Ayurveda Las Mejores Tecnicas Para Conseguir Una Belleza Verdadera

Ayurveda Las Mejores Tecnicas Para Conseguir Una Belleza Verdadera

Referencia: 9788497354684
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El Ayurveda -una de las más antiguas ciencias de la salud originaria de la India- fundamenta sus conocimientos en la unidad esencial entre la mente y el cuerpo, por tanto, sostiene que la belleza y la salud son el resultado de un estado de equilibrio y armonía interior. Por el contrario, la enfermedad pone de manifiesto desequilib...

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El Ayurveda -una de las más antiguas ciencias de la salud originaria de la India- fundamenta sus conocimientos en la unidad esencial entre la mente y el cuerpo, por tanto, sostiene que la belleza y la salud son el resultado de un estado de equilibrio y armonía interior. Por el contrario, la enfermedad pone de manifiesto desequilibrios cuyo tratamiento requiere una aproximación muy diferente de la medicina y la cosmetología occidentales. A partir de estos principios, este libro ofrece un novedoso régimen integral de belleza que incluye un programa de dieta, respiración, masaje, terapias sensoriales y meditación, diseñado para cada tipo de persona, cuyo objetivo final es ese estado de armonía interior que se manifiesta en una imagen sana, fresca y radiante.

Pratima Raichur es doctora en naturopatía y ha estudiado química y botánica en la Universidad de Bombay. Este libro es producto de más de veinticinco años de observación y experiencia en el tratamiento de enfermedades.

INTRODUCCIÓN

Los médicos de la India, donde nací en 1939, conocen los secretos de la piel perfecta y la belleza sin edad desde hace seis mil años. Esos secretos, que usted aprenderá a través de este libro, forman parte de uno de los sistemas de salud más antiguos del mundo, conocido como Ayurveda, que significa "conocimiento de la vida o longevidad"
Conocí informalmente esta antigua ciencia desde pequeña, pues en mi casa todo el mundo vivía conforme a las tradiciones ayurvédicas. Las comidas se preparaban al estilo del Ayurveda para mantener la salud física, la meditación y otras prácticas encaminadas a equilibrar la mente y el espíritu eran parte de nuestra rutina diaria. Era una vida familiar alegre y de amor y, como cualquier niño, yo no me daba cuenta de que era diferente de las demás. Sin embargo, desde temprana edad reconocí que mi madre y mi abuela parecían tener algo especial: eran mujeres notables cuya serenidad interior y luminosidad exterior jamás pasaban desapercibidas, sin importar dónde estuviéramos.
Debo confesar que mi conocimiento formal del Ayurveda comenzó de manera menos afortunada. Fue al comienzo de mi adolescencia, bajo la tutela de un famoso médico, vecino de mi familia. A los ochenta años necesitaba ayuda con su trabajo y yo fui la renuente elegida para servirle de asistente. Todas las tardes, después de la escuela, pasaba un par de horas en su casa, leyéndole o ayudándolo a preparar remedios y comprimidos. Como era de esperar, a los trece años no me agradaba mucho tener que pasar mi tiempo con un anciano o aprender sus extrañas fórmulas, pero era un jefe implacable e insistía en que anotara en unos cuadernos todo lo que decía. "Hoy no comprendes la importancia de lo que hacemos", me decía, "pero algún día aplicarás todas estas cosas en tu vida".
Años después, cuando me embarqué en la carrera cuya culminación es este libro, recordé las palabras del doctor y reconocí el alcance de su sabiduría. Esos
cuadernos olvidados estaban llenos de fórmulas ayurvédicas para el cuidado de la piel. Para entonces yo ya tenía una licenciatura en ciencias de la Universidad de Bombay, me había casado y tenía una hija lactante. Comencé a trabajar como química en Inglaterra, mientras mi esposo terminaba sus estudios de medicina, y después regresé a la India para trabajar en un hospital dedicado a la investigación del cáncer.
Un día llegaron a mi laboratorio, visiblemente alteradas, dos colegas del hospital. Ambas tenían problemas de acné y se habían sometido a un tratamiento facial el día anterior. Tenían manchas negras por toda la piel, de peor apariencia que el acné, y lloraban desconsoladas. Para sorpresa de todo el mundo, incluida yo misma, les dije: "Teníais que haberme consultado antes de someteros a esos tratamientos. Habría podido prepararos algo que os hubiera servido".
Esa noche, por primera vez en más de diez años, releí las fórmulas ayurvédicas que con tanta aplicación había transcrito de niña. Puesto que el Ayurveda no incluye una investigación concreta con respecto a las enfermedades de la piel, nunca había pensado en aplicar sus principios y técnicas a ese problema antes del incidente en cuestión. Pero por aquel entonces ya sabía mucho acerca de la química cosmética y, combinando el conocimiento de la ciencia antigua y la moderna, preparé una mezcla especial de hierbas y aceites, que presenté a mis amigas al día siguiente. A los pocos días habían desaparecido completamente las manchas. Corrió la voz y no tardaron en llegarme miles de solicitudes de ayuda de personas con problemas de piel. Cada vez que preparaba un remedio nuevo, todos veían los resultados positivos en la persona que lo utilizaba.
Entre tanto, la eficacia de las preparaciones ayurvédicas despertó mi curiosidad científica. Comencé a preguntarme cuál sería el mecanismo bioquímico mediante el cual funcionaban esas fórmulas antiguas. Cuanto más pensaba al respecto, mayor era el número de interrogantes: ¿Cómo activan estas preparaciones el proceso de curación? ¿Cuál es el origen de los problemas de la piel? ¿Por qué algunas personas los sufren y otras no? Decidí adelantar mis investigaciones en un campo que me permitiera hacer la mayor contribución, uniendo mi comprensión de la química moderna con el conocimiento sobre el uso de las hierbas y los aceites de acuerdo con la ciencia más antigua de la India. Considerando que tenía una hija pequeña
que cuidar, abandoné mi empleo en el hospital y me dediqué a fondo al estudio del Ayurveda.
Eso fue hace veinticinco años. En la actualidad dirijo la Clínica Tej para el Cuidado de la Piel, que yo misma fundé en la ciudad de Nueva York, y soy la creadora de tres líneas de productos ayurvédicos de belleza, las marcas Bindi, Tej y Ojas, las cuales se venden en tiendas de salud y se utilizan en centros de belleza por todos los Estados Unidos. Con el correr de los años, he seguido desarrollando mis habilidades de esteticista, científica e investigadora, y poniendo a prueba mis hallazgos tanto dentro como fuera del laboratorio. Desde mi llegada a Estados Unidos, en 1977, he ampliado mis estudios y poseo un certificado en acupuntura y un doctorado en naturopatía. Con mi sistema único de productos y técnicas del Ayurveda he tratado ya a más de diez mil hombres y mujeres con problemas de la piel, que van desde acné, eczema y psoriasis hasta los síntomas comunes de la tensión emocional ¡estrés) y el envejecimiento. En muchos casos, he podido curar dolencias refractarias a años de tratamiento con los mejores dermatólogos.
Pero, ¿por qué tienen éxito mis tratamientos donde fallan otros esquemas de belleza y hasta la medicina moderna? Porque el Ayurveda contiene la clave para la salud y la curación de la cual carecen los enfoques occidentales: el conocimiento del individuo y no sólo de la enfermedad.
Enfrentados a una situación como la vivida por mis amigas, la mayoría de los médicos y expertos occidentales están entrenados para ver solamente las partes: la enfermedad y sus diversos síntomas físicos. En términos generales, tratan la piel grasa con astringentes y la piel seca con aceites; lo cual significa que el efecto exterior determina la cura. En el caso del acné, un médico diagnostica la presencia de un cierto tipo de bacteria como causa del problema y trata la piel infectada con los medicamentos indicados o con productos tópicos. En un determinado número de casos, este enfoque reduce o elimina el acné, por lo menos hasta el brote siguiente. Pero la gran mayoría de las veces, el tratamiento brinda poco o ningún alivio permanente o, peor aún, empeora la situación, como les sucedió a mis amigas.
¿Por qué son tan aleatorios los resultados? Porque la medicina moderna trabaja únicamente en el plano de las moléculas —de la materia— sin hacer referencia al ser humano que siente, esa persona única y compleja que padece la enferme-dad. La vida es la totalidad de la experiencia, no solamente una colección de componentes físicos, y la experiencia humana tiene lugar fundamentalmente a través del filtro de la mente y los sentidos en el nivel de la conciencia. La forma como vemos el mundo y lo que sentimos hacia las cosas afecta nuestra experiencia y ésta a su vez cambia el cuerpo. Si no fuera así, no habría sonrisas de felicidad, ni lágrimas de tristeza, ni mejillas sonrosadas por la vergüenza, ni ceños fruncidos por la preocupación, ni miradas airadas, ni exclamaciones de asombro. Al preguntar dónde está la enfermedad y no por qué está enfermo el paciente, la medicina moderna hace caso omiso de la verdad fundamental de nuestra experiencia. La mayoría de las enfermedades son producto de una lesión en el sistema inmunológico; el sistema inmunológico se altera a causa de la tensión emocional; ésta es resultado de la percepción que a su vez se deriva de la conciencia. En otras palabras, el enfoque occidental clásico falla porque no toma en cuenta la red de inteligencia del cuerpo, el factor mental, que es el plano de la vida en el cual se inician tanto la enfermedad como la curación.
Es cierto que durante los últimos veinte años ha comenzado a erosionarse lentamente este sesgo materialmente de la medicina moderna, a medida que la nueva evidencia científica apunta hacia los vínculos bioquímicos entre nuestra experiencia psicológica y la acción de los sistemas neuroendocrino e inmunológico. Tales hallazgos, que describen los procesos fisiológicos mediante los cuales los pensamientos inmateriales y las emociones afectan las funciones corporales, apuntan hacia una unidad esencial entre la mente y el cuerpo. Esto ha llevado a crear una nueva ciencia occidental conocida como psiconeuroinmunología, o lo que llamamos comúnmente medicina de la mente y el cuerpo. No cabe duda de que muchos de ustedes estarán familiarizados con estos conceptos, debido a los numerosos libros y artículos que han aparecido sobre el tema sólo en estos últimos diez años.
Sin embargo, durante los últimos trescientos años la mayoría de las mentes occidentales, científicas y no científicas por igual, han estado imbuidas por una visión dualista del mundo según la cual el universo se divide en dos terrenos mutuamente excluyentes: el de la razón y el de la naturaleza, o la mente y la materia.
Poco después de que Descartes la propusiera a principios del siglo xvii, esta idea alcanzó una posición aparentemente inviolable de verdad científica cuando Isaac Newton publicó su revolucionario libro sobre la gravitación y el movimiento, en 1687. Generalmente el modelo newtoniano del universo suele asimilarse al juego de billar, en el cual objetos sólidos, sometidos a fuerzas externas, se mueven, chocan entre sí, se repelen y finalmente se detienen en un juego matemáticamente predecible de causa y efecto. Las predicciones de Newton sobre el comportamiento objetivo demostraron ser tan precisas que sus leyes no han sido cuestionadas desde entonces, por lo menos en términos del universo visible; es decir, a gran escala. Impulsada por el triunfo de Newton, nació en Occidente la "era de la razón" y con ella la creencia generalizada de que cualquier actividad se puede describir en conceptos racionales inamovibles. Como todos los demás campos del trasegar humano en el siglo XVIII, la medicina cayó bajo el influjo de la ciencia y es triste decir que el arte antiguo de la curación, practicado y predicado por los seguidores de Hipócrates, cayó gradual-mente en el olvido.
La ironía es que, como arte, la medicina occidental había dado mayor valor a las dimensiones personales de la enfermedad y había visto al paciente en términos de la totalidad de su experiencia, no solamente de la dolencia. Pero como ciencia exacta, la medicina comenzó a atribuir cada vez más importancia a lo que sucedía en los laboratorios y menos a los sucesos reales de la vida del paciente. En este siglo, la visión mecanicista del cuerpo ha llegado a ser tan preponderante que la medicina misma se ha fragmentado en decenas de especializaciones, fraccionando el cuerpo en partes cada vez más pequeñas y aisladas. No hay duda de que la ciencia y la medicina modernas han mejorado la condición humana en un sinnúmero de frentes; sin embargo, el progreso ha tenido un precio.

Amat
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