenemos defensa frente a las voraces bacterias, solo los profesionales del taladro son capaces de prolongar por unos pocos años el inevitable final: la pérdida de nuestra dentadura. Sin embargo, hay muchos pueblos y muchas culturas en el mundo cuyos integrantes jamás se han cepillado los dientes, y apenas tienen piezas careadas. Y resulta que cuando se les ha estudiado, se ha encontrado que su excelente salud dental se debe a su dieta natural; es decir, una alimentación que no inclu­ye ni azúcar ni ningún otro alimento procesado industrialmente. Pero lo más grave que la odontología oficial ignora o silencia, es que nuestros dientes están vivos y tienen mecanismos de defen­sa y regeneración. Son varios los científicos que hace años demostraron que por los túbulos de la dentina circula el fluido dentinal, encargado de mantener nuestros dientes vivos, sanos y mineralizados, a prueba de cualquier bacteria.
¿Entonces qué hacer para evitar al dentista y mantener una dentadura sana? Pues lo mismo que se aconseja para evitar todo tipo de enfermedades: una dieta basada en alimentos naturales no procesados, no industrializados. Lo mismo que comían nuestras abuelas.

Juan Carlos Mirre

El profesor Juan Carlos Mirre es Licenciado en Ciencias Naturales por la Universidad de Buenos Ai­res y doctorado por la Sorbona de París. Ha dedicado muchos años a las Ciencias de la Tierra y la conser­vación del medio ambiente, así como al estudio de la biología y en especial a su relación con los minerales presentes en los suelos de nuestro planeta.
Formado en Naturopatía, Homeopatía y Medi­cina Tradicional China, imparte cursos sobre terapias naturales y colabora en distintos medios periodísticos divulgando las últimas investigaciones científicas so­bre la importancia de los minerales para el manteni­miento de una buena salud. En sus artículos y cursos destaca la importancia de los métodos biológicos na­turales para el tratamiento de diversas enfermedades.

Paula M. Mirre

es Licenciada en Ciencias del Mar por la Universidad de Vigo y ha dedicado varios años a la investigación sobre ecología y conservación de las tortugas marinas, tanto en la Universidad Fede­ral de Paraná en Brasil como en el Instituto Canario de Ciencias Marinas. También ha participado activa­mente en varias campañas de Natura 2000 en la isla de Boa Vista (Cabo Verde), con particular dedicación a la especie Caretta caretta.

  • Tapa blanda
  • 192 págs.

ÍNDICE

PRESENTACIÓN    7
PREFACIO    11
¿Por qué se escribió este libro?

PRÓLOGO    13
¡Niños, a cepillarse los dientes!

INTRODUCCIÓN    21
La situación actual

PARTE UNO    25

LA ANTIGUA ODONTOLOGÍA MODERNA

  1. El fracaso de la odontología moderna    27
  2. Es necesario un cambio de paradigma    33

 

PARTE DOS    41

LA CARIES COMO RESULTADO DE LA FALTA DE NUTRIENTES

  1. Los gatos de Pottenger    43
  2. El Dr. Weston A. Price, dentista    47

TABLA 1- Caries y alimentación natural    53

  1. Sus continuadores    55
  2. Las evidencias antropológicas    65
  3. La investigación moderna    69

FIGURA 1— Corte transversal de un diente    69

  1. Las piezas del puzzle empiezan a encajar    89
  2. La importancia de la dieta    93
  3. El microbioma bucal    105
  4. La enfermedad dental es una enfermedad metabólica 111

 

PARTE TRES    117
LA SALIVA

  1. La saliva es un medio rico en antibióticos,

antiinflamatorios y hormonas     119

  1. La sialoterapia    129

PARTE CUATRO    133

ES MEJOR CUIDAR QUE REGENERAR

  1. La regeneración dental    135

PARTE CINCO    141

CÓMO MANTENER LOS DIENTES SANOS Y EVITAR EL DENTISTA

  1. La clave: el exceso de glucosa en sangre    143
  2. Lo que recomendaba el Dr. W.A. Price

para evitar las caries    153

ANEXO 1
Xilitol, un endulzante que protege los dientes    161

ANEXO 2
El timo de la fluoración del agua    165

ANEXO 3
Extraños e irracionales rituales dentales    171

PARA LOS VAGOS    175
El libro en folio y medio

BIBLIOGRAFÍA    179

PRESENTACIÓN

Es para mí un placer dedicar unas breves y sin­ceras palabras a modo preámbulo a un libro valiente y de principio a fin lleno de palpitante actualidad, como es "Dientes sanos, vida sana. Autosanación dental" del profesor Juan C. Mirre y de su hija Paula M. Mirre.
Una obra sorprendente, una llamada de alerta de que algo no funciona correctamente en nuestra socie­dad, especialmente entre los que la dirigen. ¿Realmen­te las autoridades sanitarias protegen a los ciudada­nos o estamos en manos de intereses mercantiles que manejan los mecanismos socio-económico-políticos a voluntad? No hay más que ver la enorme cantidad de productos tóxicos y radiaciones que inundan nues­tro entorno para comprobar que estamos sometidos a un sinfín de riesgos que muchas veces desconoce­mos. Este libro desvela una realidad relacionada con la salud dental que generalmente pasa desapercibida entre un maremagno de información propagandística muchas veces cómplice de los intereses de quienes se lucran con la enfermedad de la sociedad.
El ideal de los autores de esta obra es compar­tir sus experiencias y la información más actualizada para que logremos conocer fácilmente lo que a ellos les ha costado años de estudio y recopilación sobre lo
que debemos y lo que no debemos hacer y consumir para mantener una buena salud dental haciendo caso omiso a recomendaciones mayoritariamente extendi­das por todo el mundo cuya finalidad parecen ir en contra de una buena salud dental y general.
Espero que "Dientes sanos, vida sana. Autosa­nación dental" sirva para abrir la conciencia a la rea­lidad a más de un lector ávido de tener una informa­ción libre, independiente y veraz.

PREFACIO

¿Por qué se escribió este libro?

Este libro es el resultado de muchos años de re­flexión de uno de sus autores sobre la importancia de la vida como formadora de una buena parte de los minerales y rocas que conforman nuestra corteza te­rrestre. De la vida como constructora de montañas. Después de interminables horas de discusión con la otra autora, una experta en la biología de las tortugas marinas, animales que no tienen dientes, se nos anto­jó bucear en la información científica disponible para tratar de comprender por qué los dientes de los ma­míferos —un logro increíble y todavía incomprendi­do de la evolución biológica—, podían ser tan fuertes y sin embargo tan frágiles en el caso de los humanos.
La naturaleza ha creado desde pequeñas piezas dentales, a veces casi invisibles, hasta estructuras gi­gantes como los arrecifes coralinos, mediante simples procesos biológicos que todavía no somos capaces de imitar. Solo podemos cocer minerales a altísimas tem­peraturas para lograr algo tan duro como el esmalte dental. Solo podemos fabricar minúsculos edificios y estructuras de hormigón utilizando cemento, un ma­terial industrial que se obtiene de las calizas que nos legó la vida en el pasado geológico.
¡Qué diminutos resultan la Gran Muralla China o los mayores puentes colgantes y rascacielos cons­truidos por los monos inteligentes y desnudos en comparación con las barreras de coral o los acantila­dos de Dover, obras de la biología terrestre!

El poder constructor y mantenedor de la vida es casi infinito. No es posible que un tejido tan duro como el esmalte dental pueda ser dañado por unas simples bacterias.

PRÓLOGO

¡NIÑOS, A CEPILLARSE LOS DIENTES!

Mi primera cita con el dentista fue consecuencia de la visita al colegio de un estudiante avanzado de odontología contratado por el Ministerio de Educa­ción argentino que realizaba inspecciones periódicas por las escuelas para la confección del denominado "Certificado Buco-Dental", una tarjeta de color ro­sado que nuestras madres guardaban celosamente y que debíamos llevar al cole un día determinado de cada año para que el "médico" nos revisase la boca. Lo mejor del día señalado era que mientras formába­mos la cola para la inspección nos salvábamos de una o dos horas de clase, un hecho que de por sí nos llena­ba de ilusión y excitación, casi tanto como los días en que se suspendían las clases por algún festejo patrio. En la dichosa tarjeta se apuntaba el día de la revisión y los resultados de la misma: estado general de la den­tición, piezas ausentes, piezas con caries y "otras ob­servaciones". Con posterioridad a la exploración, el "médico" nos soltaba la acostumbrada filípica sobre la obligación ética, moral, política y religiosa de ce­pillarnos los dientes un mínimo de dos veces al día
para evitar las caries y la formación del temido sarro. Temido porque cuando se hacía evidente en alguno de nuestros compañeros, éste era expuesto al escarnio público de tener que mostrar su desagradable denta­dura al resto, con la consiguiente secuencia de varios días de burlas más o menos agresivas que poco a poco se iban diluyendo a medida que los eventos genera­ban nuevas víctimas para su consiguiente etapa de crucifixión.
El hecho es que como el resto de mis compañe­ros fui conminado a llevar el dichoso certificado buco-dental a mis padres junto con un folio de papel blanco escrito a máquina y con el logotipo superior izquierdo del Ministerio de Educación — Dirección Nacional de Salud Infantil, que debía devolver al día siguiente una vez que alguien llenase la línea inferior de puntos bajo la cual figuraba la omnipresente frase de "Firma del padre, tutor o encargado" con lo cual el ministro se aseguraba el voto de alguno de los tres susodichos en las próximas elecciones.
Por debajo, la clásica frasecita:

Este gobierno sí se preocupa por la salud de nuestros muchachos y no como los políticos oligarcas que les da igual que los pobres tengan la boca podrida. Eva Duarte de Perón.

Me imagino que también les votarían los den­tistas dado que el grado de concienciación de la masa obrera sobre la necesidad de que sus hijos visitasen con la debida premura y frecuencia a un profesional sanitario era directamente proporcional al incremento de su cuenta bancaria.
La cuestión es que mi madre se alarmó muchí­simo con la nota adjunta al dichoso Certificado Bu­co-Dental y antes de ser objeto de escándalo de vecinas y amigas por su escasa conciencia materna, me peinó con gomina, me limpió con esmero y abun­dancia de agua y jabón las orejas, me puso la ropa de los domingos y montamos en el tranvía 31 rumbo a Puente Saavedra donde se encontraba el consultorio de "su" dentista. No sin antes obligarme a cepillarme los dientes durante diez minutos de forma profunda, enérgica y decisiva.
El dentista resultó ser un señor muy simpático que me sentó en el famoso sillón ad hoc al tiempo que me facilitaba un hermoso trasatlántico de latón pinta­do con la inscripción "HMS Queen Mary", que años después descubrí que significaba "el barco de su ma­jestad", cosa que nunca entendí de los británicos, me refiero a qué profundas razones ancestrales les lleva a considerar que a. los barcos son femeninos y b. que to­dos (o todas) son propiedad de su graciosa majestad.
En fin, que todos mis sentidos estaban domina­dos por la cognición táctil absoluta —que no visual—, del precioso y deseado juguete mientras el profesio­nal observaba bajo un potente foco los detalles más íntimos de mi cavidad bucal. Al cabo de un rato de introducirme varios instrumentos exploradores, gar­fios, pinchos, ganchos, espátulas y espejos me dijo: "Ya puedes cerrar". Y a continuación informó a mi madre de que era la inocente víctima de una panda de bacterias asesinas que se dedicaban a destruirme los dientes sin piedad y que si no se tomaban medi­das inmediatas la cosa podía agravarse hasta el punto de que después de insoportables dolores no quedaría más remedio que "proceder a la extracción". Palabras dichas con tal énfasis que me despertaron de mi sueño de capitán al mando del "HMS Queen Mary" nave­gando entre fantásticas islas caribeñas infectadas de crueles piratas con un parche negro en un ojo y un papagayo parlanchín sobre el hombro.
Ahorro contar lo que vino después, largas horas de sufrimiento bajo el insoportable torno (todavía no se usaban los turbos menos dolorosas que conocí años después). Cepillados de dientes constantes después de las comidas, nuevas caries, nuevos dolores, nue­vas obturaciones. Con el paso de los años fui también pasando de un dentista a otro y fui testigo y víctima de los maravillosos progresos de la técnica (que no de la ciencia) dental. Los nuevos métodos de los "trata­mientos de conducto", ahora rebautizados con el eso­térico nombre de "endodoncia", el uso normal de la anestesia y, por supuesto, las nuevas generaciones de perforadoras "turbo" que apenas causaban dolor.
El hecho es que como toda la gente que conoz­co y seguramente la enorme mayoría de los que lean estas líneas, ni el cepillado profundo, ni las regulares visitas al dentista, ni los colutorios, ni el hilo dental, evitaron el imparable avance del proceso de desarro­llo de sucesivas caries en todas y cada una de mis pie­zas dentales. La única solución definitiva para evitar las caries era la extracción, o sea que te "arrancasen la muela". Con las primeras simplemente se iban gene­rando huecos que no planteaban mayores problemas, ya que generalmente se trataba de los molares pos­teriores. Pero al rebasar los treinta abriles la cosa se puso seria. Me debían arrancar premolares y el hueco resultante ya resultaba muy visible y la masticación se volvía claramente incómoda e ineficaz.
En esa época la gente se desternillaba con las fe­chorías que discurría Bart Simpson con la dentadura postiza del abuelo y mientras yo también reía, no de­jaba de pensar que al cabo de unos pocos años yo mis‑
mo me transformaría en el personaje que burla la cari­catura. Por suerte varios investigadores suecos con el doctor Branemark a la cabeza ya habían demostrado que los implantes de titanio no eran rechazados por los huesos mandibulares de los conejos, extremo que rápidamente se confirmó con los humanos.
Pero bueno, historias personales aparte, el hecho es que a pesar de transcurrido algo más de un siglo de progresos técnicos y científicos la solución a las caries sigue siendo la misma que la propuesta en 1888 por el Dr. Miller. Se trata de la famosa hipótesis acidogé­nica, que después de transcurridos 125 años todavía se conserva vigente. Todo un récord, todavía vivimos inmersos en el mismo paradigma quirúrgico: taladrar y rellenar.
No hay otra opción. O mejor dicho, hay una op­ción peor: arrancar, extraer, mutilar.
Durante esos mismos 125 años aprendimos a con­trolar las enfermedades infecciosas con antibióticos, se sintetizaron nuevas moléculas químicas con notables propiedades antiinflamatorias y corticoides inmuno­depresores de gran efectividad ante situaciones agu­das muy críticas. Se crearon fármacos para sobrellevar la diabetes como la insulina y los hipoglucemiantes, a resolver el raquitismo con vitamina D, la pelagra con vitamina B y a atenuar los dolores con analgésicos. En general se han hecho grandes progresos con las en­fermedades infecciosas y algunos avances en general. Pero sin embargo hemos hecho muy poco para mejorar la salud. Casi todo ha sido cirugía y prótesis: aparatos para oír, lentes y lentes de contacto para ver, implantes para los dientes, válvulas, stents y otros artificios para el corazón, diálisis para los riñones y finalmente tras­plantes, de hígado, de riñón o de corazón.
Pero en el caso de la dentadura la situación es casi dramática: no hay opción preventiva como en muchas enfermedades. La higiene bucal propuesta no sirve para nada. No entiendo porque los dentistas y las autoridades sanitarias no lo reconocen de una vez por todas. Los cepillos de dientes, los dentífricos, los colutorios, el hilo dental, el waterpick (irrigador oral)... todo es un engaño. Las caries se desarrollan y progresan a pesar de toda la parafernalia de la higiene dental.
Claro que hay mucho dinero de por medio. Bas­ta con ir a la droguería o el supermercado de la esqui­na para ver el brillo del dinero. Todo tipo de colores, sabores, olores y texturas de pastas dentífricas. Más de un centenar de marcas y variantes de marcas. De­cenas de modelos de cepillos: de cerda natural o artifi­cial, duros o blandos, de distintos perfiles anatómicos, etc., etc. Toda una promesa de que mediante su uso evitaremos sentarnos en el denigrante sillón del den­tista para ser enceguecidos por la lámpara que más nos recuerda a un interrogatorio de la Gestapo que a los potencialmente salvadores focos del quirófano.
Pero, ¡ay!, todo es un sueño, una ilusión. Ni los brillantes colores del envase, ni los exóticos sabores de la pasta, ni la blancura de los dientes que sostienen las angelicales sonrisas de las modelos publicitarias, nada de todo eso puede impedir el progreso de nue­vas caries perforando nuestro cada vez menos albo esmalte.
El paradigma del origen bacteriano de las ca­ries se desmorona. No porque se hayan levantado las banderas de un nuevo paradigma, sino simplemente porque durante 125 años no ha servido para evitar los trillones de caries sufridas por billones de víctimas en
todo el mundo y durante más de un siglo. Todavía hoy.
Los dentistas no curan ni arreglan los dientes, no les devuelven la salud. Solo logran alargar unos años la vida de las piezas dentales. Solo sirven para que conservemos la dentadura unos pocos años más, hasta que el imparable proceso de destrucción del es­malte o de las enfermedades periodontales obliguen a extraer la pieza.
Es hora de nuevas propuestas.

INTRODUCCIÓN

LA SITUACIÓN ACTUAL

No es la placa bacteriana la que enferma al diente, es el diente enfermo e indefenso el que per­mite la necrosis del tejido dental y la consecuente invasión por las bacterias comensales.

Según la odontología convencional no hay rela­ción entre la salud de los dientes y el resto del organis­mo, en cambio paradójica e insistentemente recuerdan que los problemas dentales y periodontales pueden tener serias consecuencias sobre la salud general y los accidentes cardiovasculares en particular.
Cuando vamos al dentista jamás se nos pregunta sobre nuestra salud general y menos aún sobre nues­tros hábitos alimentarios, a pesar de que los dientes y el medio bucal son la zona de impacto inicial de todo el largo proceso digestivo y una importantísima puer­ta de entrada de todo tipo de microorganismos, mu­chos de ellos de carácter patógeno. Por supuesto tam­poco se nos da ningún tipo de recomendación dieté­tica con la excepción de aconsejar a los padres de que sus niños no coman demasiados dulces o bien que se cepillen la boca después de ingerirlos, algo que en las circunstancias actuales es poco menos que utópico.
La prevención dental tal como aconsejan los profesionales o las machaconas e infantiles campañas de higienistas torpemente subvencionadas por los sucesivos ministros o consejeros de sanidad, se limi­ta a aconsejar el cepillado de los dientes después de las comidas. Pero lo peor son las campañas organiza­das —que no financiadas— por los laboratorios far­macéuticos que recomiendan el uso de determinadas pastas dentífricas que contienen antisépticos que cau­san graves perjuicios a la flora bacteriana bucal junto con otras sustancias que algunos expertos conside­ran como probados carcinógenos y el uso de colutorios bactericidas que desequilibran el entorno normal de la microbiota bucal. Para colmo, la Organización Mundial de la Salud y muchos gobiernos sometidos a sus absurdos dictados antinaturales como son las campañas de vacunación universal, la quimioterapia o las mamografías, promueve la fluoración del agua basándose en la desatinada idea de que el flúor favo­rece la protección del esmalte dental ¡Menos mal que a ningún aprendiz de Dr. Frankenstein se le ha ocurri­do que tomemos fluoruro de sodio para combatir la osteoporosis!
Ahora debemos preguntarnos, ¿qué hace el den­tista? El odontólogo es un profesional universitario que después de cinco o más años de estudios y prác­ticas solo sabe taladrar un diente careado y sellar la perforación mecánica abierta sobre la pieza dental con un material inerte o con una peligrosa amalgama de mercurio que impide la entrada de patógenos al teji­do interno ¡Cinco o seis años de estudios para ser un mero cirujano taladrador!
¿Es que no hay otra solución para las caries, apar­te de la monótona secuencia de perforar y obturar?
Imaginemos por un momento lo que ocurriría si las otras ramas de la medicina se limitasen en exclu­siva como en la odontología a la solución quirúrgica. Si tenemos un problema de visión nos operarían los ojos en lugar de prescribirnos unas lentes o bien nos abrirían la nariz ante una gripe o una rinitis alérgica. Y peor aún, nos veríamos sometidos a una dolorosa intervención ante un simple esguince de tobillo.

Algo va mal en la odontología moderna cuando desde hace más de un siglo no nos ofrece otra solu­ción que el binomio barrenar-obturar hasta que las piezas dentales quedan como un queso gruyere y no queda otra opción que su extracción ¡Menos mal que quedan los implantes!, para los que puedan pagar­los, claro.

 

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