La Artrosis Y Su Solucion
Referencia: 9788441427839
La artrosis no es una enfermedad propiamente dicha, sino un problema de química. Por tanto, su solución correcta nos la da la bioquímica. ¿Qué es realmente la artrosis? ¿Hay alguna dieta para evitar esta enfermedad? ¿En qué consiste un tratamiento eficaz de la artrosis? Un libro de enorme rigor científico, pero de lectura sencilla y accesible, que muestra de un modo inequívoco que la enfermedad de la artrosis puede ser fácilmente tratada, y cómo las personas que la padecen pueden recuperar su salud.
Ana María Lajusticia (Bilbao 1924) es licenciada en Ciencias Químicas por la Universidad Autónoma de Madrid y ha realizado estudios sobre agricultura y alimentación animal publicando diversos artículos sobre la materia en revistas especializadas.
Desde principios de los años 70 de dedicó al estudio de la dietética, basándose en la bioquímica y la biología molecular, especializándose en los problemas procedentes de las deficiencias en nuestra dieta.
Al lector
Los que me han seguido a través de anteriores libros, verán que muchas de las cosas que explico en este ya estaban dichas, algunas explícita y otras implícitamente; pero diaria-mente recibo correspondencia, y el noventa por ciento de las preguntas que se me hacen son en relación con la artrosis. Contestar con extensión las cartas que recibo es imposible, y por ello me he decidido a explicar en este libro qué es la artrosis y lo que sé en relación con este problema.
Verán, insisto mucho en algunos aspectos; son las cosas que más extrañan a la gente, que está acostumbrada a oír que «el cartílago gastado no se regenera jamás». Afortunadamente, la realidad y la bioquímica nos enseñan que esto no es cierto.
Introducción
Soy una persona que durante muchos años he padecido dolores de cabeza, de brazos y codos, de cintura, lumbago y ciática; con el andar del tiempo, también empecé a sentir problemas en las caderas, en las rodillas y en las plantas de los pies.
El diagnóstico que siempre me hacían era espondiloartrosis generalizada y osteoporosis (descalcificación). Me dijeron, cuando ya estaba muy mal, que probara a operarme, fijando la región lumbar con un injerto de hueso de mi pierna, para ver si así mejoraban los mareos y vértigos que me producían el desgaste y la forma que había tomado la región cervical. Esto me lo propusieron tres médicos distintos; y no podría decir exactamente por qué los razonamientos de alguno de los que querían llevarme al quirófano no me resultaron lo
bastante convincentes, y pensé en «seguir tirando» mientras pudiese resistir los dolores.
Pero llegó un momento en que los vértigos eran tan frecuentes y la sensación de mareo e inseguridad tan persisten-te, que fui a otro médico, decidida a ponerme en sus manos y a que me operase. Y este, un cirujano muy famoso de Barcelona, me dijo:
—Señora, usted tiene cuarenta y tres años, pero su esqueleto ochenta y siete, y no puedo realizar la fijación de la región lumbar, porque el injerto no va a prender, ya que sus huesos no tienen vitalidad y lo único que haría es añadir problemas nuevos a los que ya padece.
Me recomendó cambiar mi corsé por otro más fuerte, una gimnasia para corregir mi excesiva lordosis —cintura muy entrada—, tracciones para la región cervical... y pastillas de corticoides, inyecciones, analgésicos y sedantes. Debo reconocer que las tracciones y la gimnasia me ayudaron a aliviar mis molestias. Pero las inyecciones me provocaron la aparición de llagas en la boca, los analgésicos un atontamiento enorme y los corticoides una diabetes, que desde entonces tengo que tratar de compensar con una dieta, a la que ayudo, a veces, con hierbas hipoglucemiantes.
Fue a partir de la manifestación de mi diabetes, cuando empezó a mejorar la artrosis, paradójicamente para mí entonces; pero ahora sé exactamente por qué. Cambié mi desayunode café con leche, pan blanco, mantequilla y mermelada, por uno más consistente que constaba de un huevo, jamón, pan integral, una fruta y el café con leche o té.
Tuve que dejar de comer, en la merienda, las cantidades de pan que tomaba, cambiándolas por un puñado de frutos secos —almendras, avellanas o nueces—, acompañados de un poco de pan moreno, y en aquella época encontraba un chocolate muy oscuro de la casa Suchard endulzado con ciclamato, por el que sentía una gran atracción, y lo solía tomar por las tardes, y a veces a media mañana.
Sin saberlo yo entonces, había introducido en mi dieta, con el cacao, las almendras, avellanas y el pan integral, algunos de los alimentos más ricos en magnesio.
Además, empezaba a tomar ya en el desayuno proteínas (el huevo y el jamón) y vitamina C con la fruta.
Este nuevo modo de comer, junto con las tracciones y la gimnasia, me aliviaron mis problemas, hasta el punto de que pude empezar a llevar una vida seminormal, que excluía un gran trabajo físico, pero que me permitió estudiar y dar clases de Bachillerato en un instituto de Enseñanza Media.
Después, y debido a cambios que se produjeron en mi vida, como el dejar el pueblo para ir a vivir a Barcelona, orienté mi nuevo trabajo hacia la dietética, en primer lugar, para estar mejor informada sobre lo que convenía a mi diabetes, y también porque me daba cuenta de que la que quizá es la cien-
cia más importante de todas —pues del alimentarnos correcta-mente depende en gran parte nuestra salud—, es una disciplina que en aquella época no se estudiaba en ninguna Facultad de Ciencias de España y ni siquiera existía esa asignatura en la carrera de Medicina.
Es curioso que yo, como tantos otros —entre ellos el que pudiéramos llamar el «padre de la dietética», sir Lloyd Boyd—, nos hubiéramos dedicado a la nutrición animal, a la que presté gran atención cuando estudiaba agricultura, antes que a la humana.
Cuando la dietética fue mi profesión, aparte de profundizar en tratados científicos —generalmente extranjeros—, leía todo lo que encontraba relacionado con el tema, y es curioso, por cierto, constatar las barbaridades y exageraciones que llegan a aparecer en letra de imprenta en relación con la alimentación, escritas por aficionados sin base científica, o por fanáticos para los que la dieta es consecuencia de unos principios filosóficos.
Pues bien, en aquella época leí en un librito, escrito por un jesuita, que las sales de magnesio iban bien para los forúnculos.
Yo tenía entonces la cara como un mapa de la Luna, llena de bultos y cráteres debidos a los forúnculos que me salían, y a los huecos que me dejaban los granos vacíos de pus. Sin mucha convicción, empecé a tomar cloruro magnésico como último recurso, pues desde los veinte años me habían hechotodos los tratamientos imaginables, intentando resolver los rebeldes problemas de mi piel.
Con sorpresa y gran alegría por mi parte, pude comprobar que, poco a poco, mi cara mejoraba; que los bultos se reducían considerablemente y los huecos subían y, a excepción de uno muy grande que tengo en una mejilla, mi orografía facial se iba suavizando. Como además mi estado general resultaba beneficiado al tomar magnesio, seguí con mi tratamiento diario, que no dejaba ni cuando tenía que viajar.
A los dos años mi artrosis había mejorado de tal manera que, en una ocasión en que levantando un peso me hice un esguince, y yo pensaba que podía ser una hernia discal, dos médicos que vieron la radiografía que me habían hecho para ver cuál era el daño, me dijeron que el dolor de que me que-jaba obedecía a un problema muscular; me había hecho un esguince, ya que, según ellos, tenía la columna bien.
Como yo me había quedado sin habla al oír aquello, y en la Seguridad Social, donde me habían tratado, iban muy de prisa, no pude explicarles que llevaba unos treinta años padeciendo de problemas en la columna. Desde los diecinueve hasta los cincuenta y dos que tenía entonces.
Pero lo que ellos decían respondía a mi estado en la época. No tenía dolores de cabeza, ni de hombros, apenas me dolían las caderas, las rodillas ya no las sentía... y tampoco las plantas de los pies. Me despertaba ligera como no recordaba casi desde mi niñez.
Pero lo que siguió volvió a dar la razón a los médicos que últimamente me habían hecho las nuevas radiografías: pude quitarme el corsé que me había visto obligada a llevar duran-te veintiún años. Desde los treinta y uno, o sea, después de tener mi cuarto hijo, hasta los cincuenta y dos.
¿Y qué había hecho de novedad? Solamente la dieta, modificando mi desayuno, introduciendo los cambios que anteriormente he citado, más la ingestión de magnesio.
Siempre me habían dicho que «la artrosis no tenía cura», que «es un problema progresivo e irreversible» y que «el cartílago desgastado no se rehace jamás»...
Puedo afirmar que, afortunadamente, no es así. Que el cartílago, como cualquier otro tejido, puede regenerarse, siempre que la alimentación haga el aporte de los nutrientes necesarios para la fabricación de colágeno.
También tenemos la suerte de que, en la actualidad, la bioquímica conoce perfectamente los constituyentes necesarios en la fabricación de prótidos por los seres vivos, como todos los pasos y secuencias exigidos, de modo que lo que explico en este libro no es más que la divulgación de los conocimientos actuales de esta ciencia en relación con nuestro metabolismo y, en consecuencia, con nuestra salud.
Antes de seguir adelante, he de explicar que, según datos aparecidos en textos de bioquímica ya de los últimos años del siglo XX, se sabe que el turnover, es decir, la destrucción yneoformación de los colágenos, que son las proteínas más abundantes en los cartílagos, huesos y tendones, es de unos seis, siete y más años, y ello es debido a la complejidad de los colágenos, como veremos en otros capítulos.
Afortunadamente, no solo yo, sino que muchísimas personas, pasados dos o tres años, vienen a verme o me escriben diciéndome «ya soy otro» u otra, pues precisamente hay más mujeres que varones que sufren este problema.
Pero estamos viendo, y la bioquímica lo confirma, que la mejoría todavía se produce a lo largo de cinco o seis años más. Siempre, claro está, que no se deje de comer como explico ni de tomar los suplementos de magnesio y lecitina que recomiendo.
A lo largo de mi trabajo también me he encontrado con varias personas que vuelven a verme y me dicen lo siguiente: «Señora, a los dos años me había curado y, por lo tanto, dejé de tomar el magnesio, volví al desayuno del café con leche y la pasta o café y cereales, y ya ve, han pasado dos o tres años más y vuelvo a encontrarme dolorida y rígida». Esta frase la he escuchado en muchas ocasiones, y se debe a que la gente cree que la artrosis se cura como un tifus o una pulmonía, y la artrosis no es una «enfermedad», sino un deterioro de los tejidos, porque su renovación ha quedado retrasada en relación con el desgaste, y en consecuencia, si su comida les provee de los nutrientes necesarios para la formación, fundamentalmente de proteínas, se encuentran bien, y si no, sufren un
problema que no solo afecta a los cartílagos y tienen dolores, sino también a la parte viva del hueso, que es la que les proporciona flexibilidad y permite que, si sufren una presión, no se rompan. La osteoporosis es una desvitalización del hueso en la que por falta de matriz orgánica, es decir, por falta de renovación del colágeno, este se vuelve quebradizo. No es la falta de calcio la causa de que los huesos se rompan con facilidad, sino la falta de colágeno, que es la gelatina del hueso cuando este se cuece.
Es más, cuando el esqueleto no está todavía bien calcifica-do, como ocurre en los niños, los huesos no se rompen con facilidad, pues son flexibles; precisamente es el calcio lo que les quita su elasticidad, y por eso las roturas son mucho más frecuentes en los adultos.
Recuerden que las piedras preciosas se pueden romper y así se tallan, siendo durísimas, y, en cambio, un cuerpo de goma se deforma, pero no se parte por presión. Igual ocurre con el hueso: cuando todavía es gelatinoso —en los niños—, es difícil de partir, y en cambio, en los adultos, cuando se ha desvitalizado, se «quiebra» con relativa facilidad.
Lo que sucede es que como el colágeno es el soporte del calcio en el esqueleto, midiendo la cantidad de calcio que tienen los huesos podemos conocer su grado de «desvitalización», que es lo que los hace frágiles (pues a menos colágeno, también menos calcio).
Y esto que explico aquí no lo expone nadie con claridad, y además creo que ni siquiera entienden el fondo de la cuestión aquellas personas que dan cantidades de calcio que son el doble o triple de las que un adulto necesita, con lo que están convirtiendo a sus pacientes en candidatos a formar piedras en el riñón y calcificar las arterias, ya sean de los ojos, oídos, pulmones, extremidades, etc.
Están viendo en los análisis que la cantidad de calcio en la sangre es correcta y, sin embargo, recomiendan tomar suplementos de este elemento, cuando en realidad la pregunta que deben hacerse es: ¿por qué esta persona que tiene suficiente calcio no lo fija en los huesos? Quizá si pensaran de esta manera y recordaran lo que estudiaron en la Física del Bachillerato, llega-rían por sí mismos a la solución del problema que, evidente-mente, ha de surgir del planteamiento correcto de la cuestión.
Las personas con estos padecimientos, artrosis y osteoporosis, tienen también tendones débiles y con facilidad tuercen los tobillos o les fallan las rodillas, y en las radiografías se ven muy frecuentemente las rótulas desplazadas hacia arriba y lateralmente como consecuencia del deterioro de los ligamentos. Es más, es muy corriente que también padezcan de faringitis crónicas, cistitis repetidas, uñas frágiles o cabellos sin vitalidad..., como consecuencia de la no reparación correcta de sus tejidos y la dificultad de formar anticuerpos frente a una infección.
Índice
AL LECTOR 9
INTRODUCCIÓN 11
Capítulo 1. ¿QuÉ ES LA ARTROSIS? 21
Capítulo 2. CAUSAS QUE ORIGINAN LA ARTROSIS 31
Capítulo 3. PROTEÍNAS 49
• Vitamina C 52
• Magnesio 53
• Alimentos ricos en magnesio 59
• ¿Todos los compuestos de magnesio son igualmente eficaces? 61
Capítulo 4. MODELO DE DIETA PARA CORREGIR LA ARTROSIS 65
• El magnesio en los tejidos del hombre 75
Capítulo 5. EL ARSENAL DEFINITIVO DEL ORGANISMO 83
• Los factores humorales específicos 85
• Descalcificación 89
• Origen de los trastornos artrósicos 92
• Tiempo que dura el tratamiento 101
• Otros medios para ayudar en el problema de la artrosis 108
• Algunos ejemplos de casos tratados por mí 110
VOCABULARIO 119
CONCLUSIÓN 131
APÉNDICE. Vademécum de productos de Ana María Lajusticia 135