La Medicina del Espíritu, por Alberto Villoldo. ISBN: 9788416579006

La Medicina del Espíritu

Referencia: 9788416579006
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Antiguos caminos hacia el bienestar definitivo

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Hoy vivimos en un caos emocional tan cristalizado ya en nosotros que lo asumimos como normal y tendemos a ignorarlo hasta que algo contundente nos hace reaccionar (una enfermedad grave, la pérdida de un ser querido, una depresión, una dolencia crónica...). Es entonces cuando nos ponemos en manos de un especialista, convencidos de que necesitamos un «experto» en esa dolencia concreta. Pero ¿y si no hubiera miles de enfermedades distintas? ¿Y si siempre se tratara de una misma enfermedad con infinitas manifestaciones? Al contrario de la medicina moderna, que reconoce multitud de enfermedades y toneladas de remedios, la medicina del Espíritu, desarrollada por los chamanes, reconoce una sola enfermedad y una sola cura. La enfermedad es la desconexión. Y la solución es experimentar nuestra Unicidad, lo que restaura el equilibrio y facilita la sanación de todos los males, sin importar su origen. Alberto Villoldo nos detalla las prácticas de nuestros ancestros, cuyos principios son apoyados actualmente por los hallazgos de la neurociencia, y nos da pautas concretas para trabajar nuestros campos energéticos y eliminar las historias del pasado que nos bloquean y nos enferman.

Psicólogo y antropólogo médico, Alberto Villoldo ha estudiado las prácticas curativas de la Amazonia y de los chamanes incas durante más de veinticinco años. En la Universidad Estatal de San Francisco, fundó el Laboratorio de Autorregulación Biológica para estudiar cómo la mente crea tanto la salud como las enfermedades psicosomáticas.
Actualmente dirige la Four Winds Society, donde enseña la práctica de la medicina energética y la recuperación del alma. Su escuela Healing the Light Body tiene centros en Nueva Inglaterra, California, el Reino Unido, Holanda y Park City, Utah.
Amante del esquí, del senderismo y del alpinismo, Alberto Villoldo encabeza expediciones anuales a la Amazonia y a los Andes para trabajar con los sabios maestros del continente americano.

INTRODUCCIÓN

Todo me estaba yendo bien. Profesionalmente me encontraba en la cresta de la ola. Era autor de best-sellers, con doce libros publicados, investigador y antropólogo médico, con un doctorado en Psicología, profesor y sanador con seguidores en todo el mundo. La Escuela del Cuerpo de Luz y la Sociedad de los Cuatro Vientos, que había fundado, habían crecido exponencialmente. Más de cinco mil estudiantes habían asistido a nuestra formación en medicina energética o me habían acompañado a la Amazonia y los Andes. Y estos eran solamente los logros visibles por el público. En mi corazón estaban los muchos regalos internos que había recibido en mi camino espiritual, incluyendo el regalo más precioso de todos, una amada compañera que camina junto a mí.
Precisamente cuando parecía que la vida no podía ir mejor, mi camino se detuvo. De repente, me encontré inmerso
en una lucha por la supervivencia, que exigía recurrir a todo lo que había aprendido durante treinta años estudiando con los senadores más dotados del mundo. ¿Sabes? Yo también soy chamán, formado en los caminos antiguos de la sanación en pueblos indígenas de las selvas y montañas de América del Sur, el Caribe y Asia.
La verdad es que la selva amazónica no es el Beverly Hilton, así que cuando le cuento a la gente lo que hago, me dicen: «¿Estás chiflado?». Comprendo su preocupación. El camino del chamán no es para todos. La formación es rigurosa y exigente y reclama un alto precio.
Estaba en México, encargado del discurso inaugural en un congreso sobre chamanismo cuando, sin previo aviso, me di cuenta de que no podía andar cien pasos sin sentirme exhausto. Mis amigos lo achacaban a mi loca agenda, pero yo sabía que algo grave estaba sucediendo. Unos días antes de emprender el viaje me habían realizado un chequeo completo, de pies a cabeza, complementado con una batería de exámenes, a cargo de especialistas de Miami. Cuando llamé a mis médicos desde México, las noticias no fueron buenas. Al parecer, durante mis años de investigación en Sudamérica, África e Indonesia, me había infectado una larga lista de asquerosos microorganismos, incluyendo cinco tipos diferentes de virus de la hepatitis, tres o cuatro variedades de parásitos, una inmensa cantidad de bacterias tóxicas y un buen surtido de gusanos. Los médicos me dijeron que mi corazón y mi hígado estaban cerca del colapso, y mi cerebro repleto de parásitos.
Cuando escuché las palabras «se trata de su cerebro, doctor Villoldo», me hundí en la desesperación. La ironía era que acababa de publicar un libro titulado Conecta tu cerebro: la neurociencia de la iluminación. Los médicos me recomendaron buscar la mejor atención posible y ponerme inmediatamente en la lista de trasplantes de hígado. Pero ¿dónde iba a encontrar un cerebro sano?
Después de la conferencia, mi esposa, Marcela, marchaba a la Amazonia, para dirigir una de esas expediciones que organizamos a la selva con chamanes que han viajado más allá de la muerte. Me quedé de pie en el área de salidas del aeropuerto de Cancún contemplando mis okciones: puerta 15, el vuelo a Miami, donde sería admitido en un centro médico de élite e ingresado para recibir tratamiento; puerta 14, el vuelo a Lima y la Amazonia, donde estaría con Marcela y en la tierra de mis raíces espirituales. Los resultados de todos los test habían indicado que me estaba muriendo. Los médicos incluso habían llegado a decir que debería estar ya muerto. La elección lógica era Miami, pero en ese momento reuní todo el coraje para poner el futuro allí donde estaba mi palabra —para vivir lo que había enseñado a tantas personas—. La entrada de mi diario de esa noche reza así:
Me sentí como si fuera el último día de mi vida. Estaba abrumado por la tristeza ante la idea de abandonar esta hermosa tierra, ¡y además tenía que dar una conferencia ante ciento cincuenta personas! Sabía que debía ir a la selva con Marcela; de otro modo, ingresaría en un hospital de Miami, buscando mi medicina en el lugar equivocado. Ahora estoy con la mujer a la que amo, volviendo al jardín en el que, por primera vez, encontré mi camino.
En la Amazonia, los chamanes me recibieron amorosamente. Esos hombres y mujeres eran amigos que me habían conocido durante décadas. ¿Y quién me conocía mejor que la Madre Tierra? Ella me recibió como solo una madre puede hacerlo. Cuando apreté mi cuerpo contra el suyo, me dijo:
—Bienvenido a casa, hijo.
Esa noche había una ceremonia con ayahuasca, un brebaje extraído de la Banisteriopsis caapi, planta que usan los chamanes para tener visiones y para sanar. Estaba demasiado débil para participar y me quedé en la choza, cerca del río. Marcela fue en nombre de los dos. El vínculo que nos une se refleja en cómo nos decimos el uno al otro te quiero: «desde siempre y para siempre». Podía escuchar los susurros del chamán, y sus evocadoras canciones llegaban hasta mí como flotando a través del río, al mismo tiempo que entraba en una ligera meditación.
Horas más tarde, Marcela volvió sonriente. La Pachamama —la Madre Tierra— le había estado hablando durante toda la noche.
—Yo hago crecer todas las cosas sobre mí. Voy a darle un hígado nuevo a Alberto. Todo lo demás él sabe cómo curarlo.
La Pachamama estaba expresando su amor hacia mí y su gratitud por haber conducido a tantos hijos suyos hacia ella. Al concederme un hígado nuevo, me estaba dando la vida. Al día siguiente escribí en mi diario:
Después del yoga matutino, se me apareció un ser luminoso a plena luz del día. Salió del río y lo vi como en un sueño. Era un espíritu femenino que me tocó el pecho y me dijo que yo era un hijo de la Pachamama y viviría muchos años más, y
que ella cuidaría de mí, pues mi trabajo en la Tierra todavía no había terminado.
Mi vuelta a la Amazonia fue el comienzo de un retorno a mí mismo. Pero antes había mucho trabajo que hacer. Para empezar, estaba profundamente enfermo. Tuve que convertirme en viajero de un viaje de sanación similar al que había pedido a otros. Y tuve que recordarme a mí mismo: «Aquí no hay garantías, Alberto. Una cosa es curarse y otraanarse. Puede que no te cures. Quizás mueras. Pero, independientemente de lo que ocurra, serás sanado. No saldrás de la selva para volver a tu antigua manera de ser».
Podía sentir cómo la fuerza vital me abandonaba. Cuando me vi en el espejo a la media luz del amanecer amazónico, observé que el campo luminoso de energía que rodeaba mi cuerpo era delgado y pálido, no fuerte y brillante como debería ser. Mi rostro mostraba la misma palidez grisácea que había visto en la gente que estaba a punto de morir.
Cancelé todos los compromisos que tenía, charlas, conferencias, clases. El primer compromiso para hablar que cancelé era en Suiza, donde el famoso sanador brasileño Juan de Dios estaba en el programa. Nunca me había encontrado con Juan, pero conocía al presidente de su organización. A los pocos días, recibí una llamada en la que me ofrecía una sanación a distancia. Más tarde escribiría en mi diario:
Juan trabajó sobre mí con sus entidades y sentí un gran espíritu en la cabecera de mi cama. Pude sentir cómo se retiraba un amasijo de cuerdas de mi hígado, extrayendo gruesas fibras de él. Otras entidades trabajaban en mi corazón. Y otras
llevaban a cabo una «operación quirúrgica» espiritual en mi cerebro. Me dejó fuera de combate. No pude salir de la cama en veinticuatro horas.
Desde la Amazonia, Marcela y yo volamos a Chile y a nuestro Centro de Medicina Energética, donde dirigimos talleres intensivos. El monasterio/retiro está en los Andes, cerca del monte Aconcagua, el pico más alto de las Américas. Nos establecimos allí por la montaña. En el viejo idioma inca, Aconcagua significa «donde se viene a encontrar a Dios». Justo lo que necesitaba. Había llegado el momento del encuentro que había estado posponiendo durante tanto tiempo. Ahora tenía un solo foco de atención —sanar—, que me exigía una dedicación total.
Mi cuerpo era un mapa de carreteras de las selvas y montañas en las que había trabajado como antropólogo, recogiendo las criaturas letales que se habían alojado en mi interior. La selva es un laboratorio viviente de biología y si uno permanece demasiado tiempo en él, se vuelve parte del experimento. Conocía antropólogos que habían muerto de las enfermedades que ahora albergaba en mí.
En realidad, la selva virgen de la Amazonia está libre de la mayoría de las enfermedades, pero para llegar hasta allí hay que atravesar puestos de avanzada de la civilización occidental llenos de mugre. Los indios no se dedicaban a contaminar sus propios nidos y su agua potable. Mientras tanto, el hombre blanco se rodeó de un mar de basura y de aguas residuales.
La medicina que recibí de los chamanes era potente, pero tuve que complementarla con tratamientos occidentales. Los médicos me dieron medicación contra los gusanos —del mismo tipo que les doy a mis perros— y antibióticos para matar otros parásitos. El problema era que los propios gusanos albergaban parásitos, de modo que cuando mataba a los gusanos, estos liberaban sus parásitos en mi cerebro, lo que resultaba muy tóxico. La situación era desesperada. Tenía el cerebro ardiendo por los agentes inflamatorios y los radicales libres producidos por los medicamentos, así como por los parásitos muertos y los moribundos. Era preciso que lo desintoxicara para evitar volverme completamente loco. La perplejidad y la confusión de mi cerebro resultaron obvias cuando intenté jugar con Marcela al Scrabble. El juego se convirtió en el barómetro de mi salud mental. No podía acceder a las palabras. Y luego comencé a perder el sentido del yo. Me entró pánico: «?Qué pasa si olvido quién soy? ¿Qué pasa si pierdo la consciencia de mí mismo?». La locura me miraba fijamente desde el horizonte. La vi, la sentí, la respiré. Cada parte de mi ser se sentía aterrorizada.
Irónicamente, ese mismo miedo de perderme fue lo que me salvó. Durante los tres meses siguientes, simplemente observé la locura que estaba experimentando. Los chamanes (y los budistas) tienen una poderosa práctica de autoinvestigación que comienza con la pregunta: «?Quién soy yo?». Al cabo de unos instantes, uno se pregunta: «?Quién es el que se está haciendo la pregunta?». De modo que empecé a interrogarme: «¿Quién es el que está volviéndose loco?». No había ningún lugar donde ocultarse. Vi la locura. Otros la vieron también. Pero, como siempre sucede, hay otro aspecto del dolor. Las insondables profundidades en las que se sumergió mi espíritu fueron igualadas por las alturas a las que
accedió mi alma. Comencé a comprender quién había sido desde el comienzo del tiempo y quién seré después de morir. El temor corrosivo fue compensado con el amor divino. Habité en ambos mundos, sin pertenecer a ninguno. Escribí en mi diario:
Buda abandonó el palacio de su infancia después de ver la enfermedad, la vejez y la muerte. He vivido con estos tres lúgubres destripadores. Y he luchado para abandonar la ignorancia y la arrogancia que yo mismo había construido. Me he entregado al dolor y al éxtasis.
No hay modo de describir adecuadamente el pozo de oscuridad en que me sumí. Pero Juan de la Cruz, el místico del siglo XVI, debió de comprenderlo. Desde su celda escribió: «Allí en la afortunada oscuridad... oscuridad amplia y profunda/sin signo alguno que observar/sin otra luz ni otra guía más que mi corazón/el fuego, el fuego interior»: También yo estaba en una celda, con mi alma ardiendo. Tuve un sueño:
Estoy en nuestra casita de campo. En una especie de claustro. Estoy esperando recibir un tratamiento espiritual. La sanación por agua ya se ha realizado, pero la que yo estoy esperando, la iniciación a través del fuego, todavía no está lista.
Era el paciente que debería haber muerto ya, y ahora tendría que mirar fijamente a los ojos de la muerte si quería vivir. Tendría que recurrir a todo lo que había aprendido transitando el sendero del chamán: todas las prácticas de sanación, todas las técnicas para hacer crecer un cuerpo nuevo despertando la producción de células madre en el cerebro, el corazón y el hígado. Llamé a mi amigo David Perlmutter, un famoso neurólogo, con quien había escrito Conecta tu cerebro. Juntos, ideamos una estrategia usando potentes antioxidantes para estimular la producción de células madre neuronales que restableciesen mi cerebro. Durante los meses siguientes se sucedieron una gran cantidad de iluminaciones que fueron limpiando las huellas que la enfermedad había dejado en mi campo energético luminoso, así como inyecciones intravenosas de un antioxidante —el glutation— para desintoxicar mi hígado y remedios anímicos para recuperar partes de mí mismo. Estaba perdido en el trauma sufrido y en las experiencias extracorpóreas en las que mi espíritu volaba a los campos búdicos, a los bardos, a los cielos. La energía se movía, fluía, encontraba obstáculos y fluía otra vez. Estuve perdido en las alturas y en los sótanos, luchando por mi vida. Era empujado por el tiempo como un río de aguas mansas, y apreté el paso, sabiendo que tenía que hacerme amigo de la eternidad. En mi diario escribí sobre una de las recuperaciones de mi alma.
Golpeé el tambor suavemente y viajé al mundo inferior para intentar recuperar mi propia alma. Sé que no es una buena idea. El chamán que se trata a sí mismo tiene por paciente a un loco. Pero conozco al Guardián, al inca Huáscar, y me condujo a la cámara de las heridas, donde hay un charco de sangre que desencadena memorias de derramamiento de sangre en mi infancia en Cuba, durante la revolución. Encontré un niño que me dijo que su pacto con Dios es que
nunca moriría y por eso no puede salir del infierno en el que se encuentra. Rompí ese pacto anímico y redacté uno nuevo que dice: «La vida, la muerte y el renacimiento viven en mí». El niño se alegra y me sigue. Entonces descubrimos a un niño de diez años, serio y triste, que nos explica que ha de quedarse detrás para cuidar al pequeño. Este había recibido transfusiones de sangre que le salvaron la vida cuando tenía dos años de edad, al verse contagiado de hepatitis C a causa de una jeringuilla contaminada. Le digo al niño de diez años que el pequeño está ahora conmigo, y el primero sonríe.
Esa noche tuve otro sueño:
Estoy con unos amigos mirando una tumba llena de flores. Estoy enterrado allí. Mis amigos dicen que me puedo quedar si quiero. Pero les digo que no necesitaré este trozo de tierra. Veo cómo mi alma se levanta del suelo.
Encontraba consuelo en mis sueños. Pero, a pesar de todos los regalos espirituales que estaba recibiendo, mi cuerpo todavía se sentía miserablemente mal. Temía que se estuviera agotando toda la fuerza vital que me quedaba. Esta es la energía destinada a ser usada al final de la vida, para morir conscientemente. Como dice el Bhagavad Gita: «Un ser humano va al estado en el que se halla focalizado en el momento de morir, al abandonar su cuerpo».2
Constantemente me preguntaba: «¿Dónde está el centro de mi atención?». Podía sentir mi mente tambaleándose al borde del precipicio. En mi diario escribí:
El sufrimiento es mayor cuando uno cree que está al final de su existencia y se enfrenta a la posibilidad de la propia aniquilación. He descubierto el mundo espiritual, la continuación de la vida, y lo acepto. Hoy me he dicho a mí mismo: «Simplemente estoy volviendo a casa. Puede que sea duro el nacimiento no fue fácil—, pero estoy volviendo a casa». Soy afortunado, pues conozco el camino. i Se me ha mostrado el camino en tantas ocasiones! En las ceremonias chamánicas he muerto una docena de veces. He visto cómo mi cuerpo se marchitaba y se pudría, y he ido a las estrellas. El cielo y el infierno me son familiares. Pero, igual que hicieron los espíritus cuando tenía dos años, me están diciendo que mi hora no ha llegado todavía.
Esta vez supe que tenía una elección. Podía elegir quedarme en el mundo del Espíritu. Sin embargo, los espíritus me decían que mi trabajo no estaba terminado. Tendría que volver a mi vida ordinaria. Mi mente condujo a mi cuerpo a un estado de colapso, y después a la entrega definitiva. Es entonces cuando supe que algo importante estaba a punto de ocurrir. Pero antes tenía que visitar el reino de los muertos.
Soñé lo siguiente:
Marcela y yo estamos en una estación de ferry. Hay mucha gente esperando embarcar. Tenemos una pequeña embarcación para nosotros solos, una que pertenecía a mi padre. La gente nos ayuda a ponerla en marcha —yo sabía pilotarla, pues mi padre me había enseñado. No mi padre humano, sino mi Padre celestial—. Me preparo para cruzar la gran extensión de agua, hacia la tierra de mis ancestros en mi propia
embarcación, no con los otros, que están subiendo al transbordador. Estoy haciendo el viaje a la tierra de los muertos, pero no con los muertos. Voy con mi mujer chamana.
Ahí estaba. Tenía una nueva misión en la vida. Ser un chamán. i Pero, espera! ¿No había atendido la llamada para ser chamán hacía mucho tiempo? Incluso había escrito un libro sobre ello, Chamán, sanador, sabio. No obstante, escribir un libro no lo convierte a uno en chamán, no más de lo que escribir un libro de cocina te convierte en chef o tener una biblioteca de obras espirituales te transforma en adepto espiritual. Durante años fui un guía espiritual, pero no un maestro. Era como el explorador de la jungla que puede hallar su camino a través del bosque, pero sabe poco de la meta. Escribí en mi diario:
Durante años fui como Moisés, conduciendo a otros a la Tierra Prometida, pero sin permitírseme entrar en ella. Ahora eso ha cambiado. Estoy ya en la Tierra Prometida. Se me ha permitido entrar. Y he descubierto que la puerta siempre ha estado abierta, que era mi orgullo, mi ira y mi miedo los que me habían mantenido fuera.
Ahora el Espíritu me estaba ofreciendo otra vida dentro de esta. Estaba siendo llamado a entrar plenamente en mi destino, esta vez sin autoimportancia, sin la sutil seducción de la realización mundana. Las apariencias de mi vida podrían no cambiar, pero mi actitud tenía que hacerlo. Necesitaba un nuevo contrato con el Espíritu.
Me sentí liberado. Era libre. Esa noche soñé: Estoy dentro de una máquina de respirar y unos amigos me están diciendo adiós. Soy incapaz de moverme o de hablar, pero estoy feliz. Han desconectado lo que me mantenía en vida. Tengo que sacarme a mí mismo de la máquina de respirar para volver a la vida. Descubro que puedo hallar la eternidad sin morir. Me arranco el tubo de la boca y respiro. Estoy vivo. Comprendo que los milagros organizan el espacio-tiempo para que la sanación ocurra.
Esto fue seguido por otro sueño:
Estoy guiando a un grupo en un viaje en autocar. Llegamos a un monasterio con muchas habitaciones vacías. En una habitación hay algunos altares con velas. Enciendo una de las velas, dejo varias monedas y luego desciendo una escalera espiral esculpida en la roca. A medida que se desciende, la escalera se estrecha. Llego a la planta baja y mientras alcanzo la salida, me doy cuenta de que el grupo no será capaz de entrar por la apertura. El significado parece claro: debo encontrar otro sendero, menos transitado. Necesito ir solo.
Una vez más, me hallaba en una encrucijada. Tenía que elegir. No era necesario que me quedase en la Tierra. Podía volver a casa. La última vez que se me ofreció esta oportunidad no era más que un niño, asustado y dolorido, pero ahora mi temor al Gran Viaje había pasado.
Y luego me di cuenta de que no tenía que morir literalmente. Podía morir simbólicamente. Podía quedarme y curarme, para poder ayudar y curar a otros. Una vez hice la elección, comencé a habitar de nuevo mis sentidos ordinarios.
Sentí cómo mi espíritu echaba raíces en mi cuerpo una vez más. Volvieron el asombro y el sobrecogimiento, a medida que la niebla de mi cerebro comenzó a disiparse y vi que mi camino era la responsabilidad hacia toda vida y hacia toda la Tierra.
Mi vuelta a la salud duró más de un año. Mi buen amigo, el médico Mark Hyman, que escribió The Blood Sugar Solution y 10-Day Detox Diet, me ayudó a organizar un plan nutricional para mi sanación. Incluía zumos verdes por la mañana y superalimentos y suplementos que estimulan el sistema de autosanación que el cuerpo posee y desintoxican el hígado y el cerebro. Cambié por completo mi modo de comer.
En la actualidad estoy totalmente recuperado. O, más exactamente, estoy más allá de la recuperación. Soy una persona nueva. Mi mente está funcionando en un nivel más alto de lo que lo ha hecho durante décadas. Mi cerebro ha sido reparado, y también mi corazón. Y tengo un hígado nuevo —no un trasplante, sino mi propio hígado plenamente regenerado.
En Conecta tu cerebro escribí sobre la ciencia de la neuroplasticidad y acerca de cómo podemos estimular la producción de células madre nerviosas que restablecen el cerebro. Durante la crisis sufrida en mi salud, me convertí en mi propio experimento, y descubrí en ese proceso que no solo el cerebro produce células madre. Cada uno de nuestros órganos es capaz de hacerlo, y podemos aprender a encender estos sistemas de sanación y de recuperación para desarrollar un cuerpo nuevo, más sano y resiliente. Al mismo tiempo, también recurrí a la medicina energética que me habían enseñado los chamanes, eliminando de ese modo las huellas de la enfermedad de mi campo de energía luminosa y guiando mi cuerpo hacia la salud óptima.
Hasta ahora me he resistido a compartir mi viaje de sanación. La gente tiende a ser escéptica ante las recuperaciones «milagrosas». Cuando alguien me pregunta: «¿Qué es lo que le permitió volver del filo de la muerte?», generalmente digo: «La gracia del Espíritu». Eso es cierto, pero sé que hay algo más que eso. Si la gracia fuese el único factor en la recuperación, estaríamos todos con una salud espectacular. Lo que me permitió volver del filo de la muerte fue la Medicina del Espíritu —y no se necesita un milagro para ser sanado por ella.
La Medicina del Espíritu se basa en antiguos métodos de sanación chamánicos, que se remontan a nuestros antepasados del Paleolítico, hace unos cincuenta mil años, y que han sido recuperados por los últimos avances de la neurociencia moderna. La primera vez que me encontré con estas prácticas fue hace muchos años, durante mi trabajo de campo en la Amazonia y los Andes. Y estas prácticas tradicionales están siendo confirmadas hoy por lo que estamos aprendiendo sobre el cuerpo y el cerebro. Durante la última década, junto con los doctores Mark Hyman y David Perlmutter, he venido ofreciendo este programa a todos aquellos que acuden a nuestros retiros de una semana de duración para desintoxicarse y sanar. Se marchan con el cuerpo y el cerebro restablecidos. Ahora, en La Medicina del Espíritu, te ofrezco la posibilidad de desarrollar un cuerpo nuevo utilizando las mismas técnicas.
La crisis de salud que padecí fue más radical que la mayoría de las crisis, pero el hecho es que, en realidad, todos
estamos inmersos en una lucha a vida o muerte con las fuerzas tóxicas de la vida moderna, que desequilibran nuestra salud y nuestro bienestar. Muchos de nosotros nos sentimos estrenados, física y emocionalmente, y nos preguntamos por qué, con todos los medicamentos ansiolíticos y antidepresivos que tenemos a nuestro alcance y todas las técnicas de relajación de que disponemos, no somos capaces de resolver el problema.
Mientras tanto, la obesidad, la diabetes, el TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), el autismo y el alzheimer están creciendo aun ritmo alarmante. Cerca del 70% de los norteamericanos tiene sobrepeso, y uno de cada tres niños nacidos en América del Norte desarrollará, alrededor de los quince años, diabetes tipo 2. El 50% de los —por otra parte saludables— ancianos de ochenta y cinco años está en situación de riesgo de padecer alzheimer,3 enfermedad que se está empezando a denominar diabetes tipo 3 y que se halla relacionada con una dieta rica en gluten, basada en el trigo, y con un cerebro estresado.4 Y estas son solo algunas de las dolencias que nos están matando prematuramente y afectando a nuestra calidad de vida.
Nuestros antepasados de la época paleolítica, así como muchas de las culturas tribales en las que viví en la Amazonia y los Andes, no tuvieron unas vidas breves y embrutecidas, como con frecuencia presuponemos. Disfrutaron de vidas más saludables, con menos incidencias bélicas y menos crímenes violentos, y sufrieron menos estrés que los que llegaron después de ellos, incluyéndonos a nosotros. ¿A qué se debe su salud y su bienestar? A su dieta, basada fundamentalmente en plantas, y a la Medicina del Espíritu.
La Medicina del Espíritu puede ayudarnos a evitar las enfermedades que arrasan la civilización actual. Los chamanes de la antigüedad eran maestros de la prevención. No hace falta estar gravemente enfermo para erradicar nuestro sufrimiento físico, emocional y espiritual y restablecer el equilibrio en nuestras vidas. Utilizando los principios y las prácticas que se ofrecen en estas páginas, uno se puede sentir mejor en pocos días y empezar a aclarar la mente y sanar el cerebro en una semana. Y en tan solo seis semanas es posible estar en camino hacia la construcción de un nuevo cuerpo que sane rápidamente y envejezca con gracia además de un cerebro que te sostenga en el establecimiento de una conexión profunda con el Espíritu y en la experiencia de un renovado sentido del propósito de la vida. La Medicina del Espíritu puede darte todo eso, igual que me lo ha dado a mí.
CÓMO UTILIZAR ESTE LIBRO
He organizado los capítulos a fin de que te permitan dar los pasos necesarios para recibir la sanación de la Medicina del Espíritu. Para extraer el máximo beneficio de este proceso, te recomiendo leerlos en el orden en que se presentan y realizar las prácticas y los ejercicios a medida que te los voy proponiendo.
PARTE 1. DESCUBRIR A TU SANADOR INTERNO introduce la Medicina del Espíritu, esbozando en qué consiste el sistema de sanación antiguo y cómo enfoca los retos físicos y mentales de la vida moderna. Descubrirás en qué difiere la Medicina del Espíritu de la occidental y qué necesitarás hacer para beneficiarte de su poder sanador.
Aprenderás cosas acerca del mundo invisible de la energía vital, radiante, que informa al mundo visible de los sentidos, y sobre el papel del Espíritu como fuerza armonizadora. Serás introducido en el modo de pensar tiránico que ha dominado a la humanidad desde el comienzo de la agricultura y cómo nos empuja a la guerra con nosotros mismos, entre nosotros y contra el planeta, minando nuestra salud y nuestro bienestar.
PARTE 2. LIBERARSE DE LOS VIEJOS CAMINOS identifica la multitud de toxinas ambientales y endógenas a las que estamos expuestos y explica por qué la desintoxicación del cuerpo —incluido el cerebro— es tan importante para la sanación. Aprenderás acerca de la enorme importancia que tiene el «segundo cerebro» del cuerpo, en el tracto digestivo, y cómo liberarte de las toxinas de tu aparato digestivo y reponer las bacterias beneficiosas de tu microbioma —la comunidad de microorganismos que habita en tu cuerpo—. Serás introducido en el mundo de los superalimentos y los suplementos que promueven la reparación del cerebro y del aparato digestivo. Descubrirás los efectos tóxicos de los cereales y los azúcares y cómo los ayunos ayudan a que el cerebro se alimente a sí mismo con grasas y proteínas saludables y produzca células madre nerviosas que se reparan y mejoran por sí mismas.
PARTE 3. VENCER A LA MUERTE QUE NOS ACECHA presenta los patrones mentales y emocionales disfuncionales asociados con la ira y el miedo. En él aprenderás qué nutrientes mejoran el funcionamiento de las áreas superiores del cerebro y ayudan a manejar el estrés. Te presentaré
a las mitocondrias, el poder central de tus células. Heredadas solo de la madre, representan la fuerza vital femenina. Sabrás cómo reiniciar los relojes de la muerte de las células y cómo activar las proteínas de la longevidad controladas por las mitocondrias. Descubrirás lo que los radicales libres y la inflamación provocan en el cuerpo y cómo revertir el daño, además de técnicas de sanación chamánica tradicionales que pueden limpiar tu campo de energía luminosa de las huellas de la enfermedad y mejorarlo para reparar tu cuerpo (incluido tu cerebro).
PARTE 4. EL RENACER VIENE A PARTIR DE LA QUIETUD te apoya en el proceso de abandonar los modos de pensar antiguos e insanos para que puedas experimentar la sanación con la Medicina del Espíritu. Aprenderás cómo deshacerte de los relatos desfasados sobre tu pasado y cómo adoptar una narración o mitología personal, nueva y liberadora. Superarás el miedo a la pérdida y al cambio y descubrirás el propósito del viaje de tu vida a medida que eres guiado por las enseñanzas de la sabiduría de la rueda de la medicina. Se te revelarán prácticas para cultivar la quietud y la conciencia a medida que das el paso final en el viaje hacia el Espíritu, la búsqueda de visión.
Al final del libro exploraremos lo que ocurre después de haber recibido la Medicina del Espíritu y cómo puedes mantener los beneficios de la sanación, así como promover el bienestar de todos los seres y de la Tierra.

ÍNDICE

Introducción     9
PRIMERA PARTE - DESCUBRIR A TU SANADOR INTERNO     29
La medicina de los chamanes     31
El espíritu y el mundo invisible     39
Destronar al rey tirano     55
SEGUNDA PARTE - LIBERARSE DE LOS VIEJOS CAMINOS     69
Desintoxicar el aparato digestivo y el cerebro     71
Superalimentos y supersuplementos     105
TERCERA PARTE - VENCER A LA MUERTE QUE NOS ACECHA     133
Reiniciar el reloj de la muerte     135
Liberarse de los factores estresantes     155
CUARTA PARTE - EL RENACER VIENE A PARTIR DE LA QUIETUD     173
Aceptar una nueva mitología     175
Liberarse del pasado y sanar las heridas de nuestra Madre 187
El viaje del sanador     187
Hacer frente al temor a la muerte y encontrar a la Diosa    201
El viaje a lo divino femenino     201
El viaje del sabio     225
Recibir la medicina del espíritu     239
El viaje del visionario     239
La búsqueda de visión     257
La medicina del espíritu y más allá     285
Notas     299
Sobre el autor     303
Agradecimientos     305

Sirio
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