100 preguntas sobre el cáncer, por Salvador Macip y Daniel Closa. Kailas Editorial

100 preguntas sobre el cáncer

Referencia: 9788417248093
16,90 €
16,06 € 5% de descuento

Todo lo que necesitas saber sobre su historia, tratamiento y prevención

Cantidad
- Envío en 24 - 48 horas

Una obra de referencia tanto para enfermos de cáncer como para quienes deseen saber más sobre la enfermedad y profundizar en uno de los enigmas biológicos más complejos que existen.
El cáncer es una de las enfermedades más frecuentes, y seguro que entre quienes nos rodean conocemos algunos casos. Sin embargo, incluso el nombre despierta recelos, y cuesta hablar de él abiertamente.
¿Qué es el cáncer? ¿Hay cada vez más casos? ¿Es lo mismo un cáncer que un tumor? ¿Cuánto tarda en formarse un cáncer? ¿Cuáles son los principales factores de riesgo para desarrollar uno? ¿Es hereditario? ¿Y contagioso? ¿Cómo se puede prevenir? ¿Se podrá curar alguna vez?
100 preguntas sobre el cáncer responde a estas y otras muchas cuestiones fundamentales para comprender qué es y por qué se desarrolla; también satisface la curiosidad de quien busca explicaciones claras sobre los grandes temas y la de quien quiere ahondar en los detalles celulares.

Salvador Macip (Blanes, 1970)

es médico, investigador y escritor. Doctor en Genética Molecular y Fisiología Humana, trabajó diez años en el Hospital Mount Sinai de Nueva York y desde 2008 dirige un laboratorio de investigación sobre el cáncer y el envejecimiento en la Universidad de Leicester, Reino Unido. Ha publicado varias novelas y libros infantiles, además de los libros de divulgación Inmortales y perfectos, Las grandes plagas modernas, Qué es el cáncer (y por qué no hay que tenerle miedo), ¿Es posible frenar el envejecimiento?, Enemigos microscópicos y Jugar a ser Dios, que recibió el Premio Europeo de Divulgación Científica Estudi General.

Daniel Closa (Barcelona, 1961)

es doctor en biología e investigador del CSIC. Actualmente dirige un grupo de investigación sobre patologías inflamatorias en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de Barcelona. Es autor de obras de ficción y de divulgación científica como 100 mitos de la ciencia o 100
enigmas que la ciencia (todavía) no ha resuelto. También ha colaborado en la sección de ciencia de programas de radio y televisión (Para todos la 2, A punto con la 2).

Índice

Prefacio      11

LA ENFERMEDAD 13

1 ¿Qué es el cáncer?      15
2 ¿Debemos tener miedo a llamarlo por su nombre? 17
3 ¿Por qué se asocia el cáncer a un cangrejo? 19
4 ¿El cáncer es una enfermedad moderna? 21
5 ¿Están aumentando los casos de cáncer? 23
6 ¿Los animales y las plantas pueden tener cáncer? 25
7 ¿Hay animales que no tengan cáncer? 27
8 ¿Cuántos tipos de cáncer hay? 30
9 ¿Cómo se clasifican los cánceres? 32
10 ¿Es lo mismo un cáncer que un tumor? 34
11 ¿Qué hay dentro de un tumor? 36
12 ¿Cuánto tarda en formarse un cáncer? 38
13 ¿Cómo progresa un tumor? 40
14 ¿Qué son las metástasis? 42
15 ¿Qué significa que los tumores son heterogéneos? 44
16 ¿Cuáles son los estadios por los que pasa un cáncer? 47
17 ¿Por dónde viajan las células tumorales? 49
18 ¿Hay diferencias entre hombres y mujeres en cuanto al cáncer? 51
19 ¿Cómo es posible que los niños tengan cáncer? 53
20 ¿Qué pasa cuando se diagnostica un cáncer a una embarazada? 55
21 ¿Por qué el cáncer mata? 57

GENES, CÉLULAS Y TEJIDOS 61
22 ¿Qué es una mutación? 63
23 ¿Qué puede causar las mutaciones? 65
24 ¿Cuántas mutaciones son necesarias para desencadenar un cáncer? 67
25 ¿Qué son los oncogenes? 69
26 ¿Qué son los supresores de tumores? 71
27 ¿Qué pasos se necesitan para convertir una célula en maligna? 73
28 ¿Cuáles son los «poderes» de las células cancerosas? 75
29 ¿Qué significa que el genoma de la célula cancerosa es «inestable»? 77
30 ¿Qué es el suicidio celular?      79
31 ¿Qué tiene que ver la epigenética con el cáncer? 81
32 ¿Qué tiene diferente el metabolismo del cáncer? 83
33 ¿Las hormonas afectan al cáncer? 85
34 ¿Qué tienen en común la inflamación y el cáncer? 87
35 ¿Qué tienen en común la inmunidad y cáncer? 89

LOS PRINCIPALES TIPOS DE CÁNCER 93
36 ¿Cuáles son las características del cáncer de colon? 95
37 ¿Cuáles son las características del cáncer de mama? 97
38 ¿Cuáles son las características del cáncer de próstata? 99
39 ¿Cuáles son las características del cáncer de piel? 101
40 ¿Por qué es tan agresivo el cáncer de páncreas? 103
41 ¿Cuáles son las características del cáncer de tiroides? 106
42 ¿Cuáles son las características de los cánceres de pulmón? 108
43 ¿Existe el cáncer de corazón? 109
44 ¿Cuáles son las características del cáncer de cerebro? 111
45 ¿Por qué es especial el cáncer de hígado? 113
46 ¿Qué diferencia hay entre un linfoma y una leucemia? 116
47 ¿Cuáles son los cánceres menos frecuentes? 118

CAUSAS Y FACTORES DE RIESGO 121
48 ¿Cuáles son los principales factores de riesgo para desarrollar un cáncer? 123
49 ¿El cáncer se hereda? 125
50 ¿Se puede contagiar el cáncer? 127
51 ¿Hay microbios que causan cáncer? 129
52 ¿Todavía duda alguien de que el tabaco causa cáncer? 131
53 ¿Beber alcohol puede causar cáncer? 133
54 ¿Qué relación hay entre obesidad y cáncer? 135
55 ¿Cómo debemos interpretar las listas de la OMS? 137
56 ¿Comer carne puede causar cáncer? 140
57 ¿El estrés puede causar cáncer? 142
58 ¿El estado anímico afecta al cáncer? 144
59 ¿Qué cánceres están relacionados con el trabajo? 146
60 ¿La contaminación causa cáncer? 148
61 ¿Los móviles, los microondas o la wifi causan cáncer? 150
62 ¿Hasta qué punto tener un cáncer es cuestión de mala suerte? 152

TRATAMIENTOS CONTRA EL CÁNCER 155
63 ¿Quién forma el equipo de profesionales que tratan el cáncer? 157
64 ¿Cómo funciona la quimioterapia? 159
65 ¿Qué es la radioterapia? 161
66 ¿Qué eficacia tiene la cirugía contra el cáncer? 163 67. ¿Qué son las terapias dirigidas? 166
68 ¿Qué es la terapia hormonal? 168
69 ¿Qué es la inmunoterapia?. 170
70 ¿Qué son las vacunas contra el cáncer 172
71 ¿Es verdad que hay virus que pueden matar el cáncer? 173
72 ¿Qué son los antiangiogénicos? 175
73 ¿Qué son los tratamientos personalizados? 177
74 ¿Qué es y por qué aparece la resistencia? 179
75 ¿Qué potencial tiene la nanoterapia? 181
76 ¿Cuándo podemos decir que un cáncer se ha curado? 183
77. ¿Merece la pena cronificar el cáncer? 186
78 ¿Cómo serán las terapias del futuro? 188

VERDADES, MEDIAS VERDADES Y MENTIRAS 191
79 ¿Qué tipo de información sobre el cáncer se puede encontrar en Internet? 193
80 ¿Por qué se dice tan a menudo que se ha encontrado una nueva cura para el cáncer?. 195
81 ¿Hay algo que no cure el cáncer? 197
82 ¿Qué papel tienen las farmacéuticas en el tratamiento del cáncer? 199
83 ¿Sirven de algo las terapias alternativas? 202
84 ¿Qué efecto puede tener una infusión? 204
85 ¿Sirven de algo los antioxidantes contra el cáncer? 206
86 ¿El cannabis puede curar el cáncer? 209 87.
¿Se puede «descodificar» un cáncer? 211
88 ¿Se puede curar el cáncer cambiando la dieta? 213
89 ¿Qué efecto tiene la dieta alcalina sobre el cáncer? 215
90 ¿Existen las curaciones milagrosas? 217

VALE MÁS PREVENIR QUE CURAR 221
91 ¿Cómo se puede prevenir el cáncer? 223
92 ¿La fibra puede prevenir el cáncer? 224
93 ¿Qué relación hay entre cáncer y deporte? 225
94 ¿Qué es la quimioprevención? 228
95 ¿Cómo se diagnostica un cáncer? 231
96 ¿Qué son los marcadores tumorales? 233 97.
¿Qué problemas tiene que resolver el diagnóstico precoz? 235
98 ¿Qué es el ganglio centinela? 237
99 ¿Qué es la biopsia líquida? 240
100 ¿Se podrá curar el cáncer alguna vez? 242

Prefacio

Todo el mundo ha oído hablar del cáncer. Por des­gracia, es una enfermedad tan frecuente que, por un motivo u otro, seguro que la hemos vivido de cerca. Pero a pesar de esto, aún nos cuesta hablar del cán­cer abiertamente e incluso llamarlo por su nombre. La culpa probablemente la tiene la inercia, acumulada a lo largo de dé­cadas, de habernos enfrentado a una enfermedad que no tenía curación.
La buena noticia es que las cosas han cambiado mucho y el cáncer ya no es una sentencia de muerte ineludible. Es cierto que sigue siendo uno de los principales problemas sanitarios en todo el mundo, pero más de la mitad de las personas afectadas hoy en día lograrán superarlo. Y este es un porcentaje que aumenta cada año. Décadas de investigación nos han permitido descubrir los secretos de las células malignas y diseñar tratamientos y pruebas diagnósticas que cada vez son más efectivos. Todavía nos queda un largo camino para poder decir que hemos solucionado el pro­blema, pero avanzamos con paso firme.
Los científicos y los médicos jugamos un papel clave en la lucha contra el cáncer, pero es importante que todo el mundo colabore. Hay que tener presente que la prevención y el diag­nóstico precoz, dos herramientas imprescindibles, están al al­cance de todos. Por eso la mejor manera de enfrentarse al cáncer es entendiendo qué es y por qué pasa. Solo así sabremos cómo actuar en cada momento.
Este libro quiere responder una serie de preguntas sobre el cáncer que seguramente mucha gente se habrá hecho. Las hemos dividido en siete partes temáticas, pero los capítulos se pueden leer en cualquier orden. No pretende ser un manual exhaustivo, sino que está pensado para que sirva de referencia tanto a enfer­mos como a familiares que quieren saber más sobre la enferme­dad, así como a cualquiera que tenga curiosidad por entender mejor uno de los enigmas biológicos más complejos y fascinan­tes que existen. Por eso, cada uno puede profundizar hasta el nivel que más le interese: con el libro hemos intentado satisfacer tanto a quien busca explicaciones claras sobre los grandes temas como a quien quiere saber los detalles moleculares y celulares.
A veces puede parecer que el conocimiento científico está muy alejado del día a día de la vida. Los autores, un médico y un biólogo, conocemos el cáncer por nuestra trayectoria pro­fesional, pero también lo hemos vivido de manera más cerca­na, cuando ha afectado a amigos o familiares. Por este motivo no hemos dejado de lado la dimensión más humana de la en­fermedad, su aspecto emocional y social.
Hay que dejar claro que este es un libro para explicar lo que sabemos sobre el cáncer y no pretende, en ningún caso, ser una guía de consejos sobre cómo actuar cuando alguien lo sufre. En estas situaciones, la única recomendación que nos permitiríamos dar es «haga caso a su médico», porque los profesionales de la salud son los únicos que tienen toda la información y saben qué es mejor para tratar cada paciente. Pero confiamos en que leer este texto sí que ayudará a entender mejor cómo lo hacen.
Esperamos contribuir de esta manera a disipar las dudas y los miedos que genera el desconocimiento y que esto nos per­mita ver el cáncer de otra manera. Será así como, entre todos, conseguiremos derrotarlo.

LA ENFERMEDAD

1      ¿Qué es el cáncer?

Hay palabras que llevan asociado un universo de implicaciones y, a menudo, malentendidos. Una de las más representativas es la palabra «cáncer». No puede ser de otra manera, ya que los humanos llevamos desde siempre luchando contra esta enfer­medad y eso ha reforzado mucho su asociación con la muerte. Objetivamente es comprensible, ya que en el mundo occidental el cáncer es todavía la segunda causa de mortalidad, después de las enfermedades cardiovasculares, un hecho que puede ocultar los enormes avances logrados en las últimas décadas en la lucha contra este formidable enemigo. De hecho, si el cáncer se ha convertido en un problema sanitario tan importante a partir de principios del siglo xx es simplemente porque, antes, las enfer­medades infecciosas eliminaban a los humanos con mucha más eficacia. Pero a medida que la esperanza de vida se alargaba, la probabilidad de sufrir un cáncer iba creciendo.

Si pensamos que provenimos de un simple óvulo fecundado por un espermatozoide, nos daremos cuenta de la cantidad de cosas que han pasado a medida que nos hemos ido desarro­llando hasta convertirnos en un organismo adulto. Empezamos siendo un grupo de células aproximadamente iguales, sin nada especial que las distinga, pero poco a poco algunas de estas célu­las van adquiriendo unas características que las hacen diferentes del resto. Por eso decimos que durante el crecimiento de un em­brión hay un proceso de «diferenciación»: las células idénticas del principio se diferencian en una serie de tipos específicos.

Una de las características de las células diferenciadas es que ya no se multiplican, o lo hacen muy poco. Es lógico. Las células van multiplicándose hasta formar, por ejemplo, un hígado ente­ro, pero una vez completado el proceso, ya no se necesitan más, tan solo hay que mantener un ritmo de recambio mínimo para restituir las células que se van muriendo. Durante la aparición del cáncer, esta característica de «reposo» que tienen la mayo­ría de las células se pierde. Vuelven a multiplicarse, esta vez sin ningún control, y pueden acabar dando lugar a un tumor, que no es más que un grupo de células creciendo las unas sobre las otras.

Este proceso que lleva a las células a enloquecer es muy lento. No nos damos cuenta, pero normalmente requiere dé­cadas. A menudo parece que un cáncer haya salido de la nada y enseguida cause graves problemas de salud, pero la realidad es que puede llevar veinte, treinta o cuarenta años gestándose lentamente en un rincón del cuerpo sin que nadie lo haya de­tectado. Solo cuando alcanza un cierto tamaño y agresividad, asoma la cabeza y da señales. Esto también permite entender que la mayoría de cánceres se vean a partir de los cincuenta o sesenta años. No aparecen antes porque no tendrían tiempo de completar todas las fases de su desarrollo.

Hemos dicho ya varias características esenciales que defi­nen todos los cánceres: son células que se multiplican sin con­trol y que necesitan superar una serie de etapas, lo que normal­mente requiere una serie de años. ¿Qué más tienen en común? Principalmente que un cáncer está hecho de células que no se están quietas: invaden los tejidos que tienen alrededor y, en un momento u otro, viajan a órganos lejanos, donde pueden formar cánceres secundarios, llamados metástasis. Si las célu­las no tienen esta capacidad de viajar decimos que el tumor es benigno. A partir del momento que pueden hacerlo, el tumor pasa a ser maligno, que es lo que conocemos como cáncer.

Hoy en día el cáncer sigue siendo un adversario peligroso, de eso no cabe duda. Pero hay que tener muy presente que ya no es invencible ni devastador como hace solamente unas po­cas décadas. Y debido a que cada día que pasa sabemos más cosas sobre él, no dejamos de aprender nuevas maneras de tratarlo o prevenirlo.

2 ¿Debemos tener miedo a llamarlo por su nombre?

En la novela El nombre del viento, de Patrick Rothfuss, el pro­tagonista es un mago que domina el poder de la «nominación», la capacidad mágica de controlar y manipular la energía ocul­ta de las cosas a través de conocer su verdadero nombre. Esto del poder del nombre de las cosas es una creencia arraigada en muchas culturas. Hay interpretaciones de algunas religiones que consideran que no se debe pronunciar el nombre de Dios, mientras que otros hacen listas con sus múltiples nombres. El poder supuestamente mágico de las palabras está presente en muchas tradiciones, por ejemplo, cuando se consultaba a los magos para elegir el nombre de los bebés. Quizá por eso en el caso del cáncer, durante mucho tiempo y aún hoy en día, se in­tenta evitar pronunciar su nombre y se sustituye por eufemis­mos como el clásico que aparece regularmente en la prensa: «una larga enfermedad».

Naturalmente, las palabras solo tienen el poder que noso­tros les queramos dar, porque la manera que tengamos de to­marnos las cosas es lo que realmente tiene efectos psicológicos sobre las personas. Por eso hace unos años, con motivo del día mundial del cáncer, diferentes asociaciones de médicos, perio­distas y enfermos emitieron un comunicado donde se propo­nía dejar de esconder la realidad bajo palabras alternativas. El título del escrito era muy claro: Llamemos las cosas por su nombre. No es una larga y penosa enfermedad, es cáncer.

Hay temas que son muy personales, ya que cada uno vive las cosas de manera diferente. Pero parece obvio que tratar con tanto miedo incluso el propio nombre de la enfermedad hace que parezca aún más grave de lo que es, y eso fácilmente puede aumentar la angustia que se experimenta cuando hay que en­frentarse a ella. Es un sentimiento que podía ser comprensible hace un par de generaciones, cuando casi no había alternativas terapéuticas, pero ahora no es más que un legado del pasado. Afrontar el tratamiento del cáncer es un reto que requiere todos los recursos físicos y anímicos que se tengan al alcance, pero no es muy diferente a lo que ocurre con muchas otras enfermeda­des. En este sentido, seguramente no ayuda mucho que sigamos utilizando expresiones que solo transmiten pesimismo.

Otro tema relacionado con la forma de contar las cosas es la crítica que se hace a expresiones como «luchar contra el cáncer» o la «batalla contra el cáncer», en referencia a la persona que está afrontando el tratamiento. Se argumenta que hacerlo así añade una presión innecesaria, ya que impondría a los pacientes una nueva obligación, y si el tratamiento no va precisamente bien, los señalaría como culpables por no estar luchando con bastantes ganas. Se recuerda que los afectados por el cáncer son enfermos y no guerreros.

Probablemente esta sea una interpretación demasiado ex­trema de las cosas. Es cierto que hay formas de actuar que pue­den culpabilizar sutilmente al paciente por no poner suficiente de su parte, una consecuencia perversa de la idea (tremenda­mente exagerada) del efecto positivo que la actitud tiene sobre la progresión de la enfermedad. Pero esto, que es un error que hay que evitar, difícilmente está relacionado con hablar de «lu­char contra el cáncer». De nuevo se intuye la tendencia a dar un poder casi mágico a las palabras.

En todo caso, hay que tener presente que cada persona es un mundo. Para algunos resultará evidente que el cáncer es una enfermedad que hay que combatir y eliminar del cuerpo. Afrontarlo como un reto o una lucha puede resultar motiva­dor. Otras personas se lo tomarán de manera distinta y solo querrán sentirse cuidadas y apoyadas. No hay nada criticable en ninguna de las dos actitudes. De hecho, la misma persona se puede sentir en uno u otro estado anímico a lo largo de di­ferentes momentos de la enfermedad.

Resulta interesante observar que estas reticencias se limi­tan casi exclusivamente al caso del cáncer. Hay muchas otras enfermedades igual de duras, e incluso con peor pronóstico, que no arrastran esta carga psicológica o que la tuvieron en su momento, pero ya la han dejado atrás. Quizá haya llegado el momento de hacer lo mismo y tratar el cáncer como una enfermedad grave pero curable en muchos casos, sin más con­notaciones.

3      ¿Por qué se asocia el cáncer a un cangrejo?

Muchas veces la palabra que usamos para referirnos a una enfermedad nos da pistas de algunas de sus características, de la historia de su descubrimiento o del estado de la medicina en el momento en que se describió por primera vez. En este senti­do, el cáncer es un caso curioso, ya que el nombre significaba originariamente «cangrejo». Por este motivo muchas veces se utiliza este animal en la representación del cáncer.

Una de las primeras referencias conocidas al cáncer se en­cuentra en uno de los tratados que escribió en el siglo iv a. C. el gran médico griego Hipócrates. En su clasificación de las enfermedades consideraba que todos los tumores tenían un origen inflamatorio y los dividía en diferentes tipos. A unos de ellos los llamó KAPKINO1 (karkinos), que es la palabra griega para «cangrejo». El resto podían ser úlceras o zonas inflamadas. De hecho, «tumor» en latín no significa más que «hinchado», y puede hacer referencia a muchas otras cosas, no solo a un cáncer. Esta es la razón por la que históricamente también se utiliza el prefijo «onco» para hablar de cosas refe­rentes al cáncer (la ciencia que estudia el cáncer es la oncolo­gía), ya que «hinchado» en griego es oyxos (onkos).

La elección de la palabra podría explicarse por la dureza de los tumores o, más probablemente, por las extensiones que aparecían alrededor del núcleo central, que pueden recordar las patas de un cangrejo de mar. En la descripción que hace de un cáncer de mama, Hipócrates explica que «se producen unas tumoraciones duras, de tamaño más o menos grande, que no supuran y que se van endureciendo cada vez más; luego crecen a partir de ellas unos cánceres (cangrejos), primero ocultos, los cuales debido a que van a desarrollarse como cánceres (can­grejos), tienen la boca rabiosa y lo comen todo con rabia».

Lo cierto es que la imagen de un tumor no recuerda ex­cesivamente a un cangrejo, por mucha imaginación que se le ponga. Pero si en esos tiempos intentaron extraerlos mediante cirugía, debieron notar la presencia de vasos sanguíneos y fi­bras que mantenían el núcleo del tumor pegado al tejido que lo rodeaba. Hacer referencia a las patas de un cangrejo aferrán­dose a las rocas podía ser una manera práctica de explicar lo que veían.

Con el paso del tiempo, la palabra evolucionó de dos ma­neras diferentes. Para nombrar el animal se pasó de karkinos a «cangrejo», mientras que la forma «cáncer» se restringió al tumor típico de la enfermedad y, posteriormente, a la enferme­dad en sí. De hecho, como esta referencia era una palabra de uso menos común, se mantuvo muy similar en la mayoría de lenguas, mientras que para los cangrejos cada idioma tuvo su evolución distinta (cangrejo, crabe, crab, krab, krabben, cranc, cangrexo...). Es curioso notar que una excepción a esta evo­lución es el nombre del signo zodiacal, que se ha mantenido con la forma «cáncer», a pesar de no tener nada que ver con la enfermedad. Su origen es la constelación de Cáncer, llamada así en referencia al cangrejo gigante con el que tuvo que luchar Hércules. El trópico de Cáncer también se llama así por el mismo motivo.

Durante muchos siglos se mantuvieron las clasificaciones originales hechas por Hipócrates. Debido a que bajo la clasifi­cación de «cáncer» se mezclaban conceptos diferentes, a veces resulta difícil averiguar de qué enfermedades hablaban exacta­mente en tiempos pasados. Cualquier inflamación era mencio­nada como un tumor y de vez en cuando aparecían referencias a los cangrejos, con muy poca precisión. Así pues, «cáncer» es una palabra elegida hace veinticinco siglos por un médico que quería describir lo que estaba viendo, y que todavía utilizamos hoy en día.

4      ¿El cáncer es una enfermedad moderna?

A veces puede parecer que el cáncer es una enfermedad relati­vamente reciente, pero no es así. Posiblemente ha estado con nosotros desde el principio. La muestra de cáncer más antigua que se ha encontrado corresponde al esqueleto de un hombre que se localizó en una tumba en Sudán. Murió hace unos tres mil doscientos años y los restos mostraban señales de metástasis. Como el cáncer original apareció en un tejido blando y sola­mente ha quedado el esqueleto, no podemos saber qué tipo concreto fue el desencadenante, pero sí sabemos que progresó hasta extenderse a varios huesos.

Se han encontrado restos de un cáncer que afecta a los hue­sos aún mucho más antiguos, en este caso los de unos parien­tes nuestros: los neandertales. A un esqueleto encontrado en Croacia, de más de ciento veinte mil años de antigüedad, se le detectó un cáncer en la mandíbula. Por otra parte, los médicos de la antigüedad ya habían observado casos de cáncer y ha­bían hecho los primeros intentos, infructuosos, de combatirlo. En 1862 el egiptólogo Edwin Smith compró unos fragmentos de papiros en la ciudad egipcia de Luxor. Cuando los tradu­jeron se dieron cuenta de que eran una recopilación de casos clínicos, descritos con razonable precisión, de sus característi­cas y de los tratamientos que se realizaron. El papiro de Edwin Smith, fechado hacia el 1600 a. C., se considera el documento médico más antiguo de la historia y allí ya aparecen descri­tos algunos casos de cáncer, unos tumores en la mama que se intentaron cauterizar sin éxito. El documento especifica que para aquella condición no había tratamiento. Más referencias al cáncer se encuentran en el papiro de Ebers, un poco poste­rior, y que describe casos de cáncer de mama y de útero.

Debido a su complejidad, es normal que el tema del cáncer estuviera lejos del alcance de la medicina que se hacía en la antigüedad, por eso los médicos se limitaban a describirlo. No podían más que constatar la aparición de un tumor, pero igno­raban las causas y la relación con la fisiología del organismo.

Durante la época medieval se hicieron intentos para elimi­nar «quirúrgicamente» los tumores externos, los que eran más fáciles de ver. Si tenemos en cuenta lo rudimentaria que era lo que se llamaba «cirugía» en aquellos tiempos, es comprensible que los casos con éxito fueran más que escasos y, por supues­to, no se planteaban hacer nada cuando encontraban tumores internos.

Hasta el siglo xv no se empezaron a estudiar en profundi­dad las causas de las enfermedades y durante un par de siglos se fue avanzando lentamente en el conocimiento del funciona­miento de nuestro cuerpo. Pero no fue hasta la invención del microscopio cuando se pudieron analizar en profundidad los primeros tumores. Antes se había pensado que podía ser una enfermedad contagiosa, que estaba causada por desequilibrios en los «humores» internos, que la causaba una degradación de la linfa... A medida que iban avanzando los conocimien­tos se estrechaba el círculo alrededor de aquella enfermedad incurable relacionada con unos tumores que podían surgir en cualquier lugar del cuerpo.

Fue en el siglo xix cuando un médico alemán, Rudolf Vir­chow, propuso que el proceso era causado por alguna altera­ción en el interior de las células y que para encontrar un tra­tamiento había que identificar los errores que tenían lugar en las células. A partir de ese momento la búsqueda de la terapia contra el cáncer quedó encarrilada y, con aciertos y errores, con golpes de suerte y con giros inesperados, los diferentes tra­tamientos para detener la progresión fueron abriéndose paso.

5      ¿Están aumentando los casos de cáncer?

Es una frase que es posible escuchar con cierta frecuencia: «Cada vez hay más casos de cáncer». Esto suele ir acompa­ñado de un discurso contra la contaminación, contra el estilo de vida, contra la industria farmacéutica o, alternativamente, la exposición de cualquier teoría conspiroparanoica. Pero ¿es realmente así? ¿Es más frecuente el cáncer ahora que antes?

Todos tenemos conocidos, amigos o saludados que han su­frido algún tipo de cáncer. Pero no es suficiente comparar la experiencia personal con lo que sucedía antes. A medida que pa­san los años es normal que vayamos tropezando con más gente que tiene cáncer, por una simple cuestión de probabilidad. Tam­bién con más gente que se ha casado, que ha tenido hijos o a la que han echado del trabajo. Simplemente es que, con el tiempo, las experiencias, buenas o malas, se van acumulando.

Como la percepción individual no sirve para sacar conclu­siones, hay que mirar los datos de los sistemas sanitarios. Cuan­do se hace, se puede ver que parece que sí que el cáncer es más frecuente ahora que hace unas décadas. Y por supuesto, mucho más frecuente que hace un siglo. Existen diferentes causas que lo explican. La primera y más sencilla es que ahora vivimos más años que antes. La esperanza de vida ha ido aumentando cons­tantemente, por lo que hay mucha más población que llega a los sesenta o setenta años, la época en que la incidencia de cáncer es más elevada. Es el mismo problema que ya está empezando a ver­se con las enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer. A medida que la esperanza de vida se alarga, las enfermedades asociadas con edades más avanzadas se hacen más frecuentes.

Otro motivo que explica que ahora haya más casos de cáncer está relacionado con las mejoras en el diagnóstico. En realidad, ahora se «descubren» más casos de cáncer que an­tes. Cuando quedó claro que para el éxito del tratamiento era mejor detectar el cáncer en las etapas iniciales, se pusieron en marcha programas de detección precoz. Ya no esperamos a la aparición de síntomas para diagnosticarlo, sino que buscamos cánceres en personas aparentemente sanas. Hace unas déca­das que se empezaron a realizar mamografías, colonoscopias, campañas de prevención que alertaban a la población a vigilar los lunares, etc. El resultado fue que se diagnosticaran muchos cánceres que antes habrían pasado desapercibidos y no hubie­ran contado en el número total.

Aparte de eso, es cierto que algunos tipos de cáncer han aumentado por culpa de costumbres sociales. Por ejemplo, la moda de tomar el sol en verano disparó el número de cánceres de piel. O el cáncer de pulmón, que comenzó a aumentar en las mujeres a medida que la población femenina empezó a fumar de forma generalizada. Algunos están asociados con otras en­fermedades, como el sarcoma de Kaposi, un tipo raro de cáncer que se extendió a medida que la epidemia de sida avanzaba.

Siempre existe la duda de si la presencia de contaminan­tes ambientales está relacionada también con el aumento en el número de casos de cáncer. Este es un riesgo muy real, por lo que las autoridades tienen que trabajar para mantener un medioambiente libre de agentes cancerígenos. En algunos paí­ses, especialmente los que aún están en desarrollo, está claro que la mala calidad del aire y la nula política ambiental está relacionada con la aparición de cánceres. Pero en general, po­demos decir que es poco probable que los factores ambientales asociados con la vida moderna sean la causa principal del au­mento que estamos viendo.

Así pues, el motivo por el que cada vez hay más cánceres no es que el entorno sea más tóxico, sino sobre todo que te­nemos más tiempo para desarrollarlos porque vivimos más. Si pudiéramos llegar a los ciento cincuenta años, probablemente todos acabaríamos afectados por un tipo de cáncer u otro. Pero no hay que perder de vista un hecho importante: aunque actualmente las estadísticas dicen que una de cada tres perso­nas sufrirá un cáncer a lo largo de su vida, no quiere decir que la mortalidad haya aumentado. Al contrario: aunque se ven más casos, cada vez se curan más y hay más supervivientes.

6      ¿Los animales y las plantas pueden tener cáncer?

Como casi siempre hablamos desde el punto de vista de una enfermedad que nos afecta o nos puede afectar, podría parecer que el cáncer es un problema exclusivo de los humanos, pero no es así, ya que también lo observamos en otros organismos. De hecho, cualquier ser vivo formado por más de una célula (lo que técnicamente se llama pluricelulares) puede acabar de­sarrollando un cáncer. De todos modos, los humanos somos una excepción, ya que en el resto de organismos el cáncer no es un proceso muy frecuente por varios motivos. Si lo pensamos detenidamente, resulta fácil entender el principal: la mayoría de las especies no viven lo suficiente como para que pueda formar­se un cáncer. En la naturaleza, lo más habitual es fallecer antes de llegar a la vejez, por lo tanto, se muere antes de que se llegue a desarrollar un cáncer. Tengamos en cuenta que para los ani­males salvajes la lucha por la supervivencia es dura y la mayo­ría de individuos acaban siendo víctimas de depredadores o de enfermedades infecciosas. Cuando los humanos encontramos la manera de sobrevivir a estos dos peligros, alargamos la vida lo suficiente como para dar tiempo a que apareciese el cáncer.

En el caso de los animales domésticos, que viven más años de los que sería previsible en la naturaleza, las cosas son dife­rentes. El pollo, por ejemplo: a pesar de tener una esperanza de vida de entre seis y once años, no es extraño que desarrolle sarcomas y otros cánceres en cautiverio. También es común en perros: si pasan de los diez años de vida, la mitad sufrirán algún tipo de cáncer.

Incluso las plantas sufren cáncer, aunque los tumores son menos frecuentes y no dan tantos problemas. No tienen, por ejemplo, metástasis, porque las células vegetales son mucho más rígidas y no pueden moverse. Por otra parte, sus sistemas internos para protegerse contra el cáncer son similares a los nuestros, pero parecen ser mucho más efectivos a la hora de frenar el crecimiento descontrolado de las células.

Hace un tiempo se descubrió un tipo especial de cáncer que se ve en animales: los «cánceres contagiosos». Solamente se conocen tres o cuatro tipos. El más estudiado es el que afecta a los diablos de Tasmania (Sarcophilus harrisii), un pequeño marsupial australiano. Empezó a verse en los años noventa. Es un tumor que estos animales desarrollan en el morro y que se transmite de uno a otro principalmente gracias a las morde­duras y peleas habituales. La causa es que estos animales son genéticamente muy similares y su sistema inmune no recono­ce las células tumorales de los otros diablos como ajenas. En principio, no son tumores muy agresivos, pero al ir creciendo, llega un momento que dificultan que el animal se alimente y este acaba muriendo de inanición. Desde que apareció por pri­mera vez, un 80% de la población de los diablos de Tasmania ha muerto y ahora son animales en peligro de extinción.

Los perros sufren un cáncer parecido. En este caso es un tumor venéreo, que se transmite por vía sexual. Lo más sor­prendente es que todos los cánceres de este tipo que se han visto en perros provienen de un único tumor primigenio que se ha ido propagando por todo el mundo. Gracias a análisis genéticos se ha sabido que seguramente la cadena empezó hace milenios. El otro caso de cáncer contagioso en animales que se conoce es el de las almejas. Sufren una especie de leucemia que también proviene de un único cáncer original que se han ido pasado unas a otras. Otros «parientes», como los mejillones, también podrían padecer uno similar.

Dicho esto, ¿es un peligro comer organismos que tienen cáncer? Es difícil reconocer los tumores en animales si son pe­queños, por lo tanto, es posible que lleguen a la dieta más a menudo de lo que creemos. En principio no parece que vaya a ser malo, ya que cuando digerimos la comida las células can­cerosas son destruidas en el estómago. En todo caso, no se han visto nunca casos de cánceres que hayan pasado de la comida a las personas, por lo que podemos decir que probablemente es imposible que suceda.

7      ¿Hay animales que no tengan cáncer?

La rata topo desnuda (Heterocephalus glaber) es, con toda seguridad, uno de los mamíferos más feos que hay. Para los investigadores tenía un atractivo irresistible, relacionado con un par de características que la hacen única. La primera, su insensibilidad al dolor. Pero lo más destacado era que parecía que no sufría nunca cáncer. Por eso se ganó un lugar en las noticias con titulares del tipo «El único animal invulnerable al cáncer». El interés era perfectamente comprensible, ya que si conseguíamos averiguar cómo evitaba el cáncer, tendríamos una buena clave para diseñar nuevas maneras de curar o pre­venir la enfermedad.

Que no se hubieran descrito casos de cáncer en las ratas topo desnudas podía significar que no lo tienen nunca o, sim­plemente, que las habíamos estudiado demasiado poco. Y pa­rece que la cosa va por ahí, porque al final se encontraron un par de ejemplares, uno en el zoo de Washington y el otro en el Brookfield Zoo, en Illinois, que sí lo habían desarrollado. La primera rata topo sufría un carcinoma neuroendocrino gás­trico, un tipo de cáncer de estómago, y la segunda tenía un adenocarcinoma en la axila, de origen mamario o, quizá, de las glándulas salivares. La conclusión es que, aunque proba­blemente son más resistentes de lo que es habitual, el cáncer también las afecta.

¿Esto significa que se ha desvanecido la esperanza de en­contrar un nuevo filón en la lucha contra el cáncer? Tampoco hay que exagerar. Siguen siendo unos animales muy interesantes por su longevidad y su poca incidencia de tumores. Es verdad que «poca incidencia» no es «ausencia», pero no deja de ser un hecho digno de estudio del que podemos aprender mucho. Ahora mismo se están examinando las características de su mi­crobioma (los microbios que conviven con ellas), se ha leído su genoma y se está analizando qué cambios pueden ser los que tienen la clave de la resistencia contra los tumores. Quizá no desarrollan cánceres casi nunca. Tal vez los desarrollan, pero los eliminan inmediatamente. Tal vez los desarrollan, pero se autodestruyen solos. Sea cual sea el mecanismo o la combinación de mecanismos que les proporcionan esta resistencia, tan pronto como se descubra, se podrá buscar la manera de aplicar la misma estrategia a nuestras células.

La etiqueta de «animal que no puede tener cáncer» tam­bién se ha puesto a otros seres vivos. Ocurrió hace años con los tiburones. Y, de nuevo, era una idea errónea: los tiburones también lo padecen. En este caso, sin embargo, el mito era alimentado por el negocio de la venta de cartílago de tiburón como si fuera una gran herramienta para evitar el cáncer. Pero no: los tiburones tienen tumores y su cartílago no se ha visto nunca que proteja contra nada.

Otro animal del que se ha dicho (erróneamente otra vez) que no tiene cáncer es el elefante. Es verdad que los elefantes tienen muchos menos cánceres de lo que se podría esperar. Al fin y al cabo, son muy grandes, lo que significa que están hechos de muchas células, y viven muchos años. Estadísti­camente, pues, deberían desarrollar muchos tumores. Pero no es así. Y en este caso, los científicos han descubierto el porqué. En el genoma de los elefantes han encontrado veinte copias de un gen, llamado TP53, que protege contra el cáncer. Nosotros también lo tenemos, pero en el genoma humano so­lamente hay dos copias. Esto quiere decir que el elefante tiene diez veces más cantidad de este gen y, por lo tanto, esta ma­nera de protegerse contra las células cancerosas es al menos diez veces más efectiva que la nuestra. Eso podría explicar el misterio.

En el caso de las ratas topo, posiblemente ya no podemos decir que no tienen cáncer, pero, al igual que en el caso de los elefantes, algo hay que las hace muy resistentes. Habrá que se­guir investigando para averiguar su truco. ¿Quién sabe? Quizá el secreto de la cura del cáncer se esconde en el interior de uno de los animales más feos que hay. Si fuera así, indudablemente empezaríamos a mirarlo con mejores ojos.

8      ¿Cuántos tipos de cáncer hay?

Si alguien menciona una «enfermedad infecciosa», la primera pregunta que haremos es de qué infección hablamos en concre­to. El resfriado común, la tuberculosis, la sífilis, el sida, la he­patitis, la malaria o la peste bubónica son todas enfermedades infecciosas, pero cada una es distinta de las demás. Algunas no dan más que molestias, mientras que otras son mortales. Solo tienen en común el hecho de estar causadas por microbios y de propagarse de persona a persona. Por ello, decir «tengo una infección» es decir muy poco. Aunque no nos lo parezca, con el cáncer pasa exactamente lo mismo.

La palabra «cáncer» hace referencia a un grupo numeroso de enfermedades, más de doscientas, que tienen en común el hecho de que un conjunto de células ha empezado a multi­plicarse de manera descontrolada. Pero al igual que con los microbios, las cosas pueden ser muy diferentes en función del tipo de células que estén implicadas. No es lo mismo un cán­cer de páncreas que una leucemia, un cáncer de mama o un melanoma. La forma en que se presentará, los problemas que dará, la velocidad a la que la enfermedad progresará o los ti­pos de tratamientos disponibles serán completamente distintos en unos casos y en otros.

Dicho así, la solución podría ser hablar de cánceres dife­rentes según el lugar donde se encuentran: el cerebro, el pe­cho, el tubo digestivo... Agrupados de esta manera se podrían diferenciar mejor. Pero tampoco es suficiente. Incluso dentro del mismo órgano podemos encontrar tipos de cánceres muy variados, dependiendo también del tipo de célula. La razón es que cada tejido está hecho de células que se comportarán de manera diferente en el caso de que se conviertan en cance­rosas. En el cáncer de pulmón, por ejemplo, hay el de célula pequeña (el llamado «microcítico») y el de célula no pequeña (el «no microcítico»). Son dos tipos con pronósticos y trata­mientos distintos.

En el caso del cáncer de páncreas ocurre algo parecido. Lo más habitual es el adenocarcinoma pancreático, un tipo de cáncer con mal pronóstico que deriva de las células que fa­brican el jugo que usamos para digerir los alimentos. Pero del páncreas también pueden surgir tumores «neuroendocrinos», derivados en este caso de las células de los islotes pancreáticos, las que fabrican la insulina y otras hormonas. Células distin­tas, enfermedades completamente distintas, a pesar de prove­nir ambas del mismo órgano.

Esto podría ser una simple curiosidad científica, un tec­nicismo sin más relevancia, pero tiene una importancia cla­ve en el pronóstico y los tratamientos que se pueden aplicar. El hecho de usar la palabra «cáncer» genéricamente no nos permite discriminar diferentes tipos de procesos, y esto hace que ante su diagnóstico aún sintamos un escalofrío antes de preguntar de qué cáncer en concreto se trata. Es muy diferente tener un cáncer de pulmón, con menos del 10% de pacientes vivos pasados cinco años desde el diagnóstico, que un cáncer de testículo, que tiene una supervivencia del 95%. Por suerte, muchos de los cánceres más frecuentes (como el de mama o el de próstata) responden bien a las terapias actuales, por eso no es adecuado englobarlos con otros más raros que tienen mal pronóstico.

Por lo tanto, cuanto más genéricas son las estadísticas y los datos que vemos, más confusión pueden crear. Lo mejor es tener claro que no hay un solo cáncer, sino que hablamos de un grupo muy amplio de enfermedades. Y si buscamos in­formación, no debemos generalizar, sino centrarnos en el tipo concreto que nos interesa.

9      ¿Cómo se clasifican los cánceres?

Acabamos de ver que la palabra «cáncer» agrupa más de dos­cientas enfermedades diferentes y que las diferencias que hay vienen definidas sobre todo por el tipo de célula que inicia el proceso. No progresará igual un cáncer de células del músculo que uno de células de la sangre o de células del pulmón: la rapi­dez de crecimiento, la agresividad y el pronóstico serán comple­tamente distintos.

Decíamos también que, una vez hecha esta distinción ini­cial, cada uno de los grupos de cánceres aún se puede dividir en subtipos, que a menudo tienen poco que ver unos con otros. Aparte de eso, los cambios genéticos que definirán cada cáncer pueden no parecerse en nada, a pesar de ser del mismo tejido y empezar en el mismo tipo de célula. Es decir, dos cánceres que se han generado a partir de un tipo de célula idéntico puede que hayan llegado al mismo punto escogiendo caminos que no se parecen en nada. Como veremos más adelante, esto tiene un impacto importante en la forma de diseñar los tratamientos.

La primera separación que tenemos que hacer cuando ha­blamos de cáncer es entre los sólidos y los que no lo son. A me­nudo tenemos la imagen que el cáncer es siempre un tumor, una masa de células, pero aquí no se tienen en cuenta las leuce­mias, un tipo de cáncer en el que las células malignas no suelen agruparse de esta manera. Las leucemias son los cánceres de la sangre. En la sangre hay dos tipos principales de células: los glóbulos blancos y los rojos (aparte de las plaquetas). Los glóbulos rojos, o eritrocitos, no suelen estar implicados en el cáncer. La policitemia vera es el ejemplo más habitual de cán­cer de este tipo (da un exceso de glóbulos rojos circulando en la sangre), pero a pesar de todo es poco frecuente.

Los cánceres de la sangre más comunes, pues, son los que derivan de los glóbulos blancos: las leucemias. Se clasifican principalmente según la célula de origen (linfocíticas o mieloi­des) y según si son agudas (progresan rápidamente, más típi­cas de gente joven) o crónicas (van más despacio y en general se ven en personas mayores). Así pues, tenemos cuatro tipos principales de leucemias: linfocítica aguda, linfocítica crónica, mieloide aguda y mieloide crónica. Además de estas, hay otras formas menos frecuentes que se suelen clasificar aparte.

En cuanto a los cánceres sólidos, también se diferencian en subtipos según las células que los originan. Los más frecuentes son los carcinomas, los cánceres de células epiteliales (las que recubren todos los órganos y las cavidades, como por ejemplo el tubo digestivo). Dentro de los carcinomas están los adeno­carcinomas, que comienzan en el epitelio de las glándulas. Las glándulas son las estructuras de un órgano que fabrican sus­tancias que luego van a parar a la sangre, a la superficie del cuerpo o a alguna de sus cavidades, como por ejemplo las que fabrican el sudor, la leche, las hormonas, los jugos gástricos, etc. Los cánceres de próstata, de pulmón, de mama y todos los más habituales se originan normalmente en las células epitelia­les de estos órganos, y muchos de ellos son adenocarcinomas (un tumor benigno originado en las glándulas, en cambio, se llama adenoma).

También son relativamente frecuentes los linfomas, los tu­mores malignos formados por glóbulos blancos. En principio son similares a las leucemias, pero la diferencia principal es que suelen formar masas en los nódulos linfáticos. A mucha distancia de estos encontramos los sarcomas, cánceres que empiezan en los huesos, músculo, cartílago, vasos sanguíneos o grasa. También está el cáncer de células germinales, que se origina en las células que participan en la reproducción (las que encontramos en los testículos y los ovarios). Finalmente, los blastomas son cánceres poco frecuentes, que aparecen so­bre todo en niños y que se originan en las pocas células que tenemos en el organismo que aún no están bien definidas (no se han convertido todavía en ninguno de los tipos celulares que forman los tejidos).

Aparte de estas clasificaciones, cada tipo y subtipo de cáncer puede tener más variantes incluso, dependiendo de ciertas dife­rencias que influyen en la evolución y el pronóstico. Veremos más ejemplos en los capítulos que hablan de cánceres específicos.

10      ¿Es lo mismo un cáncer que un tumor?

Cuando sale la palabra cáncer en una conversación, la primera imagen que nos viene a la mente es la de un «bulto», un «nó­dulo» situado en algún rincón del cuerpo. Es lo que normal­mente se denomina un «tumor»: una «pelota» de células que está en un lugar que no le corresponde. Pero tumor y cáncer no son ni mucho menos sinónimos: ni todo tumor es un cáncer, ni todo cáncer es un tumor.

En sentido estricto, un tumor no es más que un crecimiento anormal de alguna parte del cuerpo, que acaba hinchada. Cier­tamente es lo que ocurre en el caso del cáncer, pero también se da en otras situaciones que no tienen nada que ver, y enton­ces decimos que es un tumor benigno. Ejemplos característicos de estos tumores benignos son las verrugas, los pólipos o los lipomas (unos nódulos de grasa que se les hacen a algunas personas bajo la piel). Las pecas, aunque a menudo son tan pequeñas que no tienen relieve, no son más que acumulaciones de melanocitos, las células que fabrican el pigmento de la piel, la melanina. Por lo tanto, se podría considerar que son una especie de tumor, por supuesto benigno. Los miomas uterinos son un tipo de crecimiento del tejido muscular del útero, rela­tivamente frecuente, que también son benignos.

Ninguno de estos tumores es agresivo. Normalmente ni ha­cen daño ni pueden matar y solo en algunas ocasiones, depen­diendo de donde estén, pueden comprimir los tejidos vecinos y dar problemas si alcanzan un volumen lo suficientemente grande. Las principales características que los diferencian de los cánceres son que suelen estar bien delimitados por una es­pecie de cápsula de tejido normal que se forma a su alrededor, y que crecen despacio o incluso paran de crecer en un momen­to dado. El caso del cáncer es completamente diferente. Por definición, es un grupo de células malignas. En este contexto «maligno» significa que, si no las detenemos, no pararán de multiplicarse, romperán la cápsula que rodea el tumor, aca­barán extendiéndose por el organismo y, si no se hace nada al respecto, tarde o temprano causarán la muerte.

Así pues, un tumor puede ser benigno o maligno, pero so­lamente estos últimos son los que podemos llamar cáncer. Por eso, cuando se hace la biopsia de un tumor, lo primero que se establece es si es benigno, que seguramente no dará más pro­blemas, o maligno. Para complicar más las cosas, algunos tu­mores benignos con el tiempo pueden convertirse en malignos, pero al revés no suele pasar.

Pero atención: no todos los cánceres forman tumores. Ya hemos dicho que algunos de los que se originan a partir de las células de la sangre, como las leucemias, no suelen presentarse así. El motivo es sencillo de entender, ya que en estos casos las células cancerosas están circulando libremente por los vasos sanguíneos, independientes las unas de las otras y sin formar masas detectables. Naturalmente, esto no quiere decir que los cánceres de la sangre no sean tan peligrosos como los que sí forman tumores, porque estas células son igual de agresivas.

En resumen, es importante tener presente que el concepto de tumor y el de cáncer se refieren a dos cosas diferentes, a pesar de que es cierto que en la mayoría de los casos de cáncer sí se forman tumores y que solo alrededor de un 10% de los cánceres son de la familia de las leucemias.

11      ¿Qué hay dentro de un tumor?

Cuando miramos un dibujo representativo de un tumor ma­ligno, acostumbramos a ver en él un tejido normal, dentro del cual hay un grupo de células de aspecto extraño. Son las célu­las propiamente cancerosas, las que han sufrido una serie de cambios que las empujan a crecer y a multiplicarse. Pero esta división sencilla entre células «malas» (en el centro) y «bue­nas» (alrededor) no refleja la extraordinaria complejidad que hay dentro de un tumor.

Para empezar, los tumores reciben nutrientes y oxígeno a través de los vasos sanguíneos, como cualquier otro tejido. Pero los tumores son un añadido que el organismo no tenía previsto; por lo tanto, ningún tejido tiene inicialmente los va­sos necesarios para alimentarlo. Para solucionar este déficit, el cáncer debe engañar al cuerpo y forzarlo a fabricar nuevas arterias y venas. Ahora bien, como el tumor es un sistema des­controlado, la fabricación de los vasos sanguíneos no se hace de manera ordenada. Esto da lugar a zonas del tumor que es­tán bien irrigadas y otras donde apenas llega el oxígeno. Estas suelen estar localizadas en el núcleo del tumor y no es extraño que sea también donde se acumulen más células muertas: in­cluso las células cancerosas necesitan un poco de oxígeno para sobrevivir.

En los tumores normalmente también hay un tipo particu­lar de células: los fibroblastos. Son las que el cuerpo utiliza para hacer reparaciones de urgencia, las que constituyen el tejido de las cicatrices, por ejemplo. Son resistentes, crecen deprisa y su función es de soporte estructural al tejido. En una herida generan la cicatriz, pero en un tumor son un problema, porque actúan especialmente protegiendo las células tumorales. Se comportan como si el tumor fuera una herida que se debe ce­rrar. Cuando se administran fármacos para intentar destruir el tumor, muchos no llegan a todas las células cancerosas, ya que son capturados por los fibroblastos que hay alrededor. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las células que forman algunos tumores son, de hecho, estos fibroblastos, que generan una matriz que actúa como una armadura protectora.

El sistema inmune no se queda mirando sin hacer nada al respecto. En todos los tejidos tenemos unas células, llamadas macrófagos, que se encargan de detectar si algo no funciona correctamente y poner en marcha la respuesta inflamatoria. Esto sería positivo, ya que una respuesta inflamatoria dentro del mismo tumor mataría o complicaría mucho la vida a las células tumorales. De hecho, esto es posiblemente lo que ocu­rre muchas veces en fases iniciales de un cáncer: el sistema inmune reconoce las células malignas y las elimina sin que nos demos cuenta. Solo cuando el sistema falla, el tumor puede seguir creciendo. Por desgracia, los macrófagos también se en­cargan de reparar los tejidos dañados y, de alguna manera, eso mismo es lo que intentan hacer los que van al tumor: reparar lo que piensan que es un tejido lesionado.

Tanta complejidad dentro de los tumores dificulta mucho los tratamientos. Es por eso que en los últimos años se han preparado estrategias que no actúan directamente contra las células tumorales, sino que intentan modificar todo el séquito de células acompañantes. Por ejemplo, podemos intentar que los vasos sanguíneos sean más pequeños para asfixiar al tumor, o más grandes para facilitar la llegada de los fármacos. Pode­mos intentar modificar el comportamiento de los macrófagos para forzarlos a atacar el tumor. Podemos intentar deshacer la estructura construida por los fibroblastos para debilitar el tumor. Podemos hacer muchas cosas que, por sí solas no van a curar el cáncer, pero que facilitarán mucho el trabajo a los demás tratamientos, estos sí, diseñados específicamente contra las células tumorales.

12      ¿Cuánto tarda en formarse un cáncer?

El momento en que el médico confirma el diagnóstico de un cáncer marca un antes y un después en la vida de cualquier persona. Pero desde el punto de vista de la enfermedad, todo el proceso que llevó hasta ese instante comenzó mucho antes.

Cuando hablamos de la progresión del cáncer es importan­te destacar una vez más que no aparece de la noche a la ma­ñana. Al contrario: en realidad el proceso es muy lento, sobre todo al principio. Desde la mutación inicial en el ADN de una célula hasta la aparición de síntomas en el paciente pueden pa­sar décadas. Es decir, un cáncer en una persona de cincuenta o sesenta años quizá comenzó a desarrollarse cuando tenía vein­te o treinta, lo que significa que, en principio, deberíamos tener mucho tiempo para poder descubrirlo y tratarlo. Por desgra­cia, durante la mayor parte de estos años el cáncer está en los primeros estadios de desarrollo, cuando aún es prácticamente invisible. Por eso uno de los objetivos principales en la gue­rra contra el cáncer es precisamente desenmascararlo durante este período de incubación tan largo, ya que si lo pudiéramos detectar en las etapas iniciales resultaría mucho más sencillo erradicarlo.

Debemos recordar que durante el proceso de maduración del cáncer los mecanismos internos de defensa del organismo no dejan de actuar. Como hemos mencionado antes, la ma­yoría de las veces estos tumores incipientes serán eliminados antes de que sean detectables o, al menos, se mantendrán bajo control para que no causen problemas durante tanto tiempo como sea posible. Se cree, pues, que a lo largo de la vida de una persona aparecerán y desaparecerán muchas células malignas sin que ni nos demos cuenta, que incluso formarán unos «mi­cro cánceres», tal vez de unas decenas de células solamente, que el sistema inmune y los otros sistemas de vigilancia que comentaremos después conseguirán eliminar completamente. Nunca sabremos cuántas veces nuestras defensas nos habrán salvado la vida, pero podemos estar seguros de que ha pasado en muchas ocasiones.

Como decíamos, también puede ser que no vivamos lo sufi­ciente para permitir que un tumor se desarrolle completamen­te. Por ejemplo, a partir de autopsias, se ha visto que más del 80% de los hombres mayores de ochenta y cinco años tenía cáncer de próstata. Lo que pasa es que, en la mayoría de los casos, el cáncer aún estaba en fases iniciales, indetectables y sin dar síntomas. Por eso muchos habían muerto de otra enferme­dad sin llegar a saber que tenían un tumor empezando a crecer en la próstata. Aunque hubieran vivido hasta los cien años, es posible que ese cáncer no hubiera llegado nunca al estadio en el que se vuelve peligroso para la salud. No habría tenido tiem­po suficiente para malignizarse.

El primero de estos estudios de cánceres de próstata en au­topsias fue realizado por Arnold Rich en 1935. Desde enton­ces, en otros trabajos similares se ha visto que el 9% de los hombres de veinte años, el 27% de los de treinta y el 34% de los de cuarenta tenía un cáncer de próstata en su fase más inicial. De manera similar se vio también en autopsias que el 39% de mujeres de cuarenta años tenía cánceres de mama que no habían sido detectados. Lo mismo ocurre con el cáncer de tiroides, que se puede encontrar en sus fases iniciales en hasta un 20% de las autopsias.

¿Significa esto que sufrir un cáncer es simplemente una cuestión de que pasen los años, en algunos casos quizá veinte o treinta y en otros cien o incluso doscientos? Hoy por hoy no es más que una pregunta teórica, pero puede convertirse en un problema importante de salud a medida que la edad media de la población vaya aumentando. Si alguna vez conseguimos alargar la esperanza de vida hasta los cien o ciento veinte años, quizá entonces sí que incluso las más lentas de las células malignas tendrán tiempo de completar el proceso de formar un tumor lo suficientemente avanzado como para que tenga un impacto en nuestra salud. Por otra parte, hay que esperar que cuando los avances médicos permitan alargar tanto la vida, con toda pro­babilidad también habremos encontrado la manera de detectar el cáncer en las fases más iniciales y tratarlo con más eficacia.

Kailas
9788417248093
Nuevo
Related Products ( 16 other products in the same category )

Nuevo registro de cuenta

¿Ya tienes una cuenta?
Inicia sesión o Restablece la contraseña