El poder de ocho
Referencia: 9788417030810
Cómo aprovechar las energías milagrosas de pequeños grupos para sanar a los demás, tu vida y el mundo
LO QUE ENVIAMOS AL UNIVERSO VUELVE A NOSOTROS MAGNIFICADO
Los últimos hallazgos sobre el milagroso poder de la intención grupal, y su potente efecto boomerang, te permitirán aprovechar al máximo tu capacidad innata de conexión y sanación. Aunque el poder de la intención, entendido como una fuerza capaz de influir y transformar nuestras vidas, es un concepto ampliamente conocido y aceptado, nunca hasta ahora se había explorado en profundidad el sorprendente poder exponencial que adquiere la intención cuando es ejercida en grupo.En El poder del ocho, Lynne McTaggart, autora de los éxitos de venta El experimento de la intención y El campo, revela sus impresionantes hallazgos, fruto de diez años de investigación, sobre cómo la intención grupal puede sanar y mejorar tanto nuestras propias vidas como el mundo. Con la ayuda de este fascinante libro, ahora tú también puedes aprender a usar y liberar el poder de sanación que hay ti. Lo que enviamos al universo vuelve a nosotros magnificado.
La autora
Lynne McTaggart
es periodista y escritora. Ostenta varios best seller, entre ellos, El Campo, que recoge muchos experimentos de científicos en el ámbito de la física cuántica. Encabeza con Eckhart Tolle, Neale Donald Walsch, Louise Hay, etc. la lista de las personas más influyentes en el campo de la Nueva Conciencia de Watkins Review
ÍNDICE
Prólogo 13
EXPLICANDO LOS MILAGROS 23
- El espacio y las posibilidades 25
- Los primeros experimentos globales 37
- Entrelazamiento virtual 57
- Intrusos mentales 71
- El poder de doce 87
- El experimento de la intención para la paz 101
- Pensar en la paz 113
- El instante santo 125
- Cerebros místicos 135
- Abrazar a los extraños 147
- Revisión grupal 157
- Agua sagrada 171
- Cubos agujereados 189
- Las torres gemelas de la paz 203
- Sanando heridas 219
- El efecto espejo 231
- Haciendo círculos 243
- El retorno del dar 251
- Pensamientos para los demás 261
- Un año de intenciones 277
- El estudio «Poder de ocho» 299
CÓMO CREAR TU PROPIO CÍRCULO PODER DE OCHO 323
22. Reunir a los ocho 325
Agradecimientos 337
Notas 341
Bibliografía 355
Índice temático 371
Sobre la autora 381
PRÓLOGO
Durante muchos años me resistí a escribir este libro porque no di crédito, ni por un momento, a las extrañas sanaciones que acontecían en mis talleres. Es decir, no podía aceptar que se estuviesen produciendo milagros.
Cuando escribo «milagros» y «sanaciones», no estoy empleando un lenguaje metafórico; me refiero a auténticos acontecimientos milagrosos del tipo «multiplicación de los panes y los peces»: una serie de situaciones extraordinarias e inusuales en las cuales hubo personas que se vieron inmediatamente liberadas de todo tipo de problemas físicos después de incorporarse a un grupo de pequeño tamaño y recibir un pensamiento de sanación colectivo. Estoy hablando de los tipos de milagros que desafían todas las creencias que sostenemos sobre la manera en que, supuestamente, funciona el mundo; unas creencias basadas en lo que nos han dicho.
La idea de reunirnos en pequeños grupos de unos ocho miembros comenzó como un puro capricho durante un taller Sentía especial curiosidad por la implicación de estos descubrimientos: que los pensamientos son algo real que tiene la capacidad de cambiar la materia física.
Esta idea siguió haciendo mella en mí. Se habían publicado varios best sellers sobre la ley de la atracción y el poder de la intención —la idea de que uno puede manifestar lo que más desea por medio de pensar en ello de una manera enfocada—, pero seguía manteniendo cierta incredulidad en relación con todo ello, abrumada por una serie de preguntas incómodas: ¿se trata de un verdadero poder? ¿Con qué tipo de propósitos funciona exactamente? ¿Qué se puede hacer con él? ¿Estamos hablando de curar el cáncer o de cambiar una partícula cuántica? Y lo que, en mi opinión, era lo más importante de todo: ¿qué sucede cuando mucha gente tiene el mismo pensamiento a la vez? ¿Amplifica esto su efecto?
Por lo que se desprendía de los estudios que había analizado para escribir El campo, estaba claro que la mente de alguna manera parecía estar inextricablemente conectada con la materia y, de hecho, parecía ser capaz de alterarla. Pero esto, que suscitaba muchas preguntas profundas sobre la naturaleza de la conciencia, había sido trivializado por las exposiciones populares de la idea de que uno podía hacerse rico solo a partir de pensarlo.
Quería ofrecer algo distinto de manifestar un coche o un anillo de diamantes, algo que no tuviese que ver con conseguir más cosas. Tenía en mente una empresa más audaz. La nueva ciencia parecía cambiar todo lo que pensábamos que sabíamos acerca de nuestras capacidades humanas innatas, y quise indagar cuáles eran los límites al respecto. Si realmente teníamos este potencial extraordinario, sugerí que debíamos actuar y vivir de manera diferente, de acuerdo con esa visión radicalmente nueva de nosotros mismos, como piezas de un todo más amplio. Quise examinar si esta capacidad era lo bastante potente como para sanar a los individuos, incluso al mundo. Y, como periodista escéptica del siglo xxi, busqué esencialmente una manera de di-seccionar la magia.
Intenté hacer esto en mi siguiente libro, El Experimento de la Intención, por medio de compilar todos los estudios científicos serios relativos al poder de la mente sobre la materia. Pero en él también hacía una invitación. Se habían realizado muy pocas investigaciones sobre la intención grupal y mi plan era llenar ese vacío por medio de reclutar a los lectores; les proponía que fuesen los sujetos de un experimento científico continuado. Su papel iba a ser mandar intenciones. Después de la publicación del libro en 2007, reuní a un grupo de físicos, biólogos, psicólogos, estadísticos y neurocientíficos que tenían mucha experiencia en el campo de la investigación de la conciencia. Periódicamente invitaba a mi público de Internet, o al público presente cuando impartía una charla o un taller en algún lugar, a que enviase un pensamiento concreto (predeterminado) con el fin de afectar a un objetivo ubicado en un laboratorio. Ese objetivo lo había puesto ahí uno de los científicos con los que yo trabajaba, quien calculaba los resultados para ver si nuestros pensamientos habían tenido algún efecto.
Con el tiempo ese proyecto se convirtió en el laboratorio global más grande del mundo. Se implicaron en él varios cientos de miles de lectores de mis libros, a escala internacional, pertenecientes a más de cien países. Dichos lectores participaron en algunos de los primeros experimentos controlados sobre la capacidad que podía tener la intención masiva de afectar al mundo físico. Aunque algunos de los experimentos fueron bastante elementales, incluso el más simple de ellos se llevó a cabo bajo condiciones rigurosamente científicas, y se siguió el protocolo de forma escrupulosa. Todos los experimentos, menos uno, contaron con uno o más controles, y además se efectuaron «a ciegas» —los científicos implicados ignoraban cuál era el objetivo de nuestras intenciones hasta después de que el experimento había terminado y los resultados habían sido calculados.
Distaba mucho de estar convencida de que obtendríamos resultados positivos, pero estaba dispuesta a intentarlo. En El Experimento de la Intención insistí en la idea de que no importaba tanto el resultado de los experimentos como el solo hecho de estar dispuestos a efectuar esas exploraciones. Saqué el libro, lancé el primer experimento dos meses más tarde y tomé una profunda inhalación.
Resultó que los experimentos arrojaron resultados positivos. Muy positivos, de hecho. En los treinta experimentos que he realizado hasta la fecha, en veintiséis han tenido lugar cambios medibles, significativos la mayor parte de ellos; y en tres de los cuatro experimentos en los que no se obtuvo un resultado positivo ocurrió que hubo problemas técnicos. Para poner estos resultados en perspectiva, casi ningún fármaco producido por la industria farmacéutica presenta efectos beneficiosos en un grado tan elevado.
Fue un año después de haber iniciado los experimentos mundiales con grupos de miles de personas cuando decidí intentar replicar el mismo proceso a otra escala. Fue así como, en mis talleres, constituí grupos Poder de Ocho e hice que enviasen intenciones sanadoras. Para mí no fue más que otro experimento, más informal, pero igual de arriesgado que los demás... hasta que empezó a funcionar, y de una manera que superó con creces todo lo que había imaginado que sucedería. Personas con problemas de salud de larga duración informaron de curaciones inmediatas y casi milagrosas.
El Experimento de la Intención estimuló la imaginación del público. El autor superventas Dan Brown incluso se refirió a mí y a mi trabajo en uno de sus libros, El símbolo perdido. Pero los resultados de los experimentos son solo una parte de la historia. De hecho, no son la parte importante.
Ahora me doy cuenta de que durante la mayor parte del tiempo en que estuve llevando a cabo esos experimentos y trabajando con los grupos Poder de Ocho estuve haciendo las preguntas equivocadas.
Las cuestiones más importantes tenían más que ver con el proceso en sí, y con lo que este sugería en relación con la naturaleza de la conciencia, nuestra extraordinaria capacidad como humanos y el poder del colectivo.
Los resultados tanto de los grupos como de los experimentos, aunque eran sorprendentes, palidecían en comparación con lo que les ocurría a los participantes. El efecto más potente de la intención grupal tenía lugar sobre las mismas personas que lanzaban la intención. Este efecto ha sido ignorado por prácticamente todos los libros populares sobre el tema.
En algún momento empecé a reconocer que la experiencia de la intención grupal en sí estaba teniendo un gran impacto en los participantes: se producían cambios en las conciencias individuales, se erradicaba el sentimiento de separación e individualidad y los miembros de los grupos entraban en lo que solo puede describirse como un estado de unidad extática. En cada experimento, por grande o pequeño que fuera, tanto en los de alcance global como en los que tenían lugar en el contexto de los grupos Poder de Ocho, observé esta misma dinámica grupal, que era tan potente y transformadora que permitía que se produjesen milagros a escala individual. Grabé cientos, si no miles, de estos milagros instantáneos que acontecían en las vidas de los participantes. Se curaban de enfermedades graves de larga duración. Reparaban relaciones deterioradas. Descubrían un nuevo propósito de vida o rechazaban trabajos rutinarios en favor de una carrera profesional más emocionante o satisfactoria. Algunos incluso se transformaron delante de mis propios ojos. Y no había ningún chamán o gurú presente, ni tenía lugar ningún proceso de sanación complejo. De hecho, no era necesario que los participantes hubiesen tenido anteriormente ninguna experiencia previa de ese estilo. El instrumento que propiciaba todo aquello era el simple hecho de reunirse en grupo.
¿Qué diablos les había hecho yo? Al principio no di crédito a lo que estaba presenciando. Durante años atribuí lo que parecían ser efectos rebote a un exceso de imaginación por mi parte. Como no paraba de decirle a mi marido, necesitaba reunir más historias, realizar más experimentos, acumular más pruebas contundentes. Cuando las hube obtenido, me asusté, y busqué algún precedente histórico o científico.
Con el tiempo me di cuenta de que esos experimentos me proporcionaban, de la manera más visceral, una experiencia inmediata de lo que antes había entendido solo intelectualmente: que las historias que nos contamos a nosotros mismos acerca de cómo funcionan nuestras mentes están manifiestamente equivocadas. Aunque en El campo había escrito sobre la conciencia y sus efectos en el gran mundo visible, lo que estaba viendo sobrepasaba incluso la más insólita de esas ideas. Cada experimento que dirigía y cada grupo Poder de Ocho que se reunía demostraba que los pensamientos no están encerrados dentro de nuestros cráneos, sino que encuentran la manera de llegar a otras personas, e incluso a objetos ubicados a miles de kilómetros de distancia, y tienen la capacidad de cambiarlos. Se revelaba que los pensamientos no eran meras cosas, ni siquiera cosas que afectaban a otras cosas, sino que podían tener la capacidad de arreglar lo que fuera que estuviera mal en la vida humana.
Este libro es un intento de entender todos los milagros que ocurrieron en esos experimentos dentro del contexto más amplio de la ciencia y también de las prácticas esotéricas y religiosas llevadas a cabo en el transcurso de la historia. Es un intento de averiguar qué «les hice» a los participantes. Es la biografía de un accidente, de una actividad humana con la que tropecé, que parece contar con viejos precedentes, incluso en la Iglesia cristiana primitiva. En El Poder de Ocho también trato aspectos personales; hablo de lo que le ocurre a alguien como yo cuando las reglas del juego, aquellas por las que uno se ha regido toda la vida, de pronto dejan de ser válidas.
Los resultados de los experimentos de la intención grupales son extraordinarios, pero no son lo importante en esta historia. Lo importante es el poder milagroso que tienes dentro de ti para sanar tu propia vida, el cual se desata, paradójicamente, en el momento en que dejas de pensar en ti mismo.
Ficha técnica
- Peso
- 625 g
- Autor/es:
- Lynne McTaggart
- Editorial
- Sirio
- Formato
- 15 x 23 cm
- Páginas
- 338
- Encuadernación
- Rústica con solapas (tapa blanda)