E.M.O.C.I.O.N.E.S, por Juan Antonio López Benedí. Ediciones Obelisco

E.M.O.C.I.O.N.E.S

Referencia: 9788491112150
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Cómo nos afecta la química de nuestros cerebros

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La neurociencia hoy nos muestra cómo la química del cerebro afecta a la manera de pensar, sentir y vivir. Se han identificado distintos patrones emocionales y su relación con la actividad del cerebro y del corazón. Estos se pueden entrenar para que podamos ser más resilientes, productivos y felices.
El Dr. López Benedí ha observado que, durante años, los científicos interesados en el estudio del cerebro se centraron en el pensamiento, el razonamiento y el juicio clásico. Muy pocos investigaron los procesos traumáticos, las emociones y la coherencia con los valores profundos. Tras muchos años de investigación sobre el modo en que las personas reaccionan en diferentes momentos y períodos de sus vidas, tanto hacia dentro de su mente y sentimientos como hacia fuera, ha conseguido sintetizar una técnica sumamente operativa y eficaz. En su nuevo libro nos habla de cómo podemos racionalizar y operar sobre el marco simbólico-emocional con el que funciona nuestra mente, a modo de piloto automático, transformándolo de forma colaborativa y constructiva.
De esta forma se puede evitar mucho sufrimiento, a la vez que se respeta la libertad de opciones personales.

Juan Antonio López Benedí,

licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, y doctor en Hermenéutica, ganó su primer premio literario en 1990, año en que decidió dedicarse por completo a su vocación por la literatura y la enseñanza.
Escritor inquieto y polifacético, en los últimos años se ha especializado en temas muy diversos -aunque íntimamente entrelazados- como los sueños, la hipnosis y la risa. Sus cursos de risoterapia, sus seminarios sobre los sueños y la actividad docente en el campo de la hipnosis son conocidos en todo el mundo.

  • Formato: 15,5 x 23,5 cm
  • Páginas: 208

Índice

Introducción      7
Algunas claves para mejorar la eficacia en los procesos de ayuda      13
Propuesta conceptual para el término «emoción»       14
Antecedentes en relación con los procesos a considerar       15

Procesos simbólicos y metáforas en la vida cotidiana       17
La representación como apoyo de lo conceptual       24

Sobre la inteligencia emocional       33
La autoconciencia      35
El autoconocimiento y los sueños      41
La autovaloración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .      .       47
Confiar en nosotros mismos      51
Recapitulando      58
Motivación      69
La materia prima en la búsqueda de satisfacción      74
Necesidades de seguridad      80
Autocontrol o autorregulación emocional      90
Conductas impropias       95
Autocontrol e inteligencia emocional       96
Qué es el estrés      98
La empatía      100
Conciencia de los sentimientos propios y ajenos      104
Los gestos, las posturas y su lenguaje      107
Preocupación, entrega y descentramiento       111

Hipótesis de los procesos de opresión y represión    
 117
Liberación de estrés psicológico o emocional      123

La simbolización como forma de evitar bloqueos      
 129
El proceso de somatización      135
Conexiones lógicas asociativas corporales       138

El desarrollo del lenguaje simbólico imaginativo      
 143
Asociaciones      144
Analogías       147
Asentamiento y desarrollo de términos      149
La imaginación y las conexiones arquetípicas       151

Liberación voluntaria de la sobrecarga       
157
La representación de volar      159
Presencia de símbolos transculturales       160
La lógica de la imaginación      167

El dialogo simbólico-imaginativo en la práctica      
173
Posibilidades, limitaciones y riesgos      175
Operativa de la alteración de conciencia      180
El regreso a la conciencia objetiva      182
Algunos casos       183

Síntesis y conclusiones       
199

Bibliograña      
201
Índice       205

Introducción

Cuando yo tenía dieciocho años mi padre murió de cáncer.
Él tenía entonces cuarenta y cuatro. Un mes antes de su muerte, cuando aún no le habían detectado el tumor y lo trataban con un diagnóstico equivocado, tenía tanto dolor en el vientre que no podía dormir tumbado en la cama. Para descansar por las noches se quedaba sentado en un sillón de la sala de estar. Hasta ese momento, como suele ocurrir entre padres e hijos adoles­centes, llevábamos años discutiendo sobre diferentes asuntos de la vida. Yo criticaba su forma de pensar, sus costumbres y su visión de la existencia. Él se empeñaba en decirme que estaba muy equivoca­do en mis ideas y que cuando me hiciera mayor se me irían todas esas tonterías de la cabeza. Yo por entonces había descubierto los valores de la meditación y había vivido experiencias místicas que abrieron grandes horizontes en mi vida. Comenzamos a entender­nos cuando yo me sentaba a su lado en las noches de dolor y com­partía con él mi visión optimista de la vida, mi esperanza en un mundo mejor. Una noche me confesó que lo único que calmaba su malestar, lo que aliviaba su sufrimiento, era que yo le hablara. Eso fue un par de días antes de descubrir que se encontraba en la fase terminal de un cáncer de colon. Después, mientras esperaba a ser sometido a cirugía en el hospital, yo traté de seguir ayudándolo. Pero entonces no tenía preparación suficiente. Sólo conseguí llegar a reducir un poco su proceso a través de la cercanía afectiva; com­partiendo el cariño sincero que sentía.
Después de su muerte me formé en hipnosis y estuve participan­do durante un tiempo en experimentos e indagaciones en esa área, en la Sociedad Española de Parapsicología. Allí aprendí muchas co­sas que me permitieron ampliar las primeras experiencias curiosas que tuve con la sugestión y la alteración de conciencia a los quince y dieciséis años. En un principio, la hipnosis para mí era un juego. Así lo viví con mis amigos. Aquel juego divertido nos permitía in­ducir a otros en las experiencias más disparatadas que se nos ocu­rrían, como por ejemplo poner la brasa de un cigarrillo encendido en el brazo de un amigo sin que se quemara y conseguir que otro al tocar un bolígrafo bajo la sugestión de que se trataba de un hierro calentado al rojo generara una quemadura con ampolla inmediata en su piel. Así, poco a poco, fui descubriendo las posibilidades de la mente y el mundo que se oculta detrás de la sugestión, los sueños y la fantasía.
Tras mi paso por la comisión de hipnosis de la Sociedad Españo­la de Parapsicología seguí formándome en diferentes aspectos. Des­cubrí la hermenéutica, el mundo de los símbolos y el psicoanálisis en la Universidad Complutense de Madrid, en mis estudios del doctorado en Filosofía. Amplié mis conocimientos y prácticas con diferentes técnicas de psicoterapia y comencé a colaborar con una clínica en la que se hacía diagnóstico precoz del cáncer y un trata­miento natural preventivo para evitar que se desarrollara. Este diag­nóstico se llevaba a cabo a través de unos análisis cristalográficos de la sangre que, por aquel tiempo, se realizaban en Alemania. Mi la­bor consistía en suavizar el impacto emocional que se generaba en los pacientes a los que se les anunciaba que podían desarrollar un cáncer en veinte años, pero que esa tendencia se podía eliminar por completo. No obstante, también llegaron a la clínica ciertos pacien­tes desahuciados ya por la medicina alopática, buscando casi un milagro para superar el dolor de tumores en fase terminal. De ellos también me ocupaba y viví experiencias muy enriquecedoras que me hicieron ocuparme después de ayudar en la fase de cercanía a la muerte y en los procesos de duelo. En este último aspecto estuve colaborando en un máster para médicos, psicólogos y personal sa­nitario que se impartió en la Universidad Pompeu Fabra de Barce­lona. Resultaba muy difícil anunciar la muerte y acompañar en el proceso para aliviar el sufrimiento de los enfermos. Pero para en­tonces yo ya había desarrollado protocolos de actuación, una meto­dología aplicable eficaz y una visión del mundo coherente con el sentido de la vida, que yo mismo practicaba. En la actualidad sigo ayudando a muchas personas a afrontar y reducir el sufrimiento fí­sico y psicológico en muy diferentes formas y lugares.
Recuerdo las últimas palabras de un ingeniero de cuarenta años en la fase final de un cáncer terminal: «No sé si saldré de esto, pero te agradezco tu ayuda. Mi vida ha cambiado radicalmente y ahora siento y veo todo de una forma muy diferente. Me siento feliz». Cuando este hombre llegó a la clínica, en Madrid, ya estaba desahu­ciado y sólo quería eliminar el dolor. Era un hombre muy técnico, racionalista y escéptico que declaraba no tener sentimientos de afec­to. Sólo le preocupaba morir, porque al hacerlo faltaría a su obliga­ción de protección y sustento económico para su mujer y su hija.
En muchas otras ocasiones, los cuidados paliativos ayudaron a que los tratamientos naturales que se aplicaban en la clínica se hicie­ran más rápidos y eficaces para tratar o evitar el cáncer, cuando se lograba detectar con tiempo suficiente. Así ocurrió con una ejecutiva de marketing con treinta y cuatro años a la que se le detectó de forma embrionaria un cáncer de mama. En unos cuatro meses desaparecie­ron todos los índices de la enfermedad sin ningún tipo de secuela.
Con respecto al apoyo en casos de pérdidas de familiares y la ela­boración del duelo, estuve trabajando con padres que habían perdido hijos adolescentes. Dejo constancia de algunos de estos casos en mi libro Regresiones.1 En aquellas sesiones grupales y personales aparecieron casos verdaderamente impactantes y significativos que sería de­masiado largo detallar aquí. Pero todos los padres implicados en el proceso sintieron el alivio a su dolor y la apertura a un nuevo mundo de experiencias emocionales gratificantes que ni siquiera sospecha­ban que pudieran existir.
Este tipo de apoyo o cuidados paliativos no son aplicables sólo a enfermos, sino también a quienes los cuidan en razón de sus víncu­los familiares o de forma profesional. En mi trayectoria he dado apoyo a muchas enfermeras agotadas emocionalmente en su con­tacto diario con el sufrimiento y la muerte. Recuerdo el caso de una de ellas, en Madrid. Cuando vino a verme tenía veintisiete años, estaba de baja por depresión y llegó acompañada por su hermana porque no se atrevía a salir ella sola a la calle. Había tenido varios intentos de suicidio. Pero en seis meses se había recuperado hasta el punto de presentar un proyecto empresarial de servicios de mejora de la salud y prevención de enfermedades. Otro caso fue el de una maestra de atención especial que trabajaba con paralíticos cerebra­les fundamentalmente y tenía un marido con brotes esquizofréni­cos. Ella vivía y trabajaba en ese tiempo en Albacete. El desbloqueo y refuerzo emocional con el que trabajamos se convirtió en el ele­mento decisivo para poder mantener su trabajo y a su familia sin desfallecer.
También ocurrió que el 13 de marzo de 2004, dos días después de los atentados en Madrid, yo tenía programados unos talleres de risoterapia en el Hospital Carlos III para personal sanitario. A esos talleres asistieron algunos de los que estuvieron dando apoyo con los cadáveres y víctimas de los atentados. El relaciones públicas del hos­pital informó de ello a los principales medios de comunicación y durante las tres horas de ese primer taller de risoterapia tuvimos las cámaras y los periodistas de las principales cadenas de televisión del país observando en tiempo real y entrevistando a los participantes. La transformación emocional producida fue palpable y todavía pue­den encontrarse registros de ella a través del testimonio de algunos
de los participantes entrevistados sin previo aviso. Justamente en ese tiempo yo me encontraba escribiendo mi libro Reír, para vivir mejor,2 en el que dejo constancia del impacto de aquellos días, junto con ejercicios de apoyo para practicar en casa.
Otro caso especialmente significativo es el de un hombre de Ma­drid, jubilado, con sesenta y siete años. Había comenzado a sentir molestias a raíz de la jubilación. Finalmente le diagnosticaron un tumor en el hígado. Aquello le asustó y se encontraba desmoraliza­do. Vino a verme acompañado por su mujer. Su objetivo era encon­trar alivio a través de un procedimiento complementario con el tra­tamiento médico que seguía. Su proceso no era especialmente dolo­roso. No buscaba ninguna fórmula para reducir el malestar físico. Sólo se apreciaba en él una gran tristeza. Sus familiares habían ob­servado la decadencia en su aspecto y en su sentido del humor. Les parecía que hubiera envejecido muchos años de golpe. Procedí con un proceso de inducción para que se viera internamente. Le propu­se que observara sus órganos. Al llegar al hígado describió tres «bo­litas», que se correspondían con los tumores. En ningún momento le dije que tuviera que ver nada allí. Pero él pareció entusiasmarse porque las veía «con toda claridad». Después de una búsqueda de lo que pudiera dar un sentido especial a su vida en ese momento, apa­reció un fuerte impulso por ayudar a los demás. Siempre quiso ali­viar el dolor y el malestar ajeno, aunque nunca se sintió especial­mente dotado para ello. Focalicé entonces sus sensaciones para que notara una especie de energía fluyendo por todo su cuerpo. En ese proceso de visualización sentía entusiasmo y notaba que las «boli­tas» del hígado se diluían. Él mismo se admiró al observar que ese flujo energético parecía absorberlas. Al terminar la sesión le propu­se que mantuviera aquella imagen de los tumores disolviéndose en la energía blanco azulada. Le sugerí, además, que probara con curiosidad aplicando la energía de sus manos para aliviar el malestar de otras personas. Por supuesto, también debería hacerlo con el suyo. Le propuse que se dejara llevar, aunque no tuviera conoci­mientos sobre la materia. Después podría formarse, si lo deseaba. Pero lo importante era «jugar» a sentir y compartir ese flujo de ener­gía sanadora cada día. Y así lo hizo. Durante un año, paralelamente al tratamiento médico que seguía para su enfermedad, mejoró su calidad de vida. Las personas a las que trataba de ayudar le manifes­taban su gratitud. Realmente se sentían mejor. Aquello le motivó mucho, cambiando radicalmente su propio proceso.
En cuanto a la contrastación científica de estos procesos, parti­cipé en una investigación que se llevó a cabo en el Centro Nacional de Parapléjicos en Toledo. Un equipo internacional de neurólogos del centro me convocó para comprobar las reacciones fisiológicas que se producían en estados de alteración de conciencia. Yo induje el trance en tres de los neurólogos especializados en diferentes áreas: biología, medicina e ingeniería neurológica. En todos los casos, incluso cuando de manera oculta y premeditada uno de ellos trató de ser resistente a las sugestiones, se comprobó la alteración clara de los registros neuronales en el sistema nervioso en todo el cuerpo en quince minutos. Las ondas registradas eran similares en los tres casos y se diferenciaban claramente de las producidas en el estado de vigilia y sueño.
En los últimos años, entre otros países, he ido frecuentemente a Suecia. En Gotemburgo he colaborado en diferentes procesos, como apoyo a los tratamientos de acupuntura del doctor Boris Dra­guin. En este caso se han dado otras peculiaridades, como es la ayuda para el desbloqueo y refuerzo emocional en una lengua dife­rente a la propia y que no hablo en absoluto. Pero contando con la traducción del doctor Draguin hemos podido comprobar la eficacia en los resultados, especialmente en ciertos casos de pacientes resis­tentes o que no conseguían resolver del todo sus procesos por me­dio de la acupuntura y otras formas de tratamiento, natural o alopático. Recientemente, el doctor Draguin comentaba después de una de las sesiones: «La verdad es que ocurre algo especial. Todos los pacientes salen muy contentos. Pero no sólo ellos. Yo también me siento mucho mejor después de servir como traductor en las sesio­nes. Me encuentro más optimista, más creativo y eficaz a la hora de poner las agujas».
 

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