La ciencia de las emociones, por Dr. Fahad Basheer. Editorial Odeón

La ciencia de las emociones

Referencia: 9788416847051
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Viaje a la medicina y la salud del futuro

Ciertos tipos de enfermedades podrían tener su origen en emociones reprimidas

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Lo que pensamos y sentimos tiene un re ejo instantáneo en nuestro organismo. La delgada línea que separa la salud de la enfermedad se dibuja a menudo con los colores de todas y cada una de nuestras emociones. El Dr. Fahad Basheer reivindica el papel que el entorno y las percepciones juegan en nuestro bienestar físico y mental. 

La Ciencia de las Emociones nos descubre:

  • El origen emocional de la enfermedad.
  • Cómo funciona el efecto placebo.
  • El impacto del estrés sobre el cuerpo humano.
  • El poder de las creencias sobre la siología humana.
  • Cómo siente, recuerda y actúa la consciencia del corazón.
  • Qué papel desempeñan las bacterias intestinales en nuestra salud y felicidad. 

El Dr. Fahad Basheer

estudió medicina en la Universidad de Calcuta, India. Sus insacia­bles ansias de conocimiento en torno a la consciencia le han llevado a profundizar en las conexiones cuerpo-mente, prestando especial atención a la epigenética, la psiconeu­roinmunología, el microbio­ma, la psicología y la física cuántica.

ÍNDICE

  1. El secreto oculto sobre la salud y el cuerpo humano      9
  2. Las dos emociones básicas: el miedo y el amor      19
  3. El impacto del miedo sobre el cuerpo humano      35
  4. El impacto del amor sobre el cuerpo humano      47
  5. La ciencia de las emociones y su

mecanismo de acción      73

  1. Psiconeuroinmunología de las emociones      91
  2. El impacto del estrés sobre el cuerpo humano     101
    1. Cómo sanamos y enfermamos por sugestión. Placebo y nocebo.     113
  3. La consciencia del corazón     125

10. La consciencia del intestino     169

11. El futuro de la medicina      185

Agradecimientos     201

Bibliografía     203

Internet     207

EL SECRETO OCULTO SOBRE LA SALUD Y EL CUERPO HUMANO

Entre 1850 y 1950 se produjeron una serie de innova­ciones que transformaron el campo de la salud, y todo gracias a los descubrimientos de la medicina moderna. El surgimiento de la teoría microbiana de la enfermedad y la efectividad en la lucha contra los microbios con anti­bióticos más avanzados y efectivos marcaron un antes y un después a la hora de controlar y evitar la propagación de enfermedades infecciosas. En aquella nueva era de la medicina el mundo comprendió que enfermedades tales como el beriberi y la pelagra, entre otras, no eran más que una clara manifestación de déficit de micronutrien­tes, es decir, de malnutriciÓn. Fue también la época en la que, gracias a la ingeniería genética, se desarrollaron péptidos para tratar esas enfermedades. Los trabajos de investigación orientados a la búsqueda de soluciones a trastornos y enfermedades de carácter endocrino y me­tabólico recibieron un fuerte empujón a raíz del descubri­miento de los aspectos funcionales de la insulina y otras hormonas. La comunidad médica tuvo que revisar la for­ma en la que se habían estado tratando muchas enferme­dades hasta la fecha. Estaba naciendo una nueva comu­nidad científica, una comunidad que estaba descubriendo que —además de los distintos agentes causantes de las enfermedades—, el sujeto anfitrión y el entorno también jugaban un papel crucial en el origen de la enfermedad. Se dieron casos que sacudieron a la comunidad médica. Sin embargo, a pesar de estos hallazgos, el modelo meca­nicista en medicina todavía imperó durante muchos años. La comunidad médica tuvo que elaborar un modelo que pudiese explicar la vida humana.

En 1964, un alto ejecutivo neoyorkino llamado Norman Cousíns sufrió unas alteraciones de colágeno conocidas comúnmente como espondilitis anquilosante, una enfer­medad bastante dolorosa. De acuerdo con el pronóstico de los médicos, la probabilidad que Cousins tenía de cu­ rarse era de una entre quinientos. El dolor era tan inso­portable que llegaba a tomarse veintiséis aspirinas y doce pastillas de fenilbutazona al día, hasta que descubrió algo perturbador: los efectos secundarios de los calmantes estaban dañándole la glándula suprarrenal y acabando con sus reservas de vitamina C, esencial para reparar y regenerar el tejido de colágeno. Además, los calmantes hacían que se sintiese más agotado. Atando cabos, Nor­man Cousins llegó a la conclusión de que lo único que los calmantes le estaban proporcionando era cierto alivio de carácter sintomático y poco más, porque lo que realmen­te estaban haciendo era suprimir la habilidad natural de su organismo para combatir la enfermedad. Tiempo des­pués, durante un improvisado viaje de negocios a Rusia, el estrés y la tensión hicieron mella en su salud. Cousins enfermÓ y, a su regreso, tuvo que ser hospitalizado. Fue justo en aquel momento de su vida cuando empezó a leer los trabajos del médico astrohúngaro Hans Seyle sobre psiconeuroinmunología. Por aquellos entonces —a co­mienzos de los años '60—, esta rama de la ciencia médi­ca estaba en los albores de su desarrollo. A Norman se le encendió la bombilla en la cabeza cuando, tras la lectura de los trabajos de Seyle, le asaltó el pensamiento de que las emociones negativas podían perjudicar seriamente al cuerpo humano, por lo que, probablemente, habían sido éstas, junto al estrés al que estaba sometido, las que ha­bían terminado atacando su sistema inmunitario hacién­dole caer enfermo. Si esto era cierto, entonces también debía ser cierto que la mente era algo esencial para gozar de una buena salud. Lo primero que hizo cuando le die­ron el alta en el hospital en el que estaba ingresado, fue dirigirse al hotel más confortable que encontró. Tenía un plan. Dejó de tomar calmantes, comenzó a consumir vita­mina C y se auto-proporcionó una buena dosis de risote­rapia. Su única compañía eran las comedias de televisión que veía —películas de Chaplin, los hermanos Marx, entre

otras. El resultado fue espléndido: diez minutos de risas equivalían a dos horas de sueño sin dolor. Cuanto más se reía, más bajos eran los niveles de sedimentación de los glóbulos rojos y, la reducción, además, era constante. Nuestro hombre dejó constancia de su experiencia en un libro titulado Anatomía de una enfermedad, un bestseller de gran repercusión que despertó gran interés entre el público, dio origen a una película del mismo nombre y promovió que se investigase sobre la materia, de forma que gracias a esos estudios posteriores, hoy en día la psi­coneuroinmunología es una rama importante de la medi­cina. Lo que los investigadores fueron descubriendo con el tiempo es que el buen humor disminuye los niveles de cortisol y el umbral del dolor, aumenta la actividad celular de las llamadas células NK —por sus siglas en inglés, na­tural killers, también conocidas como células asesinas—, la tolerancia física al estrés y el bienestar general.

Pero el éxito de la teoría microbiana de la enfermedad estaba arrasando en el siglo XIX, e hizo que la nueva me­dicina se orientase hacia una perspectiva materialista de la salud. Louis Pasteur, principal partidario de la teoría microbiana de la enfermedad, ganó reconocimiento y se convirtió en el héroe científico de la medicina moderna. Pasteur y sus compañeros ridiculizaron la teoría del terre­no, fruto del trabajo de su rival, el doctor Claude Bernard, según la cual la enfermedad es un proceso biológico que se desarrolla dependiendo del medio interno así como del pH, el aspecto determinante de este terreno. Pasteur y Bernard se habían enfrascado en una lucha sin cuartel. Sin embargo, poco antes de morir, Pasteur reconoció que Bernard tenía razón, y que lo que de verdad importaba era el terreno. Sus últimas palabras al respecto fueron: "Bernard tenía razón, el germen no es nada, el terreno lo es todo". Sin embargo, esta confesión no tuvo la me­nor trascendencia. Las ideas de Pasteur ya habían calado hondo y acabaron imponiéndose, legándonos un enfoque médico centrado en la supresión de síntomas basados en hechos exclusivamente patológicos.

Aunque la patología de las enfermedades es la misma, la expresión de los signos y los síntomas varía de un indi­viduo a otro. Las drogas prescritas para una enfermedad particular pueden provocar diferentes resultados en dis­tintos individuos. Al mismo tiempo, cambios en el estilo de vida, diferencias en los niveles de factor de riesgo, edad, sexo, patologías subyacentes y composición ge­nética, no tienen por qué revertir o modificar el efecto de determinada droga en el individuo. Aquí es donde la medicina moderna afronta su mayor desafío. Dar con el fármaco adecuado para erradicar una enfermedad supo­ne un auténtico desafío incluso para la mente más pers­picaz.

La peculiaridad, vital en psicología de la salud, siempre ha sido uno de los principios médicos más básicos y fun­damentales, pero la medicina moderna parece haberse alejado de este enfoque, y si bien es cierto que ha avanza­do mucho en lo que a intelecto y lógica se refiere, parece haber fallado estrepitosamente en términos de intuición y sabiduría. Un médico debe ser consciente de que el ser humano es cuerpo, mente y consciencia, y que este trío forma una unidad indisoluble. El éxito de un régimen de tratamiento depende mucho más de la confianza que el paciente deposita en el médico que de los medicamentos que se le prescriben. Entender el impacto que las emo­ciones, creencias y pensamientos tienen sobre el sistema humano es esencial para comprender de qué forma afec­tan a la fisiología y patología del cuerpo humano. Todas y cada una de las emociones que un individuo experimenta tienen como resultado la síntesis de un determinado neu­ropéptido, según el caso. Estos neuropéptidos son capa‑

ces, por ejemplo, de determinar la probabilidad de riesgo de infección vírica de un individuo.

Las emociones tienen un gran poder sobre las células inmunitarias. Son capaces de fijar la fortaleza de la célula inmunitaria y determinan la probabilidad y el grado de una infección. Esto, a su vez, se hace visible a través de los signos y síntomas de la enfermedad que el cuerpo hu­mano experimenta. Hasta donde sabemos, ciertos tipos de enfermedades podrían tener su origen en emociones reprimidas. El advenimiento de la epigenética, la psico­fisiología, la psicología de la salud, la biopsiquiatría y la psiconeuroinmunología han hecho posible que una parte de la ciencia establecida pueda apreciar la influencia de la mente sobre el cuerpo humano.

Nuestro organismo está compuesto, como decíamos, por un cuerpo, una mente y una consciencia —que algu­nos denominan alma. El término árabe nafs representa la existencia cuántica de la mente, el alma y el cuerpo. El Corán hacía referencia a esta palabra para indicar una confluencia entre estas tres entidades. La Biblia también alude al hecho de que las tres están interconectadas y no pueden ser estudiadas aisladamente. La psiconeuroinmu­nología también ha aceptado este hecho, basándose en los resultados de una serie de estudios clínicos e inves­tigaciones llevadas a cabo en distintas partes del mun­do. Cualquier lesión o daño sobre el cuerpo físico tiene un impacto inmediato en la mente y la consciencia. El mejor ejemplo que se puede proponer para dar fe de la veraci­dad de esta teoría es el Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Se trata de un trastorno mental que surge tras la exposición a una situación de daño o amenaza física, con­cebida como evento sumamente estresante y extremada­mente traumático. Por lo tanto, cuando el cuerpo humano sufre físicamente, la mente y las emociones también pa­ decen tensión y sufrimiento. Asimismo, si existe algo que preocupa al cerebro humano, el cuerpo puede atestiguar directamente el efecto de esta preocupación. Por ejem­plo, los ataques de pánico o crisis de ansiedad ocasionan taquicardia, hiperventilación pulmonar, hipertensión arte­rial, dificultad respiratoria, mareo, sudoración, temblores y diarrea, entre otros.

Los antiguos médicos ya conocían la dinámica de es­tos tres aspectos interrelacionados entre sí, dando por hecho que el cuerpo humano es fruto de la combinación de un cuerpo físico, una mente y una consciencia. El mé­dico, filósofo y científico musulmán Avicena (lbn Sina), una de las figuras más importantes en el campo de la medicina y la filosofía de la tradición medieval helenís­tica cristiana, estaba firmemente convencido de que el cuerpo humano era una entidad compuesta por cuerpo, mente y alma. Afirmó con total claridad que para llegar al diagnóstico de una enfermedad era necesario tomar en cuenta todos los aspectos de la vida del paciente. El trabajo más influyente y famoso de Avicena, El canon de la Medicina, aparece descrito en la enciclopedia británica como el libro más importante de la historia de la medici­na oriental y occidental. El texto fue considerado durante siglos como una obra canónica en muchas escuelas eu­ropeas médicas, y uno de los principales referentes de la medicina yunani. Incluso el médico, filósofo y sabio persa Al-Razi, inventor de varios instrumentos quirúrgicos y de las suturas con hilo, que hoy en día todavía se usan en ci­rugía, y quien además realizó aportes fundamentales a la ciencia médica, química y física, destacó la importancia de las intricadas relaciones entre el cuerpo físico, la men­te y la consciencia. Ellos tenían claro que para afirmar que un ser humano está completamente sano se debe tener en cuenta su salud física y emocional, amén de su estado espiritual.

Los historiadores consideran que fue el famoso médico de la Antigua Grecia, Hipócrates, quien confirió a la medi­cina un enfoque racional, liberándola de las cadenas de lo antinatural, es decir, de la magia, la superstición y lo so­brenatural. A lo que se dedicó este galeno griego fue a co­leccionar datos y llevar a cabo experimentos con el fin de intentar demostrar que la enfermedad era, simplemente, un proceso natural, y que los signos y síntomas que apa­recían en el cuerpo eran una respuesta al proceso pato­lógico. También procedió a demostrar que el deber de un médico era conseguir que el cuerpo superase el desequili­brio metabÓlico, restaurar la salud y la armonía. Además, señalaba que todo médico debía ser un servidor y media­dor de la naturaleza; sostenía que la intervención médica debía tener como objetivo ayudar al cuerpo a resistir y superar, de manera natural, la enfermedad. Confiando en tratamientos de tipo dietético, Hipócrates recomendaba una dieta ligera para las etapas de crisis de una enferme­dad aguda, y una dieta basada en líquidos para tratar fie­bres y heridas. La medicina hipocrática era una medicina de curación de tipo holístico, pues tiene una base fisioló­gica. En todo caso, su aproximación al diagnóstico y tra­tamiento era bastante flexible, y no solo se centraba en la enfermedad, sino también en el paciente. Hipócrates fue también el primer médico que clasificó sistemáticamente las enfermedades, tomando como referencia sus puntos de similitud y diferencia. Podría incluso decirse que fue él quien estuvo a punto de fundar la etiología y la patología. Su clasificación sistemática de las enfermedades confirió, en todo caso, una base más sólida a su práctica médica.

Por otro lado, es esencial reconocer que la nutrición juega un papel fundamental en la salud emocional. La psi­quiatría nutricional se está abriendo paso con fuerza en la medicina moderna, y desde entonces no ha dejado de enunciar la importancia de seguir una alimentación que contenga los aminoácidos necesarios, ya que la reserva de estos aminoácidos sintetizan los neurotransmisores que regulan el estado de ánimo.

En un futuro cercano, probablemente, la medicina asis­tirá al surgimiento de un nuevo modelo que transformará el actual paradigma de la ciencia médica. Este modelo se centrará en el tratamiento integral de la salud física, emo­cional y psicológica del individuo para que su vida cambie positivamente.

 

Odeón editorial
9788416847051

Ficha técnica

Autor/es:
Fahad Basheer
Editorial
Odeón
Formato
21,5 x 14 cm.
Páginas
208
Encuadernación
Rústica con solapas (tapa blanda)
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