Como vivir 120 años, por Adolfo Pérez. Ed. Obelisco

Como vivir 120 años

Referencia: 9788491111689
13,00 €
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De la utopía a la realidad

Los nuevas investigaciones sobre la medicina del antienvejecimiento permiten llegar a la optimista conclusión de que pronto podremos llegar a vivir con plenitud 120 años, e incluso revertir ciertos marcadores asociados al envejecimiento.

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Si unimos la mente, el cuerpo y el espíritu, nuestro maravilloso organismo puede alcanzar, sea cual sea el estado de salud actual, unas cotas de mejora y perfección que hasta ayer eran, simplemente, quiméricas.
La restauración de los telómeros, la dieta, el estado anímico, el ejercicio y un uso adecuado y sensato de los complementos naturales te proporcionarán una rápida mejora en tu estado de salud y te encaminarán hacia la longevidad.

Adolfo Pérez

Veterano escritor, conferenciante y profesor de Medicina Natural, dedica nuevos esfuerzos a la divulgación de sistemas y herramientas aún desconocidos para el gran público, pero que vienen avalados por trabajos científicos de prestigio mundial. Sus últimas incursiones en el campo de la psicología cuántica y de la biología antienvejecimiento, a lo que suma la psicología del Ho’oponopono, le han permitido ofrecer un nivel de conocimientos muy intensos y avanzados.

  • Formato: 15,5 x 23,5 cm
  • Páginas: 296
  • Tapa blanda

CONTENIDO

CÓMO VIVIR 120 AÑOS     7

Plenitud, salud y longevidad     7

Introducción a la teoría del no-envejecimiento     11

PRIMERA PARTE      15

CAPÍTULO 1     17
No hay envejecimiento, solamente cambio     17
Etapas de la vida humana     18
Equilibrio orgánico     20
Visión peyorativa de la vejez     21
La vejez y la mente     23

CAPÍTULO 2     27
Cambios fisiológicos     27
Deterioro o evolución natural     30
Envejecimiento natural      31

CAPÍTULO 3     35
Once aspectos para no ser un anciano     35


CAPÍTULO 4     45
Metafísica del envejecimiento     45
Envejecimiento mental o físico     51.

CAPÍTULO 5     53
Renovación celular     53

CAPÍTULO 6     57
Teorías generales     57

CAPÍTULO 7     69
Factores de longevidad      69


CAPÍTULO 8     85
Entre en la estadística de la longevidad     85

CAPÍTULO 9     91

Pautas para revertir el envejecimiento      91

CAPÍTULO 10     97

Las 10 condiciones psicológicas para la longevidad      97

CAPÍTULO 11     107

Los cinco mandamientos físicos de la longevidad      107

SEGUNDA PARTE     111

CAPÍTULO 1     113

El sistema endocrino y su papel en la longevidad     113

CAPÍTULO 2     129

Ejercicio, sueño y reposo     129
CAPÍTULO 3     143
Sexualidad y longevidad      143
El deseo sexual      147
Hombres y mujeres     148
La disminución del deseo      149
Relación de productos afrodisíacos naturales     150

CAPÍTULO 4     155
Hobby y espiritualidad      155
Póngase en marcha     158
Karma      160
Comportamiento      162
La metafísica     164
Realizar nuestros deseos      165

TERCERA PARTE      169

CAPÍTULO 1     171
El sistema inmunitario y los antioxidantes
en la longevidad     171
Proceso oxidativo      175
Ingestión de compuestos antioxidantes     175

 

CAPÍTULO 2     179
Sustancias antienvejecimiento     179
Acción sobre los telómeros      179
Rejuvenecedores generales      190
Plantas medicinales     224
Sustancias para el sistema articular      240
Sustancias para el sistema vascular     243

Sustancias contra el envejecimiento cerebral      249

CUARTA PARTE     263

CAPÍTULO 1     265

Alimentación de longevidad     265

CAPÍTULO 2     273

Los dos elementos más necesarios de nuestra alimentación diaria      273

CÓMO VIVIR 120 ANOS

Plenitud, salud y longevidad

Desde que se investigó sobre los telómeros en la década de los treinta por Hermann J. Muller y Bárbara McClintock y posteriormente por Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szostak en 2009 —Premio Nobel de Medicina—, la creencia de que el envejecimiento es una ley biológica inmutable ya es inadmisible.
Estos científicos proponían que los telómeros, situados en los extre­mos de los cromosomas, tenían la función de prevenir que éstos se fusionaran al ponerse en contacto por sus extremos, lo que produciría consecuencias desastrosas para las células. Además, había en este pro­ceso una pérdida de calidad y cantidad en el ADN que ocasionaba un caos celular con inducción a la apoptosis.
El descubrimiento de la telomerasa, enzima elaborada por las células y que es esencial para la síntesis del telómero, confirmó aún más la po­sibilidad del no-envejecimiento. Protegiendo los extremos de los cro­mosomas, se evitaba —incluso— la muerte. La antigua teoría de que el envejecimiento es un proceso universal, una ley, que afecta a todos los seres vivos, quedaba ya en entredicho y nos acerca a la inmortalidad.
Anteriormente, en 1931, el Dr. Adolf Buternandt, aisló el DHEA de la orina humana en su forma libre, por lo que obtuvo el premio Nobel en química algunos años después, en 1939.
Años más tarde, en 1954, dos investigadores, Migeon y Plager, aís­lan el DHEA en la sangre humana, y realizan estudios precisos histo­lógicos que indican que es producido por la parte interna de la corteza suprarrenal.
En 1958, se relaciona el envejecimiento con la disminución de los niveles de esta hormona en hombres y mujeres.
La cuestión es si verdaderamente es posible y, más aun, recomenda­ble, prolongar la vida más allá de los 100 años. ;Quieren las personas ser eternas? A casi nadie le parece atractiva esta posibilidad; pero si hemos admitido que es factible, quizá podríamos desear, al menos, que nuestra vida fuera longeva y saludable, para así tener tiempo de hacer todo cuanto deseemos y... podamos.
Pero quizá hay otras cuestiones sobre la longevidad mucho más importantes que el propio deseo de vivir 120 años. ;Está la sociedad preparada para absorber esa inmensa cantidad de gente longeva en el planeta? ;Podrían los presupuestos estatales proporcionar pensiones y bienestar a las personas longevas? ;Qué podrían hacer en sus vidas esas personas, ya apartadas de la sociedad, desde apenas los 70 años de edad?
No se asuste, pues la Humanidad tiene recursos para todo y para casi todos. Piense en el promedio de vida a finales del siglo XIX, apenas 35 años, y cuando se duplicó en el siglo xx no pasó nada, no se produ­jo el caos económico y social previsto. El empleo para los mayores se prolongó, el mercado económico encontró un nuevo individuo social a quien proporcionar bienestar, el ocio de las personas mayores se in­tensificó, y los nietos estuvieron más protegidos que nunca. Y eso pa­sará, y seguirá pasando, cuando las personas alcancemos esos 120 años que prometemos.
Desgraciadamente hay individuos que, como nazis arrogantes, pueden estar en contra de tales logros, hablando de superpoblación y miedo a no tener trabajo a causa de la competencia. Su solución es indignante: hay que dejar que la gente muera a una edad razonable, digamos 85 años, y que dejen su puesto de trabajo, su dinero y su casa
a la sociedad, a ellos en especial. Pero esas personas también olvidan la historia, pues la última hambruna mundial prevista en 1800 resultó en todo lo contrario: aumentó la riqueza, el nivel de vida, la salud y la esperanza de vida porque los recursos proceden de la mente y no de la tierra.
No se soluciona el hambre matando a las personas, ni impidiendo que se reproduzcan; se soluciona con una distribución de la riqueza justa y adecuada; con las personas disfrutando de su bien ganado sala­rio y empleándolo en lugar de entregarlo al banco; con los lugares de ocio repletos de personas de todas las edades; con una adecuada medi­cina enfocada en la salud, en lugar de en la enfermedad, con las uni­versidades repletas de personas de todas las edades ávidas de conoci­miento y, finalmente, con el Congreso dirigido por políticos jóvenes o longevos.
Con una adecuada medicina antienvejecimiento, nuestros cuerpos podrían ser resistentes a todos los virus, conocidos y desconocidos, a la mayoría de los patógenos y también a todas las formas de cáncer, en­fermedades autoinmunes, toxinas ambientales, e incluso a la radia­ción. Podríamos combinar los mejores aspectos del dinamismo juvenil con la sabiduría de una larga experiencia. Quizá así sea posible tener dirigentes capaces de terminar con guerras, hambrunas, terrorismo, violencia y demás problemas actuales.

INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA DEL NO-ENVEJECIMIENTO

Si observamos el universo al cual pertenecemos, nos daremos cuenta de que los conceptos de tiempo y envejecimiento cósmico no existen: existe el cambio continuado, y este cambio siempre lleva a una evolu­ción, a un salto cualitativo. El problema es que los seres humanos he­mos inventado diversos sistemas para medir y entender el tiempo —el calendario y el reloj, básicamente—, y eso nos ha hecho creer que el tiempo es algo lineal, con pasado y futuro. Pero en el universo eso no es cierto y solamente percibimos cambios.
Así que debemos ser más objetivos y admitir que nuestro cuerpo con el paso del «tiempo» no envejece, no se deteriora hasta llegar a la muerte física, sino que se hace y deshace continuamente. Lo que ocu­rre es que llegado a un punto en nuestra medición cronológica (deter­minada por la fecha de nacimiento), las células no parecen encontrar el modo de rehacerse, quizá porque nuestra mente y especialmente el inconsciente, no creen que ello sea posible ni deseable, y puesto que hasta ahora no hay apenas nadie en la medicina (salvo de algún premio Nobel) que crea en el no-envejecimiento, inducimos a nuestro cuerpo a ello.
Fíjese hasta qué punto nadie cree en la posibilidad de revertir el proceso de envejecimiento, que la gerontología (de geronto, anciano y
logos, estudio) y la geriatría (rama de la medicina que se centra en las enfermedades asociadas a la vejez y el tratamiento de las mismas) no contemplan el no-envejecimiento como una probabilidad, y si no lo estudian no lo intentan. Su misión, que no es poca, es ayudar a las personas a envejecer mejor, sin enfermedades o dolor.
Si consideramos a un recién nacido solemos decir que todo en él es nuevo, que sus células están preparadas para la evolución y el perfec­cionamiento; pero hay algo que debo aclararles cuanto antes sobre ello: las células del recién nacido son inmensamente viejas, pero con ganas de vivir y mejorar. Se han formado gracias a millones de años de evolución del ser humano, no solamente desde sus ancestros (bisabue­los, abuelos, padres...), sino a través de los alimentos que la humani­dad ha ingerido, del aire que respiraron y de las energías del propio universo.
Al formar parte nosotros del cosmos, todos poseemos las mismas características complejas y experimentadas que el propio universo al cual pertenecemos. El recién nacido no ha salido de la nada; ha sido la consecuencia de anteriores procesos evolutivos y energéticos. Somos, pues, muy viejos según nuestro concepto primitivo del tiempo.
Lo que ocurre es que pronto nos desligamos de esta interconexión universal y solamente percibimos el nuevo cuerpo al que creemos per­tenecer.
Hay, sin embargo, una creencia poco estudiada y es aquella que considera que tenemos realmente la edad de nuestros pensamientos, y éstos siempre pueden mejorar, fortalecerse y hacerse únicos. Así que en la medida en que nuestros pensamientos se enriquecen con nuevas y continuadas experiencias, nuestra vitalidad cósmica se hace mejor y nunca envejeceremos. ¿Utopía? Quizá no.
Lo importante es decidir en qué edad queremos estar ahora a nivel mental, cuántico, y así deberían modificarse nuestras moléculas. A fin de cuentas, siempre somos la consecuencia de nuestros pensamientos. Si con ellos construimos nuestro futuro, no hay razón para no hacerlo más halagüeño. De este modo, si pensamos reiteradamente en el futu‑
ro y exigimos a nuestro cuerpo que nos permita llegar a cumplir nues­tros deseos aún no satisfechos, los millones de células corporales se sentirán impulsadas a no envejecer, como un padre que no desea en­fermar para asegurar el bienestar de sus hijos.
En una de mis charlas divulgativas dije a los asistentes que perso­nalmente había decidido llegar a cumplir 120 años y, además, con plenitud. Expliqué —para quienes esbozaban una socarrona sonrisa—que yo tomaba mis propias decisiones en todo, y una de ellas, la más intensa, era esa decisión de llegar más allá de la centena de años. Pues­to que no había un destino escrito allá arriba o donde quiera que fuera, yo era el artífice único de mi vida y deseos. Nadie decidía por mí, ni siquiera los médicos con su empeño en demostrarme que no era posi­ble llevar a cabo decisiones tan transcendentales.
A nivel biológico, con nuevos códigos en la transcripción y traduc­ción del genoma, podríamos crear organismos resistentes a todos los virus, pues si nosotros cambiamos el código de las células huésped, frustramos la capacidad del virus para replicarse y haremos al huésped inmune. Con la biología sintética podríamos reparar nuestros tejidos dañados y dirigir el crecimiento de nuevos tejidos para crear una nue­va función del cuerpo y para que interactúe con dispositivos electróni­cos.
La ingeniería del genoma quizá pueda regenerar las neuronas, o es posible que desarrollemos nano circuitos electrónicos capaces de mo­nitorear y estimular las neuronas de la memoria, antes de reemplazar­las. Apasionante, ¿verdad?
Así que una vez que hemos aclarado el caduco concepto del enveje­cimiento como ley universal, lo que a continuación mostramos, aun­que describe el proceso del envejecimiento común en los seres huma­nos, solamente habla de plenitud, longevidad y, si me permiten, de inmortalidad. Puestos a ser optimistas, por qué no creer en esta posi­bilidad. En nuestro recorrido veremos la descripción de las posibles causas del envejecimiento que los científicos mencionan, tantas que más bien parece que se limitan a especular y confundir. Y también
detallaremos los remedios químicos y naturales que la ciencia médica pone a nuestra disposición, aunque en nuestra opinión todos olvidan que el envejecimiento es esencialmente un proceso mental y, como tal, puede revertirse. No obstante, no se crea el lector que tiene ante sí una tarea fácil, pues es una labor en la que han estado inmersas todas las civilizaciones mundiales antiguas y presentes con resultados casi siem­pre desmoralizadores. Entre estos métodos están las terapias del alma y la mente; en consecuencia, el deseo de vivir.
Todo esto me ha permitido elaborar unas conclusiones que el lec­tor seguramente podrá aprovechar para conseguir, si no llegar a los 120 años, por lo menos prolongar sensiblemente el promedio de vida en el mundo, cifrado ahora en poco más de 80 o 90 años.

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