Cartas Para Claudia

Referencia: 9788492981939
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Las enseñanzas de un psicólogo a una joven amiga «Yo soy yo.Tú eres tú.Yo no estoy en este mundopara llenar todas tus expectativas.Y séque tú no estás en este mundopara llenar todas las mías.Porque yo soy yoy tú eres tú.Y cuando tú y yo nos encontramoses hermoso.Y, cuando encontrándonos,no nos encontramo ...

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Las enseñanzas de un psicólogo a una joven amiga

«Yo soy yo.
Tú eres tú.
Yo no estoy en este mundo
para llenar todas tus expectativas.
Y sé
que tú no estás en este mundo
para llenar todas las mías.
Porque yo soy yo
y tú eres tú.
Y cuando tú y yo nos encontramos
es hermoso.
Y, cuando encontrándonos,
no nos encontramos,
no hay nada que hacer.»
(La oración gestáltica de Fritz Perls,
según Jorge Bucay.)

Componen este libro los escritos que, durante más de tres años de trabajo terapéutico, Jorge Bucay dedicó a sus pacientes. Con el tiempo, ellos mismos empezaron a compartir y distribuir estas cartas, hasta que un día, en vista del éxito que obtenían, sugirieron a Jorge Bucay que las divulgara. Con sus propios recursos y la ayuda de algunos buenos amigos, Jorge Bucay publicó este libro en 1986 con el título de Cartas para Claudia. En esta correspondencia imaginaria, Claudia, una amiga muy querida por el autor, es la destinataria de un correo revelador que despejará muchas de sus dudas sobre el autoconocimiento, el amor, la belleza de la vida y los secretos de la psicología. Esta obra se ha convertido ya en todo un clásico de la autoayuda.

PRÓLOGO

No me resulta fácil escribir sobre este libro de Jorge Bucay. No soy crítica literaria, sino escritora, y me parece muy mediocre limitarme al tecnicismo literario y muy vanidoso adelantarles mi opinión sobre la obra. Es mejor que lean lo que ha escrito Jorge. Sé que lo único valedero es expresar que, para mí, el libro de Jorge es Jorge. Elijo entonces escribir sobre lo que «es» y sobre lo que «sé».
Lo primero que me surge es una pregunta: ¿conozco a Jorge? No, aunque sí conozco cosas de Jorge. ¿Puede alguien conocer a otro? No, ni siquiera es importante. Sólo puedo ir conociéndome a mí misma. Tampoco es importante. Es conveniente. Es. Y ahí entra Jorge.
Cuando Jorge, después de varias «vueltas», me dijo que quería aprender conmigo (hace de esto muchos años o, tal vez mejor, muchas vidas), sentí que lo veía en su futuro, o sea, en su hoy.
Y empezamos nuestro camino en el hospital. Lo extraño es que ni él ni yo teníamos mucho que ver con hospitales (o tal vez sí en aquel momento).
En el camino que recorrimos juntos, sé que me conocí más y mejor. Y así, conociéndome, surgió la magia de «saber» a Jorge. Conocerlo dejó entonces de tener validez. Cada vez que nos encontramos (y digo en-con-tramos), es otro Jorge: uno que no conozco pero sí «sé».

PRÓLOGO DEL AUTOR

Querido lector:

Ignoro qué te lleva a leer este libro: si el título, el aburrimiento, la curiosidad, una actitud autocastigadora... vaya uno a saber. De todas maneras, quiero decirte desde ahora, desde el principio, que este libro no fue escrito para ti: este libro fue escrito para mí mismo. El motivo por el cual ha llegado a estar en tus manos es que algunas personas a las que con seguridad no conoces y nunca conocerás, han creído después de leer el manuscrito allá por 1986 que podría serte útil. Y aquí está.
Habitan estas páginas mucho más que tres años de mi vida.
Durante estos casi veinte años, estas cartas se han hecho muy importantes para mí y te confieso que me gustaría mucho que disfrutaras de este libro, que te sirviera y, sobre todo, que algo te pase cuando lo leas...
Anidado en ese deseo, quiero pedirte que transites con lentitud por lo que digo, que mastiques cada frase, que la desmenuces con ímpetu, que tomes lo que te sirva y, por último, por favor, que descartes el resto.
Quizá, como alguna vez dijo George Bernard Shaw, ter-mines juzgando que «éste es un libro bueno y original, sólo
que lo que tiene de bueno no es original y lo que tiene de original no es bueno».
Si, pese a todo esto, decides seguir leyendo, entonces ya eres parte de este libro y tu opinión me importa.
JORGE M. BUCAYPREFACIO
En esta edición de Cartas para Claudia me he permitido unos cuantos lujos. El primero y más importante es el de no corregir todos aquellos conceptos que, vertidos cuando se escribió el original, ya no comparto.
El segundo lujo es incorporar a esta edición algunas cosas que no dije, no pensé o no sabía en aquel entonces.
El tercer lujo es el de aparecer en esta edición que está en tus manos, lector, y que tiene una calidad muy diferente a la de aquella primera que, con recursos de mi bolsillo (y de algunos seres queridos), edité hace diecisiete años.
Finalmente, me permito el lujo de agradecerte, queridísimo lector, los cientos de cartas que he recibido respondiendo a mi invitación del prólogo. He disfrutado letra a letra de cada una de ellas. He disfrutado las críticas y, para qué negarlo, he disfrutado los halagos. En aquel entonces suponía que era una locura esperar que alguien respondiera, y mi emoción fue tan grande al recibir el primer sobre que después de leer la carta tuve la fantasía de viajar hasta la casa del impertinente lector, cuyo nombre nunca olvido (Joaquín Foldot) para agradecerle haberme escrito. Hoy, casi una veintena de años y diez libros después, recibo novecientas cartas por mes, y llegan a mi casilla cerca de doscientos cin-
puedo contestar todo lo que recibo, aunque nunca olvido en honor a Joaquín leer cada mail y cada carta que me manda un lector.
En retribución a tantos lujos, quiero compartir contigo un texto cortito y significativo. Lo he escrito entre aquella primera edición y esta lujosa de hoy. Lo que sigue, inspirado en la declaración de autoestima de Virginia Satir, es para mí lo mejor que he conseguido escribir en toda mi vida. Es mi manera de definir el amor entre dos amigos, el amor entre hermanos, el amor entre padres e hijos, el amor en una pareja, el amor...

Quiero que me oigas sin juzgarme.
Quiero que opines sin aconsejarme.
Quiero que confíes en mí sin exigirme.
Quiero que me ayudes sin intentar decidir por mí. Quiero que me cuides sin anularme.
Quiero que me mires sin proyectar tus cosas en mí. Quiero que me abraces sin asfixiarme.
Quiero que me animes sin empujarme.
Quiero que me sostengas sin hacerte cargo de mí. Quiero que me protejas sin mentiras.
Quiero que te acerques sin invadirme.
Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten. Quiero que las aceptes y no pretendas cambiarlas. Quiero que sepas que hoy cuentas conmigo...
sin condiciones.
JORGE M. BUCAY

INTRODUCCIÓN

En el año 1923, Georg Groddeck, antes de tener profundo contacto con la teoría freudiana, publicó El libro del Ello.
El libro estaba escrito en forma de cartas que, supuesta-mente, un psicoterapeuta enviaba a una amiga. Este terapeuta imaginario se llamaba, en el libro de Groddeck, Patrick Troll.
Medio siglo después, casi accidentalmente, me topé yo mismo con Groddeck, con Troll y con El libro del Ello. He leído ese libro decenas de veces y siempre encuentro algo bueno, alguno nuevo, algo que me sirve; y siempre obtengo placer en releerlo.
Hace unos años, durante una de mis incursiones fascinantes en El libro del Ello, se me ocurrió fantasear... ¿Qué libro escribiría Groddeck en la década de los ochenta si planeara hablar de psicología? ¿Serían sus conceptos tan psicoanalíticos?
En mi fantasía contesté que no.
Y seguí...
Georg Groddeck ha muerto y Patrick Troll murió con él.
¿Qué cartas escribiría hoy un terapeuta a una ex paciente? ¿Cómo pensaría un hipotético descendiente de aquel imaginario protagonista de El libro del Ello?
Arrastrado por mis ganas de encontrarme con ese libro inexistente una noche de noviembre de 1982, me senté ante un cuaderno y, sin pensar demasiado —porque nunca conseguí hacerlo muy bien—, me puse a escribir la primera carta de aquel libro fantaseado.
Podría repetir hoy el esquema mental de aquella noche:
«... Imagino que soy un descendiente de Georg Groddeck (¿acaso, de alguna manera, no lo soy?). O, mejor, un descendiente de Patrick Troll, aquel maravilloso terapeuta de El libro del Ello... Imagino que escribo a una antigua paciente, ahora una gran amiga... Ella se ha ido. Está lejos. Aún así, yo la recuerdo vívidamente... Se llama Claudia, como mi hija... Quizá más que eso... Quizás esta Claudia sea en realidad la Claudia que será mi hija dentro de pocos años... Claudia: cierro los ojos y te veo...».
Cuando terminé de escribir aquella primera carta, encendí un cigarrillo y la leí tratando de olvidar que era mía.
Muchas veces desde entonces me he vuelto a preguntar sí lo era.

Rba
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