Las Sefirot

Referencia: 9788476271117
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Esta obra no pretende revelar el sentido riguroso de algún arcano: su único objetivo es obtener nociones bien definidas que eviten que el pensamiento vague a la deriva y le sirvan de referencia en la búsqueda de la verdad.El presente

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Esta obra no pretende revelar el sentido riguroso de algún arcano: su único objetivo es obtener nociones bien definidas que eviten que el pensamiento vague a la deriva y le sirvan de referencia en la búsqueda de la verdad.
El presente trabajo, no tiene más valor que el de una simple investigación y no pretende mantener sus conceptos ni encontra de una interpretación autorizada de la Cábala, si es que existe, ni en contradicción con la ortodoxia católica.

Prólogo

Los antiguos se expresaban en términos concretos: su conocimiento era más intuitivo que el nuestro y tendían inmediatamente a la síntesis, meta natural del pensamiento. Con el tiempo se dieron cuenta de que una síntesis prematura lleva a la confusión y hay que basarla en un análisis previo. Entonces fue cuando nació la Filosofía y, con ella, el uso metódico de los conceptos abstractos. El progreso del pensamiento consiste en establecer gradualmente la concordancia de la intuición profunda de los antiguos con el análisis preciso de los modernos.

Se trata, por tanto, de descubrir un equivalente conceptual y abstracto a los términos concretos y a las imágenes de las que se han servido las doctrinas antiguas. El intento de hacer tal transposición no quiere decir, ni mucho menos, que los antiguos hayan querido disfrazar un concepto abstracto con un símbolo concreto. No pretende hacer que descubramos cómo concebían los antiguos los objetos metafísicos de los que hablan; lo que busca es cuál es la noción abstracta que, conforme a nuestros hábitos mentales, corresponde al objeto que ellos han señalado.

La imagen nos lleva a la realidad concreta; pero alterando nuestro conocimiento. El concepto nos permite comprenderla mejor; aunque vaciándola de su plenitud. La unión de la imagen y del concepto nos permitirá hacernos una idea menos inadecuada de estos objetos que no se pueden representar con ninguna

imagen ni definir con ningún concepto.

Una comparación sacada del ámbito de la ciencia nos permitirá comprender mejor lo que queremos decir. El agua hirviendo significa, para el ignorante, un fenómeno sensible: vapor, burbujas sobre un líquido, calor, un ruido característico, etc. Para el sabio, la ebullición es una transformación de energía definida por ciertas relaciones abstractas: temperatura, presión, etc. ¿Quiere decir esto que el ignorante ha intentado resumir con la palabra hervir todas las condiciones científicas del fenómeno? Ni mucho menos; pero la evocación del hecho sensible y la definición científica hacen que se conozca mejor en qué consiste la ebullición. Con esto no se trata de oponer nuestro saber al de los antiguos, como la ciencia a la ignorancia, sino de hacer que destaque la diferencia de actitud mental ante un hecho. Por lo demás, un sabio que conociese la ebullición solamente por la teoría energética, sin haber visto jamás el agua hirviendo, la conocería menos que nuestro ignorante.

El saber antiguo y el saber moderno se oponen un poco, lo mismo que la geometría figurada al análisis matemático. Lo que una explica con líneas, la otra lo define con relaciones abstractas. Para un mismo teorema hay muchas veces dos demostraciones: una, geométrica, y otra, analítica. Cada uno, según sus facultades, comprenderá mejor la una o la otra. En cambio, en el tema que nos ocupa, la diferencia de actitud mental se basa en las edades de la humanidad y de las razas. Para la mayoría de nuestros contemporáneos, la exposición intuitiva resulta confusa y lo único que se reconoce como claro es la exposición discursiva. Con los antiguos debió ocurrir todo lo contrario.

Según esto, no debe tratarse de restablecer el estado mental de los antiguos. Todo lo que se puede hacer es combinar, dentro de lo posible, los recursos del modo intuitivo, propios de la antigüedad, con los instrumentos que ha puesto a nuestra disposición el modo discursivo. Las observaciones analógicas obtenidas de este modo elevarán nuestro pensamiento a una visión más concreta y sintética de las realidades metafísicas. Pero lo único que podrá ponernos en comunicación de ideas con las doctrinas antiguas es la lectura de los textos y, sobre todo, la meditación. .

Volviendo a pensar en el texto, y no siguiéndolo en su sentido literal, es como se adquiere esta asimilación de pensamiento. Las interpretaciones filológicas dan el sentido normal de las palabras, es decir, el sentido que corresponde a los objetos y a los fenómenos por los cuales se representan las ideas; pero el filósofo es precisamente el ser excepcional que desliga la idea de su representación, empleando la palabra para designar lo que la representación evoca de general, de abstracto o de tendencia (noción límite). Por tanto, su pensamiento se puede explicar por las conexiones que establece entre las palabras y no por su uso normal. Y esto es tanto más cierto en cuanto que se trata de lenguas antiguas, que disponen de menos términos abstractos. Por consiguiente, aunque sea imprescindible la filología para traducir un texto literalmente, no le corresponde a ella la interpretación de un escrito filosófico, ya que forzosamente tendría que desvirtuar su significado.

Es muy importante no confundir la interpretación de una doctrina con la de su historia. La génesis de las nociones o de los sistemas y su constitución definitiva son dos temas que, aunque estén vinculados entre sí, siguen siendo completamente distintos. Se puede avanzar mucho en el estudio de la doctrina sin ocuparse de su formación. Una cosa es ver que una bóveda se mantiene en pie y otra saber cómo se ha levantado. La geografía de un país no depende del camino.por el que se ha entrado en él y, si esta geografía parece variar según el camino que se siga, resulta que es inexacta.

Las nociones y las relaciones metafísicas son cumbres a las que se puede ascender por varios senderos. La historia nos descubre el paso abierto; pero el resultado obtenido no depende

del camino seguido nada más que en la medida en que se ha fallado en el objetivo. Una doctrina o un sistema filosófico es brillante como la purpurina de su evolución histórica, en la medida en que se realiza una síntesis claramente inteligible. Es para explicar las oscuridades, las insuficiencias, para lo que hay que recurrir a la historia. Se descubren entonces las causas que han hecho que se desvíe de su objetivo el pensamiento y han hecho más difícil la síntesis. Por tanto, cuanto más notables son las doctrinas o los sistemas, por su envergadura y consistencia, menos se necesita recurrir a su historia para comprenderlos.

No pretendemos disminuir en nada la gran importancia de la historia de las doctrinas y los sistemas y de la valiosa ayuda que nos aporta para su conocimiento: se trata solamente de ponerse en guardia contra un prejuicio muy difundido en nuestros días que hace que dependa únicamente de la historia el significado de una doctrina y de un sistema. Hemos tratado de marcar una distinción muy clara entre el estudio de la evolución de un sistema y el de su contenido y hemos querido demostrar que el contenido es brillante como la purpurina de la evolución histórica en la medida en que afecta a la inteligibilidad, que es la meta del pensamiento.

Para estudiar la cábala, deberíamos extraer las nociones que la componen, disociar un organismo, cuyas partes todas se penetran íntimamente entre sí, y esto no ocurre sin mutilación. Analizar un cuerpo de doctrina tan concreto equivale siempre a desnaturalizarlo un poco; pero renunciar a este análisis es dedicarse a un sueño que borra su significado. Por tanto, hay que combinar la sugestión intuitiva con el examen analítico y esto es un esfuerzo personal que incumbe a cada uno. Nuestra obra no pretende, pues, revelar el sentido riguroso de algún arcano: su único objetivo es obtener nociones bien definidas que eviten que el pensamiento vague a la deriva y le sirvan de referencia en la búsqueda de la verdad.

La hipótesis cabalística es que la lengua hebrea es la lengua perfecta enseñada por Dios al primer hombre.

Esta opinión ya no se puede mantener; pero es probable que las lenguas antiguas procedan de una lengua hierática compuesta por inspirados, bien sea consciente o intuitivamente. Las palabras relacionadas con la religión y las ideas metafísicas y cosmológicas han debido conservarse por medio de las lenguas antiguas de los libros sagrados. Por tanto, debe haber palabras que expresen la esencia de las cosas y sus relaciones numéricas. Se puede decir lo mismo en cuanto a las artes adivinatorias: hay en ellas un fondo que demuestra una ciencia metafísica muy elevada.

Las especulaciones de la Cábala están, por tanto, justificadas en principio. Lo que hay en ella de defectuoso es su aplicación sin crítica y la pretensión ilusoria de conservar los elementos puros de la lengua natural, cuando no tenemos de ellas nada más que restos y deformaciones.

Aunque se reconozca que tiene esta tara, los elementos cabalísticos no dejan de ser fermentos intelectuales que, gracias al resto de coordinación que queda en las lenguas con las que se opera, pueden sugerir intuiciones luminosas.

En cuanto al trabajo presente, no tiene más valor que el de una simple investigación y yo no querría mantener sus conceptos ni en contra de una interpretación autorizada de la Cábala, si es que existe, ni en contradicción con la ortodoxia católica.

INDICE

Prólogo7

I.- Principios

I.- LA NOCIÓN DE DIOS13

II.— DIVISIONES DE LA TEODICEA DE LA CÁBALA16

II.- Las Sefirot

I.- NATURALEZA DE LAS SEFIROT21

II.— LAS SEFIROT SUPERIORES25

´<éter25

Jojmá   27

Biná (Tebuná)29

Daat32

III.- LAS SEFIROT INFERIORES34

Jésed y Guevurá35

Tiféret38

Nétzaj y Hod39

Yesod41

Maljút42

IV— Los NOMBRES DIVINOS QUE CORRESPONDEN A LAS SEFIROT43

III.- El sistema de la balanza

I.- RELACIONES FUNDAMENTALES50

II.- EQUILIBRIO BILATERAL54

III.- LA JERARQUÍA59

IV.— NOCIÓN DE LOS SEXOS65

V— NOCIÓN DE LAS PERSONAS69

IV- Deducciones y correspondencias de las Sefirot

I.- LAS SEFIROT Y LOS NÚMEROS72

II.— LAS SEFIROT Y LA CONSTITUCIÓN DEL HOMBRE77

III.— SISTEMAS EMPARENTADOS CON LAS SEFIROT79

IV— EL ANTROPOMORFISMO METAFÍSICO83

Luis Carcamo
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