La mujer oceánica, por Myriam Peña Sánchez-Garrido. Editorial: Gaia Ediciones

La mujer oceánica

Referencia: 9788484457244
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Una visión transformadora de la sexualidad femenina

Una poderosa invitación a que tomemos las riendas de nuestra sexualidad y recuperemos nuestro centro vital

Desata el poder de tu sexualidad femenina y el gozo de estar viva

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La mujer oceánica, por Myriam Peña Sánchez-Garrido. Editorial: Gaia Ediciones

Una visión transformadora de la sexualidad femenina

Una poderosa invitación a que tomemos las riendas de nuestra sexualidad y recuperemos nuestro centro vital

ISBN: 9788484457244

Editorial: Gaia Ediciones

Idiomas: Español

Encuadernación: Rústica

Dimensiones: 14,5 x 21 cm

Nº Pág.: 352

La energía sexual es una energía de vida sumamente creativa y presente en todas las facetas de la existencia. Cuando las mujeres aprendemos a manejarla de forma consciente, la convertimos en un gran catalizador evolutivo y en una fuente inagotable de plenitud y realización personal a todos los niveles.
Este libro nos enseña a reencontrarnos con la belleza propia de nuestro cuerpo de mujer; sus páginas nos guían paso a paso hacia aquellas partes de nosotras que hemos dejado relegadas, a fin de que las reactivemos y las pongamos al servicio de nuestro propio proceso de transformación.
Embarquémonos en este viaje de reencuentro con nuestra sensibilidad femenina y nuestra sexualidad, y permitamos que ambas brillen majestuosas en el intenso oleaje de la vida.

Desata el poder de tu sexualidad femenina y el gozo de estar viva

Las mujeres tenemos una dimensión oceánica que nos incita a vivir conforme a nuestra naturaleza esencial. Todas albergamos mareas invisibles que esperan ser desatadas, pero no todas sabemos que esas mareas nos permitirán recuperar el con­tacto con la fuerza de la vida y generar en noso­tras una inevitable transformación interior.
En esta obra encontrarás inspiración para em­prender el viaje hacia tu feminidad y afianzar tu fuerza vital buceando en las profundidades de tu cuerpo y tu mente.

¡Bienvenida a bordo!

Myriam Peña Sánchez-Garrido

nació cerca de Barcelona y actualmente reside con su pareja en un pueblo cercano a Olot (Girona). Es pedagoga especializada en sexualidad femenina y cuenta con una larga experiencia en educación.
En 2008 le diagnosticaron el virus del papiloma humano, con un diagnóstico muy próximo al cáncer de cuello de útero. Esta circunstancia, que supuso un punto de inflexión determinante en su vida, desencadenó una profunda y enriquecedora transformación en su interior. No podía obviar que este virus le estaba revelando algo sobre sí misma como mujer.
Vivió un tiempo en Asia en busca de la unión entre la sexualidad y la espiritualidad; allí estudió y trabajó en la Escuela de Tao de Mantak Chia y se adentró en la sexualidad femenina taoísta.
Fruto de todas estas experiencias, la autora ha creado la Escuela de Mujeres, un lugar donde invita a expandir la mirada hacia una sexualidad viva que nos potencia a nivel evolutivo. Allí imparte clases presenciales y online.

INDICE

PRÓLOGO 13
Así EMPEZÓ TODO 15
¡SOMOS OCEÁNICAS!
1. ¿Por qué el virus del papiloma humano? 27
2. En conexión con nuestro saber milenario 31
3. Nos autosaboteamos por miedo a nuestro poder 33

II. LA SEXUALIDAD FEMENINA
4. Una puerta de acceso a nuestro poder interior 41
5. Amplificar nuestra conciencia 44
6. Recuperar nuestro poder erótico 49

III. ALQUIMIA TAOÍSTA
7. Los tres calderos 55
8. El poder de la palabra: otras formas de nombrar 61
9. La conexión energética entre la boca y la vagina 64
10. La reflexología de nuestros genitales 68

IV. HONRAR NUESTRA CREATIVIDAD
11. Somos creadoras de vida 75
12. El fuego de las mujeres 77
13. El río creativo de tu pelvis 79
14. La fuerza de la vida es indestructible 80
15. Eres la guardiana de tus fuegos creadores 82

V. ABRAZAR NUESTRA SOBERANÍA
16. La mujer hermética 87
17. La tercera vía 90

VI. EL CUERPO COMO FUENTE DE PODER
18. ¿Qué es lo importante en nuestro cuerpo? 97
19. Recuperar el gozo de estar vivas 101
20. La redondez de nuestros cuerpos 103

VII. ÚTERO, VULVA Y VAGINA
21. Nuestro útero, cáliz sagrado 107
22. Reconocer la puerta de la vida 110
23. Los genitales de la mujer como receptáculo del universo 113
24. Poema a la vulva 115
25. Mi experiencia con el cérvix 116

VIII. EL INICIO DEL VIAJE FUE UN MAL INTERCAMBIO
26. El viaje de la heroína 121
27. Un trato desventajoso 124
28. Hablemos de la prostituta interna 127
29. La anestesia de las mujeres 129

IX. HERMANDAD EN CÍRCULO
30. Bebiendo del río de la vida 135
31. La oxitocina: el superpoder de las mujeres 136
32. Alimento para el alma femenina 138
33. Activar el wifi uterino 140
34. ¡Celebremos la vida de todas las mujeres!. 142

X. EL LINAJE FEMENINO
35. Mi linaje materno 147
36. El clan y sus creencias 152
37. A todas las madres guardianas de la vida 158

XI. EL LINAJE MASCULINO
38. Mi linaje paterno 163
39. Honrar lo masculino 166
40. La herida de lo masculino 171
41. La Vara de Luz masculina 175
42. Contener lo femenino 177

XII. SOMOS MUJERES DE FLUIDOS
43. Las aguas que nos habitan 181
44. El elemento agua 186
45. Nuestra agua celestial y otros procesos vitales 191
46. Programar la menstruación 195

XIII. HACIA LA PROFUNDIDAD
47. La tribu del mundo de abajo 201
48. Descensos que nos regeneran 203
49. El lenguaje de las profundidades 205
50. La resistencia al descenso 207
51. La profunda sabiduría de las entrañas 209
52. La sombra 211
53. El elemento contra natura 214
54. ¿Qué energías niegas dentro de ti? 218
55. No te rindas 221

XIV. LAS EMOCIONES DENSAS
56. La rabia: la emoción prohibida 225
57. Abrazar nuestras emociones más salvajes 227
58. Qué hacer con las emociones densas 229
59. La medicina de las emociones desterradas 231
60. Cuando el agujero negro te consume 233
61. El veneno de la culpa 235

XV. HACIA RUTAS SALVAJES
62. El nervio pélvico y el placer sexual 239
63. El mapa erótico de nuestro cuerpo 241
64. La mujer como iniciadora de una sexualidad sagrada 244

XVI. LAS MUJERES Y LA NATURALEZA
65. Cuando el bosque te reclama 249
66. Irradiar como lo hace la naturaleza 251
67. La naturaleza y sus procesos 253
68. Regenerarse en la naturaleza 259
69. Salir de la zona de confort 261
70. El cultivo de la tierra 264
71. Cavar el huerto y encontrarse a una misma 274
72. Pedir ayuda a las fuerzas de la naturaleza 276

XVII. HABITAR NUESTRA SOBERANÍA
73. El duelo no vivido de la humanidad 279
74. Declara quién eres y reclama tu herencia 283
75. Habitando mi soberanía 285
76. Transformarnos en lo cotidiano 287
77. Vive tu vida con garra 289
78. Poco a poco voy comprendiendo 290

PRÁCTICAS Y RECURSOS PARA EL DÍA A DÍA

GUÍA PARA REALIZAR LAS PRACTICAS 295
1. La medicina del suspiro 297
2. Útero y corazón unidos por un meridiano 299
3. Encender la luz del útero 302
4. La sonrisa interior en tus ovarios 304
5. El masaje de ovarios y la creación de una misma 307
6. Alimentarse mediante el masaje de pechos 310
7. Encender el fuego con el masaje de pechos 312
8. Sintoniza el latido de tu útero 315
9. Polo positivo y polo negativo 318
10. La meditación del infinito 322
11. Absorber el yin y el yang de la naturaleza 326
12. Conectar nuestro útero con el de la Madre Tierra 328
13. Meditación de enraizamiento con la luna llena 331
14. Respirar el poder de la luna 334
15. Limpiar memorias con la luna nueva 336
16. Ir a la naturaleza sin ropa interior 338
17. El masaje como transformación 340
18. Recibe al sol 343
19. Ofrenda tu ovulación 345
20. Oración a la mujer soberana 347
21. La mujer oceánica 348

 

PROLOGO

Esperaba la llegada de las asistentes a mi primer día de taller de sexualidad y erotismo femenino cuando apareció Myriam con su mochila, alegre, contenta, desenvuelta, im­pregnada de espíritu aventurero. Llamaron mi atención sus ganas de explorar y su apertura a vivir una sexualidad cons­ciente, sagrada, encarnada en mujer. Al año siguiente la acom­pañé, durante 9 meses, en su viaje experimental a través de mi curso «Viviendo la Mujer que Soy».
Para mí ha sido un gusto apoyarla y ser testigo de la crea­ción y experimentación de sus proyectos a través de la «wifi del útero», como ella la llama, que todas portamos. Infinita­mente agradecida de que mi transmisión y la de las fuentes de donde ha bebido hayan llegado a un útero fértil, acuoso y creativo.
En La Mujer Oceánica resuenan los ecos de mujeres sabias que Myriam va haciendo suyos en su divina cotidianeidad, el mejor lugar sin duda para ir destilando la obra en curso que todas somos. La autora plasma aquí el recorrido de sus viven­cias, experiencias y pasión por el mundo femenino, en lo que constituye la expresión de su alma sabia en un espíritu joven.
Esta obra te insuflará amor por tu cuerpo y entusiasmo y aliento para reconocer tus dones como mujer, y a la vez te
incitará a explorar y retomar lo que es tuyo para irradiarlo al mundo. Aquí encontrarás inspiración para vivir tu esencia fe­menina, y prácticas cotidianas para tu sexualidad.
Myriam, prendedora de fuegos, así te reconoces. Sin duda a través de La Mujer Oceánica prenderás muchos fuegos-cal­deros.
Gracias infinitas,

CARMEN ENGUITA
Madrid, lunes 26 de junio de 2017

ASÍ EMPEZÓ TODO

Hace unos cuantos años vivía sumergida en un mundo de objetivos, proyectos, horarios y rigidez, muy propio de la so­ciedad en la que vivimos. Con poco más de veinte años había trabajado ya en numerosas escuelas, era coordinadora de Edu­cación Infantil en una de ellas, había finalizado la licenciatura de Pedagogía, había cursado con éxito un máster y un postgra­do a la vez, mientras estudiaba inglés, y, por si no fuera sufi­ciente, cursaba también la carrera de Magisterio en Educación Infantil. Llegué a tener hasta cuatro trabajos simultáneos mientras realizaba mis estudios.
Por la mañana, de 8 h a 15 h, en la escuela de Infantil, y por la tarde, de 15:30 h a 21:30 h, en la universidad. Comía de un táper frío en cualquier lugar de camino a la universidad. A veces en el metro, otras en el tren, en el bus, caminando... y en el mejor de los casos, en mi coche, que, en parte, me servía de hogar.
Desde una perspectiva social, era un portento: joven y con tanta experiencia, destacando en todo lo que hacía. Desde una perspectiva personal, sin embargo, tenía bastantes carencias. No contaba con tiempo para mí, para sentirme (qué era eso?), para descansar... Siempre andaba agotada de un lado a otro.
Un buen día apareció en mi vida el virus del papiloma humano: unos condilomas (una especie de granitos) en la vul‑
va, justo en la entrada de la vagina. Eso me obligó a vivirme desde otro prisma, a mirarme con un espejito y reconocer mi cuerpo, aunque con grandes dosis de culpa y de odio hacia mí misma.
Sin darme cuenta, me estaba empezando a conectar con la mujer que soy.
Ciertamente, el proceso fue muy duro. Desde el primer momento en que me diagnosticaron el virus del papiloma hu­mano empecé a escuchar de boca de los especialistas que me atendían que «al fin y al cabo, estaba pasando por esto por no haber tenido precauciones». Ellos eran un espejo de cómo me estaba juzgando yo misma por estar viviendo tal situación. Me sentía sucia, deplorable, culpable, vacía, miserable e indigna.
Me dijeron que por nada del mundo contara a nadie que tenía este virus. Por supuesto, así lo hice. Las únicas personas a las que les conté lo que me ocurría fueron mi padre (en ese momento de mi vida vivía con él), mi pareja y una amiga que había pasado por la misma situación hacía un año.
Trabajaba como maestra con niños de un año en una es­cuela muy pequeña en la que todas éramos mujeres. Y aun así no me atreví a contarle a nadie lo que me estaba sucediendo. Lo sufrí en el silencio de mi soledad.
Ahora pienso que hubiera sido muy gratificante sentir el apoyo del resto de las compañeras y, ciertamente, estoy con­vencida de que me hubieran acogido con mucho amor. La directora de aquella escuela acababa de pasar por un proceso de superaciÓn de un cáncer, así que creo que hubiera sido una bendiciÓn dejarme acompañar por ella. A día de hoy es un apoyo fundamental en mi vida. Simplemente, no me lo permi­tí porque creía que no me lo merecía.
El inconsciente colectivo me estaba devorando sin yo sa­berlo siquiera. Lo único que quería era acabar con aquello cuanto antes y seguir con mi vida estresante de siempre. Pero el universo tenía otros planes para mí.
Fui pasando de un ginecólogo a otro hasta llegar a la que fue mi salvación. Yo la llamo «la ginecóloga infiltrada». De su mano empecé a quitarme la culpa que llevaba a cuestas. Una culpa que pertenece a un programa subconsciente ancestral. Al fin y al cabo, fuimos nosotras las que mordimos la manzana y por nuestra causa nos echaron del paraíso. Este hecho, más allá de que te consideres una persona religiosa o no, está ins­crito en nuestro subconsciente.
Mi ginecóloga me escuchaba; era dulce, respetuosa y muy cercana. Me cogía la mano cuando me hablaba. Fue un regalo de los grandes encontrarla en mi camino. Siempre pienso que me la enviaron desde el cielo para que pudiera salir del aguje­ro negro en el que yo misma me había hundido.
Acordamos que haríamos un tratamiento a base de una crema compuesta por ácidos que fulminaría los condilomas. Teóricamente, tenía que aplicármela tres veces a la semana, durante la noche, antes de ir a dormir. Aunque yo, como me sentía tan culpable, me la ponía todas las noches, esperando así poder acabar cuanto antes con el problema.
Ahora, con más camino recorrido, puedo ver claramente que me sentía muy culpable por estar viviendo esa situación. Y la culpa implica un castigo que tú misma te haces en el pla­no subconsciente. Pues bien, mi castigo era este y yo estaba convencida de que me lo merecía más que nadie.
Cada quince días tenía que hacerme revisiones para ve­rificar que todo iba bien. Llegó un momento en el que la piel de mi vulva estaba tan castigada que solo con tocarla se agrietaba y sangraba. Al ponerme la crema cada noche, esta se extendía por mis labios internos y devastaba mi piel. Re­cuerdo la mirada compasiva de mi ginecóloga cuando me dijo que dejara de ponerme la crema durante al menos una semana para permitir que mi piel se regenerara. Yo le decía
que sí, aunque seguía poniéndomela día tras día, cumpliendc con mi castigo.
Como he dicho, la vida me colocÓ en una situaciÓn en la que día sí y día también me veía obligada a mirar mi vulva aunque fuera con una mirada punitiva. Me resultaba tan leja­na, tan desconocida, tan horrorosa, tan sucia... Y no tenía nin­guna intenciÓn de empezar a mirarla de otra manera. Toda ye me sentía repugnante por estar viviendo ese proceso.
Un buen día se me ocurrió salir a comprar un espejo para poder ver mejor los pliegues de la vulva y así observar más de cerca a los condilomas. Entré a una enorme tienda y me llevé el espejo de mano más sofisticado que encontré: con aumento y con luz incorporada.
A partir de entonces, empecé a ir a las consultas con mi espejo. En cada visita, mientras mi ginecÓloga me miraba, yo cogía el espejo y observaba. Le preguntaba todas las dudas que me surgían al respecto y ella siempre me contestaba con mu­cho amor e interés. Poco a poco empecé a familiarizarme con mi vulva y con mi vagina.
La primera vez que observé el interior de mi vagina, me pareciÓ totalmente increíble, a la vez que desconcertante.
Allí, sentada en la silla ginecológica, empecé a preguntar­me cómo puede ser que un montón de personas —refiriéndo­me a los ginecólogos— sepan lo que hay dentro de mí y yo no. ¡Me parecía alucinante]. ¿CÓmo podía desconocer tanto lo que había en mi propio cuerpo? A fin de cuentas, era mío, aunque no lo hubiera habitado demasiado. Sin saberlo, sembré la se­milla que me decía que aquel cuerpo me pertenecía y que era mi labor apropiarme de él.
En un momento dado tuve una revelaciÓn; iba camino a la universidad, ajetreada cruzando Barcelona, comiendo a toda prisa. Me encontraba entre el tumulto, acalorada, pensan­do en todo lo que tenía que hacer, cuando de repente empecé a preguntarme: «¿Por qué me está pasando todo esto en la zona de los genitales?». En milésimas de segundo comencé a atar cabos.
Me di cuenta de que desde los quince años había sufrido infecciones vaginales de cándidas, entonces ya crónicas. Los médicos, cansados de verme en su consulta cada semana, ya me habían dicho varias veces que cuando notara que tenía cándidas me dirigiera directamente a la farmacia a comprarme un antifúngico oral y que yo misma me lo administrara. Ni los óvulos ni las pomadas me hacían efecto.
En mi mente surgió un pensamiento: quizá aquello no era casualidad y si mi zona sexual estaba siendo tan atacada sería por algo.
De repente me vino a la mente el nombre de un libro del que una amiga me había hablado: Usted puede sanar su vida, de Louise Hay. En esos momentos estaba pasando por delante de una librería grande, así que decidí entrar. Como era de esperar, allí estaba el libro, y curiosamente en oferta y en primera línea. Me lo empecé a leer y enseguida me atrapó. Si la autora había conseguido superar un cáncer terminal, ¿no podría yo sanar un virus?
Leía el libro a todas horas. Me descargué en internet un audiolibro de la misma autora y lo escuchaba día y noche a modo de reprogramación. Algunas noches me quedaba dormi­da oyéndolo. Empecé a poner en práctica todo lo que apren­día y lentamente comencé a sentirme mucho más sintonizada con mi cuerpo y en general con la vida.
Ya había pasado un año y los condilomas no desaparecían. A veces se hacían más pequeños, como resultado de ese cam‑
bio de pensamiento que estaba aplicando, pero luego volvían
a resurgir. Mi ginecóloga insistía en que pasara por el quirófa­no, pero yo siempre le contestaba que no. Tenía demasiado
miedo. La idea de que me anestesiaran y me operaran me pro­ducía terror. En última instancia, ya me había acostumbrado a la situación.
Finalmente me dio un ultimátum: si durante el mes si­guiente no veía un avance, iríamos al quirófano. Me dio con­fianza saber que sería ella quien me operaría.
Me daba tanta vergüenza explicar lo que me estaba pasan­do que en la escuela donde trabajaba me inventé que me te­nían que operar de un quiste en la ingle. Hablar de la ingle me parecía más apropiado que mencionar la vulva. Tuve que dar explicaciones, ya que estaría de baja durante una temporada.
Todas me apoyaron y me comprendieron.
Supongo que en mi mente aún guardaba alguna memo­ria lejana de cuando a las mujeres nos quemaban en la ho­guera, porque pensé que si mis compañeras de trabajo, junto con los padres de la escuela, se enteraban de lo que realmen­te me estaba pasando, me repudiarían y no me dejarían se­guir con la labor educativa que estaba desempeñando. ¡Ahora lo pienso y me río?, aunque en su momento me lo tomé muy en serio.
Me operaron en la vigilia de la noche de San Juan. En Es­paña, esa noche se hacen enormes fogatas en honor al Sol, que nos recuerdan el poder transformador del fuego. Esta vez las fogatas ejercían una función alquímica sobre mí como mujer.
Quise ir sola al hospital. Durante la espera seguí escu­chando el audiolibro de Louise Hay y yo misma me progra­maba con infinidad de afirmaciones sobre lo bien que iba a salir la operación; me recuperaría muy rápido y todo sería muy fácil.
Al cabo de unas horas le di permiso a mi padre para que viniera. Él, que me conoce bien, sabía que necesitaba estar sola esas primeras horas para realizar mi proceso.
Al salir del quirófano me sentí renacer. Me vi como una mujer nueva y con una vida repleta de posibilidades. Recuer­do la expresión de asombro de mi padre al ver la buena cara con la que me encontró en la camilla. Estaba feliz, con una sonrisa de oreja a oreja.
Al cabo de unos días, me fui sola a una casa frente al mar. Sin saberlo, hice mi propio retiro. Me dediqué a descansar, a ir a la playa, a tomar el sol, a comer comida caliente y recién hecha, a leer sobre temas de autodesarrollo, a elaborar mis propias afirmaciones y a reprogramarme con ellas. Agradezco el impulso que me dio mi padre cuando le hablé de pasar unos días sola en la playa. Enseguida me animó, y esto hizo que confiara en mí misma.
A la vuelta, mi ginecóloga se sorprendió al verme tan res­plandeciente. Nos alegramos juntas. Me preguntó qué creía que había pasado para que se diera aquel cambio en mí. Y yo se lo expliqué como pude, tras lo cual sonrió y me abrazó muy fuerte.
Me dijo unas palabras que, aunque en ese momento no comprendí, han dejado una enorme huella en mí: «Myriam, ni te imaginas la consciencia que tienes ahora de tus genita­les y de tu cuerpo. No sabes la de mujeres que vienen aquí y que nunca se han mirado. Mujeres que no saben ni lo que tienen...».
Mi proceso de autodescubrimiento continuó. Soy una ex­ploradora nata y lo que estaba conociendo de mí misma y de la vida me tenía fascinada. Empecé a preguntarme sobre mí, sobre el hecho de ser mujer, sobre mi cuerpo y sus procesos, so­bre nuestra conexión con la naturaleza, sobre las relaciones con nuestras parejas, sobre la sexualidad propia y compartida, sobre la educación que les estábamos dando a nuestros niños y niñas, sobre el sistema social... Y el universo empezó a en­viarme personas, situaciones, libros, documentales y propues­tas de todo tipo que yo acogía con tremenda alegría.
Así fue como empecé un proceso de dos años en un círcu­lo de mujeres liderado por Carmen Enguita. Una gran mujer, sabia, con increíble experiencia. Me entregué por completo a vivirme como mujer, a explorarme en mis posibilidades... Y, como ves, aún sigo en ello.
Después de este intenso proceso de dos años, me fui un tiempo a vivir a Asia. Seguía preguntándome acerca de la se­xualidad, de la educación y de mí misma.
Pensaba irme a la India, con billete solo de ida y con una mochila que, más que pesarme, me daba alas. Pero unos quin­ce días antes de la partida me comunicaron que los vuelos se habían cancelado. Yo sabía que aquello era cosa del universo, así que me entregué a sus planes con gran confianza.
Al cabo de unos días tenía ya preparado un vuelo a Tailan­dia. Allí me adentré en las enseñanzas del Tao en la escuela oficial de Mantak Chia.
Nada más llegar, vi que anunciaban un curso sobre sexua­lidad femenina taoísta y enseguida me apunté. El curso me fascinó y me abrió otro camino que amplificaba aún más el mío.
Un buen día comprendí que la vida me había puesto allí por algo, así que decidí alquilar una casa y vivir en una aldea cercana a la escuela taoísta. No tenía internet, ni teléfono mó­vil ni nada que me pudiera distraer. Me dediqué a las prácticas taoístas femeninas que iba aprendiendo cada día y fui anotan­do mi proceso en un sinfín de cuadernos. Recuerdo los atarde­ceres y las noches en la terraza de mi hogar, con una vela en­cendida y escribiendo sin parar.
Mi destilación se fue haciendo mucho más honda.
Al cabo de un tiempo empecé a trabajar para la escuela de Mantak Chia realizando traducciones del inglés al castellano. Fue muy interesante traducir textos que trataban de aspectos ancestrales relacionados con la sexualidad taoísta femenina y masculina. En vez de pagarme con dinero, me pagaban con la posibilidad de seguir formándome. A lo que yo accedí con gratitud.
Al cabo de unos meses sentí que tenía que volver a Espa­ña y así lo hice. Una vez aquí, recibí la visita de una instructo­ra taoísta que había conocido en Tailandia y la acogí en mi hogar. Durante su estancia se dedicó a enseñarme con mucho más detalle las prácticas taoístas en las que me había iniciado. De su mano pude empezar a establecer puentes entre lo que yo ya había integrado antes de introducirme en el Tao y las prácticas taoístas. Lo que comparto ahora contigo, y con tantas mujeres, es fruto de esta destilación.

Formación adicional:

Existe la opción de complementar todo el saber práctico de este libro con los cursos, talleres, retiros y formaciones que se ofrecen en la Escuela de Mujeres, tanto presenciales como online.
Además, he creado —especialmente para las lectoras de la presente obra— una formación online llamada "El camino de la Mujer Oceánica" destinada tanto a profesionales que quie­ran integrar esta visión dentro de su ámbito como a mujeres que deseen seguir profundizando en todo el saber que aquí se despliega.
En ella, yo misma te acompaño para que vayamos avan­zando juntas en la integración de todos estos aprendizajes. Así mismo, amplío la información relativa a ciertas partes del con­tenido, ofreciéndote ejemplos de mi propia experiencia y ani­mándote a que hagas las prácticas para que tú misma saques tus propias conclusiones.

MYRIAM

 

Gaia Ediciones
9788484457244

Ficha técnica

Autor/es:
Myriam Peña Sánchez-Garrido
Editorial
Gaia Ediciones
Formato
14,5 x 21 cm
Páginas
352
Encuadernación
Rústica con solapas (tapa blanda)
Ilustraciones
Blanco y negro
Prólogo
CARMEN ENGUITA
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