Medicina Honesta, por Julia Schopick. Ediciones Obelisco

Medicina Honesta

Referencia: 9788491113263
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Tratamientos efectivos, de probada eficacia y asequibles para enfermedades potencialmente fatales entre las que se incluyen la esclerosis múltiple, la epilepsia, la insuficiencia hepática, la artritis reumatoide y otras

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En este extraordinario libro descubrirás:

• Cómo un tratamiento aprobado por la FDA para que las heridas cicatricen, y que aportó alivio y curación al marido de la autora, fue menospreciado por sus médicos.
• Un tratamiento para la insuficiencia hepática en estado terminal que trata con éxito el cáncer de páncreas.
• Un tratamiento médico, aprobado en la década de 1980, para tratar la adicción a las drogas y al alcohol, que, en dosis bajas, es útil en las enfermedades autoinmunes y algunos tipos de cáncer.
• Una dieta rica en grasas usada desde la década de 1920 en el Hospital Johns Hopkins y en otras prestigiosas instituciones médicas que ha curado a miles de niños con epilepsia de difícil tratamiento.
• Cómo la lucha de una madre para encontrar un tratamiento para la epilepsia que sufría su hijo acabó conduciéndola al éxito con una dieta de eficacia comprobada y no tóxica. Fundó una organización para informar a los padres sobre ella.
• Cómo muchos pacientes con esclerosis múltiple mejoraron espectacularmente con la utilización de un fármaco económico, pese a que sus médicos desalentaron su empleo incluso después de ver los fantásticos resultados.
• Cómo a una mujer con insuficiencia hepática le dijeron que le quedaban pocos meses de vida, pero después de que un médico que aparece en este libro le administrara un tratamiento innovador, está viva y sana ocho años después.

Julia Schopick

Julia Schopick es la creadora del galardonado blog HonestMedicine.com, y ha sido escritora y asesora de relaciones públicas durante más de veinte años. Cuando su esposo, Tim Fisher, enfermó en 1990 debido a un tumor cerebral, Julia se convirtió en su defensora en temas médicos y empezó a escribir sobre asuntos relacionados con la salud y la medicina. Sus artículos y columnas se publicaron en las revistas médicas American Medical News, ADVANCE, SEARCH y Alternative and Complementary Therapies. Su trabajo y sus ensayos han aparecido en las revistas British Medical Journal, Modern Maturity y el periódico Chicago Sun-Times. Su misión consiste en usar su talento como escritora y relaciones públicas para informar al mundo sobre tratamientos poco conocidos pero prometedores a través de su portal, en sus conferencias y en su libro, y en que la gente pueda decidir con respecto a su salud.

Índice

Dedicatoria       7
Prólogo       9
Prefacio       13
SECCIÓN 1. Bienvenido al mundo de los tratamientos asequibles e innovadores que funcionan       21
CAPÍTULO 1. Podría sucederte a ti       23
CAPÍTULO 2. Nuestra historia: Los apósitos con plata Silverlon y la cirugía, nuestra búsqueda de la curación       45
CAPÍTULO 3. El resto de nuestra historia sobre los apósitos con plata Silverlon: Escepticismo e incredulidad       53

SECCIÓN 2. Ácido alfa lipoico administrado por vía intravenosa       59
INTRODUCCIÓN. Ácido alfa lipoico administrado por vía intravenosa       61
CAPÍTULO 4. Burt Berkson, licenciado en medicina,
Máster en Ciencias, doctorado y pionero       63
CAPÍTULO 5. Mary Jo Bean       79
CAPÍTULO 6. Paul Marez       89

SECCIÓN 3. La dieta cetogénica       99
INTRODUCCIÓN. La dieta cetogénica      101
CAPÍTULO 7. Jim Abrahams      109
CAPÍTULO 8. Dos «dietistas cetogénicas»      129
CAPÍTULO 9. Emma Williams y su hijo Matthew      149
CAPÍTULO 10. Jean y Julie McCawley      173

SECCIÓN 4. Dosis bajas de naltrexona (DBN)      187
INTRODUCCIÓN. Dosis bajas de naltrexona (DBN)      189
CAPÍTULO 11. David Gluck, licenciado en medicina      199
CAPÍTULO 12. Linda Elsegood, Reino Unido      211
CAPÍTULO 13. Mary Boyle Bradley habla sobre las DBN      221
CAPÍTULO 14. Malcolm West habla sobre las DBN      245
EPÍLOGO ¡Obedece a tu instinto!      267
Agradecimientos      273
Apéndice      279
Acerca de la autora      315
Índice analítico      317

 

Prólogo

Comprimiendo la curva del aprendizaje

Por Jim Abrahams, fundador de la Fundación Charlie para
Ayudar a Curar la Epilepsia Infantil

Por lo general, cuando enfermamos gravemente, vamos al médico, mejoramos y la vida sigue.
Pero tarde o temprano, esto no funcionará para ninguno de no­sotros.
Mi percepción es que, cuando no funciona, cuando el médico no nos ayuda a mejorar, todos pasamos por una serie parecida de emo­ciones. Con frecuencia dichas emociones empiezan con el miedo y la negación. Pueden verse seguidas de ira, culpabilidad, tristeza, desconfianza, frustración, desesperación y cualquier otra emoción de entre muchas. Es la naturaleza humana. Pero en algún momen­to, antes de que decidamos tirar la toalla, nos damos cuenta de que estos sentimientos son algo parecido a una montaña rusa de emo­ciones, y el instinto de lucha aparece. La lucha no tiene, necesaria­mente, nada de intelectual. Es una pelea feroz, sin normas, en la que predomina el instinto de supervivencia. Es una batalla que no sabemos si podremos ganar.
A pesar de las incertidumbres a la hora de emprender esa batalla, creo que cuanto antes podamos pasar de ese ataque inicial de miedo
al puro instinto de lucha, más serán las probabilidades de ganar. En estas situaciones hay una curva de aprendizaje. Ésta puede llevar semanas, meses e incluso años. Pero también creo que cuanto antes superemos esa curva, cuanto más escarpada sea, antes redoblaremos los esfuerzos y mayores serán nuestras probabilidades de gozar de una buena salud. Cuanto antes averigüemos que incluso el mejor médico puede equivocarse, antes nos daremos cuenta de la sorpren­dente relación que existe entre los tratamientos prescritos y sus be­neficios económicos, antes comprenderemos las otras flaquezas de nuestro sistema sanitario, antes empezaremos a confiar en nuestro instinto e insistiremos en las respuestas difíciles, y también antes aprenderemos a tomar las riendas del destino de nuestra salud para beneficiarnos de ello.
Hace ocho años me diagnosticaron una leucemia mieloide aguda (LMA). El primer oncólogo con el que consulté me dijo que tenía un 50 por 100 de probabilidades de sobrevivir dos años. No me gustaba ese tipo, y la razón no se debía sólo a lo que me estaba di­ciendo. Sus respuestas eran entrecortadas, su información, abrevia­da, sus decisiones, unilaterales. Me hizo sentir como si tuviera cosas más importantes que hacer que explicarme cómo y por qué iba a morir, o qué iba a hacer él al respecto. (Por casualidad, averigüé más tarde que el tratamiento que me recomendaba me hubiera matado con toda certeza).
Pero tuve suerte. Incluso en esa época, todo me resultaba muy familiar. Me mostré susceptible ante su actitud. Mis antenas esta­ban sintonizadas. Mira, yo ya había pasado por la curva del apren­dizaje. Diez años antes, cuando mi hijo Charlie empezó a sufrir epilepsia, nos encontramos con un muro de piedra similar. Final­mente, al cabo de meses de una curva del aprendizaje demasiado lenta, la epilepsia de Charlie se curó gracias a la dieta cetogénica. (Véase la historia de Charlie en el capítulo 7).
Resultó que la curva del aprendizaje que experimentó mi familia cuando Charlie estuvo enfermo salvó mi vida, además de la suya; pero, debido a esa experiencia, la segunda vez llegamos a este pun­to mucho más rápidamente, al cabo de días, y con muchos menos
daños colaterales. Sencillamente, supe de inmediato que tenía que confiar en mi instinto, ponerme manos a la obra y pelear. Prescindí de los servicios de aquel médico y encontré a otro que se mostraba dispuesto a actuar a modo de socio en un proceso conjunto de toma de decisiones informadas. El nuevo facultativo me explicó mi enfer­medad y las opciones curativas que tenía. Me escuchó. Consultó con sus colegas. Respondió a mis preguntas. Me dio material para leer. Escogimos un tratamiento, y aquí estoy.
Creo que ayudarnos a comprimir la curva del aprendizaje es uno de los muchos objetivos que Julia consigue en Medicina honesta, su libro más informativo e inspirador. Al explicarnos con detalle todo lo referente a las dosis bajas de la naltrexona, el ácido alfa lipoico, la dieta cetogénica y los apósitos con plata Silverlon, Julia nos infor­ma no sólo de la existencia de tratamientos de eficacia demostrada sobre los que nuestros médicos quizá no nos hablan (aunque son igualmente importantes), sino también de cómo podemos asumir el control personal de nuestros destinos médicos.
Al principio de su libro, Julia nos habla sobre lo que todos cuan­tos hemos compartido nuestras historias en el libro tenemos en co­mún. Yo añadiría otro elemento: todos nosotros desearíamos haber aprendido nuestras lecciones antes; todos desearíamos haber com­primido la curva del aprendizaje; todos desearíamos haber tenido la valentía de aprovechar el empoderamiento del paciente antes. El he­cho de que no lo hiciéramos siempre será una más entre las heridas de guerra de nuestra vida.
Así que aquí tenemos la esperanza de que aproveches estos valio­sos mensajes de Medicina honesta. Aquí tenemos el deseo de llevar una vida más larga, saludable e independiente para todos nosotros. Y aquí tenemos la esperanza de que, en algún lugar, Tim Fisher, el marido de Julia, esté sonriendo ante los valientes esfuerzos que hace su mujer por encontrar un mayor sentido a su vida.

Jim Abrahams

Santa Mónica, California Agosto de 2010

Prefacio

Trance hipnótico

Por Burton M. Berkson, licenciado en medicina,
Máster en Ciencias, doctorado

Muchos médicos, pacientes y familiares de pacientes se encuentran en un trance hipnótico cuando se trata de la medicina eficaz. Esta afirmación puede suponer una sorpresa para algunos de vosotros, aunque si has escogido leer el libro de Julia Schopick, Medicina ho­nesta, quizá ya seas consciente de este trance. Déjame que te lo ex­plique.
En primer lugar, permíteme afirmar que ciertos tratamientos de la medicina convencional son muy eficaces. Por ejemplo, los anti­bióticos, la cirugía traumatológica, la medicina de cuidados inten­sivos y ciertas técnicas cardiológicas salvan muchas vidas. Sin em­bargo, muchos otros tratamientos médicos ampliamente aceptados y estandarizados simplemente no funcionan. Algunas modalidades, como la quimioterapia, cuando se usan para tratar cánceres que no responden a ella, no logran sino que el paciente se encuentre más enfermo. Otros tratamientos, como determinados modificadores de la respuesta biológica para la artritis reumatoide, no hacen más que enmascarar los síntomas, pero no mejoran la salud subyacente del paciente y pueden propiciar la aparición de ciertos cánceres.
Cuando era niño, tenía un primo que había estudiado cirugía ortopédica en la Universidad de Harvard y que trabajaba en la Fa­cultad de Medicina de la Universidad de Chicago. Mi familia creía que, como médico, era irreprochable. Pensaban así no porque hu­bieran evaluado su técnica quirúrgica, su trato con los enfermos o si sus pacientes se veían ayudados por los servicios médicos que les proporcionaba, sino porque alguien les había dicho que una edu­cación en una de las universidades de élite de Estados Unidos era superior a cualquier otro tipo de educación. Por lo que respectaba a mi familia, se daba por hecho que mi primo era mejor médico que alguien que hubiera estudiado en una universidad estatal menos co­nocida y prestigiosa.
De forma parecida a lo que creían que hacía que un médico fuera bueno, en mi familia se pensaba que primero existía la medicina convencional y, después, un tipo de medicina en la que no se podía confiar. Si el tratamiento era el estándar, entonces, se consideraba superior y debía seguirse, y cualquier otra forma de tratamiento no era más que curanderismo. Quizás habían llegado a estas conclusio­nes al ver, por ejemplo, cómo vendedores de aceite de serpiente se aprovechaban de la gente desesperada por obtener una cura. Pero, al pensar de esta forma, menospreciaban tratamientos eficaces basados en la tradición, la historia y la ciencia si dichos tratamientos no ha­bían sido aceptados por la medicina convencional.
A mí me parecía que mi familia se encontraba en un trance hip­nótico en lo referente a la medicina. Les deslumbraban la educación de renombre y las prácticas médicas convencionales. Y si un médico muy conocido decía que un tratamiento funcionaba, así era, por mucho que en realidad no lo hiciera.
Aunque yo era una persona desconfiada por naturaleza, no salí de mi trance hasta que una serie de experiencias personales me lleva­ron a cuestionarme la forma en que se practicaba la medicina. Todo empezó cuando comencé a ir a la facultad de medicina en Chicago poco después de graduarme en el instituto. Por entonces, era un joven inmaduro y antiautoritario, y no me tomé en serio mi opor­tunidad de convertirme en un médico. En esa época no quise llevar
la vida de un médico. Despertarme a las cinco de la madrugada y trabajar todo el día en la consulta y en el hospital, por la noche, no era lo que yo deseaba.
Las primeras clases a las que asistí en la facultad tenían que ver con la anatomía y la histología. En esa época, dicha facultad era un centro educativo muy serio y formal, y la mayoría de los estudiantes llevaban corbata y se sentaban en su pupitre con las manos juntas sobre el regazo. Se consideraban muy afortunados por haber sido admitidos en dicha facultad. Les bastaba con sentarse y no hacer demasiadas preguntas.
Después de la clase, me acercaba al profesor y le hacía preguntas. Al parecer, era el único que hacía eso. Él me decía que en la fase en la que yo me encontraba no tenía la necesidad de cuestionarme cosas. Añadía que allí eran los profesores quienes impartían las lecciones sobre asuntos relevantes y que los estudiantes debían memorizarlas. Luego, durante los exámenes, los estudiantes regurgitaban las ma­terias y aprobaban el examen. Y si el estudiante hacía esto durante cuatro años, se licenciaba como médico. Me di cuenta de que la facultad de medicina no era un lugar para practicar el pensamiento libre, sino que era un sitio en el que la gente era programada para pensar como los médicos. A esto no se le llama educación, sino ins­trucción.
No permanecí en la facultad de medicina durante demasiado tiempo. La abandoné a mitad de mi primer año debido, en parte, a que era inmaduro y, en parte, porque no se me permitía pensar libremente. En lugar de ello, decidí inscribirme en una escuela de estudios superiores para obtener un grado de Máster en Biología por la Universidad de Eastern Illinois, y luego un doctorado en mi­cología y zoología por la Universidad de Illinois. Mi tesis versaba sobre la biología celular de los hongos. Los estudios de posgrado en ciencias biológicas en la Universidad de Illinois supusieron una educación genuina, en lugar de la formación que había recibido en la facultad de medicina. Siempre se animaba a los alumnos de mi departamento a tener nuevas ideas y a cuestionarse el statu quo. De hecho, mi director de tesis me hizo prometerle que si, durante mis
investigaciones, me encontraba con que él había publicado algo que era incorrecto, él mismo publicaría un artículo afirmando que se había equivocado. Para mí, en eso consistía la verdadera ciencia.
Tal y como explico con mayor detalle en el capítulo 4, mientras asistía a la escuela de estudios superiores, mi esposa, Ann, quedó embarazada y sufrió un aborto espontáneo. Cuando le pregunté a su ginecólogo si mi mujer podría volver a tener hijos, nos dijo que pensaba que no tendría ningún problema con sus posteriores em­barazos.
Ann quedó gestante de nuevo, y sufrió otro aborto espontáneo. Ambos estábamos muy desanimados. El médico nos dijo que los abortos espontáneos se dan sin más, y que era muy improbable que volviera a sufrir otro.
En esa época creía que, si cambiábamos de médico y acudíamos al jefe del departamento de ginecología de una universidad prestigiosa, el resultado sería muy distinto. Así que eso es lo que hicimos. Un distinguido ginecólogo le dijo a Ann que con sus cuidados podría llevar un embarazo a término. La siguiente vez que Ann quedó em­barazada, su gestación acabó con un aborto espontáneo el sexto mes de embarazo. El nuevo ginecólogo nos dijo que no había nada más que pudiera hacer por nosotros. No disponía de ninguna sugerencia ni consejo excepto que Ann volviera a quedar gestante. Estábamos todavía más desanimados.
Lleno de frustración, acudí a la biblioteca médica de la Univer­sidad de Illinois y pasé varias horas ojeando las revistas de ginecolo­gía. Acabé dando con un artículo relevante que describía una serie de casos que se parecían al nuestro, además de con una solución médica para dar a luz a esos bebés. El artículo estaba escrito por un médico del este de India, el doctor Vithalrao Nagesh Shirodkar, de Goa (India).
Fotocopié el artículo y se lo llevé al médico de mi mujer. Se sintió insultado. Pensaba que, con este acto, cuestionábamos sus conoci­mientos sobre ginecología. Cogió el artículo y lo tiró a la papelera, al tiempo que me preguntaba indignado: «¿Le digo yo a usted cómo llevar a cabo sus investigaciones sobre microbiología?».
En ese instante, mi trance hipnótico médico se desvaneció. Se me ocurrió que el hecho de que un médico fuera el jefe de un departa­mento de una universidad estadounidense prestigiosa no implicaba que fuera, necesariamente, más experto que un médico que ejerciera en un país extranjero. Regresé a la biblioteca y busqué entre las revistas médicas hasta que encontré a un médico que vivía cerca de nosotros, el doctor Martin Clyman, quien practicaría el método de Shirodkar para nosotros.
Mi mujer volvió a quedarse embarazada, y el doctor Clyman la ayudó, con el método de Shirodkar, a llevar a término la gestación de nuestra hija y a tener un parto exitoso. Cinco años después nos vimos bendecidos con otro hijo, un varón.
En la actualidad, el método de Shirodkar, o de cerclaje, es el enfoque estándar para corregir el problema que padecía mi mujer: un orificio cervical incompetente; pero hace treinta y nueve años se consideraba un tipo de medicina alternativa. En realidad, se trata­ba de una idea innovadora desarrollada por un médico de un país del tercer mundo que era un líder y un pensador en lugar de un seguidor.
Esta experiencia me cambió la vida y la forma en que concebía la medicina para siempre. Incluso me impulsó a regresar a la fa­cultad de medicina a completar mi licenciatura. Nunca pensé que pudiera practicar la medicina, pero por lo menos podría aconsejar a los miembros de mi familia sobre tratamientos médicos cuando los necesitaran.
La autora de Medicina honesta, Julia Schopick, una mujer em­pática e inteligente, también estuvo engañada con respecto a lo que constituía una buena práctica de la medicina. Cuando a su marido Tim le diagnosticaron un cáncer cerebral devastador, se quedó tan estupefacta que permitió, con pasividad, que los médicos se hiciesen cargo, sin cuestionarles nada. Aunque hoy cree que alguno de los tratamientos a los que se sometió Tim le salvaron la vida, pronto se dio cuenta de que, en muchos casos, el tratamiento que sus muy respetables médicos le aconsejaron hizo que, de hecho, las cosas em­peoraran. Luego, en 2001, cuando la línea de sutura de Tim no ci‑
catrizaba y desarrolló una herida en la cabeza, los tratamientos de los médicos (operaciones quirúrgicas repetidas a lo largo de diez meses) le hicieron empeorar cada vez más.
Después de estudiar opciones de tratamientos para Tim, Julia (con el consejo del doctor Carlos Reynes, un especialista en medici­na interna y también amigo) dio con el Silverlon, un parche de tela hecho de un material que contiene iones de plata. Con el consen­timiento del neurocirujano de Tim, aplicó el parche a la cabeza de Tim y la herida cicatrizó.
Pero, pese a que la herida de Tim se curó casi al instante, los espe­cialistas que trataban a su marido no estaban interesados en absoluto en aprender sobre el Silverlon. Tampoco aceptaron que ese pedazo, nada convencional, de tela con plata lograra que la herida de Tim se cerrara por primera vez en meses. Este comportamiento por parte de los médicos hizo que Julia saliese de su trance hipnótico. Siem­pre había sido una alumna incansable y estudiosa de la innovación médica, pero ahora, Julia tenía la misión de dar a conocer sus ex­periencias, y las de otras personas en situaciones similares a la suya, a los demás, de modo que pudieran encontrar soluciones médicas eficaces con más rapidez y facilidad de lo que ella había podido.
Julia estaba segura de que algo había funcionado. Ella no alberga­ba ninguna duda de que el Silverlon había curado la herida de la ca­beza de su marido, literalmente, de un día para otro. Las reacciones negativas de los médicos le sorprendieron y, a la vez, le ofendieron. Estos doctores habían fracasado una y otra vez a la hora de curar la cabeza de Tim. Pese a ello, negaron que el Silverlon funcionara. Julia sabía que estaba pasando algo peligroso.
Para Julia, si alguien veía algo terrible, hacía algo al respecto de la mejor forma que pudiera. Tenía que dar a conocer esta historia. Pen­só: «Si esto pudo pasarme a mí (que los médicos hagan caso omiso a tratamientos que funcionan), ¿cuántas personas más se ven afectadas por este tipo de mentalidad tan cerrada?».
En su nuevo libro, Medicina honesta, describe el trabajo de hom­bres valientes e innovadores que han liderado tratamientos que han aliviado el sufrimiento de miles y miles de personas. Todos ellos
han intentado dar a conocer sus éxitos al público y a la comunidad médica: todos ellos han sido, básicamente, ignorados o criticados de una forma salvaje por gente que ni siquiera se tomó un tiempo para escuchar el sentido común y la ciencia implicados en las terapias alternativas. En algunos casos, la razón para desdeñar o criticar el tratamiento se debía a que los propios oyentes se encontraban en un trance hipnótico médico. En otros, se debía a que una terapia barata y eficaz tenía el potencial de afectar a sus lucrativos negocios.
En Medicina honesta, he cumplido con mi parte consistente en compartir el papel que he desempeñado para llamar la atención so­bre tratamientos no estandarizados. Ha sido un honor formar parte de este libro y sacar a la luz estas historias exitosas sobre cómo tra­tamientos innovadores y de eficacia comprobada, frecuentemente olvidados o ignorados por la comunidad médica, han mejorado e incluso salvado la vida de mucha gente.
Mientras «obedeces a tu instinto», tal y como sostiene Julia Scho­pick, y te informas sobre lo que de verdad ha ayudado a personas con enfermedades difíciles de tratar, recuerda que tus cuidados mé­dicos están en tus manos.

Burton M. Berkson, licenciado en medicina, Máster en Ciencias, doctorado Las Cruces, Nuevo México Agosto de 2010

SECCIÓN 1
Bienvenido al mundo de los tratamientos asequibles e innovadores que funcionan

CAPÍTULO 1
Podría sucederte a ti

Una mañana de principios de octubre de 1990, un hombre de cua­renta y un años llamado Timothy Fisher se sometió a una cirugía ce­rebral para eliminar un tumor del tamaño de una naranja que ponía su vida en peligro. A lo largo de los siguientes diez años soportó una serie de tratamientos, quimioterapia, más operaciones, radioterapia, efectos secundarios horribles y complicaciones que cambiaron su vida para siempre.
Y la mía.
Tim era mi esposo, y vivió quince años más tras la operación qui­rúrgica: doce años más que los tres que sus médicos habían previsto originalmente. Ambos sentíamos que debíamos buena parte de su longevidad y su calidad de vida tras la operación a muchos trata­mientos no estandarizados en el ámbito de los cuidados sanitarios que incluyeron la dieta y los suplementos. Pero en 2001, su tumor reapareció, y tras la operación, su piel no cicatrizaba. Diez meses después acabó haciéndolo gracias a un tratamiento poco conocido llamado Silverlon. Pero, para entonces, debido al efecto acumulati­vo de todos los tratamientos quirúrgicos invasivos que sus médicos habían probado y que habían fracasado, Tim ya padecía lesiones cerebrales y estaba paralizado. ¡Cómo he llegado a desear que hubié­ramos encontrado el Silverlon diez meses antes!
He escrito este libro por lo que le sucedió a Tim.
Y este libro está escrito para ti y tus seres queridos.
Porque quiero que encuentres los tratamientos que pueden salvar vidas sobre los que tus doctores, probablemente, no sepan nada (tra­tamientos como los que ayudaron a Tim a vivir muchos más años de lo que sus médicos habían pronosticado), de modo que puedas dar con ellos antes de que sea demasiado tarde.
Porque miles y miles de historias exitosas de pacientes con res­pecto al uso de dichos tratamientos muestran que tienen una alta probabilidad de funcionar. De hecho, son numerosos los casos que funcionan mucho mejor que los tratamientos estandarizados que los médicos acostumbran a prescribir. Hablaremos más sobre esto en las secciones 2-4.
Porque disponemos de más recursos de los que puedas conocer. Visita todos los enlaces de este libro y mi página web-
Y por último porque, sinceramente, no tienes nada que perder por informarte e informar a tus seres queridos de que puede que exista un mejor camino.
No tienes por qué creerte lo que te estoy contando. Tómate algo de tiempo para visitar todos los enlaces que comparto en este libro, en el Apéndice, y en mi página web, y estudia la información por tu cuenta.
Unas palabras sobre los enlaces de Internet que aparecen en este libro: Medicina honesta está lleno de recursos, muchos de ellos lista­dos en forma de vínculos a páginas web y a archivos PDF. Debido al reto que supone formatear enlaces a Internet en un libro impreso, puede que te resulte complicado usar dichos enlaces tal y como apa­recen publicados aquí. Si lo haces, accede a mi web para conseguir una lista completa. Todos los enlaces eran correctos en el momento de la publicación del libro.
En este libro se incluyen varias historias personales: historias de pacientes y de expertos médicos, además de mis propias experiencias y observaciones.
Las historias de los pacientes y de los expertos médicos que apa­recen en él serán de especial interés para quienes padezcáis enfer­medades que pongan en peligro vuestra vida, como la esclerosis
múltiple, la artritis reumatoide, la epilepsia infantil, el lupus, la insuficiencia hepática y muchos otros trastornos graves, incluso al­gunos cánceres. Espero que también compartas las historias reales que aparecen en este libro con tus familiares y amigos que padecen estas enfermedades.

¿Por qué prestarme atención?

Además de que este libro tenga un profundo significado personal para mí, soy una escritora interesada y preocupada por los asuntos relacionados con la salud desde hace muchos años. He escrito para la revista médica American Medical News, la publicación de la AMA (la Asociación Médica de Estados Unidos); para ADVANCE, la pu­blicación profesional para fisioterapeutas; para SEARCH, el boletín informativo de la Fundación Nacional de los Tumores Cerebrales (National Brain Tumor Foundation); y para Alternative and Com­plementary Therapies, una publicación dirigida a practicantes de te­rapias holísticas. Mi trabajo y mis ensayos también han aparecido en la revista médica British Medical Journal, la revista Modern Maturity y el periódico Chicago Sun-Times. Además, he sido una profesional de las relaciones públicas durante los últimos veinte y tantos años. Y, desde la muerte de Tim (y especialmente durante los tres últimos años), he usado mis considerables conocimientos para hacer públi­cos tratamientos prometedores, pero poco conocidos, a través de mi página web.

¿Por qué he escrito este libro?

Además de compartir información práctica y real e historias conti­go, existe otra razón por la cual he escrito este libro.
Durante su larga enfermedad, Tim y yo llegamos a creer que la profesión médica (o la «industria médica», como nos referíamos a ella) necesitaba un cambio de manera urgente. Con mi gran inocen‑
cia, hice la promesa de ser responsable, personalmente, de llevar a cabo algunos de estos cambios sin la ayuda de nadie. De hecho, un día anuncié, con seguridad:
—¡Antes de morir pretendo cambiar el sistema médico!
A lo que Tim respondió, con esa mirada maravillosamente escép­tica tan suya:
—Jule, sabes que esto es ridículo.
Luego se detuvo, pareciendo bastante aterrorizado, y dijo:
—¡Creo que, de hecho, quizá lo consigas!
Hace mucho tiempo que renuncié a la idea de cambiar el sistema médico. Francamente, ya no creo que sea posible. Pero ahora, mu­chos años después de haber hecho esa promesa confiada (no arro­gante) a Tim, sigo creyendo fervientemente que puedo ayudar a la gente informándola y aportándole confianza y conocimientos, de modo que pueda modificar la forma en la que se relaciona con el sistema médico y con sus doctores.
La verdad es que casi todos los pacientes o seres queridos con los que he hablado a lo largo de los años, incluyendo a los que han contribuido a escribir este libro, han tenido que encarar su miedo devastador a tener que enfrentarse a sus médicos, haciendo que éstos se enfadaran. Además, muchas veces me he sentido como una niña castigada delante de los médicos de mi marido. Agradezco el hecho de haber podido superar, finalmente, mi miedo hasta alcanzar el punto en que pude enfrentarme lo suficiente a los médicos de Tim como para hacer que obtuviera mejores cuidados. Espero que este libro te anime a hacer lo mismo.
Cuando los pacientes y sus familias adquieran más conocimien­tos y se vuelvan más proactivos, creo firmemente que no necesitarán usar este sistema médico con tantos defectos; y cuando necesiten usarlo, se encontrarán en una postura más instruida y poderosa, y podrán evaluar y escoger los tratamientos por sí mismos (incluidos tratamientos como los que presento en este libro), por mucho que los médicos no aprueben sus elecciones.
Esto es lo que espero conseguir con mi página web y con este libro.

El objetivo de este libro:
¿Por qué estos tratamientos?

En concreto, este libro aborda tres formas de tratamientos dispo­nibles en Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá: el ácido alfa lipoico administrado por vía intravenosa, la dieta cetogénica y las dosis bajas de naltrexona. Algunos de estos tratamientos también es­tán disponibles en otras partes del mundo, entre las que se incluyen Italia, Israel, la India, Australia y muchos países asiáticos.
En los capítulos 2 y 3 también me refiero a un cuarto tratamiento (el Silverlon), principalmente para destacar la historia de Tim. Incluyo este tratamiento porque nuestra experiencia con él en 2002 me expu­so a los prejuicios de los médicos convencionales contra tratamientos económicos e innovadores que desconocen: tratamientos como los que describo en este libro. La gente suele preguntarme: «¿Por qué es­cribes sobre estos tratamientos concretos? ¿Qué tienen en común?».
Mi respuesta es: Los tratamientos que he encontrado tienen unas características muy convincentes.

  1. Han estado presentes durante muchos años: desde hace «sólo» veinticinco hasta noventa años.
  2. Estos tratamientos han beneficiado a cientos y a veces a miles de pacientes, tal y como documentan muchos expertos.
  3. Estos tratamientos han beneficiado a pacientes muy enfermos con trastornos que amenazaban su vida y que oscilaban entre la epilepsia y la esclerosis múltiple, e incluso el VIH/SIDA y el cáncer. Sus sorprendentes resultados han sido documenta­dos por los pacientes (por ejemplo, ataques epilépticos que desaparecieron, pacientes aquejados de esclerosis múltiple que volvieron a caminar, etc.).
  4. Los tratamientos cuentan con representantes del personal sa­nitario (y en la mayor parte de los casos, médicos) que prescri­ben los medicamentos y los defienden abiertamente.
  5. En la mayoría de los casos, los pacientes que se han benefi­ciado de estos tratamientos muestran un gran entusiasmo por

• Jim Abrahams, defensor de la dieta cetogénica y fundador de la Fundación Charlie para Ayudar a Curar la Epilepsia Infan¬til: charliefoundation.org.
• Mary Jo Bean, AAL por vía intravenosa.
• Paul Marez, AAL por vía intravenosa y DBN.
• Emma Williams, defensora de la dieta cetogénica y fundadora de Matthew's Friends, www.matthewsfriends.org
• Jean McCawley, defensora de la dieta cetogénica, creadora de la Fundación del Síndrome de Stevens Johnson, www.sjsu¬pport.org
• Linda Elsegood, defensora de las DBN y fundadora del LDN Research Trust (Fideicomiso para el Estudio de las Dosis Bajas de Naltrexona), www.LDNResearchTrust.org
• Mary Boyle Bradley, defensora de las DBN, escritora y presen¬tadora de un programa de radio por Internet de entrevistas y debates.
• Malcolm West, defensor de las DBN y cofundador de LDN Aware (anteriormente www.LDNaware.org, ya desaparecida, y ahora www.ldnresearchtrust.org).

Obelisco
9788491113263

Ficha técnica

Autor/es:
Julia Schopick
Editorial
Ediciones Obelisco
Traducción
David N. M. George
Formato
15,5 x 23,5 cm
Páginas
328
Encuadernación
Rústica con solapas (tapa blanda)
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