El éxito vital, por María Novo. Ed. Kairós

El éxito vital

Referencia: 9788499885490
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Apuntes sobre el arte del buen vivir

El éxito vital no es una meta sino una forma de caminar

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María Novo nos presenta una innovadora forma de éxito: hacer de cada vida una obra de arte. No se trata de realizar algo deslumbrante, sino de un proceso a nuestro alcance, para el que no hace falta ser genios ni héroes sino recorrer los caminos que nos hacen artífices de nuestro destino, que nos invitan a ser dueños de la propia vida, a soñarla y darle forma, poniendo en juego la imaginación y la creatividad, el coraje y la lucidez. En esto consiste el éxito vital.

En las sugerentes páginas de este libro la autora nos ofrece reflexiones y propuestas para caminar hacia el buen vivir –un modo de ser como nos soñamos– con los materiales frágiles e inseguros que nos proporciona la vida diaria.

María Novo

es escritora, poeta y conferenciante. Es doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación. Ha publicado 26 libros entre los que se incluyen tratados y ensayos, narrativa y poesía, con obra traducida a varios idiomas. Preside la Asociación Slow People (gente que quiere ir más lenta por la vida) y dirige el Proyecto Ecoarte para la integración de la ciencia, el arte y el medio ambiente. 

  • Páginas: 216
  • Tamaño: 13 X 20

Sumario

Introducción:
El éxito vital no es una meta sino una forma de caminar    9

1.    Preguntarse ¿por qué no?    25
2.    Vivir al menos una pasión en nuestra vida    39
3.    Si tenemos un amigo tuerto, mirarlo de perfil    53
4.    Confiar en lo improbable    65
5.    Aprender a vivir en el silencio y la soledad    77
6.    No armar un tango donde hay un bolero    89
7.    Establecer las prioridades de la mano de los sueños 101
8.    Ser jóvenes durante toda la vida    115
9.    Cambiar la lente para cambiar la mente    129
10.  Aprender de las mujeres    143
11.  Agradecer los dones que recibimos a diario    157
12.  Estrenar sonrisa y buen humor cada mañana    169
13.  Cuidar de los otros sin dejar de cuidar de nosotros    181
14.  Manejar con cordura nuestro tiempo    193

Epílogo: la belleza del éxito vital    207
Agradecimientos    213

Introducción:
el éxito vital no es una meta sino una forma de caminar

Abordar la escritura de este libro sobre el éxito ha supuesto para mí un cierto desafío. El concepto de éxito, en nuestras sociedades, está muy focalizado en los aspectos profesionales y económicos, ligado a la fama, y rara vez se vincula con la experiencia de serenidad y disfrute de una vida con sentido. Sin embargo, una observación atenta nos dice que la forma de «triunfo» basada en el reconocimiento externo y social muchas veces resulta engañosa. En la necesidad de concentrar toda la energía en una dirección, deja de lado vivencias y tiempos que son el abrigo cordial de nuestra vida diaria: esos momentos de afectos, encuentros y conexión con nuestras ilusiones per­sonales que tanto valor tienen cuando miramos hacia dentro o hacia atrás.
Esto no significa que personas famosas o con reconoci­miento social no puedan, al mismo tiempo, desarrollar un éxito vital. Es más, algunas de ellas tienen la capacidad de emanar una mirada positiva sobre el mundo, irradiar energía, sentido del humor... Bienvenidas sean. El paisaje de las his­torias personales es multicolor, pero el buen vivir de cada uno de nosotros se nutre no solo de los aspectos externos —aunque también—, sino, sobre todo, de la riqueza de afectos y viven‑
cias que cada persona cosecha a lo largo de su existencia. Así que hablar de todo ello exigía, en mi caso, cierta cautela que me llevó al ejercicio previo de escuchar y preguntar, para no enfocarlo nunca desde una sola mirada —la mía—, sino para intentar abrir el concepto de éxito a las diferentes concepcio­nes y trayectorias del mosaico humano que conforma nuestras sociedades.
Una larga serie de entrevistas, en los meses anteriores a esta escritura, me llevó así a enriquecer y matizar mi visión con la de hombres y mujeres, jóvenes y mayores, que generosamente me desnudaron un poco su alma en un ejercicio de confianza y complicidad. Por eso este libro tiene algo de obra coral, es como si el tono transparente de las historias que he podido conocer se conjuntase de pronto en un reflejo de agua. Porque esta pequeña obra no son las historias, pero ellas, como el agua del río o el estanque, han hecho posible que el reflejo de la luz produzca la transparencia de la palabra.
Eso me ha permitido poner el foco de atención no solo en mis ideas o experiencias, sino también en las de personas de diferentes edades y estatus social, algunas claramente exitosas según los cánones de nuestra cultura, y otras totalmente anó­nimas, pero que reúnen en su vida el difícil maridaje de todo proyecto vital con la felicidad. En ambos casos, personas que han sabido superar dificultades para cumplir su vocación, en­contrar su destino y encaminarse hacia él sin miedos.
Los entrevistados han ido confirmando poco apoco mi intui­ción primera: nuestra realización como seres humanos únicos, irrepetibles, incluye los logros profesionales, artísticos, socia­les, familiares, pero lo importante es saber que no se queda en ellos sin más. Es preciso pasarlos por el tamiz de la cordura, por la vara de medir de la sencillez, por la claridad estimulante del sentido del humor mezclado con el sentido del amor. Un éxito vital puede convivir con toda clase de triunfos externos, pero también con lo que socialmente se consideran fracasos. Es el aprendizaje de transitar por la existencia con o sin aplausos, da lo mismo, pero con la alegría interior de saber que estamos cumpliendo aquello que da sentido profundo a nuestras vidas.
Lo primero que he aprendido en este proceso es la senci­llez del éxito vital. Sencillez que no anula, sino potencia, las posibilidades de una vida en plenitud. Somos seres capaces de imaginar y de crear. Los caminos del éxito están a nuestro alcance. Para recorrerlos no es preciso ser héroes ni hacer un gran esfuerzo; solo poner atención en lo que la vida nos trae, aplicar la intención a nuestros proyectos y vivir con un cierto desapego los resultados. Y, por supuesto, llevamos bien con esos pequeños duendes que se deslizan a diario por las paredes del alma para darle color a las ideas, a la vida cotidiana y a los proyectos y esperanzas que emergen al paso de los días.
Decía un eslogan del movimiento 15-M que el que no ten­ga sueños se disponga a tener dueños. Y así es, en gran parte, porque la desnudez de la vida y su misterio requieren que saltemos a diario sobre las dudas y los escepticismos y que nos abracemos a horizontes en los que sea posible cultivar la parte poética de la existencia, esos momentos en los que sentimos,
aunque sea por un instante, que somos o podemos ser como nos soñamos.
Cada persona tiene sus claves, un modo peculiar de oscilar y de corregir el rumbo cuando procede. Cada ser humano ca­pea los vientos a su manera... Pero todos podemos aprender a usarlos como hacen los navegantes a vela: a nuestro favor. Ese es el aprendizaje del éxito vital. No tanto el de correr detrás de nada, sino el de conocer nuestras fortalezas, estar atentos al entorno, y avanzar cuando hay viento favorable, resguardán­donos en los días de lluvia.
En este proceso, cualquier progreso hacia fuera se nutre necesariamente de nuestra armonía interior, de esos milímetros de intimidad que pueden ser cultivados o ahogados cada día. Depende no solo de las ideas y valores que podamos apren­der, sino, sobre todo, de la capacidad de amar que podamos desarrollar. De ese modo, lo externo y lo más íntimo dialo­gan necesariamente para orientar a ese frágil e inconstante ser humano que lleva nuestro nombre... Y es este diálogo el que va otorgando identidad a lo que soñamos y lo que hacemos.
La mayor parte de nuestros proyectos vitales son inmate­riales (amar y ser amados; estar en paz con nosotros mismos; que los seres queridos no se marchen de esta vida antes de tiempo...). Esa inmaterialidad hace que, con frecuencia, no los enmarquemos en las paredes de nuestras habitaciones interio­res, releguemos su importancia y vayamos archivándolos en esos espacios a los que llamamos «vida no cumplida» (cuando lo mejor sería denominarlos «vida por cumplir»).
Sea como fuere, casi siempre esos anhelos responden a una de estas dos cuestiones: ser felices y hacer felices a los que nos rodean. La forma en que sepamos encontrar un equilibrio entre ambas será la clave de nuestro buen vivir, de una manera de encarar el mundo que aúne el proyecto propio y la respon­sabilidad colectiva. Porque no se trata, tan solo, de cumplir con nuestro propósito en la vida, sino también de ayudar a otros para que cumplan los suyos. Esa es nuestra señal de humanidad, de pertenencia a un grupo que ha crecido gracias a la cooperación.
Difícil, desde luego, el tema de la felicidad, tan escurridiza y llena de vaivenes, tan diferente para cada ser humano..., en medio de unas historias personales siempre oscilantes entre momentos de tinieblas y espacios de celebración festiva... Nos preguntamos si es posible ser felices en ambos casos, con lealtad a nuestro proyecto de vida. Y la respuesta es algo que ha de construir cada uno..., si bien vamos descubriendo que esa felicidad íntima, cosechada entre la lucidez y la ilusión esperanzada, es la que nos aproxima al éxito vital. Y no, como nos dicen tantas veces, que es el éxito social o económico el que trae la felicidad.
Cada uno de nosotros es un artista en potencia, pero no a todos nos han enseñado que el arte con minúsculas se cultiva antes que nada en el terreno propio del ánimo y el desánimo, de los deslumbramientos y los días grises, de las utopías y las puertas cerradas... Sin embargo, es ahí, con esos materiales irregulares y toscos muchas veces, donde hemos de ir cons‑
truyendo el arte del buen vivir. Abriéndonos sin prejuicios a las ocasiones estimulantes; amparándonos con sencillez en las pequeñas certezas, que son como mojones en el laberinto de incertidumbres que es nuestra existencia: la certeza de que al­guien nos ama, la evidencia de que hemos amanecido de nuevo esta mañana y podremos vivir este día como una ocasión para mirar alrededor de forma positiva y creativa. Porque la alegría o la esperanza, esos componentes esenciales del éxito vital, no llegan desde fuera, sino, más bien, se construyen a diario desde la lente con la que enfocamos el mundo.
Somos seres que imaginan y vislumbran lo inédito. Pode­mos mejorar el mundo y mejorarnos. Para ello debemos estar dispuestos a afrontar el misterio, esa parte de la vida a la que solo se accede desde la intuición, la curiosidad, la ruptura del pensamiento convencional... La creatividad alumbra todas las primaveras de cada existencia cuando se le cede el paso. Y los otoños. Y los inviernos... Es como una antorcha que se enciende cada vez que le damos una tregua a lo establecido, a las rutinas que amenazan con aplastarnos, a los pensamien­tos negativos que nos dicen que algo es imposible. Somos los artífices de nuestro éxito, pero no porque hayamos decidido correr tras él, sino porque hemos aceptado abrirle paso cuan­do llega revestido de oportunidad o en forma de desafío. Para ello se necesitan lucidez y coraje, pero también imaginación, mucha imaginación...
El hombre o la mujer creativos perciben con humildad y atención no solo lo visible, sino también lo invisible, lo que está pero no se manifiesta. Han aprendido a mirar y a escuchar. Saben disculpar los errores y apreciar los aciertos, incluso los propios, pero ven ambos desde una cierta distancia, con la pers­pectiva con la que lo haría un dios misericordioso. Confían, por tanto, en aprender a encontrar la belleza dentro del dolor, la presencia en medio de las ausencias, la palabra iluminando los largos silencios...
La creatividad no es un don exclusivo de los artistas ni re­quiere cualidades especiales. Está en todo ser humano que se atreva a hacerse la pregunta ¿por qué no? y no se conforme con la primera respuesta. Es una llama que nos aproxima al fuego interior que transporta cada persona. Es, con sus glorias y desencantos, la fuente inspiradora de cualquier revolución personal o colectiva. Porque su fuerza motora —la imagina­ción— nos permite vislumbrar lo desconocido a partir de lo conocido, en un ejercicio intuitivo que es uno de los rasgos distintivos de nuestra especie.
Cuando la imaginación se alía con la ética, nuestro senti­miento de pertenencia a un grupo se ensancha con proyectos colectivos, con el desarrollo de una mirada solidaria que nos lleva a preguntarnos por el otro, por el que sufre o pasa hambre, por el viajero desconocido de este largo trayecto al que llama­mos vida. Y así descubrimos la desolación y la desesperanza en ojos ajenos, la pérdida de derechos, el resonar del hambre o del dolor en otros rostros. Ante lo cual no vale darse la vuelta, sino comenzar cuanto antes con la estrategia del colibrí, que está al alcance de todas las manos.
Cuenta el mito que un colibrí volaba por el bosque cuando, a lo lejos, observó un incendio. Entonces se bajó rápido hacia el río y comenzó a llevar agua en su pico y a echarla sobre el fuego. Alguien que lo vio se puso a reír y le dijo: ¿te das cuenta de la pequeñez de tus acciones? A lo que él respondió: sé que lo que hago es poco, pero si no lo hiciese, este poco quedaría sin hacer...
Así nosotros, buscadores de éxitos grandes y rotundos, tal vez tengamos que empezar a comprender esta humilde dimensión del éxito que consiste en no dejar de hacer aquello que nos sea posible, por muy pequeño que resulte, para aliviar el dolor de un mundo que sufre. También para celebrar las excelencias y regalos de la vida allí donde se encuentren. En este sentido, una de las claves de nuestro buen vivir será preguntarnos, ante una situación que nos reclama, qué cosas sabemos o podemos hacer bien, co­nocer nuestras fortalezas y ponerlas al servicio del bien común.
Una actitud así requiere aprender a cambiar. Generalmen­te, cuando se nos plantea un conflicto con nuestro entorno, esperamos que sean los otros los que cambien. Sin embargo, pocas veces nos preguntamos en qué podemos cambiar noso­tros. Habituados a defender lo propio, perdemos la oportunidad de explorar la ruta de la diversidad, el valor de lo diferente, la experiencia de amar sin comprender, de ser solidarios pese a las discrepancias, de ejercer la confianza mutua sin caer en algunos prejuicios...
Un mundo mejor puede hacerse real cuando dejamos a la sociedad unos hijos que son buenas personas, sanos, útiles, felices y libres... Cuando contribuimos a remediar un proble­ma social... También, como se dice en un hermoso poema de Borges, cuando cultivamos nuestro jardín, ese terreno interior en el que florecen o se agostan las semillas del sueño y la vigilia, de la dicha y la penuria, de la razón y la intuición...
Nuestro éxito vital es tan sencillo como queramos enten­derlo. Se asienta en la ética del trabajo honrado y bien hecho, en la experiencia de darle un sí a la vida cuando esta es una celebración y también cuando algo se derrumba a nuestro paso. Consiste en saber que el destino no es algo inamovible, es tan solo una convocatoria que abre las puertas a la duda y al cora­je, al orden y a lo caótico, al monólogo o a un fértil diálogo... Está en nuestras manos elegir, estrenar la sonrisa pese al mal tiempo, resguardarnos en el silencio para tomar fuerzas..., para dejar, al fin, que la vida nos despeine, saludando al cambio como una fuerza vivificante.
Y aprender a confiar. No tanto por las certezas que ten­gamos, sino por la terca voluntad de seguir hacia delante, de caminar en la luz y también a través de la oscuridad, alimen­tados por el asombro, esa voz íntima y profunda con la que entonamos nuestro canto a la vida. Porque la buena noticia es que no estamos predeterminados, que en cada uno de nuestros actos caben la prudencia y el riesgo, y que la esperanza es tan legítima como cualquier exilio de desesperanza.
Algunos nos dirán, engañosamente, que el éxito consiste en «ser importantes». Pero nosotros habremos aprendido que un éxito vital requiere algo tan sencillo como ser importantes
para los que nos importan: la familia, los amigos, los colegas de proyectos e ilusiones..., aquellos que superan con nosotros los aprendizajes y se abren camino a nuestro lado... Necesi­tamos saber que ellos nos aman y nos aceptan, no solo por nuestras virtudes, sino también por nuestra fragilidad e imper­fección. Si esa aceptación se hace real, habremos encontrado en ella los pilares sobre los que cimentar cualquier otro avance material o inmaterial.
Porque este éxito del que venimos hablando no es un juego, ni tampoco una conquista de algo lejano. Es el sencillo resul­tado de haber aprendido a vivir agradeciendo los dones que recibimos cada día, desde la convicción de que somos seres muy dependientes, seres que no podrían existir sin las dádivas generosas de la naturaleza y la compañía, perfecta o imperfec­ta, de quienes cultivan con nosotros el terreno de los sueños.
El éxito vital radica en el arte del buen vivir. Apunta a una ética de lo suficiente, a una cierta sobriedad alegre en nuestras vidas, apuntaladas más por los afectos que por la posesión de las cosas. Se cultiva en medio del buen humor, de la mirada positiva sobre el mundo. También en un sentimiento profundo de pertenencia a la familia humana, de compasión por los que sufren, de capacidad para cultivar y fortalecer la comunidad de la que formamos parte.
A nuestro yo melancólico y enfermo, a ese que le han conta­do que todo consiste en consumir, en tener más, en desplazarse cada vez más lejos o vivir siempre a resguardo..., a ese yo melancólico le cuesta, a veces, dejarse sorprender por la ale­ gría, apuntarse a la celebración, al asombro ante el misterio... Dejamos que pase la ocasión delante de nosotros y seguimos distraídos, sin verla, mirando hacia las pequeñas «recompen­sas» materiales que los poderes nos señalan.
Querríamos, ilusoriamente, que la felicidad fuese una cosa vendible, atrapable, y apareciese de golpe, sin hacer nada, como el simple cumplimiento de un deseo. Y no sabemos, no queremos reconocer, que el éxito es algo íntimo y profundo, imperfecto y provisional, que nunca estará conseguido del todo. No es un estado estable, sino una sinfonía que se va desarrollando paso a paso.
Como advertía el filósofo Alan Watts: no se interpreta una sinfonía solo para llegar al acorde final. Así que entonarla cada mañana, ir construyéndola poco a poco, con avances y retrocesos, en lo grande y lo pequeño, es tarea para toda una historia personal. Nosotros somos sus artífices y la vida jugará a nuestro favor si nos comprometemos con ella. No es preciso dar grandes saltos ni hacerse trapecista para alcanzar las me­tas... No es trabajo de héroes sino de seres humanos.
Todos podemos ser exitosos en el plano vital, el más íntimo y específico de cada persona. Los caminos del buen vivir no son únicos ni lineales, no se recorren necesariamente uno tras otro. Bien al contrario, se trata de pequeñas sendas, trayectos que se bifurcan, que componen en su conjunto un mosaico de lugares abiertos a la sorpresa y al asombro. Unas veces ele­giremos rutas frondosas, esenciales para nuestro ánimo, y en otras ocasiones necesitaremos la paz y el silencio de una vereda
desnuda en la que posar el alma o el eco de la soledad. Lo im­portante es conocerlos en su amplitud y diversidad, disponer de un pequeño «mapa» general, sabiendo que es precisamente en el entrecruzamiento de un camino con otro, en esa forma que tienen de atravesarse y abrirse paso entre sí, donde encontra­remos el buen vivir. Porque este no es un objetivo final, más bien se nos va presentando en el proceso mismo de caminar. Por eso, este libro puede leerse de delante hacia atrás o de atrás hacia delante, en orden o a saltos, porque todos los capítulos tienen la misma importancia. Cada uno es un camino que nos invita a asomarnos a él y ha de ser la persona que lo lea la que construya su itinerario vital único e irrepetible.
¿Cómo abordar esos trayectos? ¿Con qué equipaje podre­mos disponernos a caminar? En lo que he podido reflexionar personalmente y recoger en mis entrevistas, he vislumbrado algunas condiciones que parecen darse en quienes han logrado recorrer los caminos del éxito vital: la primera es la apertura; la segunda, sin duda, la sencillez. Estar abiertos supone dar paso a los vientos huracanados cuando llegan comportándo­nos de forma tan flexible como lo haría un junco. También dar la bienvenida a la alegría y vivirla plenamente en todos esos instantes en los que nuestra existencia se asoma al paraíso... La sencillez nos aproxima, paso a paso, a la sabiduría, que es mucho más que la inteligencia y se nutre tanto de las ideas como de las experiencias vividas, tanto de la razón como del sentimiento que alumbra a quienes saben soñar en voz baja con ilusiones altas para volar.
Es difícil definir la sabiduría, esa mezcla de apertura, sere­nidad y sencillez en la que ya no tratamos compulsivamente
de averiguar lo que ignoramos, sino de dejarnos habitar por aquello que amamos. Desde ella, la pulsión de conocer no
está nunca desligada de la aventura de existir: lo que vamos aprendiendo nos ilumina y compromete a un tiempo. Nos permite avanzar hacia el aire libre, el pensamiento autónomo,
la palabra recién estrenada... Y, a la vez, se convierte en una pérdida de la inocencia: lo que sabemos no podemos dejar de saberlo. Esas verdades llaman a nuestra puerta, sacuden el miedo que llevamos a cuestas, nos abren los ojos a formas nuevas de lucidez y de esperanza.
El éxito vital es hacer de cada vida una obra de arte. Pero no necesariamente una gran obra capaz de ser expuesta en un
museo, sino una obra pequeña y cálida a la vez, en la que no‑
sotros no seamos personajes sino personas. En esa aventura, tendremos que ir eligiendo entre el amor a la vida o el desen‑
canto, entre la lamentación o la creatividad, entre el desaso­siego o la quietud interior y la calma. Está en nosotros hacer esa elección. El presente puede ser tan diáfano como queramos verlo desde una mirada transparente. La vida puede ser una bienaventuranza si recordamos que el sol y su luz nos bendi­cen cada mañana, si agradecemos el pan caliente que cuece el panadero y la risa de un niño que nos despierta.
Para ello, otra condición es la aceptación de una cuota de riesgo, grande o pequeña, según cada persona, pero inexcu­sable. Donde hay una experiencia de éxito vital alguien tomó
un día, muchos días, decisiones arriesgadas que se abrazaban a sus sueños. Y el éxito no consiste precisamente en la conquista de lo esperado, sino en la dignidad, la templanza y alegría con las que cada cual ha recorrido ese camino. En la forma en que ha transitado por él sin dejar de lado la pasión, ese gramo de locura que es siempre necesario para edificar un destino... Yen el abrazo que da cada mañana a una vida imperfecta e impura, misteriosa casi siempre, tentadora a veces..., el único jardín en el que podemos plantar la semilla del arte del buen vivir.
¡Cuántas formas tenemos de afrontar la existencia en ple­nitud... ! ¿Por qué no abordarlas decididamente, cada uno la suya...? Nuestro destino es tener éxito en la vida. Un éxito vital, vivificante y pleno de sentido. Muchos se echan atrás porque los caminos en esa dirección comportan riesgos. Pero a esas personas hay que recordarles que el mayor riesgo suele ser no correr riesgos..., porque entonces es posible que nunca sintamos que ha merecido la pena ser hombre o mujer.
El éxito vital es uno de los rostros de la felicidad, se aso­ma a nuestra existencia pisando el umbral despacio, con los pies desnudos, para enseñarnos a sonreír, a abrazar sin miedo, a compartir... Es un bálsamo, la inminencia de una curación interior frente a los males, una lluvia ligera que humedece los insomnios regándolos de alegría... Es, tal vez, el más luminoso de los faros posibles cuando llega por la vía adecuada. Estalla de pronto, cualquier mañana, como una revelación, la de que nuestra vida es nuestro mejor tesoro.
De todo esto hablan las páginas que siguen, en diálogo contigo, querido lector o lectora. Tratando de conversar con tus búsquedas y hallazgos, tu fragilidad y tus fortalezas, tus utopías grandes y pequeñas...
Ojalá ni el desaliento ni el abismo, cuando lleguen, te ha­gan olvidar los caminos sencillos y apasionados, hermosos y sugerentes, en los que se vislumbran las claves del éxito vital.
Ojalá tu felicidad deje de depender cada vez más del exte­rior y se construya en la liviandad de la ternura, en la fuerza del amor, la confianza y el coraje para llevar adelante tu pro­yecto personal... Y en la plenitud de una esperanza alegre y profunda que te acompañe siempre para ser como te sueñas.

MARÍA Novo

Kairos
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