Los dones de la imperfección
Referencia: 9788484456568
Líbrate de quien crees que deberías ser y abraza a quien realmente eres.
Guía para vivir de todo corazón
«Ahora veo que, a pesar de que conocernos y comprendernos a nosotros mismos es importantísimo, hay algo más esencial aún para vivir de todo corazón: amarnos a nosotros mismos.»
«Ahora veo que el hecho de reconocer nuestra historia y de querernos a nosotros mismos durante todo ese proceso es lo más valiente que podremos hacer jamás.»
«Ahora veo que cultivar una vida de todo corazón no es una meta, sino un camino sin fin. Es el camino de toda una vida. Es el trabajo del alma.»
Brené Brown, del prefacio
«Este notable libro trata de ese viaje que es nuestra vida y que nos lleva desde el "¿qué pensará de mí la gente?" hasta el "yo soy suficiente tal cual soy". La inigualable habilidad de Brown para fusionar su original trabajo de investigación con sinceros relatos de la vida real consigue que leer Los dones de la imperfección sea muy parecido a mantener una profunda y estimulante conversación con una amiga muy sabia que nos ofrece sabiduría, compasión y muy buenos consejos.»
HARRIET LERNER, autora de La danza de la ira
Solo cuando tengamos la valentía suficiente para explorar nuestros lados oscuros descubriremos el poder infinito de nuestra luz.
Brené Brown
es licenciada en filosofía y en trabajo social. Es profesora de investigación en la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de Houston y una activa conferenciante que diserta en eventos públicos sobre la vergüenza y la inadecuación, y cómo transformar creativamente esa actitud. Su innovador trabajo ha tenido una notable difusión en las cadenas televisivas CNN, PBS y NPR.
Es autora de "Los dones de la imperfección" (Gaia Ediciones), "Creía que solo me pasaba a mí..., pero no es así", (Gaia Ediciones) y "Frágil: el poder de la vulnerabilidad".
- Encuadernación: Rústica
- Dimensiones: 14,5 x 21 cm
- Nº Pág.: 208
ÍNDICE
PREFACIO 11
AGRADECIMIENTOS 21
INTRODUCCIÓN: VIVIR DE TODO CORAZÓN 23
CORAJE, COMPASIÓN Y CONEXIÓN:
LOS DONES DE LA IMPERFECCIÓN 33
EXPLORAR EL PODER DEL AMOR,
LA PERTENENCIA Y LA VALÍA PERSONAL 55
Lo QUE SE INTERPONE EN EL CAMINO 67
Hito 1 91
Cultivar la autenticidad:
Líbrate de la preocupación por lo que puedan pensar los demás
Hito 2 99
Cultivar la autocompasión: Líbrate del perfeccionismo
Hito 3 109
Cultivar un espíritu resiliente:
Líbrate del entumecimiento y la impotencia
Hito 4 127
Cultivar la gratitud y la dicha:
Líbrate de la sensación de no tener suficiente y del miedo a la oscuridad
Hito 5 141
Cultivar la intuición y confiar en la fe: Líbrate de la necesidad de certidumbre
Hito 6 149
Cultivar la creatividad:
Líbrate de las comparaciones
Hito 7 157
Cultivar el juego y el descanso: Líbrate del agotamiento como símbolo de estatus y de la productividad como medida de tu valía personal
Hito 8 165
Cultivar la calma y la quietud:
Líbrate de la preocupación como estilo de vida
Hito 9 173
Cultivar el trabajo provechoso:
Líbrate de la falta de confianza en ti mismo y de los «se supone que»
Hito 10 181
Cultivar la risa, el canto y el baile:
Líbrate de la idea de ser «guay» y de no perder nunca el control
REFLEXIONES FINALES 191
ACERCA DEL PROCESO DE INVESTIGACIÓN: Para buscadores de emociones y yonquis de la metodología 195
ACERCA DE LA AUTORA 201
PREFACIO
Admitir nuestra historia y amarnos a nosotros mismos durante todo ese proceso es lo más valiente que podemos llegar a hacer.
UNA VEZ QUE PERCIBES UN PATRÓN de comportamiento, ya no puedes dejar de verlo. Créeme, yo lo he intentado. Pero cuando la misma realidad se repite una y otra vez, es difícil fingir que se trata solo de una coincidencia. En mi caso, por ejemplo, por mucho que intento convencerme de que seis horas de sueño me bastan para funcionar bien, si no duermo al menos ocho me levanto impaciente, ansiosa, y no puedo evitar asaltar la despensa en busca de hidratos de carbono. Es un patrón de comportamiento. También tengo otro, terrible: acostumbro a dejar las cosas para otro día. Siempre retraso el momento de ponerme a escribir, y para ello no encuentro mejor excusa que reorganizar toda mi casa, invirtiendo una cantidad excesiva de tiempo y dinero en artículos de oficina y sistemas de ordenación. Lo hago constantemente.
Una de las razones por las que nos resulta imposible dejar de ver las tendencias de la conducta es que nuestra mente está diseñada para detectar los patrones de comportamiento y asignarles un significado. Los seres humanos nos caracterizamos por encontrarle significado a todo lo que sucede. Y, para bien o para mal, mi mente está especialmente adaptada a esa tarea; llevo muchos años practicándola y, de hecho, se ha convertido en la herramienta con la que me gano la vida.
Como investigadora, observo la conducta humana para identificar y poner nombre a las conexiones, relaciones y patrones de comportamiento sutiles que nos ayudan a dar sentido a nuestros pensamientos, conductas y sentimientos.
Me apasiona lo que hago. La búsqueda de patrones de comportamiento constituye un trabajo fantástico y, a lo largo de mi carrera profesional, las únicas ocasiones en las que intenté ignorar lo que veía se limitaron estrictamente a mi vida personal y a esas vulnerabilidades que me avergonzaban y tanto me gustaba negar. Pero todo cambió en noviembre de 2006, cuando el trabajo que llena estas páginas me propinó un bofetón en toda regla. Por primera vez en mi vida profesional anhelaba desesperadamente dejar de ver lo que mi propia investigación me estaba revelando.
Hasta aquel momento mi carrera se había centrado en el estudio de emociones tan difíciles como la vergüenza, el miedo y la vulnerabilidad. Había elaborado informes académicos sobre la vergüenza, había desarrollado un programa de estudios sobre la resiliencia * a la vergüenza dirigido a profesionales del campo de la salud mental y las adicciones, e incluso había escrito un libro sobre ese mismo tema, titulado Creía que solo me pasaba a mí (pero no es así) 1.
Mientras recopilaba las miles de historias que necesitaba para poder llevar a cabo el estudio —historias de hombres y mujeres residentes en todo Estados Unidos, de entre dieciocho y ochenta y siete años de edad—, observé patrones de comportamiento nuevos que me interesó conocer más a fondo. Sí, todos tenemos que luchar contra la vergüenza y el temor de no estar a la altura de las expectativas de los demás, y está claro que a muchos nos asusta dejar a la vista y dar a conocer nuestro verdadero yo; pero entre aquel enorme montón de datos había también multitud de historias de personas cuya asombrosa forma de vivir la vida bien podía servirnos de inspiración a todos.
Escuché historias que hablaban del poder que confiere aceptar la imperfección y la vulnerabilidad. Conocí la intrincada conexión que existe entre la dicha y la gratitud, y descubrí que ciertas cosas que yo doy por sentadas (como el descanso y el juego) son tan vitales para la buena salud como la nutrición y el ejercicio. Los participantes en la investigación confiaban en sí mismos, y hablaban sobre la autenticidad, el amor y la sensación de pertenencia * de una manera que a mí me resultaba completamente nueva.
Puesto que mi intención era analizar esas historias de forma conjunta, como un todo, cogí una carpeta y un rotulador y escribí en la pestaña la primera expresión que me vino a la cabeza: De todo corazón. Todavía no estaba segura de lo que significaba la frase, pero sabía que aquellas historias trataban de personas que vivían y amaban poniendo en ello, precisamente, todo su corazón.
Y entonces me surgieron un montón de preguntas. ¿Qué era
lo que aquella gente valoraba? ¿Cómo conseguían generar tanta resiliencia en la vida? ¿Cuáles eran sus principales motivos de preocupación y de qué manera lograban resolverlos o afrontarlos? ¿Acaso cualquier persona puede vivir su vida «de todo corazón»? ¿Qué hace falta para cultivar todo lo necesario para lograrlo? ¿Cuáles son los obstáculos que se interponen habitualmente en el camino?
Cuando empecé a analizar las historias y a buscar los temas que se repetían con más frecuencia, me di cuenta de que, en líneas generales, los patrones de comportamiento podían organizarse en dos columnas, que, por facilitar la tarea, etiqueté en principio como Hacer y No hacer. La columna Hacer rebosaba palabras como valía personal, descanso, juego, confianza, fe, intuición, esperanza, autenticidad, amor, pertenencia, dicha, gratitud y creatividad. La de No hacer destilaba términos como perfección, adormecimiento, certidumbre, agotamiento, autosuficiencia, compostura, encajar, juicio y sensación de no tener suficiente.
La primera vez que me paré a ver lo que había escrito, me quedé de piedra. Casi me da un ataque. Recuerdo que murmuré: «No. No. No. Es imposible».
Aunque era yo misma quien había redactado aquellas listas, el hecho de leerlas me causó una gran impresión. Siempre que realizo una investigación y apunto los datos que voy recopilando, me centro únicamente en reflejar con exactitud lo que he escuchado en las historias. No pienso en cómo diría yo algo, sino únicamente en cómo lo dijeron las personas que participaron en el estudio; tampoco pienso en lo que una determinada experiencia significaría para mí, sino que me limito a analizar lo que significó para la persona que me la contó.
Así que me quedé muchísimo rato allí sentada, delante de la mesa del desayuno, contemplando las dos listas. Mis ojos vagaban por el papel escrito; subían, bajaban y lo recorrían de un lado a otro. En un momento dado noté que los tenía llenos de lágrimas y que me estaba tapando la boca con la mano, como una persona a la que acaban de dar una mala noticia.
Y, de hecho, lo que acababa de descubrir era, efectivamente, una mala noticia. Creía que iba a comprobar que la gente que vive de todo corazón es exactamente como yo y hace las mismas cosas que yo hago: trabajar duro, seguir las reglas, repetir las cosas hasta que salen bien, esforzarse constantemente por conocerse mejor, educar a sus hijos tal y como explican los libros... En resumen, que después de haber pasado una década estudiando temas tan complicados como la vergüenza, merecía que me confirmaran que «vivía de forma correcta».
Sin embargo, he aquí la dura lección que aprendí aquel día (y todos los días a partir de entonces):
Es importantísimo que nos conozcamos y nos comprendamos a nosotros mismos, pero para vivir una vida de todo corazón hay algo todavía más esencial: que nos amemos a nosotros mismos.
El conocimiento es importante, pero solo si actuamos con bondad y ternura frente a nuestra propia persona mientras trabajamos en pos de descubrir quiénes somos. Vivir de todo corazón está tan relacionado con aceptar nuestra ternura y nuestra vulnerabilidad como con desarrollar el conocimiento y el poder de reivindicar lo que nos interesa.
Y probablemente la más cruel de todas las lecciones que aprendí aquel día, tan impactante para mí que me dejó sin aire, fue la siguiente: los datos confirmaban que es imposible que ofrezcamos a nuestros hijos lo que no tenemos. El punto que hayamos alcanzado en nuestro viaje hacia la vida y el amor de todo corazón determina mucho mejor nuestro éxito como padres que cualquier otra cosa que podamos aprender en los libros.
Vivir y amar de todo corazón es una tarea que compromete, a partes iguales, al corazón y a la cabeza, es decir, a nuestra parte emocional y a nuestra parte mental; y allí sentada, en aquel lúgubre día de noviembre, comprendí que tenía que trabajar más mi parte emocional.
Al final me puse de pie, cogí el rotulador que había dejado en la mesa, subrayé la columna No hacer y escribí debajo la palabra yo. En aquella lista parecían resumirse a la perfección todas mis dificultades y luchas internas.
Crucé los brazos con fuerza sobre el pecho, me hundí en la silla y pensé: «Estupendo. Esta maldita lista, la lista de lo que no se debe hacer, define perfectamente lo que yo hago en la vida».
Caminé por toda la casa durante unos veinte minutos intentando dejar de ver lo que acababa de descubrir, tratando de deshacerlo de alguna manera; pero estaba claro que no podía hacer desaparecer las palabras. No había vuelta atrás, así que hice lo que en aquel momento me pareció mejor: doblé con cuidado todas las hojas en cuatro y las guardé en una caja de plástico que encajaba perfectamente debajo de mi cama, junto al papel de envolver los regalos de Navidad. No volví a abrir la caja hasta marzo de 2008.
A continuación busqué una terapeuta realmente buena y empecé un año de trabajo espiritual en serio que cambiaría mi vida para siempre. Diana —mi terapeuta— y yo todavía nos reímos al recordar la primera visita. Ella, que trabaja como terapeuta de terapeutas, empezó con el imprescindible: «¿Y qué es lo que te ocurre?». Así que yo saqué la lista de Hacer y, como si tal cosa, le solté: «Ves esta lista? Pues necesito que mi vida se ajuste más a ella. Me vendría muy bien que me dieras algunos consejos y herramientas concretos. Nada de profundizar. Nada de estupideces de la niñez ni cosas así».
Fue un año largo. En mi blog me refiero literalmente a él de forma cariñosa como el «Colapso Despertar Espiritual de 2007», tachón incluido. A mí me parecía un colapso de manual, pero Diana lo denominó «despertar espiritual». Y creo que las dos teníamos razón. De hecho, estoy empezando a dudar de que puedan experimentarse ambas cosas de forma independiente.
No es casual que este despertar se produjera en noviembre de 2006, porque los astros estaban perfectamente alineados para un colapso: yo tenía las defensas bajas porque acababa de dejar los hidratos de carbono, faltaban unos días para mi cumpleaños (que siempre supone para mí un momento de reflexión), estaba agotada por el trabajo y me encontraba en el punto culminante de algo que podríamos denominar «el despertar de la mediana edad».
Puede que la gente considere que lo que sucede en la mediana edad es una «crisis», pero no es así. Se trata de una especie de aclaración, un momento en el cual desenredas el embrollo en que se ha convertido tu vida y descubres lo que quieres de verdad; una época en la que sientes un impulso desesperado de vivir la vida que quieres, y no la que «se supone» que debes vivir. En ese período el universo te desafía a desechar lo que crees que debes ser y a aceptar lo que eres.
La mediana edad es, sin duda, uno de los grandes viajes aclaradores que se producen en el transcurso de la vida, aunque también existen otros:
- el matrimonio
- el divorcio
- la paternidad
- la enfermedad
- un cambio de casa
- la marcha de un hijo
- la jubilación
- una pérdida o un trauma
- un trabajo que nos absorbe el alma
El universo no anda corto de señales de aviso. Lo que pasa es que las acallamos enseguida.
Resultó que el trabajo que tuve que llevar a cabo fue arduo y profundo. Un viaje muy laborioso, sin duda, hasta que un día,
exhausta y, como quien dice, con el barro todavía húmedo en las botas, me di cuenta: «Dios mío, me noto distinta. Me siento
alegre y verdadera. Todavía tengo miedo, pero también creo que ahora soy realmente valiente. Algo ha cambiado en mí. Lo noto en los huesos».
Me sentía más sana, alegre y agradecida que nunca. Estaba también más tranquila, con los pies en la tierra, mucho menos
angustiada. Había reencendido mi vida creativa, me había vuelto a conectar con mi familia y mis amigos de una forma nueva, y, lo más importante de todo, me encontraba verdaderamente a gusto en mi propia piel por primera vez en toda mi vida.
Aprendí a preocuparme más por cómo me sentía y menos por «lo que iba a pensar la gente». Estaba estableciendo límites
nuevos y empezaba a abandonar mi necesidad de agradar, de
cumplir con todo y de buscar la perfección. En lugar de decir «claro» (y quedarme después resentida y molesta), empecé a de‑
cir «no»; en lugar de decir «Suena bien, pero tengo mucho trabajo pendiente» o «Lo haré cuando esté_____________ (más delgada, menos ocupada, mejor preparada)», comencé a decir «¡Pues claro que sí!».
Mientras emprendía —con ayuda de Diana— mi propio viaje hacia una vida de todo corazón, leí casi cuarenta libros, inclui‑
das todas y cada una de las historias de despertar espiritual a las que pude echar el guante. Sin lugar a dudas, eran unas guías increíblemente útiles; pero yo seguía echando en falta alguna que me ofreciera inspiración y recursos y actuara básicamente como una especie de compañera del alma durante mi viaje.
Un día, mientras contemplaba el enorme montón de libros apilados de forma precaria sobre mi mesita de noche, me vino la inspiración. «Quiero contar esta historia en unas memorias. Contaré de qué manera una investigadora cínica y sabelotodo llegó a ser, punto por punto, el estereotipo que había pasado toda su vida adulta criticando, y explicaré cómo he llegado a convertirme en una buscadora espiritual de mediana edad en terapia de deshabituación, consciente de su salud, creativa y sensible, que se pasa los días meditando sobre la gracia, el amor, la gratitud, la creatividad, la autenticidad, y se siente más feliz de lo que jamás podría haber imaginado. Lo llamaré De todo corazón».
También recuerdo que pensé: «¡Antes de escribir esas memorias tengo que usar esta investigación para elaborar una guía sobre cómo vivir de todo corazón!». Para mediados de 2008 ya había llenado tres cajas enormes de cuadernos, diarios y montones de datos. También había pasado infinidad de horas realizando nuevas investigaciones. Tenía todo lo que necesitaba, incluso un deseo apasionado de escribir el libro que ahora tienes en la mano.
Aquel fatídico día de noviembre en el que apareció la lista y yo me hundí al darme cuenta de que no estaba viviendo ni amando con todo el corazón, no estaba totalmente convencida de la veracidad de mis descubrimientos. Ver la lista no era suficiente para creer plenamente en ella. Tuve que ahondar mucho y tomar la decisión consciente de creer..., de creer en mí misma y en la posibilidad de vivir una vida diferente. Un montón de preguntas, muchas lágrimas y una gigantesca colección de momentos alegres después, creer me ha ayudado a ver.
Ahora veo que el hecho de reconocer nuestra historia y de querernos a nosotros mismos durante todo ese proceso es lo más valiente que podremos hacer jamás.
Ahora veo que cultivar una vida de todo corazón no es intentar llegar a un destino, sino caminar hacia una estrella: jamás llegaremos, pero sabemos, sin lugar a dudas, que estamos avanzando en la dirección correcta.
Ahora veo que dones como el coraje, la compasión y la conexión solo funcionan cuando los ejercitamos. Y no de vez en cuando, sino a diario.
Ahora veo que el trabajo de «cultivar y librarse de» al que hago referencia en los diez «hitos» —que es como he denominado a cada uno de los capítulos que describen las características de la vida de todo corazón— no forma parte de la «lista de cosas pendientes». No es algo que consigamos o alcancemos y que después tachemos de la lista. Es un trabajo de toda la vida. Es el trabajo del alma.
En mi caso, creer fue lo que me hizo ver. Primero creí, y a partir de entonces fui capaz de ver que no solo podemos cambiarnos realmente a nosotros mismos, sino también a nuestras familias y comunidades. Lo único que tenemos que hacer es encontrar el coraje de vivir y amar con todo nuestro corazón. ¡Así que es para mí un honor emprender este viaje contigo!.
INTRODUCCIÓN
Vivir de todo corazón
VIVIR DE TODO CORAZÓN SIGNIFICA comprometernos con nuestra vida reconociendo nuestra valía personal. Significa cultivar el coraje, la compasión y la conexión para despertarnos por la mañana y pensar: «No importa lo que deje hecho ni cuánto quede por hacer; soy suficiente tal cual soy». Es irse a la cama por la noche pensando: «Sí, soy imperfecta y vulnerable, y a veces tengo miedo, pero eso no cambia el hecho de que también soy valiente y de que merezco recibir amor y sentir que pertenezco».
EL VIAJE
Vivir de todo corazón no es una decisión que tomemos en un momento concreto y que ya no nos exija hacer nada más, sino que implica seguir todo un proceso. De hecho, yo creo que es un viaje que dura toda la vida. Mi objetivo es aportar consciencia y claridad a la constelación de posibilidades que conducen a una vida de todo corazón, y compartir lo mucho que he aprendido de una gran cantidad de gente que se ha dedicado a vivir y a amar justamente así, desde el corazón.
Pero antes de embarcarnos en cualquier viaje, este incluido,
es importante que dediquemos unos momentos a hablar de lo que tenemos que llevar con nosotros. ¿Qué hace falta para vivir y amar desde el reconocimiento de nuestra valía personal? ¿Cómo asumimos la imperfección? ¿Cómo cultivamos lo que necesitamos y nos libramos de todo aquello que nos está limitando? La respuesta a todas estas preguntas es: con coraje, compasión y conexión, que son las herramientas que necesitamos para ir abriéndonos camino en nuestro viaje.
Si estás pensando: «Estupendo. Para combatir el perfeccionismo solo necesito ser un superhéroe», te comprendo. El coraje, la compasión y la conexión pueden parecer unos ideales elevados y sublimes, pero en realidad se trata solo de prácticas cotidianas que, cuando se ejercitan lo suficiente, se convierten en los dones más increíbles de nuestra vida. Y lo mejor de todo es que son precisamente nuestras vulnerabilidades las que nos obligan a recurrir a tan asombrosas herramientas. Puesto que somos humanos y, por tanto, bellamente imperfectos, al utilizar estas herramientas a diario nos acostumbramos a practicar con ellas. Y así es como el coraje, la compasión y la conexión se convierten en dones: los dones de la imperfección.
He aquí lo que vas a encontrar en las próximas páginas. En el primer capítulo te explicaré lo que he aprendido sobre el coraje, la compasión y la conexión, y analizaré por qué constituyen realmente las herramientas adecuadas para desarrollar la valía personal.
Cuando tengamos ya más o menos claras las herramientas que vamos a emplear en este viaje, en el capítulo siguiente nos ocuparemos del meollo del asunto: el amor, la pertenencia y la valía personal. Responderé a algunas de las preguntas más difíciles que se me han planteado en el transcurso de toda mi carrera: ¿qué es el amor? ¿Es posible amar a alguien y, aun así, traicionarlo? ¿Por qué nuestra necesidad constante de encajar sabotea la posibilidad de experimentar realmente una sensa ción de pertenencia? ¿Es posible amar a las personas que forman parte de nuestra vida (a nuestra pareja y a nuestros hijos, por ejemplo) más de lo que nos amamos a nosotros mismos? ¿Cómo definimos la valía personal y por qué es tan frecuente que consideremos que debemos afanarnos por conseguirla en lugar de creer simplemente que somos de verdad personas valiosas?
Realmente, en todos los viajes que emprendemos encontramos obstáculos, y el viaje hacia una vida de todo corazón no es ninguna excepción. En el siguiente capítulo exploraremos las que, según he podido comprobar en mis investigaciones, constituyen las mayores barreras para vivir y amar con todo nuestro corazón, así como el modo de desarrollar estrategias efectivas para franquearlas y cultivar la resiliencia.
A partir de ahí estudiaremos los diez hitos que jalonan el viaje de la vida de todo corazón, unas prácticas diarias que nos van indicando la dirección que debe seguir este viaje. Hay un capítulo para cada uno de estos hitos, y cada capítulo está ilustrado con historias, definiciones, citas e ideas que nos permiten tomar decisiones deliberadas e inspiradas sobre nuestra forma de vivir y amar.
CÓMO DEFINIR LOS MOMENTOS DEL VIAJE
En este libro aparecen de forma constante una serie de palabras que solemos utilizar para designar conceptos importantes, como amor, pertenencia y autenticidad. En mi opinión, resulta esencial definir estas palabras tan etéreas que todos los días lanzamos al aire una y otra vez pero cuyo significado casi nunca explicamos. Y estoy convencida de que las buenas definiciones deben ser accesibles y prácticas. Por eso he intentado definir estos términos de un modo que nos ayude a destriparlos y
a investigar las partes que los componen. Solo cuando vamos más allá del significado meramente agradable de las palabras y ahondamos en ellas, cuando escarbamos en aquellas actividades y experiencias cotidianas que ponen el corazón en la vida de todo corazón, logramos ver con claridad de qué manera define la gente los conceptos que impulsan sus actos, creencias y emociones.
Por ejemplo, cuando los participantes en mi investigación hablaban de un concepto como el amor, yo me esforzaba por definirlo tal y como ellos lo experimentaban. A veces eso me exigía desarrollar definiciones nuevas (como, de hecho, hice con amor y muchas otras palabras). Pero en otras ocasiones, cuando me ponía a buscar en la literatura existente, encontraba definiciones que captaban a la perfección el espíritu de las experiencias que habían relatado los participantes. Un buen ejemplo de ello es juego. El juego es un componente esencial de la vida de todo corazón, y cuando me puse a investigar sobre el tema descubrí la fascinante obra del doctor Stuart Brown1, que refleja con exactitud lo que aprendí mientras investigaba. Por eso, en lugar de crear una definición nueva del término juego, he decidido limitarme a hacer referencia a las palabras del doctor Brown sobre el tema.
Soy consciente de que las definiciones disparan la controversia y el desacuerdo, pero no me importa. Prefiero que debatamos el significado de las palabras que son importantes para nosotros a que no las discutamos en absoluto. Necesitamos un lenguaje común que nos ayude a adquirir consciencia y a entender lo que estamos tratando, porque ambos factores son esenciales para vivir de todo corazón.
DAR MÁS
A principios de 2008, cuando mi blog estaba todavía recién salido del horno, escribí un artículo sobre la idea de romper mi «botón de dar más». ¿Sabes lo que es el «botón de dar más»? Es aquel al que recurres cuando estás demasiado agotado para levantarte una vez más en mitad de la noche, cuando tienes que poner una lavadora más de ropa manchada de vómitos o diarrea de tu bebé, cuando hay que coger otro avión más, cuando debes devolver una llamada más o cuando necesitas agradar más, rendir más o buscar todavía más la perfección, tal como sueles hacer incluso cuando lo único que te apetece es dedicarle un corte de mangas a alguien y esconderte bajo las sábanas.
El «botón de dar más» es un nivel secreto de las profundidades de nuestro ser que nos sirve para sacar fuerzas de flaqueza y seguir adelante cuando nos sentimos agotados y abrumados y tenemos demasiadas cosas que hacer y demasiado poco tiempo para cuidar de nosotros mismos.
En la publicación de mi blog expliqué que había tomado la decisión de no volver a pulsar mi «botón de dar más». Me había prometido a mí misma que, siempre que me sintiera agotada desde el punto de vista emocional, físico y espiritual, iba a intentar ir más despacio, procurando tomarme las cosas con más calma y sin recurrir a mis viejas reservas, que consistían en no quejarme, redoblar mis esfuerzos y tirar para adelante.
Durante un tiempo funcionó, pero echaba de menos mi botón. Echaba de menos tener algo a lo que recurrir cada vez que me sentía agotada y hundida. Necesitaba una herramienta que me ayudara a salir a flote en los momentos difíciles, así que volví a echar mano de mis investigaciones para ver si podía encontrar en ellas una forma de «dar más» que estuviera en consonancia con la vida de todo corazón. Tenía la esperanza de que existiera algo mejor que limitarme a callar y tragarme los problemas.
Y he aquí lo que encontré: los hombres y mujeres que viven de todo corazón sí que son capaces de DAR más. Lo que pasa es que lo hacen de otra forma. Cuando se sienten agotados y abrumados por la situación en la que se encuentran, se muestran:
Deliberados en sus pensamientos y conductas. Para ello se valen de la oración y la meditación o, sencillamente, expresan con claridad lo que quieren conseguir;
Abiertos a la inspiración, lo que les permite tomar decisiones nuevas y diferentes, y Responden activamente. No se quedan parados, sino que pasan a la acción.
Desde que hice este descubrimiento, he estado practicando esta forma nueva de DAR más y el resultado ha sido sorprendente. Hace unos días, por ejemplo, me di cuenta de repente de que, en lugar de trabajar, estaba vagando distraída por Internet. Lo único que hacía era malgastar mi tiempo en el ordenador, jugueteando con Facebook de forma mecánica, sin prestar atención a lo que hacía. Ni me estaba relajando ni estaba produciendo; solo estaba derrochando inútilmente una cantidad enorme de tiempo y energía.
Entonces decidí probar la nueva forma de DAR más: ser deliberada, abrirme a la inspiración y responder activamente. Me dije a mí misma: «Si lo que necesitas es recuperar fuerzas, y perderte en Internet te resulta divertido y relajante, estupendo. Si, por el contrario, no te resulta divertido ni relajante, haz algo que de verdad te relaje. Encuentra algo que te inspire y no sigas con lo que no hace más que debilitar tu espíritu. Y por último, pero no menos importante, ¡levántate y hazlo!». Cerré el portátil, recé una pequeña oración para recordarme que debía ser clemente conmigo misma y me puse a ver una película que me había comprado y descargado hacía más de un mes. Fue justo lo que necesitaba.
No recurrí a mi forma antigua de dar más, que era tirar para adelante. Si lo hubiera hecho, me habría obligado a mí misma a ponerme a trabajar o a hacer algo productivo. En lugar de eso, me dediqué con devoción, intención y deliberación a una actividad que en aquel momento me ayudó a reponerme.
En cada uno de los hitos del libro encontrarás una sección dedicada a DAR más, que tiene el propósito de ayudarnos a pensar cómo adoptar una actitud deliberada e inspirada a la hora de tomar decisiones y de qué manera pasar a la acción. En ella te cuento mis estrategias personales y te animo a que vayas descubriendo las tuyas, porque he comprobado que estas estrategias nuevas han resultado ser mucho más efectivas que el antiguo «tirar para adelante».
LO QUE ESPERO APORTAR
En este libro se habla constantemente de temas poderosos como la autocompasión, la aceptación y la gratitud. No soy la primera persona que se dedica a tratar estos asuntos y estoy segura de que tampoco soy la investigadora más lista ni la escritora de más talento del mundo. Lo que sí soy, sin embargo, es la primera persona que explica de qué manera estos conceptos de autocompasión, aceptación y gratitud funcionan de forma individual y en conjunto para permitirnos cultivar una vida de todo corazón. Y, lo que es todavía más importante, soy sin lugar a dudas la primera persona que aborda estos temas desde la perspectiva de quien ha pasado muchos años estudiando la vergüenza y el miedo.
No sabes la cantidad de veces que he deseado abandonar mis investigaciones sobre la vergüenza. Resulta extremadamente duro dedicar tu carrera a estudiar temas que provocan aprensión a la gente. Han sido varias las ocasiones en que he levanta‑
do los brazos, literalmente, y he exclamado: «Me rindo. Es demasiado dificil. Hay muchísimas otras cosas, más agradables, que se pueden estudiar. ¡Quiero dejar este tema y dedicarme a algo diferente!». No fui yo quien eligió estudiar la vergüenza y el miedo; fueron estos temas los que me eligieron a mí para que los investigara.
Ahora sé por qué. Esas investigaciones eran lo que yo necesitaba —profesional y personalmente— para poder llevar a cabo este trabajo sobre la vida de todo corazón. Podemos estar hablando de coraje, amor y compasión hasta que nuestras palabras nos hagan parecer un escaparate gigante de tarjetas de felicitación, pero a menos que estemos dispuestos a mantener una conversación honesta sobre todas las cosas que nos impiden ponerlos en práctica en nuestra vida, jamás cambiaremos nuestra forma de vivir. Nunca jamás.
El coraje como concepto suena bien, pero tenemos que darnos cuenta de que, para poder cultivarlo, es imprescindible que dejemos de preocuparnos por lo que los demás puedan pensar de nosotros, y esa es una actitud que a casi todo el mundo le da miedo. La compasión, por su parte, es algo que todos queremos dar y recibir, pero ¿estamos dispuestos a analizar por qué para conseguirla no hay más remedio que establecer límites y decir «no»? ¿Estamos dispuestos a decir «no» aunque con ello vayamos a decepcionar a alguien? La sensación de pertenencia es un componente esencial de la vida de todo corazón, pero para poder sentirnos plenamente integrados tenemos que cultivar primero la autoaceptación... ¿Y por qué nos resulta tan difícil aceptarnos a nosotros mismos?
Antes de empezar a escribir, me hago siempre la misma pregunta: «¿Por qué puede merecer la pena que escriba este libro? ¿Qué es lo que espero que aporte a los demás?». Lo paradójico del caso es que estoy convencida de que la contribución más valiosa que puedo hacer al constante debate sobre el amor, la per tenencia y la valía personal brota de mis experiencias como investigadora de la vergüenza.
Afrontar este trabajo entendiendo plenamente por qué nuestras películas interiores y los duendecillos de la vergüenza nos hacen sentir constantemente asustados e insignificantes me permite hacer algo más que presentar grandes ideas abstractas; en efecto, ver el tema desde esta nueva perspectiva me concede la posibilidad de compartir estrategias reales que nos ayudan a cambiar nuestra forma de vivir. Si queremos saber por qué nos asusta tanto dejar que se vea y se conozca nuestro verdadero yo, debemos comprender el poder que ejercen sobre nosotros la vergüenza y el miedo. Si no somos capaces de enfrentarnos al nunca valdrás lo suficiente y al ¿quién te has creído que eres?, jamás podremos avanzar.
Sinceramente, confieso que me habría gustado saber lo que sé ahora durante aquellos momentos de mi pasado en los que, enfrascada hasta las cejas en la investigación sobre la vergüenza, me desesperaba y me sentía vencida. Si pudiera volver atrás y susurrarme algo al oído, me diría lo mismo que te digo a ti mientras emprendemos juntos este viaje:
Reconocer nuestra propia historia puede resultar duro, pero es mucho más fácil que pasarnos la vida escapando de ella. Asumir nuestras debilidades es arriesgado, pero no tan peligroso como renunciar al amor, la sensación de pertenencia y la dicha, experiencias todas ellas que nos hacen sentir vulnerables. Solo cuando tengamos la valentía suficiente para explorar nuestros lados oscuros descubriremos el poder infinito de nuestra luz.