Probióticos, prebióticos y simbióticos. Varios autores

Probióticos, prebióticos y simbióticos

Referencia: 9788494766602
19,80 €
18,81 € 5% de descuento

Aplicaciones por patologías. Microbiota humana

En este libro veremos cómo los probióticos, los prebióticos y los simbióticos pueden ejercer un papel fundamental en la protección de nuestra microbiota y de nuestra salud en general.

Cantidad
- Envío en 24 - 48 horas

El ser humano posee una microbiota, microorganismos que habitan en diversas partes del cuerpo. En gran parte, el buen estado de nuestra salud depende de que esta microbiota contenga las suficientes colonias bacterianas y mantenga el equilibrio entre las especies bacterianas que la pueblan. La microbiota puede alterarse según la dieta, la ubicación geográfica, la ingesta de fármacos y complementos alimenticios, además de otras influencias ambientales.
Según se recoge en la guía publicada por la FAO y la OMS (Organización Mundial de la Salud), los probióticos son “microorganismos vivos que, administrados en cantidades adecuadas, ejercen un efecto beneficiosos y saludable al organismo que los ingiere”.
Por su parte, los prebióticos son compuestos que el organismo no puede digerir, pero que tienen un efecto fisiológico en el intestino al estimular el crecimiento selectivo y la actividad de las bacterias intestinales beneficiosas.
Los simbióticos son nutrientes que contienen prebióticos y probióticos, y que crean un efecto de sinergia entre ambos potenciando la salud.

AUTORAS

María José García Abad

es Licenciada en Medicina por la Universidad Rovira i Virgili de Reus (Tarragona), Especialista en Medicina de Familia y Comunitaria, y Máster en Medicina Naturista, Homeopatía y Acupuntura por la Universidad de Valencia.

Francisca Agustín Layunta

es Licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Valencia, Máster en Medicina Naturista, Homeopatía y Acupuntura por la Universi­dad de Valencia, y es profesora asociada de la Facultad de Medicina en la Universidad Jaume I de Castellón.

Mª Luisa Morales Marina

es Médico Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria, Licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Zaragoza, y está titulada en Medicina Tradicional China, Acupuntura, Homeopatía, Medicina Naturista, Neuralte­rapia y Sofrología.

Índice

Prólogo     7

Introducción     17

1. Datos históricos     19

2. La flora bacteriana y su origen. Microbiota y microbioma     21

3. Funciones de la microbiota     23

3.1 Función metabólica     23

3.2 Función de barrera     24

3.3 Función moduladora del sistema inmunitario     26

3.4 Función de síntesis de vitamina K     28

3.5 Función de integración del sistema nervioso central

y el sistema nervioso entérico     28

  1. Diversidad y equilibrio. El ecosistema intestinal desdeel nacimiento hasta la edad adulta     31

4.1 Microbiota en la infancia     31

4.2 Composición de la flora intestinal en el adulto     36

5. Ubicación de las bacterias en el intestino     43

6. Desequilibrio o Disbiosis     47

7. Recuperación del equilibrio intestinal     51

7.1 Probióticos     51

7.1.1 Definición     51

7.1.2 Propiedades y criterios que debe cumplir un probiótico     53

7.1.3 Mecanismo de acción y sus efectos sobre la salud     54

7.1.4 Clasificación de los probióticos     56

7.1.5 Cepas de probióticos     57

7.1.6 Efectos nutricionales de los probióticos     58

7.1.7 Suplementos probióticos en el mercado     60

7.2 Prebióticos     60

7.3 Simbióticos     63

  1. Aplicaciones clínicas     65
  2. Riesgos de los probióticos en la práctica clínica     101

10. Conclusiones     105

11. Bibliografía     109

Prólogo

Querid@ lector@: el libro que acoge ahora en­tre sus manos es un libro necesario. Imprescindible, me atrevería a decir. Tanto si es usted un profesio­nal sanitario, como si tan solo desea disfrutar de la información esencial que corresponde a uno de los grandes avances en el conocimiento de nuestra era. Las doctoras Agustín, García y Morales han sabi­do recoger y sintetizar de forma magistral las bases conceptuales y teóricas de la microbiota, así como el manejo y la aplicación de probióticos y prebióti­cos en diferentes situaciones clínicas.
La historia de la humanidad está jalonada de grandes eventos históricos y avances en el campo de la ciencia y la medicina. Junto a la aparición de la anestesia y la genética, los grandes descubri­mientos médicos que han transformado la vida del ser humano, han sido los de los gérmenes, la pe­nicilina, los antibióticos y las vacunas, todos ellos relacionados con ese pequeño mundo microscópi­co con capacidad de determinar desde el estado de salud y enfermedad de una persona hasta la caída de civilizaciones enteras por enfermedades y epi­demias. No parece casualidad que, en su avance evolutivo, el ser humano viva hoy uno de los gran­des acontecimientos que ha de significar un cambio completo de paradigma: el conocimiento y el reto de lograr convivir en armonía con este pequeño gran mundo a la vez oculto y tan presente en nues­tras vidas.
La medicina, el estado de salud y enferme­dad, el mundo de las emociones, la psicología y una nueva forma de entenderse el ser humano a sí mis­mo, todos ellos y muchos más están ligados a este inmenso mundo de vida microscópica inseparable de todos los organismos superiores. La toma de conciencia de la importancia que los microorganis­mos (bacterias, archaeas, virus, hongos y parásitos) tienen en el desarrollo evolutivo de la humanidad, no solo como figuras amenazantes de epidemia y enfermedad, sino como aliados imprescindibles de la vida, la salud y la evolución humanas, da paso a un nuevo concepto y una nueva relación con ese mundo ancestral que nos acompaña, del cual de­pendemos y al cual, a la vez que servimos, nosotros somos servidos por él.
El ser humano de nuestros días explora nue­vas fronteras dentro de sí mismo, un universo en­tero por descubrir, un nuevo horizonte pleno de posibilidades, una nueva forma evolutiva de cre­cimiento y desarrollo físico, emocional, mental y espiritual. Desde el punto de vista físico, el cuerpo humano deja de ser visto como la suma de piezas y componentes de un mecanismo de relojería para ser visto como un superorganismo, donde aparece un nuevo órgano emergente que funciona de ma­nera simbiótica con él.
El descubrimiento de que la vida, el metabo­lismo, el procesamiento y la utilización de los nu­trientes alimenticios, la maduración de los órganos y los sistemas corporales de inmunidad, sistema nervioso y sistema hormonal, la conservación del estado de salud física y mental, la aparición de enfermedades y la respuesta a los medicamentos, desde un simple antiinflamatorio o antiácido, hasta la respuesta a la quimioterapia tumoral, todos ellos dependen de este inmenso y complejo ecosistema que conocemos como microbiota humana.
La microbiota desvela una nueva perspectiva que deja atrás la imagen de un ser humano autóno­mo e individual, para liberar la de un superorganis­mo sistémico y complejo. Su estructura y función dependen del equilibrio de un ecosistema consti­tuido por más de 100 trillones de microorganismos, más de 10 veces el número de células humanas, 35.000 especies microbianas y más de ocho millones de genes (el organismo humano tiene 24.600 genes), miles de veces más rico en material genético que el ser humano, dónde resulta difícil precisar dónde terminan "ellos" y dónde comenzamos "nosotros".
Esos 100 billones de pequeños amigos son la base de la vida en la Tierra y ningún ser vivo puede sobrevivir sin ellos. La simbiosis que mantiene la armonía recibe en nuestros días el continuo ataque de un estilo de vida que ignora las evidencias de un ser humano dependiente de un frágil equilibrio. Numerosas circunstancias asociadas a los hábitos de vida, a la alimentación occidental, al cloro del agua, que destruye la microbiota, igual que mata a los peces, al tipo de parto, natural o por cesárea, la lactancia materna o artificial, las vacunas, los medi­camentos, el estrés de nuestros días, y muchas otras más que suponen un continuo reto a la diversidad y la supervivencia de esta población ancestral.
La dieta occidental induce, de forma experi­mental, disbiosis, en el curso de pocas horas. Y para que no quepa duda, se ha probado que las varia­ciones estructurales de la microbiota dependen en un 60% de los cambios alimenticios y apenas en un 10% de los cambios genéticos. Afortunadamente, bastan unos seis días para recoger cambios signi­ficativos derivados de un nuevo protocolo alimen­ticio, que básicamente consiste en reducir los hi­dratos de carbono y azúcares, que resultan tóxicos para la microbiota, y aumentar la representación de ácidos grasos saludables tipo omega tres.
Resulta ilustrativo el conocimiento de las con­secuencias que se derivan de nacer por cesárea, en forma de un incremento x5 de la frecuencia de aler­gias, x3 de TDAH, x2 de autismo, un aumento de 80% del riesgo de padecer celiaquía, un 50% obe­sidad y un 70% diabetes, con las cifras asociadas de demencia que conllevan. Conforme aumenta el peso corporal, aumentan los firmicutes y dis­minuyen los bacteroidetes, y con ellos disminuye el peso del cerebro y aumenta el perímetro abdo­minal, lo que se acompaña de la disminución de tamaño y función del hipocampo y del deterioro de la función cognitiva. Exactamente lo contrario que el ejercicio físico, que disminuye firmicutes y aumenta bacteroidetes, a la vez que incrementa el grado de diversidad de la microbiota y todo lo que ello supone. El agotamiento del microbioma propio de las sociedades urbanas se encuentra en la base de un funcionamiento inmunitario incorrecto que propicia la aparición de enfermedades alérgicas, autoinmunes, degenerativas y cáncer. En la gana­dería industrial se utilizan los antibióticos con fines de engorde, que es lo mismo que ocurre en los hu­manos, gracias a la modificación de la microbiota.
El mecanismo por el que el deterioro de la microbiota propicia uno de los grandes dramas del organismo humano en el mundo occidental es el síndrome de hiperpermeabilidad intestinal. La pa­red intestinal ejerce de frontera real con el mundo exterior, a través de una delgada capa de una sola célula de espesor, cuya integridad y vitalidad de­penden de la interacción con la microbiota adya­cente. Del buen estado de esa fina capa de tejido y de la propia microbiota, de sus efectos metabólicos y energéticos, de sus productos posbióticos y de la integridad de sus canales de transmisión, como el nervio vago, dependen los vaivenes de su compo­sición y su propio desarrollo, en un camino de ida y vuelta donde resulta difícil precisar sí somos no­sotros los que nos beneficiamos de la microbiota o si es ella la que se adapta y dirige nuestra propia evolución.
Desde el punto de vista ancestral, el bautizo microbiano comienza muy pronto, antes incluso del momento del nacimiento. La transmisión trans­generacional de microbios constituye el proceso fundamental de la vida, siendo la microbiota propia del intestino de la madre la que a través de la ruta enteromamaria y la lactancia materna, colonizará el intestino del bebé y, desde allí, todos sus territo­rios. La microbiota de la madre, con sus caracterís­ticas y su expresión epigenética, será transmitida a una nueva vida que recogerá, desde antes de nacer, el impacto de antibióticos y otros medicamentos, el tipo de parto, por vía natural o por cesárea, la nu­rición que reciba en la primera época de la vida, la importancia crítica de la lactancia materna, el efec­to de la nutrición y el impacto del estado emocional que le toque vivir sobre ese órgano crítico y sensi­ble que llamamos microbiota.
La interacción entre microbiota, sistema in­mune, sistema endocrino y sistema nervioso regula el equilibrio homeostático de la fisiología humana. Modula la maduración y la función de todos los órganos y tejidos del organismo y, muy en parti­cular, de los sistemas mencionados. Resulta fácil, así, entender entonces como la microbiota intesti­nal se encuentra implicada en la etiopatogénesis de enfermedades del desarrollo, neurodegenerativas y psiquiátricas, como el autismo, la depresión o la enfermedad de Alzheimer.
En el ámbito de la salud mental y en el ma­nejo de las emociones existe una relación estrecha entre las enfermedades crónicas y degenerativas de nuestra civilización, y el diagnóstico psiquiátrico y las alteraciones emocionales que amenazan el fun­cionamiento individual y social del ser humano de nuestros días. El papel de la inflamación, que resul­ta implicado en todas estas enfermedades, se ori­gina de la alteración funcional de la comunicación entre el intestino y el cerebro. Eso ocurre a través de un eje de doble sentido que conecta ese segundo ce­rebro neuroentérico con el sistema nervioso central, regido por el papel de la microbiota y determinante del funcionamiento de toda la fisiología humana.
Como vemos, es preciso identificar de una manera clara el papel benéfico de estas bacterias que nos acompañan y darnos cuenta que su altera­ción no solamente induce enfermedades crónicas, síndrome metabólico, alteraciones cardiacas, enfer­medades autoinmunes o cáncer, sino que, funda­mentalmente, impide el desarrollo cognitivo de la persona, disminuye su capacidad de atención, de concentración y de memoria, e incide de una ma­nera crítica sobre el desarrollo evolutivo humano.
La alteración inmunitaria que hace de la de­presión una enfermedad inflamatoria, el papel del estrés y de exposiciones alimentarias tóxicas conti­nuadas, inducen la activación de genes proinflama­torios, la secreción de citoquinas y una reducción en la sensibilidad del cortisol, que acompañan la situación de disbiosis. El poderoso Bifidobacterium infantis se muestra capaz de incrementar los niveles de triptófano y de serotonina, y revertir la depre­sión, además de regular el eje hipotálamo-hipófi­sis-adrenal, regular los niveles de cortisol y, con ellos, la respuesta de estrés.
El futuro de la psiquiatría vislumbra un nue­vo horizonte en el imprescindible cuidado y balan­ce de esta flora microbiana. Se trata de un estilo de vida consciente, del ejercicio físico, de una nutri­ción adecuada y del manejo del estrés, todos los cuales participan en la modulación y el equilibrio de la microbiota. Y, llegado el caso, el aporte de complementos en forma de probióticos, prebióti­cos, simbióticos, psicobióticos, enemas probióticos o trasplantes fecales, entendidos todos ellos como microorganismos vivos o sus soportes que, ingeri­dos en cantidades adecuadas, son capaces de indu­cir un efecto saludable y beneficioso en personas con alteraciones orgánicas o del equilibrio emocio­nal y en enfermedades psiquiátricas. El papel de los psicobióticos, capaces de modular neurotransmisores como la serotonina o el GABA, o de inducir una actividad ansiolítica o antidepresiva, permite reconocer la relación crítica entre el microbioma y el estado de salud mental y la conciencia humana.
De la misma forma que la microbiota permi­te la vida y la salud del ser humano, como si de un fractal se tratase, cada individuo actúa como un miembro activo conformando la propia microbiota de la Tierra, contribuyendo así al bienestar del pla­neta. El comportamiento del ser humano está me­diado por la carga de microbiota que se aloja en su interior. Las preferencias alimentarias de cada per­sona están señaladas por esta pequeña población, y sus vaivenes en el mundo actual que las agreden pueden ser compensados por los cambios alimen­ticios que las nutren de una manera más eficiente que los antidepresivos, por poner un ejemplo.
La microbiota conduce su efecto más allá del control de la inflamación de bajo grado que sub-yace a la enfermedad crónica y degenerativa de la civilización occidental, para actuar, asimismo, so­bre el comportamiento de la persona, de sus prefe­rencias, de su capacidad de asumir riesgos o de su actividad exploratoria, hasta determinar la percep­ción del dolor y, muy probablemente, su nivel de conciencia. Y no hay una frontera clara entre bacte­rias buenas y malas, sino que, como fiel reflejo de la sociedad humana, la clave está en la diversidad, tal como nos recuerda, por ejemplo, la Escheria coli, que igual produce vitamina K como se hace pató­gena; o el Clostridium difficile, abundante y saprofito en el bebé y amenazante de la vida en el adulto; o el Helicobacter pylorii, capaz de regular el apetito disminuyendo la grelina, o producir inflamación gástrica, úlcera y cáncer.
De manera experimental las cepas de ratones sin microbiota sufren ansiedad aguda, importan­tes dificultades para manejar el estrés, inflamación intestinal y sistémica, todo lo cual revierte con la recolonización intestinal por cepas saprofitas de lactobacillus y bifidobacterium. Y esas combinaciones mortales de lípidos y azúcares de las cápsulas rotas de las bacterias Gram negativas, llamados polisa­cáridos, actúan como poderosas endotoxinas con capacidad de producir un importante déficit de aprendizaje, disminuir los factores neurotróficos neuronales y contribuir a la enfermedad de Parkin­son y Alzheimer. En el autismo es fácil encontrar un síndrome de hiperpermeabilidad intestinal, un incremento en los niveles de lipopolisacáridos y una hiperplasia linfoide que acompaña la situación de disbiosis. Y hasta el estreñimiento muestra una fuerte asociación con trastornos del lenguaje.
Más allá aparece un horizonte evolutivo de conciencia, en donde la armonía entre un ser hu­mano consciente y una microbiota, que determi­na desde sus preferencias alimentarias hasta sus comportamientos sociales de riesgo, debe poner en primer lugar de todos los esfuerzos de cuidado y salud del ser humano a estos pequeños microorga­nismos que determinan y conducen la vida huma­na. Gracias a las autoras por mostrarnos el camino.

Dr. Tomás Álvaro Naranjo
Septiembre 2017, Tortosa

Introducción

Se sabe desde hace mucho tiempo que los mi­croorganismos del intestino desempeñan un papel fundamental en la salud digestiva. Ya el año 76 a. C., el historiador romano Plinio recomendaba la administración de productos lácteos fermentados como tratamiento de la gastroenteritis, pero inves­tigaciones recientes nos demuestran, además, que un equilibrio de los mismos está relacionado con la salud del individuo y que un entorno intestinal dañado se relaciona con estados patológicos pro­ducidos por la sobrecarga de sustancias tóxicas, in­fecciones y trastornos metabólicos.
El conjunto de microorganismos o microbiota presente en el cuerpo humano comienza y se em­pieza a desarrollar en el nacimiento, estando condi­cionado en gran medida por factores externos con los que toma contacto el recién nacido en el mo­mento de nacer y hasta el primer año de vida, esta­bleciéndose, en términos generales, un ecosistema estable en el adulto sano.
Hoy en día hay un gran interés en determi­nados sectores médicos por el control de las infec­ciones mediante el uso de terapias no antibióticas. La propia OMS recomienda programas de salud que supongan la reducción del consumo de anti­bióticos.
Si nos centramos en la salud infantil, diversos estudios científicos nos demuestran la relación que existe entre la microbiota del niño y su salud, así como su relación con la calidad y el equilibrio de la microbiota materna durante la gestación, en el momento del parto y durante la lactancia. Com­plementar con probióticos a las mujeres embara­zadas mejora el perfil microbiano intestinal de los lactantes1.

 

Ediciones I
9788494766602

Ficha técnica

Autor/es:
María José García Abad, Francisca Agustín Layunta, María Luisa Morales Marina
Editorial
Edicones i
Formato
14 x 23 cm
Páginas
128
Encuadernación
Rústica (tapa blanda)
Nuevo
Related Products ( 16 other products in the same category )

Nuevo registro de cuenta

¿Ya tienes una cuenta?
Inicia sesión o Restablece la contraseña