El segundo cerebro, por Miguel Ángel Almodóvar. Editorial Paidós

El segundo cerebro

Referencia: 9788449330544
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Descubre la importancia del sistema digestivo para tu salud

Descubre cómo la relación entre nuestro intestino y nuestro cerebro es primordial en el funcionamiento de nuestro cuerpo y tiene una influencia determinante en nuestra salud

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En El segundo cerebro, Miguel Ángel Almodóvar expone los más recientes descubrimientos científicos acerca del papel que desempeñan el estómago y la flora intestinal en relación con nuestra salud física y mental, y nos des­vela las claves para lograr sentirnos mejor mediante una dieta equilibrada, basada en dichos descubrimientos.
A mediados de 2011, un equipo de investigadores de la Universidad MacMas­ter de Canadá consiguió recopilar evidencias sobre la influencia directa que tienen las bacterias intestinales en la química del cerebro y, por consiguiente, en nuestra conducta, asociando el desequilibrio de la flora bacteriana con trastornos como la ansiedad, la depresión e incluso el autismo de inicio tardío. Unos meses más tarde y tras muchos años de análisis de historias clínicas, el psiquiatra James Greenblatt concluía que: «Los intestinos son en realidad un segundo cerebro, ya que existen más neuronas en el tracto digestivo que en cualquier otro lugar, además del cerebro». Lo verdade­ramente novedoso de estos planteamientos es la constatación de que el estómago no está subordinado al cerebro, sino que el cerebro reacciona a los intestinos.
Almodóvar pone al servicio del lector una clara explicación de estos des­cubrimientos a partir de casos clínicos y diversos ejemplos. Además, nos ofrece una serie de menús variados y equilibrados para ayudarnos a sen­tirnos bien y mejorar nuestra salud.

Miguel Ángel Almodóvar Martín

(Madrid, 9 de septiembre de 1950)es investigador, periodista y divulgador especializado en nutrición y gastronomía. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología (con especialidad en Ecología Humana y Población) y máster en Criminología, ha hecho cursos de doctorado en Historia del Pensamiento.
Durante dos décadas ha sido uno de los rostros más populares de la televisión, colaborando y dirigiendo programas en diferentes cadenas.
Actualmente colabora en diversos medios de comunicación y es miembro de la Unidad de Investigación en Cultura Científica del Centro de Investigaciones Energéticas Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT).

Sumario

Introducción. Un cambio de paradigma en las ciencias de la salud      11

PRIMERA PARTE

EL CEREBRO ABDOMINAL.

SU HISTORIA Y SU REALIDAD ACTUAL

Capítulo 1. La relación entre el intestino y el sistema nervioso       19
Capítulo 2. No lo llame flora intestinal, llámelo microbioma       31
Capítulo 3. El microbioma y el sistema inmunitario      37
Capítulo 4. El intestino y los problemas mentales y emocionales      43
Capítulo 5. El segundo cerebro       49
Capítulo 6. El desequilibrio del microbioma: la disbiosis       61
Capítulo 7. Dietas desequilibradas      65
Capítulo 8. El uso y el abuso de antibióticos       75
Capítulo 9. El estrés como factor desencadenante de la disbiosis      81
Capítulo 10. La hipótesis del exceso de higiene      87
Capítulo 11. Tratamientos de la disbiosis      93
Capítulo 12. Probióticos, prebióticos y simbióticos       115

SEGUNDA PARTE

LOS AVANCES MÉDICOS REALES
Y EL MICROBIOMA

Capítulo 13. El proyecto Genoma Humano      127
Capítulo 14. La Medicina Psicosomática       139
Capítulo 15. La Medicina Integrativa      143
Capítulo 16. Falsedades y tontunas       161

TERCERA PARTE
UNA DIETA SALUDABLE PARA EL MICROBIOMA

Capítulo 17. Alimentos que debemos controlar e, incluso, erradicar      169
Capítulo 18. Alimentos que debemos potenciar y descubrir       175
Capítulo 19. La dieta GAPS, una alternativa nutricional a los trastornos psicológicos      187
Capítulo 20. Menús de la dieta GAPS      191
Capítulo 21. El juicing o el arte de hacer zumos saludables y curativos       201
Capítulo 22. 7 menús ricos en prebióticos y probióticos      205
Capítulo 23. Conclusiones y reflexión final       233

Bibliografía recomendada      237

Capítulo 1
La relación entre el intestino
y el sistema nervioso

LOs PRIMEROs PAsOs Y LA PROFECÍA DE METCHNIKOFF

Tras los descubrimientos de Louis Pasteur (1822-1895), Robert Koch (1843-1910) y otros brillantes científicos que sentaron las bases de la teoría de que muchas enfermedades son provocadas por gérme­nes, y ante una opinión pública muy castigada por las enfermedades infecciosas y firmemente convencida del gran peligro que para su salud representaban las bacterias, en 1907 un científico ruso, Elías Metchnikoff (1845-1916), publicó un libro, The Prolongation of Life, [La prolongación de la vida], en el que para asombro y estupor de propios y extraños proclamaba las grandes bondades de ciertas bac­terias que habitan en el intestino humano y que son parte de la flora intestinal, o microbioma según la actual terminología.
Un año después, en 1908, sería galardonado, junto al médico y bacteriólogo alemán Paul Erlich (1854-1915), con el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, por su «teoría fagocitósica de la enfermedad», formulada en 1884 y que explicaba la capacidad del cuerpo humano para resistir y vencer las enfermedades infec­ciosas.
Metchnikoff, muy interesado siempre por el envejecimiento y la muerte, creó las disciplinas científicas conocidas como Geronto­logía, ciencia que estudia los distintos aspectos de la vejez y el en­vejecimiento poblacional, y Tanatología, disciplina que estudia el fenómeno de la muerte en los seres humanos aplicando el método
científico y las técnicas forenses. Además, descubrió una cura para la sífilis, una de las grandes plagas de su tiempo.
Investigador del Instituto Pasteur de París desde 1888, Metch­nikoff convivió en sus laboratorios con el maestro Louis Pasteur durante siete años, hasta el fallecimiento de este en 1895, trabajan­do en líneas propias de anatomía comparada y otros estudios mé­dicos que le llevaron a la conclusión de que existía una estrecha relación entre la actividad de algunas bacterias proteolíticas —en­cargadas de la degradación de las proteínas— con el estreñimiento y otros problemas de salud, al tiempo que la acción de las bacterias intestinales del ácido láctico o las continuas evacuaciones se corre­lacionaban con la longevidad. Desde esta misma perspectiva, constató que algunas bacterias intestinales son fuente de sustan­cias tóxicas para el sistema nervioso, y que contribuían al enveje­cimiento, al pesimismo o a la depresión, mientras que productos como el yogur, el kéfir o los vegetales fermentados actuaban de forma muy positiva para la salud general y la calidad de vida de las personas.
En definitiva, Metchnikoff, hace ya más de un siglo, pasó a convertirse en un pionero de la terapéutica intestinal y en el apóstol de los alimentos probióticos, actual y unánimemente ala­bados y objeto de grandes campañas institucionales y comercia­les como fuente de salud. De ello dan fe estas líneas que aparecen en su libro:
DeberÍa estudiarse de forma sistemática la relación que existe en­tre los microorganismos intestinales y el envejecimiento precoz, asÍ como la influencia de las dietas que impiden la putrefacción intestinal en la prolongación de la vida y la conservación de la fortaleza corpo­ral. Seguramente en un futuro, cercano o remoto, dispondremos de información exacta sobre uno de los principales problemas de la hu­manidad.
Ese futuro al que aludía en Metchnikoff 1908 en su libro ante­riormente citado, algo tarde pero venturosamente, ya ha llegado. Vamos a verlo.

EL GENOMA MICROBIANO

En 2010 se consiguió al fin la secuenciación genómica de la estructura microbiana que habita en el cuerpo humano. De la im­portancia cuantitativa de este segundo genoma o metagenoma da idea el hecho de que cada individuo está compuesto por unos 10 bi­llones de células vivas, con las que conviven 100 billones de mi­croorganismos, alojados en el tracto digestivo en una proporción de entre el 90 y el 95 %, mientras que en la piel y las mucosas se halla entre un 5 y un 10 %.
Dicho de otra forma, cada humano es la décima parte del total de un ecosistema complejo con el que habrá de convivir a lo lar­go de toda su existencia, porque las bacterias que nos habitan van con nosotros y hacen con nosotros nuestro recorrido vital. Pero no son nosotros, sino un ente relativamente autónomo con vida y desarrollo propios.
La secuenciación genética de esa población bacteriana que nos acompaña ha permitido modificar radicalmente nuestra visión de los microbios, hasta hace muy poco asociados a la enfermedad y la muerte. Gracias a este avance científico, hoy son percibidos tam­bién como potencial fuente de salud y calidad de vida.
Conocer sus funciones y mecanismos de acción posibilitará, en un plazo más breve que largo, hallar nuevas herramientas eficaces para combatir, paliar o dar respuestas definitivas a multitud de en­fermedades, físicas y mentales, algunas de ellas con cada vez un mayor impacto en las sociedades occidentales.
Lo más sorprendente de los descubrimientos realizados en este campo de la medicina, avalados por una importante cantidad de investigaciones y experimentos realizados a lo largo de los últimos años, es que en la actualidad podemos afirmar sin el menor género de dudas que existe una conexión primaria entre el intestino y el sistema nervioso central, que, como todos sabemos, finalmente lle­ga al cerebro.
Por ello, la secuenciación del metagenoma está llamada a mo­dificar las perspectivas de las actuales ciencias de la salud y abre de par en par las puertas a una nueva terapéutica basada en la certi­dumbre de que el empobrecimiento o el desequilibrio de la hasta ahora llamada microflora intestinal favorecen la aparición de la obesidad, el estreñimiento crónico, el nerviosismo, las reacciones alérgicas, el dolor en las articulaciones, el insomnio —fuerte y cró­nico—, el cansancio, el síndrome de colon irritable, las migrañas, la artritis reumatoide, la cistitis, la enfermedad de Crohn, la fibro­mialgia, el autismo y déficits de minerales y oligoelementos como el magnesio, el cobre, el zinc o el litio, mientras que su reequili­brio para un adecuado funcionamiento puede ser la clave de un conjunto de terapias muy efectivas y carentes de indeseables efec­tos secundarios.
En el metagenoma están escritas las claves de un futuro de sa­ludabilidad y ese futuro ya ha empezado.

EL SEGUNDO CEREBRO

En los intestinos se aloja el sistema nervioso entérico, una suer­te de segundo cerebro formado por 100 millones de neuronas que es el responsable de que esta red neuronal nos haga sentir ciertas emociones en la tripa y de que el organismo sea capaz de hacer la digestión sin contar con la ayuda del cerebro principal, desarro­llando de manera autónoma funciones tan complejas como el frac­cionamiento de los alimentos, la absorción de los nutrientes y la expulsión de los desechos, mediante complicados procesos quími­cos y muy medidas contracciones musculares.

Además, el sistema nervioso entérico, o segundo cerebro, no solo realiza tareas fisiológicas, sino que, en paralelo, influye direc­tamente en las emociones, de manera que la tradicional y románti­ca imagen de sentir «mariposas en el estómago» responde a estados alterados de nervios o estrés que se perciben gracias al sistema ner­vioso instalado en el intestino. Como afirma el psiquiatra James Greenblatt: «Los intestinos son en realidad un segundo cerebro».

Actualmente existen abundantes pruebas científicas de que, en ese eje intestino-sistema nervioso central-cerebro, en el que la co­municación es bidireccional, los microbios que forman la micro-flora intestinal o microbioma ejercen un protagonismo decisivo. A mediados de 2011, un equipo investigador de la Universidad MacMaster de Canadá consiguió recopilar evidencias de que las bacte­rias intestinales influyen directamente en la química del cerebro y la conducta, asociándose con la ansiedad, la depresión o, incluso, el autismo de inicio tardío.

Por otra parte, y abundando en ello, a principios de 2013, un estudio hecho público por el Instituto Karolinska (Estocolmo, Suecia), en colaboración con el Instituto del Genoma de Singapur, puso de manifiesto que la colonización microbiana de los intesti­nos en la primera infancia resulta decisiva para el saludable desa­rrollo del cerebro y fundamental en las áreas del aprendizaje, la memoria y el control motor.

Unos meses más tarde, tras muchos años de análisis de las his­torias clínicas de sus pacientes, James Greenblatt remachaba: «Los intestinos son en realidad un segundo cerebro... [ya que]... existen más neuronas en el tracto digestivo que en cualquier otro lugar, aparte del cerebro».

En realidad, esto no es nuevo para la práctica psiquiátrica, cu­yos más destacados profesionales hace tiempo que saben la estre­cha conexión entre el sistema digestivo y las enfermedades menta­les. Hace mucho tiempo que se ha constatado que la ansiedad provoca diarreas o que la depresión dificulta extraordinariamente la digestión de alimentos y la asimilación de nutrientes.

Lo verdaderamente novedoso de los planteamientos de Green­blatt y otros pioneros es la constatación de que el sistema digestivo no está subordinado al cerebro, sino que el cerebro reacciona ante las informaciones que le llegan desde los intestinos.

Tras todas estas constataciones, el dato más preocupante es que se estima que entre el 80 y el 90 % de la población está afec­tada, en distintos grados, por algún tipo de problema intestinal, lo que, sin duda, favorece la aparición de un sinfín de enfermedades y dolencias.

La buena noticia es que todo este nuevo conocimiento sobre la conexión entre los dos cerebros permite mejorar los diagnósticos y los tratamientos de las mismas, y que en el futuro se podrán em­plear nuevos fármacos y tratamientos menos invasivos, más natu­rales y más eficaces para una gran serie de problemas tanto físicos como mentales.

LA AUTOPISTA BIDIRECCIONAL CEREBRO-INTESTINO VERIFICADA EN HUMANOS

La gran mayoría de los estudios que ponen en evidencia que hay un tráfico de información entre el cerebro y el intestino, en ambas direcciones, se ha realizado en animales de laboratorio, fun­damentalmente ratas y ratones, pero no hace mucho esa evidencia también se ha empezado a verificar en seres humanos.
El estudio de referencia, publicado en la revista Gastroentero­logy en junio de 2013, fue realizado por el equipo del Gail and Gerald Oppenheimer Family Center for Neurobiology of Stress y el Abmanson-Lovelace Brain Mapping Center, dependiente de la Universidad de California, UCLA, de Los Ángeles, California, di­rigido por la doctora Kirsten Tillisch.
Este estudio se realizó con un grupo de 36 mujeres de entre 18 y 55 años, grupo que se dividió de manera aleatoria en tres subgru­pos. El primer grupo de mujeres consumió dos veces al día y du­rante cuatro semanas un yogur específico que contenía una mezcla de diversos probióticos y bacterias intestinales, diseñado especial­mente para que tuviera un efecto positivo en el intestino. El segun­do grupo de mujeres tomó un producto lácteo muy similar al yo­gur, pero que no contenía probióticos. Mientras que el tercero se convirtió en grupo de control y no consumió ningún producto de ese tipo.
A todas las participantes en este experimento se les realizaron escaneos cerebrales mediante resonancias magnéticas funcionales por imágenes, antes y después del periodo de estudio, para medir las eventuales modificaciones que se produjeran.
Los científicos de la UCLA fueron observando la evolución que se producía en los cerebros de las mujeres a partir de un estado de reposo y en respuesta a una tarea visual de reconocimiento emotivo, que consistía en contemplar imágenes del rostro de personas que mostraban distintas emociones, tales como miedo, ira o espanto.
Los resultados del estudio demostraron que, durante la tarea de reactividad emocional, las mujeres pertenecientes al primer grupo, las que habían consumido el yogur con probióticos y bacterias in­testinales, presentaban una disminución de actividades en la corteza insular del cerebro (que elabora e integra las sensaciones inter­nas del cuerpo) en comparación con las mujeres de los otros dos grupos, que no habían consumido el yogur con probióticos y bac­terias intestinales.
Además, en respuesta a las tareas visuales, las mujeres del pri­mer grupo presentaron una disminución de la participación de una red capilar en el cerebro que comprende las áreas ligadas a la emo­ción, la cognición y los sentidos, mientras que los otros dos grupos mostraban una actividad estable o incluso mayor en dicha red.
Por otra parte, cuando los científicos escanearon los cerebros de las participantes en el experimento en una situación de reposo, se observó que, en las mujeres que habían consumido el yogur con los probióticos y las bacterias intestinales, se producía una mayor conectividad entre una región cerebral clave conocida como la sus­tancia gris periacueductal y las áreas cognitivas asociadas a la cor­teza prefrontal.
En la misma prueba, las participantes del grupo de control mostraron una mayor conectividad de la sustancia gris periacue­ductal con las regiones asociadas a las emociones y las sensaciones, mientras que el grupo que había consumido el producto lácteo sin probióticos mostró unos resultados intermedios.
Todo esto viene a demostrar que los efectos en el intestino in­volucran áreas que afectan no solo a los procesos asociados con las emociones, sino también sensoriales, y que el conocimiento de lo que ocurre en el cerebro, tras una modificación del microbioma intestinal, puede ayudar a encontrar nuevas estrategias para preve­nir o tratar trastornos no solo digestivos, sino igualmente mentales y neurológicos.
El equipo investigador de este trabajo considera que su hallaz­go puede abrir caminos hacia nuevas intervenciones para mejorar las funciones cerebrales a través de la dieta o mediante intervencio­nes farmacológicas que actúen sobre el microbioma intestinal, ya que, como señala la doctora Tillisch, los resultado indican que: «[...] algunos elementos contenidos en el yogur pueden cambiar la forma en que nuestro cerebro responde al entorno [...]. En reitera­das oportunidades oímos decir a pacientes que nunca se sintieron deprimidos o ansiosos hasta que comenzaron a tener problemas con su intestino. Nuestro estudio demuestra que la conexión entre el intestino y el cerebro es una calle de doble sentido».
Otro miembro del equipo, el doctor Emeran Mayer, profesor de Medicina, Fisiología y Psiquiatría de la David Geffen School of Medicine, en la UCLA, añade: «Existen diversos estudios que de­muestran que lo que comemos puede alterar la composición y los productos de la flora intestinal. Ahora sabemos que esto tiene un efecto, no solo sobre el metabolismo, sino que también afecta las funciones del cerebro».

EL SER HUMANO Y SU MICROBIOMA,
UNA DUALIDAD INSEPARABLE

Una vez establecida y demostrada la gran interacción y simbiosis entre los humanos y la comunidad bacteriana que con ellos habita y que se manifiesta en aspectos trascendentales de su fisiología — como el metabolismo de las grasas, la respuesta inmunitaria, la producción de vasos sanguíneos y de un larguísimo etcétera—, el individuo humano ya no puede ser considerado en modo alguno un mero organismo. Como dice el doctor Francisco Guarner, respon­sable del grupo de Fisiología y Fisiopatología Digestiva del Vall d’Hebron Institud de Recerca (VHIR) de Barcelona: «Basándose en esta íntima asociación entre los humanos y su flora intestinal, se considera que cada individuo humano es un “superorganismo” re­sultante de la suma de los genes humanos y los genes del microbio­ma intestinal».
Por otra parte y como sostiene el mismo Guarner: «[...] el microbioma intestinal se considera ya un órgano en sí mismo», y esto es así, entre otras cosas porque: «[...] si a animales de labora­torio que han crecido en total ausencia de bacterias y que tienen un desarrollo corporal deficiente, un cerebro distinto e inmaduro y un sistema inmunitario incompleto, se les trasplanta el micro­bioma de individuos normales, esos animales recuperan la nor­malidad».

LOS TRES GRUPOS DE LA COMPOSICIÓN
BACTERIANA INTESTINAL

Uno de los primeros logros del Proyecto METAHIT, Metage­nómica del Tracto Intestinal Humano, que es un consorcio de in­vestigación internacional, ha sido el descubrimiento de que, lo mis­mo que cada individuo pertenece a un grupo sanguíneo, también pertenece a uno de los tres grupos de composición bacteriana in­testinal, que se han llamado enterotipos. Esto quiere decir que las bacterias intestinales de cada enterotipo se organizan en grupos estables y bien definidos que presentan características comunes.
También se ha constatado que la pertenencia a estos grupos no parece tener relación alguna con el sexo, la edad, el origen geográfico o el estado de salud del individuo, sino con la abun­dancia o escasez de ciertos tipos de bacterias y con el potencial genético de esas, es decir, con las funciones que codifican sus ge­nes. Estos resultados, publicados en la prestigiosa revista Nature en abril de 2011, abren un sinfín de perspectivas de aplicación en los ámbitos de la nutrición y la salud humanas.
A estas conclusiones se llegó tras analizar el metagenoma de las bacterias pertenecientes a 39 individuos, españoles, franceses, dane­ses, italianos, americanos y japoneses, es decir, procedentes de tres continentes. Y, para corroborarlas, posteriormente se ampliaron los análisis a 85 muestras de poblaciones danesas y a 154 americanas.
Uno de los más evidentes beneficios potenciales de este hallaz­go es que en un futuro quizá muy cercano los médicos podrán adaptar las dietas o las recetas de medicamentos sobre la base de cada uno de los enterotipos intestinales, lo que proporcionaría una alternativa a los antibióticos.

PERSPECTIVAS DE FUTURO

A lo largo de los últimos años son muchísimas las cosas que la ciencia ha conseguido averiguar sobre el microbioma intestinal humano, pero le quedan aún muchísimas más por conocer. Las expectativas son enormes, al punto de que, entre las cinco tecno‑
logías de todos los ámbitos que durante 2014 estarán a la vanguar­dia del cambio mundial, el Consejo sobre Tecnologías Emergen­tes del Foro Económico Mundial ha incluido el microbioma intestinal y su efecto en enfermedades: «[...] desde infecciones hasta diabetes».
En concreto, la codificación genética del microbioma intestinal abre paso a la determinación de funciones específicas que permiti­rán establecer parámetros similares a los que actualmente se mane­jan, por ejemplo, para el colesterol; el conocimiento detallado de las conexiones entre la población bacteriana del intestino con el sistema inmunológico dará pie a novedosos abordajes en la prevención y el tratamiento de asma, alergias y enfermedades autoinmunes.
En consecuencia, las conexiones de doble dirección entre los sistemas neuronales cerebral e intestinal se configuran como una utilísima herramienta para tratar tanto desórdenes psiquiátricos graves como la multitud de trastornos comportamentales que ca­racteriza a la sociedad contemporánea, como depresiones leves, estrés, ansiedad o hiperactividad.
Asimismo, las esperanzas más que fundadas en nuevas terapias para combatir la diabetes, la obesidad, la celiaquía, el cáncer y un sinfín de enfermedades y dolencias, son enormes. La aparición en el mercado de fármacos moduladores del microbioma intestinal está casi al alcance de la vista. Y, como veremos, los trasplantes de microbioma intestinal y el tratamiento de la mastitis con probióti­cos, por citar algunos ejemplos, son ya un hecho.
En definitiva, la manipulación del microbioma intestinal, para hacerlo más saludable y efectivo, podrá emplearse para tratar en­fermedades o para prevenir su desarrollo. Y no solo en las eviden­tes, como problemas digestivos o metabólicos, sino otro sinfín de alteraciones. Como sintetiza Gary Wu, profesor de Gastroentero­logía de la Facultad de Medicina Perelman de la Universidad de Pensilvania y presidente del comité consultivo científico del Cen­tro de Investigación y Educación del Microbioma del Intestino de la Asociación Americana de Gastroenterología:
Hay evidencias de que los microbios localizados en el intestino desempeñan un papel en los trastornos del espectro autista por medio de la producción de pequeñas moléculas exóticas. Hay eviden­cias también de que el microbioma intestinal puede transformar los constituyentes de la dieta en un gas capaz de acelerar la enferme­dad vascular coronaria. Está también el microbioma de la piel, que desem peña un papel en el desarrollo de la psoriasis y en la cicatri­zación de las heridas.
Estamos ante un mundo fascinante por descubrir, en el que muy probablemente y en un plazo más corto que largo el conoci­miento de los conceptos básicos respecto a las interacciones entre los seres humanos y su microbioma intestinal sea tan importante y decisivo como ahora lo es la genética.

 

Paidos
9788449330544

Ficha técnica

Autor/es:
Miguel Ángel Almodóvar
Editorial
Paidós
Páginas
240
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