El efecto Biofilia (Clemens G. Arvay) Ed. Urano  ISBN: 9788479539436

El efecto Biofilia

Referencia: 9788479539436
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El poder curativo de los árboles y las plantas

PROLOGO DE RUEDIGER DAHLKE

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Intuitivamente advertimos que el bosque nos sienta bien. Sin embargo, lo que hasta hace poco era ante todo una sensación, ahora es corroborado por la ciencia. Las investigaciones en este terreno desvelan que la cadena sanadora entre el hombre y la naturaleza ejerce un efecto sobre las personas mucho más poderoso de lo que se pensaba. Así, sabemos que las plantas se comunican con nuestro sistema inmunitario, fortaleciendo las defensas del organismo, sin que seamos conscientes de ello; o que los árboles segregan sustancias invisibles efectivas contra el cáncer. Clemens G. Arvay no solo nos descubre el efecto «Biofilia», sino que además nos enseña cómo beneficiarnos de su influencia con la ayuda de determinados ejercicios en el bosque o en el propio jardín.

Clemens G. Arvay

Estudió Ciencias Biológicas y botánica aplicada en Viena y Graz. Es autor de numerosos libros que han alcanzado los primeros puestos en Alemania. Su obra se centra en la divulgación y refrendación científica del llamado «efecto Biofilia», un término que define los beneficiosos efectos que ejercen el bosque y las plantas en nuestro cuerpo y en nuestra psique.
Para que las plantas nos curen no es preciso prepararlas en infusiones, ungüentos, esencias, aceites, aromas ni tampoco en gotas o pastillas. Nos sanan a través de una forma de comunicación biológica que nuestro organismo capta y descifra. Cuando recorres la floresta, estás respirando un cóctel de sustancias bioactivas que actúa directamente sobre el sistema inmunitario e indirectamente, sobre el hormonal: la concentración en sangre de células NK, las más poderosas de los linfocitos, aumenta considerablemente. Nuestras defensas se vuelven más activas. La producción de proteínas anticancerígenas se dispara.
Pero el bosque no solo actúa sobre el cuerpo; también es un espacio singular para el alma. El efecto de plantas y paisajes en ciertas zonas del cerebro inconsciente disminuye la adrenalina, reduce la presión sanguínea y favorece la atención y la concentración. Podemos utilizar esa misteriosa conexión para sentirnos mejor psíquicamente, reducir el estrés y encontrar apoyo en las situaciones difíciles de la vida.
El hombre proviene de la naturaleza; se ha desarrollado en su seno y en interacción con esta. Clemens G. Arvay, uno de los mayores expertos en el «efecto Biofilia», te desvela los secretos biológicos de esta singular relación y las mejores estrategias para disfrutar al máximo de sus extraordinarios efectos.

  • Encuadernación: Rústica con solapas
  • Formato: 135 x 213
  • Páginas: 256

Indice

PRÓLOGO DE RUEDIGER DAHLKE
¡Biofilia!     11
EL EFECTO BIOFILIA
«Tenemos raíces y desde luego
no han crecido en el cemento»     21
LO QUE HILDEGARD VON BINGEN NO PODÍA SABER
Cómo se comunican las plantas con nuestro
sistema inmunitario, preservando así nuestra salud     25
El susurro de las hojas - ¿Tienen las plantas
la capacidad de comunicarse?     27
Mensaje de las plantas al sistema inmunitario: «Más linfocitos citolíticos naturales
y artillería contra el cáncer»     33
Consejos prácticos: cómo fortalecer
su sistema inmunitario en el bosque     43
El joker: la imaginación descubre
la atmósfera del bosque     48
LA NATURALEZA Y EL INCONSCIENTE HUMANO
De cómo las plantas y el paisaje se comunican con nuestro subconsciente, atenúan el estrés
y estimulan nuestra concentración     59
Las huellas neuronales de la historia de la humanidad     60
Sobre las estructuras arcaicas del cerebro     67
El joker de la evolución: reducción del estrés
en el cerebro reptiliano      71
El efecto sabana      79
El bosque, un espacio para el alma      86
Relajación completa en el seno de la naturaleza      89
Fascinación ante la naturaleza:
activar el cerebro en un modo nuevo     95
Meditar en la naturaleza — Concentración y atención     104
LA NATURALEZA: MÉDICO Y PSICOTERAPEUTA
Sobre el redescubrimiento del poder curativo
de la naturaleza     115
Salud psicosomática y ecológica     116
Los bosques ayudan contra la diabetes     120
De cómo la naturaleza alivia los dolores
y nos ayuda a sanar más deprisa      121
Cómo la experiencia con la naturaleza
puede aliviar nuestro estrés     124
Árboles, corazón y presión sanguínea:
la naturaleza como cardióloga     128
Las lecciones del entorno salvaje:
la faceta terapéutica de la naturaleza     130
La naturaleza, un paréntesis en la vida social:
la curación llega con un «estoy fuera»     135
Cuando las montañas y la luna
me enseñaron una lección     141
Convivir con otros en un entorno salvaje que cura      146
El sexo y la tierra: la naturaleza como terapeuta sexual      165
El «couch verde»     179
Curación espontánea junto a un río      183
El efecto Biofilia sin salir de nuestras cuatro paredes     188
TU HUERTO — TU SANADOR
De la fuerza sanadora de huertos y jardines     193
Los jardines hortelanos:
una fuente de inspiración, alegría y salud     194
Carrera o huerto: la experiencia de una mujer
que ha dado un giro a su vida     200
El ser humano y las plantas del huerto:
una relación milenaria     204
El jardín: espacio vital y zona de juegos para los niños      213
El oasis de Matusalén: un jardín para los ancianos     222
El jardín anticancerígeno:
un bosque con propiedades curativas en casa     226
La selección de hortalizas, frutales y hierbas aromáticas      232
El jardín: un puente hacia otro mundo. Morir en el jardín . .      244
GRACIAS     251

PROLOGO DE RUEDIGER DAHLKE
¡Biofilia!

Pocas veces una lectura resulta tan sorprendente, instructiva y grata como la de este maravilloso libro. De forma inesperada, Clemens Arvay ha consolidado científicamente muchas corazonadas que he tenido en la vida. Antes dormía a menudo en el exterior, si no en el bosque, al menos en la terraza; he escrito gran parte de mis libros al aire libre rodeado de plantas y siempre dejo vagar la mirada por el verde cuando mi mente hace una pausa en el curso de los pensamientos. En Bali me gusta el salón de mi casa, que en realidad es el jardín, con plantas tropicales divinas, acogedor y situado en plena naturaleza. TamanGa (Tatuan en Gamlitz), el nombre del centro que hemos fundado en la región austriaca de Südsteiermark, significa «jardín» en indonesio. Siempre quise ser jardinero y a menudo he tenido la convicción de que la floresta puede curar. Lo presentía, lo saboreaba en forma de batidos vegetales, y ahora lo corrobora también la ciencia. Esto me alegra profundamente y quiero manifestar mi agradecimiento a Clemens Arvay por su labor de divulgación de tantos y tan fabulosos efectos de las plantas, aunando su minuciosidad científica y competencia como biólogo con una gran sensibilidad.
Cuando en 1984 el mundo no solo no desapareció, sino que en Science, una de las revistas científicas más prestigiosas, aparecía un
estudio del profesor Roger Ulrich, percibí de forma intuitiva, ya siendo un joven médico de treinta y tres años, lo acertado que estaba Ulrich y lo erradas que estaban nuestras clínicas. Ulrich demostraba que el mero hecho de mirar el verde de los árboles por la ventana desde la habitación de un hospital aceleraba claramente la curación tras cualquier operación. El estudio satisfacía todos los imperativos científicos, por lo que sus resultados eran significativos. Así que Ulrich siguió investigando. Los pacientes del «grupo árbol» pidieron muchos menos analgésicos tras ser intervenidos quirúrgicamente y, en caso de necesitarlos, eran más suaves y su efecto más prolongado, ya que también disminuían las complicaciones durante el posoperatorio.
Incluso la presencia de una planta en una habitación ayuda a recuperar la salud después de las operaciones y reduce la necesidad de analgésicos. Pero en nuestras clínicas están prohibidas, naturalmente, por razones de higiene. El profesor Ulrich demostraba asimismo que hasta los documentales y las fotografías de la naturaleza ejercen un efecto beneficioso sobre los enfermos y alivian el dolor.
El personal clínico de todo el mundo ha recogido observaciones semejantes, y sobre todo en las clínicas geriátricas. Cuando estos pacientes pueden salir al jardín necesitan menos analgésicos y antidepresivos. Y, a pesar de todo, nuestros achacosos hospitales se siguen aferrando a viejos esquemas con argumentos absurdos.
No obstante, tal como expone el autor de este libro de una manera tan afortunada, es esperanzador que existan incluso médicos como el profesor Qing Li, expertos en medicina del bosque. Me consternaba la idea de que los trabajos de Ulrich pudieran pasar desapercibidos, dado que el eje actual de la medicina facultativa está orientado casi por completo a optimizar los beneficios económicos de las grandes farmacéuticas. Sin embargo, el profesor Li consiguió demostrar, con análisis de orina, que el aire puro reduce de forma duradera el cortisol y la adrenalina, las hormonas del estrés. Un día en el bosque reducía la secreción de adrenalina casi
en un 30 %, en el caso de los hombres; y el segundo día llegaba
incluso a un 35 %. En cuanto a las mujeres, el primer día descendió más de un 50 %, y el segundo día más del 75 %, comparado con los
valores iniciales. ¿Qué psicotrópicos causan efectos semejantes? A modo de comparación, un paseo por la ciudad, en cambio, no aporta nada positivo.
Además, entretanto, se ha constatado que la atmósfera del bosque activa el nervio vago, impulsor del sosiego y la regeneración.
Responsable de la relajación y la recarga de nuestras reservas físicas y anímicas, representa el polo femenino arquetípico del sistema nervioso vegetativo.
Los científicos japoneses que investigan la terapia tradicional propia de su país, conocida como shinrin-yoku o baño de bosque,
parten de la idea de que al actuar sobre el sistema nervioso intestinal y las hormonas del estrés el efecto de apaciguamiento sucede tanto a través del plano anímico como a través de los llamados terpenos, utilizados por las plantas para comunicarse.
Personalmente, hasta la fecha había considerado factibles las capacidades comunicativas de las plantas, aunque solo en un sen-
tido espiritual. De hecho, hace algunos años nuestro jardinero en
TamanGa, Paul Brenner, ya relataba que él y su mujer, Gerti, se comunicaban conscientemente con estos seres vegetales; estaba
convencido de que las plantas cultivadas sabían igualmente cuáles
eran las necesidades de ambos, y sin duda alguna le creí. En este sentido, el trabajo en la huerta y una buena relación con los fruta-
les y las hortalizas sería un paso fundamental para obtener alimentos más saludables y ricos en nutrientes. Asimismo, observar la satisfacción que les deparaba el trabajo con las plantas en los jardines de TamanGa y la buena salud de la que ambos gozaban, hizo despertar en mi interior la actitud científica del médico escéptico.
Aunque en realidad ya había tenido ocasión de comprobar en la campiña escocesa de Findhorn que, a pesar de un suelo pobre y arenoso muy poco apropiado, allí se daban frutos inusualmente grandes y hermosos sencillamente porque aquellas plantas se comunicaban con las devas, los «espíritus de las plantas».
Cuando le pregunté a un chamán y curandero peruano cómo sabía que era preciso mezclar un psicotrópico de efecto alcaloide, como la chacruna, con un inhibidor de la monoaminaoxidasa (IMAO), como la ayahuasca, para evitar la degradación de la primera en el estómago, me dijo espontánea y abiertamente que se lo había preguntado a las plantas. Más adelante, cuando me envió a la selva en busca de plantas sagradas para mi viaje, me aseguró que estas me llamarían. Pero no hablaron conmigo, como ya sospechaba.
Gracias a este libro sobre el efecto Biofilia, ahora al menos tengo pruebas de que las plantas se comunican a través de feromonas, es decir, sustancias aromáticas, así como por los crujidos de sus raíces, inaudibles para el oído humano; también sé ahora que un bosque es un ser vivo que se comunica entre sí ininterrumpidamente y donde todo está interrelacionado. A menudo rememoro con retrospectiva la experiencia en la selva: ¿qué planta inteligente hablará ya con los médicos, de acuerdo a una base científica?
Desde hace mucho tiempo sabemos que los seres vivas son capaces de ejercer un efecto sanador por sí mismos. De hecho, Paracelso ya decía que la compañía y el amor eran remedios primordiales para los seres humanos. Personalmente, también he podido corroborar la capacidad de los animales para curar, gracias a nuestra gata Lola, que «trabajaba» con nosotros en la sala de espera: siempre iba a sentarse junto a la zona enferma de los pacientes y, una vez allí, ronroneaba con fuerza. Asimismo, el profesor estadounidense James Lynch ha demostrado científica mente que los perros resultan de gran utilidad terapéutica para los pacientes hipertensos.
Que nuestro ser vivo «bosque» posea capacidad para comunicarse lo sabemos gracias a un grupo de científicos coreanos y japoneses. Estos han aportado pruebas de que los paseos por el bosque y sobre todo el contacto vivencial con la naturaleza hacían disminuir la presión sanguínea y reducían la frecuencia cardiaca. Por el contrario, el contacto vivencial con la ciudad provoca más bien un aumento de la presión sanguínea. Este libro nos brinda las explicaciones al respecto.
Pero la serie de prodigios comprobados científicamente no acaba aquí. El efecto curativo de la energía verde, de la que Hildegard von Bingen era una auténtica entusiasta en su tiempo, ahora surge ala luz de la investigación moderna. Está demostrado que las estancias en el bosque fortalecen nuestro sistema inmunitario, lo que se deduce del aumento de los llamados linfocitos citolíticos naturales («células asesinas»), siendo incluso más activos en este entorno.
En naturopatía se sabe, hace ya una eternidad, que las plantas curan. Asimismo, desde hace seis años estamos viendo con la peace-food que la alimentación integral a base de hortalizas puede mejorar innumerables cuadros clínicos considerados hasta muy graves, como el cáncer y los trastornos cardiacos, y en ciertos casos hasta curarlos. Pero que nos ayuden a sanar por sí solas, sin necesidad de ingerirlas, es una primicia que he acogido con entusiasmo tras leer a Clemens Arvay, aunque sin duda en la aromaterapia ya se daba por sentado.
Arvay aporta pruebas de esta comunicación biológica y curativa en varios planos, como es el del inconsciente o el del sistema inmunitario. Las plantas se entienden con nosotros a través de moléculas.
Una vez hasta tuve ocasión de experimentarlo, aunque en aquel momento no lo comprendí. Antes de las fiestas de Navidad
tenía la costumbre de desplantar nuestros árboles con la intención de devolverlos a la tierra después. Sin embargo, una vez cogí uno con dos troncos que nadie quería. No llevaba ni un año plantado en nuestro jardín cuando me llevé la sorpresa de que uno de los troncos, hasta entonces del mismo grosor, se torcía lateralmente convirtiéndose en una rama. La cuestión relativa a cómo las células habían participado en aquella bifurcación de dos metros, teniendo en cuenta que un abeto suele tener solo un tronco y que además este había preferido ladearse para acabar siendo una rama, es algo que nunca ha dejado de inquietarme después. Una posibilidad era pensar en los campos morfogenéticos aquí o allá; pero, aun así, según mis ideas de entonces, las plantas no podían ver. Ahora sé que son capaces de oler a su manera, cosa que hacen sin nariz siquiera. Así es como las plantas se avisan entre sí ante la llegada de enemigos y producen los anticuerpos más adecuados en función del tipo de agresor. Incluso llaman a su lado a otros animales en su defensa que puedan devorar a los agresores, como veremos en este libro.
El libro de Clemens Arvay atesora sin duda los misterios más sorprendentes. El lector entra en contacto con la terapia del bosque y se entera de que las copas de los árboles son centrales emisoras, que el aire puro contiene «terpenos anticancerígenos», fortalecedores del sistema inmunitario, y que respirar allí tiene el efecto de un elixir curativo. La idea de que un solo día en una zona boscosa redunde en el aumento de un 40 % más de linfocitos citolíticos naturales en la sangre de media, dejará a cualquier médico desconcertado, puesto que no se tienen noticias de ningún recurso que consiga semejantes resultados. Quien pasa dos días seguidos en un bosque puede hacer aumentar sus linfocitos citolíticos en más de un 50 %. Estar un solo día en el bosque basta para tener, durante otros siete, más linfocitos citolíticos que antes en la sangre. Tras unas breves «vacaciones campestres» de dos o tres días, el número de linfocitos citolíticos continúa siendo elevado incluso un mes entero. Cuando pienso en todo cuanto son capaces de conseguir los linfocitos citolíticos naturales, y que además la terapia del bosque no solo eleva su número sino también su rendimiento en más de un 50 %, sencillamente me parece increíble. Al resultar fortalecidas por la acción de la floresta, pueden mantener alejados a más virus de nuestro organismo, evitar con más eficiencia la aparición del cáncer y combatir los tumores que ya se hayan formado. Ante todo esto, solo se me ocurre evocar la «magia del bosque» y me resulta muy grato escribir estas líneas desde mi pequeño bosque tropical.
Tal como se demuestra científicamente, el aire puro es, en definitiva, un remedio fabuloso y también el más natural que conocemos. Así que nadie debería sorprenderse cuando los investigadores japoneses aportan pruebas de que en las zonas boscosas muere menos gente de cáncer.
En el libro de Arvay también se describe con mucho acierto cómo nuestra psique está conectada estrechamente con nuestro sistema inmunitario y de qué forma actúa sobre este, como ya se demostró hace tiempo. En psicoterapia trabajamos desde hace tiempo la influencia que la fantasía y las imágenes de nuestro inundo anímico ejercen sobre el sistema inmunitario para explorar la sombra; no obstante, en el futuro sería oportuno dejar esta tarea en manos del bosque, reconociendo como psicoterapeuta a la Madre Naturaleza.
El autor expone además otras muchas bondades de las plantas y los paisajes naturales, que, sin duda, exceden el propósito de un prólogo. Así ha surgido también un libro singular de terapia natural con numerosos consejos y ejercicios, todos ellos valiosos. Al mirar hacia atrás todavía me conmueve haber fundado el centro de terapias curativas de Johanniskirchen en Rottal, la región más boscosa de toda Alemania; y también el de TamanGa, en la Tos-cana de Estiria, donde el paisaje natural y los cultivos se entrelazan de modo singular. Esta lectura ha acrecentado aún más mis deseos de tener una casita en un árbol.
Este libro debería revolucionar la medicina, como personalmente esperaba que sucediera con el mío de peace-food. Sin embargo, en su camino se opone el poder de los consorcios que controlan la medicina, la política y los medios de comunicación. Aun así, gracias a sus innumerables lectores, peace-food ha llegado a muchas personas que hoy están labrando sus propios campos. Para comer bien, no se necesitan profesores de medicina, sino ante todo comida integral y vegetariana saludable; ni tampoco que un médico de cabecera nos recete los terpenos del aire del bosque. Basta con decidir dar un buen paseo por la floresta. Estoy convencido de que cuanto menos nos ocupemos de los alcaloides estrictamente (patentables y, por tanto, interesantes para la industria farmacéutica) y más de la planta en sí, los terpenos solo serán la primera revelación entre muchas otras que todavía siguen ocultas en el aire del bosque. Uno de los pilares de mi último trabajo titulado «Geheimnis der Lebensenergie» [Secreto de la energía vital] se sustenta en confirmar que el todo siempre es más que la suma de sus partes. La energía vital del bosque como tal nos fortalece. También en algún momento será posible medir que la permanencia en un entorno salvaje es más saludable que uno poblado solo de píceas de criadero.
Y, en otro momento, reconocemos una vez más que la Madre Naturaleza hace las cosas bien, que solo tenemos que escucharla e ir en su búsqueda. Pero lo más fabuloso es que siempre está ahí para nosotros; no cuesta nada y nos brinda grandes dádivas. Es el mejor médico, extremadamente juiciosa como pocos, de orientación holística, hermosa y además capaz de obrar milagros.
¡Le deseo a este libro tanto éxito como árboles hay en los bosques y otros seres sutiles sobre la capa de la Tierra!
Ruediger Dahlke, TamanGa, marzo de 2015. Dr. Ruediger Dahlke
Trabaja como médico desde hace 38 años, director de seminarios e instructor. Ha escrito numerosos superventas sobre temas relacionados con la salud y es el fundador de la psicosomática integral.
EL EFECTO BIOFILIA
Tenemos raíces y desde luego
no han crecido en el cemento
«Este es mi árbol del talento, como yo lo llamo —decía Michael Jackson—. «Porque me inspira.» El rey del pop hacía un recorrido por su propiedad con un periodista de la cadena británica ITV2. Michael Jackson prosiguió: «En general me gusta subirme a los árboles, pero este es mi predilecto. Trepo hasta arriba y desde allí dirijo la mirada hacia sus ramas. ¡Me encanta la vista! Me brinda tantas ideas... En este árbol he escrito muchas de mis canciones. Heal the World surgió en este árbol, Will You be there, Black or White, Childhood y muchas otras». El cantante estaba entusiasmado mientras decía esto.
El reportero miraba escéptico hacia la parte alta del imponente árbol y le preguntó incrédulo: «¿Está diciendo en serio que se sube a este árbol?»
Michael Jackson señaló hacia la copa y dijo: «Las ramas tienen diferentes funciones. Aquella robusta y horizontal de allí es como una especie de asiento». Acto seguido, echó a correr y empezó a trepar por aquel árbol, sonriente, con la ligereza de un niño. Cuando llegó arriba se acomodó y extendió la vista sobre el
parque y sobre las robustas ramas situadas por debajo de él. Estaba meditabundo.'
Ciertamente, aquel vetusto árbol de corteza áspera le había servido de inspiración para escribir algunos de los éxitos musicales más conocidos de nuestra época. Michael Jackson se sentía cautivado por la naturaleza, le daba alas; algo en su interior anhelaba el contacto con los árboles.
Andreas Danzer, músico, periodista e hijo del cantante austriaco Georg Danzer, también conoce por experiencia la fuerza inspiradora de la naturaleza. De su infancia en España ha conservado en su recuerdo un lugar en la costa donde solía buscar refugio. Desde un acantilado junto al mar podía ver la tierra firme marroquí al otro lado de las aguas. «Me sentaba allí cuando necesitaba tranquilidad o cuando caía en una crisis. La gigantesca pared rocosa caía a pico hasta el mar.» Todavía hoy Andreas rescata a veces del recuerdo aquel escenario de su infancia, «igual que otros respiran hondo o cuentan hasta diez para superar un momento de estrés». Es capaz de recordar cada detalle del acantilado. Eso le ayuda siempre.
Cuando Andreas Danzer enfermó en el año 2011, la energía sanadora de la naturaleza acudió en su auxilio. Estuvo medio año en el hospital a causa de una tuberculosis pulmonar. Al principio no le daban permiso para abandonar su habitación y, además, tampoco podía porque estaba demasiado débil. Pero poco después empezó a caminar por una zona natural cercana con el consentimiento de los médicos. Acostumbraba a sentarse sobre un viejo tocón en el lindero del bosque. «Siempre había una familia de ciervos —dijo—. Al principio se quedaban a una distancia prudente, pero al cabo de una o dos semanas habían aceptado mi presencia y se acercaban. Sentado allí entre ellos me sentía como Dian Fossey en Gorilas en la niebla. Andrea notaba que, a pesar de la enfermedad, cada vez que iba al bosque a visitar a la familia de ciervos se sentía menos abatido. «Recobraba la esperanza y generaba fuerzas renovadas para superar la enfermedad. Los animales y el bosque en sí me fascinaban; y le prestaba menos atención a determinados síntomas físicos. A mis pulmones le sentaba bien el aire fresco y, después de estar postrado en una cama una temporada, el movimiento me ayudó a recuperar músculo. Cuando subía a la montaña para llegar a mi sitio, sudaba y con ello eliminaba las toxinas de los medicamentos, por lo que también disminuyeron los efectos secundarios. Conforme recuperaba las fuerzas físicas y anímicas surgió una relación entre la familia de los ciervos y yo.»
Andreas Danzer se vio propiamente como parte de la naturaleza y del gran ciclo de la vida. Está convencido de que «cada persona siente en su interior la pulsión de acercarse a la naturaleza. Tenemos raíces y definitivamente no se desarrollan en el asfalto».
A este anhelo del hombre por convivir con la naturaleza, Erich Fromm, el psicoterapeuta y filósofo que vivió entre 1900 y 1980, lo llamó biofilia. Es el amor del ser humano por la naturaleza, por lo viviente. El concepto biofilia es originario del griego y significa literalmente «amor a la vida».
Tras la muerte de Erich Fromm, el biólogo evolucionista Edward O. Wilson, profesor de la Universidad de Harvard, volvió a emplear este concepto para plantear la hipótesis biofilia. Wilson se refirió a la «necesidad del hombre de conectarse con el resto de seres vivos». Se trata de nuestro vínculo con la naturaleza, del resultado de un largo proceso evolutivo de millones de años. El hombre proviene de la naturaleza, se ha desarrollado en su seno y en interacción con esta. Por eso debemos contemplarlo como parte de esta, al igual que el resto de formas de vida. Sobre nosotros actúa la misma fuerza vital a la que están sujetos los animales y las plantas. Somos parte de la red de la vida, de la «Web of Life», tal como lo formulaba Edward O. Wilson.
El efecto Biofilia aparece cuando nos conectamos con nuestras raíces y estas no han crecido en el asfalto, como tan oportunamente señala Andreas Danzer. El efecto Biofilia alude a la experiencia con la naturaleza y el medio salvaje, significa belleza natural y estética, desapego y curación. De eso trata este libro.

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