El Espíritu del Aikido
Referencia: 9788493540067
«... En el aikidô, nuestra práctica de la unificación de cuerpo y alma en movimiento circula con la filosofía de "la nada" y "el vacío" en nuestra mente, y seguimos buscando la mejora de nosotros mismos....»
De su discurso de investidura como doctor honoris causa en la Universidad Politécnica de Valencia, el 6 de noviembre de 1992
El espíritu del aikido, sin embargo, es un libro esencial, es un libro básico, de culto se podría decir (al igual que Budo, escrito por Morihei Ueshiba, padre de Kisshomaru y fundador del aikido).
Esta obra tiene sobre todo la cualidad de transmitir el alma y el encanto particular del aikido, como principio y como práctica, expresándolo como la forma más sublime de arte estético-espiritual que jamás haya producido la cultura tradicional japonesa, y conduciéndonos hacia la esencia de la larga tradición de estas artes en Extremo Oriente.
Poniendo de manifiesto la realidad esencial del aikido, sustentada en los espontáneos y ondulantes movimientos de la naturaleza, donde se acumula el inigualable poder del ki, El espíritu del aikido nos enseña que el objetivo de este arte es la formación del ser humano ideal, unificando el cuerpo y la mente para conseguir una vida dinámica y en equilibrio.
Es también una obra diáfana, escrito con la intención de que toda persona interesada tenga acceso a la información necesaria para formarse una clara idea acerca de «la vía de la armonía con el ki».
Incluye gran cantidad de textos inéditos del fundador, así como una breve historia del aikido y su internacionalización, y presenta tres secciones de fotos que recogen momentos de la historia del aikido y muestran detalladamente algunas de sus técnicas más representativas.
KISSHOMARU UESHIBA
Doshu de Aikido e hijo de Morihei Ueshiba (fundador del aikido) nació en 1921. En 1946 se graduó en la Universidad Waseda; en 1948 se convirtió en maestro del Dojo de la Sede Central de Aikido, y en el año 1967 fue nombrado presidente de la Fundación Aikikai (la principal organización mundial de aikido) y fue presidente de la Federación Internacional de Aikido. Ha sido galardonado desde entonces por innumerables instituciones y universidades de todo el mundo (entre ellas como doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia, en 1992).
Su designación formal como sucesor de su padre tuvo lugar en 1969. Ocupó varios puestos importantes relacionados con las artes marciales y fue directivo del Nipón Budokan, sede de las artes marciales en el centro de Tokyo.
- Encuadernación: Rústica
- Dimensiones: 14.5 X 24
- Nº Pág.: 144
- ILUSTRADO
«... En el aikidó se requiere hacer práctica espiritual y física, lo cual se basa en algún arte marcial japonés tradicional en el que la vida y la muerte están siempre cara a cara.
Ese tipo de superación de la mente humana adquirida por medio de la práctica es absolutamente necesaria en nuestra sociedad moderna, en la que la ciencia parece ser considerada como todopoderosa.
En el aikidó, nuestra práctica de la unificación de cuerpo y alma en movimiento circula con la filosofía de "la nada" y "el vacío" en nuestra mente, y seguimos buscando la mejora de nosotros mismos, llegando a descubrir que la filosofía del aikidó entra en conflicto con la de los deportes en los cuales toda la práctica se centra en el resultado de ganar o perder.
Si ponemos la victoria como nuestra principal prioridad, nos encontraremos ligados a la competición, y tendremos que poner nuestra meta en algo que está lejos del mundo de la armonía...»
De su discurso de investidura como doctor honoris causa en la Universidad Politécnica de Valencia, el 6 de noviembre de 1992
INDICE
- Introducción 7
- Prólogo 11
- El Ki del universo y el Ki individual 13
- Entrada y rotación esférica 37
- La práctica diaria como camino de perfección 57
- Dominio de la mente y cultivo de la técnica 79
- La fuerza de vivir con la naturaleza 93
- Heredando las aspiraciones del fundador 107
- El aikidó arraiga en el mundo 129
- Apéndice: Guía mundial de direcciones de aikidó 139
- Glosario 141
Introducción
A través de los siglos las religiones han abrazado el amor y la compasión, y las filosofías han enseñado el respeto por la vida. Pero hoy en día nos enfrentamos con una creciente violencia que parece tener su propio impulso más allá de cualquier control humano. El mundo está lleno de discordias entre enemigos, bien y mal, opresor y oprimido. La violencia es utilizada para aplastar, destruir y eliminar al adversario, y cuando eso se ha logrado se busca otro oponente. ¿Cuándo se detendrá el ciclo de violencia? ¿Cómo se pueden superar las discordias que separan a la gente? ¿Dónde reside el poder de cicatrizar las heridas del dolor y del sufrimiento?
Resulta interesante encontrar en la historia japonesa una tradición de artes de combate (bugei), ideada originalmente para inflingir daño y dar muerte en el campo de batalla, y que se haya transformado en la Vía de las artes marciales (budô), dedicada al perfeccionamiento del ser humano mediante la integración de la mente, el cuerpo y el espíritu. Comenzando en los inicios del siglo XVII, la Vía del sable transformó el sable que mata en el sable que protege la vida. Esta Vía de las artes marciales es compatible con la Vía de la ceremonia del té, con la Vía de la poesía, con la Vía de la caligrafía, con la Vía de Buda y con multitud de otras Vías que, en su forma pura, han procurado sustento espiritual al pueblo japonés.
El entrenamiento y la disciplina comunes a todas las Vías, marciales o culturales, se compone de tres niveles de maestría físico, psíquico y espiritual. En el plano físico lo esencial del entrenamiento consiste en el dominio de la forma (trata). El maestro proporciona una forma modelo y el alumno observa cuidadosamente y la repite numerosas veces, hasta que la interioriza completamente. No se habla
ni se dan explicaciones, y el peso del aprendizaje recae sobre el alumno. En el máximo grado de dominio de la forma, el alumno es liberado de la fidelidad a la forma.
Esta liberación ocurre a causa de los cambios psicológicos internos que tienen lugar desde el mismísimo comienzo. La tediosa, repetitiva y monótona rutina del aprendizaje pone a prueba el compromiso y la fuerza de voluntad del alumno, pero también corrige la obstinación, controla la voluntariedad y elimina los malos hábitos corporales y mentales. En el proceso comienzan a emerger su verdadera fuerza y su verdadero carácter y potencial. La maestría espiritual es inseparable de la maestría psíquica, pero sólo comienza tras un intensivo y largo período de entrenamiento.
La clave de la maestría espiritual reside en el hecho de que el yo abandone su ego. En las artes marciales y culturales, la libre expresión del yo se encuentra bloqueada por el propio ego. En la Vía del sable, el dominio de la postura y la forma, por parte del alumno, debe ser tan absoluta que no exista apertura (suki) por la que pueda entrar el adversario. Si hay apertura es el propio ego quien la crea. Uno se vuelve vulnerable cuando deja de pensar en ganar, en perder, en cobrar ventaja, en impresionar o en ignorar al adversario. Cuando se para la mente, aunque sólo sea por un instante, el cuerpo se paraliza y se pierde el movimiento fluido y libre.
El monje Zen Takuan (1573-1645), confidente de Yagyû Munenori (1571-1646), maestro de armas de la Casa de Tokugawa, escribió en un corto tratado El verdadero y prodigioso sable de Tai-A:
El arte del sable consiste en no preocuparse nunca de la victoria o de la derrota, de la fuerza o de la debilidad, de mover un paso hacia delante o de moverlo hacia atrás, de que el enemigo no me vea o de que yo no le vea a él. Comprender esto, que es fundamental frente a la separación del cielo y la tierra, y a donde ni siquiera yin y yang pueden llegar, supone alcanzar provecho instantáneo en el arte.
Tai-A es un sable mítico que da vida a todas las cosas, tanto a uno mismo como al otro,
al protagonista y al antagonista, al amigo y al enemigo.
El mismo Yagyû Munenori destaca la superación del ego a través de la autodisciplina en el arte del dominio del sable. En un tratado conocido como La Transmisión Familiar en el Arte de Luchar, escribe que el objetivo del entrenamiento en las artes marciales es superar seis tipos de males: el deseo de vencer, el deseo de confiar en la destreza técnica, el deseo de alardear, el deseo de abrumar psicológicamente al adversario, el deseo de permanecer pasivo a fin de esperar una apertura y el deseo de liberarse de estos males.
Por último, la maestría física, la psíquica y la espiritual son una misma cosa. El yo sin ego es abierto, flexible, dúctil, fluido y dinámico en cuerpo, mente y espíritu. Al no tener ego, el yo se identifica con todas las cosas y con toda la gente, viéndolos no desde una perspectiva centrada en sí mismo, sino desde los propios centros de los demás. En un círculo de contorno ilimitado cada punto se convierte en el centro del universo. La capacidad de ver toda la existencia desde una perspectiva no centrada en uno mismo es primordial en la identidad Shintö con la naturaleza y constituye también lo que el Budismo llama sabiduría, que en su más alta expresión no es otra cosa que compasión.
Esta forma de pensar es la esencia de todas las Vías marciales y culturales en la tradición japonesa. El aikidó es una formulación moderna de esta esencia, perfeccionada por el genio del Mestro Morihei Ueshiba (1883-1968). Explicando el objeto de su arte en una conferencia que dio en una ocasión ante un público no especializado declaró:
El Budö no es un medio para derribar al adversario mediante la fuerza o el uso de armas letales. Tampoco se propone conducir al mundo a la destrucción mediante las armas u otros medios ilegítimos. El verdadero Budö requiere ordenar la energía interna del universo, protegiendo la paz del mundo y moldeando y preservando en su forma justa todo lo que existe en la naturaleza. Entrenarse en el Budö equivale a fortalecer, dentro del
propio cuerpo y de la propia alma, el amor a los kami, las deidades que engendran, protegen y nutren todo lo que hay en la naturaleza.
El Maestro Ueshiba recalcaba constantemente que un arte marcial debe ser una fuerza generadora de amor que a su vez nos conduzca a una vida rica y creativa. Esta fue la conclusión de la búsqueda de toda su vida como hombre dedicado a las artes marciales. En una de sus últimas charlas proclamó: «El aikidô es el verdadero budo, la obra del amor en el universo. Es el protector de todas las cosas vivas, el instrumento que da vida a todo, a cada cosa según su condición individual. Es la fuente creadora no sólo del verdadero arte marcial, sino de todas las cosas, nutriendo su crecimiento y su desarrollo.»
Al ser una forma de arte marcial tradicional, el aikidô lleva a cabo este amor universal a través de un riguroso entrenamiento corporal. Sin embargo, la dura disciplina no puede separarse del desarrollo mental y del auténtico crecimiento espiritual. Aunque puede que muchos no lleguen a alcanzar este objetivo, no obstante, el elemento crucial es el proceso de entrenamiento, que no tiene principio ni fin, y mientras se esté en ese camino, la realización última del aikidö como Vía de la vida —más allá de cualquier arte marcial—, puede manifestarse en el momento más inesperado.
Tenemos la suerte de que el hijo y heredero del Maestro Ueshiba, Kisshômaru Ueshiba, cabeza (Döshu) actual del aikidó, haya accedido a esta traducción de su obra original en japonés. Su interés estriba en que la esencia pura del aikidö, no adulterada por los egos competitivos, tanto personales como nacionales, se mantenga firmemente en el centro del entrenamiento y de la práctica. Después de todo, dô jô, «el lugar del esclarecimiento», es una palabra derivada del bodhimanda sánscrito, el lugar donde el yo con ego se transforma en el yo sin ego.
TAITETSU UNNO