Cuida tus hormonas, de David Moreno Meler y Edgar Barrionuevo Burgos. Editorial Amat

Cuida tus hormonas

Referencia: 9788497359894
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Claves para tu salud física y emocional

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Cuida tus hormonas, de David Moreno Meler y Edgar Barrionuevo Burgos. Editorial Amat

Claves para tu salud física y emocional

ISBN: 9788497359894
Encuadernacion: Rústica
Fecha de Publicacion: 2018
Número de páginas: 224

 

 

¿Por qué nos sentimos hambrientos al caer la tarde, padecemos episodios de insomnio o algunos días nos cuesta mantener la concentración? La respuesta está en unas sustancias llamadas “hormonas”, producidas por las glándulas endocrinas y tan influyentes en el organismo que determinan hasta el color de ojos que tendremos al nacer. El equilibrio entre estas sustancias, sin embargo, es muy delicado y cuando se rompe pueden aparecer devastadores problemas de salud. La buena noticia es que podemos restablecerlo con la dieta adecuada, suplementos naturales y algunos cambios en el estilo de vida.

Edgar Barrionuevo

Edgar Barrionuevo, miembro fundador de ‘Ayuno y Salud’ es experto en nutrición. Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, posgraduado en Nutrición por la Universidad de Barcelona, máster fitness specialist por el Cooper Institute (Dallas, EEUU) y personal trainer certificated por Nautilous Fitness Company (Portland, EEUU). Está especializado en nutrición energética y natural y actualmente dirige grupos de ayuno.

 

David Moreno

David Moreno, miembro fundador de ‘Ayuno y Salud’ está especializado en Osteopatía. Licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte por la Universidad Ramon Llull y máster en Alto Rendimiento (Fundación F. C. Barcelona e INEFC). Es osteópata (Escuelas de Osteopatía de Barcelona y Europea) y técnico en pilates y readaptador deportivo. Es entrenador personal con más de diez años de experiencia.

Índice

Cuerpo o mente: ¿quién controla a quién? Hormonas, neurotransmisores..      7
Entender el ciclo menstrual y disfrutar de la vida . . .      21
Diferentes etapas de la salud hormonal (juventud, madurez, menopausia..)       29
El gran equipo intestino-cerebro. La gran influencia hormonal y nerviosa       41
Los estrógenos       51
La inflamación y el dolor. Más allá del ibuprofeno . .       73
La montaña rusa de la insulina      83
La tiroides: el acelerador y freno de nuestro cuerpo .       91
El sueño: el viaje del cortisol y la melatonina      105
Los hombres también lloran       113
Histamina, cuestión de equilibrio       123
El control del peso: cómo influyen las hormonas . . . . 133
Las emociones. Hazme reír serotonina       151
Fluir con el estrés para sacarle partido       161
La menopausia: un proceso fascinante       173
Disruptores endocrinos. La gran amenaza de la actualidad       183
Hábitos y remedios naturales para el equilibrio emocional       195

Glosario       209

Bibliografía y fuentes       215

 

INTRODUCCIÓN
Cuerpo o mente: ¿quién controla a quién? Hormonas, neurotransmisores y enzimas. Un laberinto lleno de sorpresas

El funcionamiento de todo nuestro cuerpo se reduce al control de unas sustancias mágicas llamadas hormonas. Muchas de las cosas que nos pasan no son más que reac­ciones bioquímicas que se producen en el interior de nues­tro organismo. La sensación de hambre, los disgustos con la pareja, las pocas ganas de hacer ejercicio, la fla­cidez de nuestros músculos, el mal humor, la euforia in-contenida, la acumulación de grasa en las zonas que me­nos nos gustan... Todo se debe a ellas. A las «hormonas mágicas».
Por nuestras venas y por nuestro organismo cabalgan es­tos diminutos seres que se encargan de controlar absolu­tamente todo nuestro cuerpo. Son estos seres los que deciden si tenemos frío o calor, sed o hambre, o si nos vienen unas ganas incontenibles de reír o llorar.
El cuerpo de las personas, pero, sobre todo, el cuerpo de las mujeres, está sometido a un bombardeo constante de las «hormonas mágicas». Pero no hay que verlas como
enemigas. Las hormonas son nuestras aliadas, están den­tro de nuestro cuerpo y, si sabemos controlarlas, pueden ofrecernos una vida llena de satisfacción.
Leyendo este libro conoceremos las «hormonas mági­cas», que no son más que muchas moléculas diminutas que se relacionan entre sí para conseguir que disfrutemos de una salud satisfactoria. Se ofrecen, además, mu­chas herramientas e información sobre todas ellas (in­cluidos sus nombres), expuestas de forma sencilla y cercana.
Sin embargo, si tenemos alguna duda, debemos acudir siempre a un profesional. De hecho, todo lo que aquí se expone debe estar aprobado por un médico y nunca se recomienda la libre acción de cualquiera de los conteni­dos que aquí se reproducen.
Preparémonos para embarcarnos en el apasionante mundo de conocimiento sobre cómo funciona nuestro orga­nismo.

Abramos la puerta a los secretos de las hormonas

Imaginemos que llegamos a casa. Ha sido un día agota­dor en el trabajo y solo pensamos en tumbarnos en el sofá y dejar de pensar en la gran cantidad de tareas pen­dientes que nos esperan mañana. Nuestro cuerpo nos está pidiendo un descanso. Nos sentamos y nos deja­mos caer entre los almohadones. Cerramos los ojos. En unos minutos debería invadirnos una agradable sensación de bienestar, pero no es tan fácil como parece.
Nos sentimos acelerados. Todos los problemas que he­mos tenido en el trabajo aún retumban en nuestro inte­rior. Aunque ya empezamos a notar un poco más relaja­dos los miembros de nuestro cuerpo, hay algo que nos impide dejarnos llevar del todo. Nos encontramos en un estado de excitación que no nos permite desconectar. Tenemos un problema.
La adrenalina, la hormona del estrés, está en pleno apo­geo, y ha mandado señales a todo nuestro organismo para que se prepare para hacer frente a una situación de urgencia. Ahora, aunque ya estamos en un entorno más relajado, seguimos sufriendo sus consecuencias. No po­demos controlar las reacciones químicas que se han des­encadenado en nuestro organismo.
Esto es tan solo un ejemplo de cómo las hormonas hacen interactuar nuestra mente y nuestro cuerpo. Un complejo mecanismo en el que participan emociones y sentimien­tos, genética, hábitos y alimentación, y que tiene efectos en todos los ámbitos de nuestra vida.
Cuando nos enamoramos, es la oxitocina la que acrecien­ta el deseo de estar con la persona amada y nos hace procurar por nuestro aspecto. O, por ejemplo, al perder un puesto de trabajo, la testosterona nos ayuda a enfren­tamos a lo desconocido hasta que la cosas vuelven a salir bien. Cuando los problemas se resuelven —o encontra­mos un nuevo puesto de trabajo, siguiendo con el ejem­plo—, recibimos nuestra justa recompensa: la dopamina. Entonces, por fin podemos dormir tranquilos y disfrutar de una buena ración de melatonina, la hormona regula­dora de nuestros ritmos biológicos y del sueño.
Las hormonas desempeñan un papel en cada instante de nuestra vida. Son ellas las que nos llevan a reaccionar frente a los estímulos que aparecen en nuestro día a día y nos permiten vivir con normalidad. Parece sencillo, pero para ello, deben encontrarse en equilibrio.
Cuando la cantidad de las distintas hormonas presen­tes en nuestro organismo se descompensa, empiezan los contratiempos físicos y emocionales, que pueden llegar a ser muy graves. Pero no todo está perdido. Existen hábitos y pautas alimentarias en las distintas etapas de nuestra vida —desde la primera menstrua­ción a la menopausia, en el caso de mujeres, o desde la maduración sexual en los hombres—, que nos ayudarán a regular nuestro equilibrio hormonal y a gozar de bue­na salud.
En primer lugar, es importante entender cómo funcio­namos.

El sistema hormonal: el capataz de nuestras células

Todo lo que sucede en nuestro organismo se explica por la acción de nuestras células, la unidad de vida más pe­queña que existe. Tenemos millones y millones de ellas especializadas en funciones específicas que realizan me­tabolizando los alimentos que reciben y convirtiéndolos en nutrientes.
Cada célula contiene información genética de nuestros padres que, además de definir nuestros rasgos físicos, determinan nuestra propensión a determinadas enferme‑
dades. Los genes son los responsables de que nuestra piel se queme mucho antes que la de otra persona o de que nos cueste el doble adelgazar; además, contienen in­formación específica para que cada tipo de células fabri­que una determinada proteína y cumpla la función que le corresponde.
Son las células y todas estas sustancias químicas (hor­monas, neurotransmisores, proteínas, enzimas, etc.) las que, frente a un cambio en nuestro entorno, reaccionan para mantener nuestro equilibrio u homeostasis. Si tene­mos frío, nuestro cuerpo tiritará para generar calor. Si hemos sufrido alguna herida, esta cicatrizará para evitar pérdidas de sangre. Cada una trabajará para compensar los tras­tornos a los que nos enfrentamos dentro de su área de especialización.
Las células vendrían a ser como los empleados de una gran empresa. Cada una trabaja en su área correspon­diente. En nuestro cuerpo realizan sus tareas en distintos sistemas (en distintas «áreas»):

  • Sistema esquelético: huesos y articulaciones.
  • Sistema muscular: permite el movimiento.
  • Sistema respiratorio: absorbe oxígeno y expulsa dióxi­do de carbono.
  • Sistema circulatorio: corazón, vasos y sangre para el transporte de sustancias.
  • Sistema digestivo: capta nutrientes y expulsa residuos.
  • Sistema excretor: elimina residuos.
  • Sistema inmunitario: protege nuestro cuerpo de agre­siones externas.
  • Sistema tegumentario: formado por la piel, nos defien­de de las infecciones.
  • Aparato reproductor: encargado de la reproducción sexual.
  • Sistema nervioso: controla el. organismo con señales eléctricas.
  • Endocrino: glándulas productoras de las hormonas que coordinan las funciones de nuestro cuerpo.

Todas estas áreas funcionan dentro de unas condiciones de equilibrio, pero al verse afectadas por contratiempos, el cuerpo intenta mantenerse dentro de un estado de normalidad para poder sobrevivir. Es ahí donde entran en acción las hormonas.
Frente a las señales del entorno, utilizamos el sistema en­docrino, y de este modo nos comunicamos con las distin­tas áreas de nuestro cuerpo. Si sufrimos una caída, el sen­tido de la vista nos avisará del peligro y el cerebro segregará adrenalina para que, mediante nuestro sistema nervioso, reaccionemos activando los músculos y exten­diendo los brazos.
Para mantener este equilibrio interno (y también para cre­cer) necesitamos un aporte de energía constante. Los ali­mentos, nuestro combustible, llegan a cada rincón de nuestro organismo a través de la sangre; las células absor­berán los nutrientes, eliminarán los residuos sobrantes y realizarán la función que les haya asignado nuestro ADN.

Enzimas: el catalizador de nuestras reacciones químicas

Cada cambio que se produce en una de las células de nuestro cuerpo es producto de la participación de las en­zimas, unas proteínas encargadas de desencadenar las reacciones químicas que necesitamos para que la célula haga una tarea en particular.
Pero las enzimas no funcionan solas. Necesitan un com­pañero: el sustrato, unas moléculas que les permiten rea­lizar la reacción química. Para ello, tienen unos anclajes llamados centros activos, que, al engancharse al sustrato, desencadenan la reacción química que necesita la célula. ¿Y cuál es el resultado? El producto.
Como si de una fábrica se tratara, el trabajo en cadena de enzima y sustrato termina en un producto listo para su uso. Esta sustancia será utilizada por las células de los distintos sistemas del cuerpo, que la usarán para desem­peñar una función.
Por ejemplo, si cada mañana salimos a correr, necesitare­mos energía para hacerlo. Debemos comer hidratos de carbono, que nos proporcionarán glúcidos. Una vez inge­ridos, y después de una serie de reacciones enzimáticas dentro de las células del aparato digestivo, obtendremos un producto fundamental: el trifosfato de adenosina
(ATP), que nos dará la energía necesaria para correr y no desfallecer en el intento.
Los sistemas de nuestro organismo necesitan estos productos para funcionar. Sin ellos, pueden aparecer dolen­cias.

El cerebro: epicentro de nuestro día a día

¿Y quién manda las células para que, con sus enzimas, hagan funcionar nuestro cuerpo? El cerebro. Depen­diendo de lo que queremos hacer: saltar, tumbarnos, o cualquier tipo de acción, él ordena a los músculos, articu‑
laciones, y demás elementos implicados que realicen su función.
A su vez, ocurre lo contrario. Los procesos físicos que tienen lugar en nuestro organismo afectan al cerebro. Todo lo que sucede en nuestra cabeza, las emociones y
los sentimientos, son también fruto de las reacciones quí­micas de nuestro cuerpo.
Es en las células del cerebro, las neuronas, donde nacen la alegría o la tristeza, las cuales van a determinar nuestro estado de ánimo. Las neuronas se comunican entre sí mediante la liberación de sustancias químicas: los neuro­transmisores. A través del espacio que queda entre ellas, la sinapsis, se envían millones de mensajes unas a otras con distintos de estos productos químicos. Estos mensa­jeros hacen posible el funcionamiento del cerebro, de­sencadenando los impulsos nerviosos entre las neuronas.
El equilibrio de estos mismos neurotransmisores es el que determinará qué tipo de mensajes —positivos o ne­gativos— predominarán en nuestro cerebro en un deter­minado momento. Si no hemos tenido ningún problema para dormir, nos levantamos llenos de fuerza y tenemos un día alegre, y esto es gracias a los siguientes mensaje­ros químicos:

  • La serotonina, sintetizada por la glándula pineal, situa­da en el cerebro. Es la responsable de que conciliemos un buen sueño, ya que regula nuestro reloj biológico y activa nuestros ciclos de sueño y de vigilia.
  • La noradrenalina, parecida a la hormona adrenalina. Es básica para que podamos funcionar con energía. Si presentamos carencias de este neurotransmisor, no te­nemos ganas de hacer nada.
  • La dopamina, la responsable de la segregación de en­dorfinas, las hormonas que determinan si sentimos placer o dolor. Es el neurotransmisor que nos permite gozar de la vida. Sin ella, nada parece tener mucho sentido.

Estos son solo algunos de nuestros neurotransmisores.
En función de los estímulos que recibimos durante el día,

las células cerebrales se enviarán mensajes a través de las sustancias químicas y su equilibrio determinará cuál será nuestro estado de ánimo. Todas ellas regulan la secreción de determinadas hormonas, afectando así a una esfera completa de nuestro organismo.

Sobre estrés y hormonas

Ese día de complicaciones en el trabajo, lleno de estrés, del que hablábamos anteriormente, interferirá en los neu­rotransmisores «alegres», responsables del buen humor con que nos habíamos levantado. Para combatir este es­trés, el organismo liberará cortisol, una hormona que nos prepara para luchar contra esa situación de emergencia en la que nos encontramos. Lo que nos pide el cuerpo es huir, luchar y enfrentarnos a peligros como el hambre o el ataque de una bestia salvaje.
Pero no. Simplemente estamos en el trabajo y no hay ningu­na reacción en nosotros que permita disminuir el exceso de cortisol. Al llegar a casa, tumbados en el sofá y esperando ese momento de relajación, esa hormona debe disminuir, pero al haber alterado su ciclo con el estrés, no lo hace e in­terfiere con la serotonina, el neurotransmisor del sueño. Por eso, cuando vivimos momentos de estrés, lo primero que no­tamos habitualmente es que nos cuesta conciliar el sueño.
Dormir es indispensable para regular nuestro reloj inter­no, así que, poco a poco, el estrés va afectando a otros químicos cerebrales. La tensión interfiere también con la dopamina, la responsable del placer y del dolor; enton­ces, ese exceso de estrés hace que dejemos de gozar de nuestras actividades diarias.
Se ha entrado en un desequilibrio de «sobreestrés» en el que los neurotransmisores «alegres» del cerebro encuen­tran dificultades para realizar sus funciones. La cantidad de tensión que somos capaces de soportar se llama tole­rancia al estrés y viene determinada genéticamente.
Este estado, el de estar estresado, no es en sí negativo. Ha sido necesario para la supervivencia humana desde el inicio de los tiempos. Sin embargo, estos «mensajes ne­gativos» asociados deben ser contrarrestados por las sustancias químicas que nos traen alegría. De lo contra­rio, sería muy difícil vivir nuestro día a día.
Según nuestros genes, hay personas que pueden ver so­brepasados más fácilmente sus mensajes positivos por el estrés. Ese desequilibrio de sustancias químicas puede derivar en todo tipo de trastornos psicológicos: insom­nio, dolores, ataques de pánico, depresión... El balance entre neurotransmisores puede explicarlo todo.

El papel de la genética

Aunque los neurotransmisores y sus derivaciones hormo­nales pueden afectar a nuestro carácter, volviéndonos más alegres o más tristes, es la genética la que tiene un papel fundamental en marcar nuestra predisposición a ello. Habrá personas más propensas a estar contentas y otras que tienden a sufrir más bajones en su estado de ánimo. Todo ello lo llevamos escrito en los genes.
Alrededor de una tercera parte de nuestro carácter viene determinado por el ADN; el resto será moldeado por el ambiente en el que nos movamos. Las relaciones con los demás, nuestra educación o nuestras actividades diarias modificarán nuestra predisposición genética hacia un de­terminado carácter.
Imaginemos a un niño con tendencia a la agresividad. Si crece rodeado de cariño, esa predisposición a la violencia quizá se pueda encauzar hacia actividades que no sean perjudiciales. ¡lgual nos encontramos ante un futuro de­portista! Al contrario, si ese pequeño es criado en un am­biente falto de cariño, es fácil prever lo que esto puede desencadenar.
Para hablar de cómo ese material genético condiciona, en cierto modo, nuestro futuro, hay que prestar atención al llamado gen Catecol-O-metiltransferasa (COMT). Este gen codifica la enzima COMT, que actúa sobre las cate­colaminas, hormonas estimulantes como la dopamina, la adrenalina o la noradrenalina, que nos dan energía y buen tono de ánimo para afrontar nuestro día a día.
La influencia del estado de estas hormonas es tal que el tipo de gen COMT condiciona el perfil de nuestro carác­ter. Según las características de este gen, seremos gue­rreros o pensadores. No somos culpables de nuestras ac­ciones, los responsables son nuestros genes.

Guerreros o pensadores

Pensadores
Se trata de personas con tendencia a ser ordenadas y efectivas para conseguir los objetivos que se proponen. Su capacidad para seguir un plan de forma sistemática les puede ayudar a alcanzar el éxito profesional, aunque un nivel demasiado elevado de estrés les puede perjudicar.
Los pensadores tienen poca actividad de la enzima COMT, lo que implica mucha actividad de dopamina, hormona del placer/dolor, en la corteza prefrontal (la parte del cerebro involucrada en la expresión de nuestra personalidad).
Sustancias como el magnesio, las vitaminas B6, B12 y B9 (ácido fólico) y el SAME (molécula que se vende como suplemento nutricional para combatir la depresión) afec­tan a la actividad de dicha enzima y modifican la toleran­cia al estrés. Por eso, en situaciones de tensión, los pen­sadores deben controlar el consumo de café y de té verde.
Guerreros
Al contrario que los pensadores, los guerreros necesitan recompensas regularmente (dopamina) para conseguir sus objetivos. De hecho, no son muy buenos en grandes estrategias a largo plazo, por lo que deben centrarse en pequeños objetivos para así cumplirlos y evitar el aban­dono y la frustración.
Pueden ser profesionales de mucho éxito —si consiguen encontrar su vocación—, y su principal motivación son las emociones, no la racionalidad. Siempre alimentando la recompensa, les resulta muy beneficioso el deporte, así como dedicar una parte de su tiempo a ayudar a otras personas.
La actividad de su enzima COMT es alta, por lo que su nivel de dopaminas es más bajo. El consumo moderado de estimulantes como café, té verde, chocolate o ginseng les pueden hacer bien, sobre todo en momentos tristes, ya que limitan la actividad de la enzima y favorecen el creci­miento de la dopamina (también puede incrementarse con un suplemento de nicotinamida adenina dinucleótido [NADH], una coenzima que participa en su creación).

Las hormonas, el punto clave

Todo lo expuesto hasta aquí se asemeja a un laberinto, pero son las hormonas las que tienen la clave. Son estas las que pueden influir en el balance químico del cerebro y, desde ahí, comunicarse con las células para que realicen correctamente su función. Es por ello que son tan impor­tantes en nuestro organismo y que su desequilibrio pue­de acarrear consecuencias tan graves.
¿Cómo conseguir regular su funcionamiento? Con nuestro estilo de vida y con los alimentos que ingerimos. Así, podemos incidir en la cantidad de nuestras hormonas y, por lo tanto, en la calidad de su funcionamiento.
Según nuestra genética, tendremos unas necesidades u otras, pero bajo la supervisión profesional de un especia­lista podremos ajustar nuestra dieta y repercutir en la ac­tividad de las hormonas en cada momento de nuestra vida. En el caso de las mujeres, el primer periodo, el em­barazo, la menopausia, etc. son etapas en las que las hor­monas influyen sobremanera en aspectos tan variados de la vida como el cuerpo, las emociones y hasta la per­sonalidad. Pero es posible adaptarse a ellas.

 

Amat
9788497359894

Ficha técnica

Autor/es:
David Moreno Meler y Edgar Barrionuevo Burgos
Editorial
Amat
Páginas
224
Encuadernación
Rústica con solapas (tapa blanda)
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