Mi querida muñeca: Orientaciones para padres y maestros sobre los juguetes.
Referencia: 9788415827023
Cómo escoger el juguete o muñeca adecuado a cada edad
Una guía para que padres y educadores pueden crear ellos mismos o bien escoger la muñeca y los juguetes apropiados a la edad de cada niño.
¿Es realmente tarea del juguete ocupar el tiempo libre del niño o tiene algún otro significado? Podemos darnos cuenta de la importancia real del juguete y del juego en la vida del niño partiendo de la constatación de que el ser humano está constituido por cuerpo, alma y espíritu, y que en el yo humano tenemos a una entidad espiritual individual que se halla en constante proceso evolutivo.Los educadores no tendrán la menor dificultad en la creación de juguetes, una vez hayan entendido el sentido que el jugar tiene para el niño. Este librito aporta también los conocimientos prácticos para que los padres y educadores puedan crear o escoger los juguetes apropiados a cada edad.
- 72 páginas - Media carta
- Traducida al portugués por Franz Rotermund.
- Traducción para Pau de Damasc de la versión portuguesa: Carmen Lera Carreras.
- Revisión y adaptación: Miguel López-Manresa.
Prólogo
El juguete se ha convertido en una mercancía corriente en un gran número de tiendas y supermercados, esperando atraer a un consumidor infantil o adolescente. Los juguetes son objetos de uso común sin que nadie haga consideraciones sobre su significado original. Hoy en día, existe la opinión general de que el juguete es un medio de entretener a los niños, sobre todo cuando los padres o educadores no tienen el tiempo ni la paciencia para dedicarse al niño y hacer con él algo que tenga sentido. También sirve como sustituto cuando el "compañero" más utilizado para "educar" o entretener a los niños — el televisor- está estropeado o cuando el niño está cansado de estar sentado, inmovilizado frente al vídeo y quiere hacer otra cosa.
¿Es realmente la tarea del juguete ocupar el tiempo libre del niño o tiene algún otro significado? Este opúsculo ha sido escrito a partir de los conocimientos obtenidos siguiendo el método propedéutico antroposófico cuyo resultado principal desemboca en la constatación de que el ser humano está constituido por cuerpo, alma y espíritu y que en el yo humano tenemos a una entidad espiritual individual que se halla en constante proceso evolutivo.
Introducción
Al nacer, el recién nacido sale de su mundo oscuro, caliente y protegido para penetrar en el ambiente terrestre. Hasta las cosas más elementales para vivir, como la respiración, son totalmente nuevas y es necesario aprenderlas para sobrevivir en el mundo externo. Con la primera inspiración inicia su largo camino de aprendizaje. Muchas cosas tienen que ser asumidas, como por ejemplo aprender a alimentarse o para ser más exactos, a alimentarse de algo exterior. Debe aprender a levantar la cabeza, a sentarse y, finalmente a levantarse y andar.
Quien ha observado a los niños pequeños en este proceso evolutivo, sabe cuán intenso es este proceso de aprendizaje y adiestramiento. En ninguna época posterior de la vida llega el ser humano a desplegar tanta energía en el afán de ejercitarse como en los tres primeros años.
El niño pequeño se ejercita mientras está despierto y solamente descansa cuando va a dormir, regresando por poco tiempo al lugar de su procedencia espiritual. Mas luego, al despertar, reinicia su ejercitamiento.
Ya en los primeros meses de vida, cuando los movimientos todavía son descoordinados, el niño inicia su
aprendizaje infantil o corno lo llaman los adultos, comienza a jugar. El niño que con ayuda de la madre acaba de aprender a sentarse, inicia un ejercicio que perdura durante semanas o meses en su primer juego: agarrar el objeto más cercano y dejarlo caer al suelo. El adulto recoge el objeto y se lo entrega al niño y éste vuelve a dejarlo caer. El niño observa el proceso y luego reclama que la madre le devuelva el objeto para volverlo a tirar de nuevo. De manera exhaustiva e incansable, el niño repite el proceso hasta que la paciencia de la madre acaba agotándose y retira el objeto. Para nosotros los adultos ese proceso es absurdo y carece de sentido, además de exigir una enorme paciencia en esa constante recogida de los objetos para ver cómo el niño los vuelve a tirar. Todos nosotros hemos vivido esta situación en alguna ocasión. Basta con haber estado con algún niño de esta edad.
Pero, ¿qué es lo que el niño hace en realidad? Está averiguando cómo es el mundo terrenal, donde férreamente actúa la fuerza de gravedad. Todo objeto abandonado en el aire caerá hasta chocar con el suelo o con algún objeto que se interponga en su caída. Durante el período embrionario el niño vivencia en el cuerpo de la madre relaciones totalmente diferentes. La vida intrauterina impide al niño confrontarse con la fuerza de la gravedad.
En su existencia prenatal tampoco actuaba la gravedad como lo hace en el mundo terrestre. Así que si el niño, al cabo de un año, quiere erguirse sobre sus piernecitas, debe haber tenido antes vivencias intensas de la gravedad, las cuales le permitirán conquistar la verticalidad propia del ser humano. En este proceso el niño ha de vencer las relaciones de fuerza y atracción que ejerce la Tierra, ya que para el ser humano la verticalidad significa liberar la cabeza de la influencia terrestre, lo que más tarde le permitirá pensar. Entonces, ¿qué hace el niño cuando incansablemente agarra objetos y los deja caer? Se confronta con la fuerza de la gravedad, no en el nivel del pensamiento, sino como una vivencia, haciendo experiencias.
Esta experiencia de soltar el objeto, verlo caer y chocar con el suelo tiene que repetirse innumerables veces hasta que se convierte en vivencia madura. Un paño cae suavemente hasta alcanzar el suelo, una piedra cae más rápidamente y hace un ruido seco al chocar contra él, maderas y metales tienen a su vez sonidos característicos al caer y así sucesivamente. Estas experiencias son tan intensas para el niño que enseguida se cansa y tiene que dormir o dicho de otra forma, necesita volver al lugar de su procedencia espiritual.
La situación del niño recién nacido puede compararse a la de un viajero que llega a un continente o a un país donde la naturaleza, las costumbres locales y el lenguaje son completamente desconocidos. Todo tendrá que ser experimentado para que pueda aprenderse y más tarde dominarse.
En el niño pequeño, el intelecto y la visión de conjunto aún no están desarrolladas. Las manos, las piernas, el vientre y la boca han de percibir las cosas una y otra vez, hasta que más tarde y con mayor lentitud, la cabeza pueda recordar y entender.
Este proceso es llevado a cabo intensamente por el
niño durante los primeros siete años de su vida. Todo lo que le rodea tiene que ser percibido: el agua, el fuego, las relaciones entre las fuerzas de la gravedad y los elementos terrestres.
¿De qué está hecha la tierra? Habida cuenta de su origen espiritual, el niño puede conocer las características terrestres a partir de experiencias más antiguas anteriores a su nacimiento, sin embargo en su cabeza aún no están despiertas.
Además, hoy en día son pocas las personas que se acuerdan conscientemente de su existencia preterrenal. Normalmente, nuestra consciencia adulta se apoya exclusivamente en las vivencias de nuestra infancia. La consecuencia es que todas las características de lo terrestre deben vivirse y conquistarse en los primeros años de vida.
Así, por ejemplo, cuando a los siete años, el niño esté en la edad escolar y oiga al profesor cómo habla del arroyo o del río o del mar, aparecerán en su conciencia numerosas experiencias obtenidas con el elemento agua: el agua suave del arroyo que corre chispeante entre sus dedos, el agua salada que en un baño de mar tiene un gusto peculiar, el agua de lluvia que humedece la piel o las gruesas gotas sobre la cabeza que siente al comienzo de una tempestad o incluso su pantalón mojado porque al jugar se ha olvidado de ir al cuarto de baño. Toda esta variedad aparece cuando el profesor, en la época escolar, habla sobre el agua.
Con un poco de imaginación, los padres pueden percibir lo que sucederá con un niño en edad escolar que, por alguna razón, no haya tenido la oportunidad de confrontarse con el elemento agua. Tal vez porque la madre tenía miedo de que el niño se resfriara si se mojaba con la lluvia. O porque el vestido, regalo del abuelo podía mojarse y ensuciarse. O también porque el niño haya permanecido sentado muchas horas delante del televisor y solamente haya tenido vivencias visuales y acústicas, sin que las manos hayan tocado nada ni los pies hayan percibido cosa alguna.
Como educadores, rápidamente constatamos cuáles son los niños que tuvieron experiencias ricas e intensas en el jugar. Cuando el profesor les hable del agua, del viento o de otros elementos terrestres, en sus respuestas encontrará un sinnúmero de experiencias vividas y él podrá reunir esas experiencias en el consciente del niño en la forma de conceptos. Lo que los adultos más tarde llaman inteligencia es un gradual resumir y hacer conscientes las experiencias infantiles. Aun adulto que nunca ha vivido el amor, por mucho que le contemos historias de amor, poco podrá identificarse con ellas, pues una buena parte de la comprensión humana está en la vivencia infantil.
Por esta razón, todos los juguetes, a excepción de las muñecas, ha de transmitir básicamente experiencias sobre la naturaleza y las creaciones humanas. La rueda por ejemplo, no existe en el cielo o en el mundo prenatal. 'l'al vez exista la idea de la rueda, mas, ¿cómo se comporta una rueda aquí en la Tierra?. Existen objetos con cuatro ruedas llamados automóviles. Hay ruedas de madera, de goma, de hierro u otros materiales. Existen ruedas que giran con facilidad, otras con dificultad, pero todas ruedan. Algunas lo hacen solas porque están en un
plano inclinado, pero hay otras que tienen que ser empujadas. Y si, en este sentido, el niño tiene numerosas experiencias, vivencias básicas sobre lo que es la rueda, entonces tendrá mayores posibilidades de llevar a la consciencia los fenómenos que el profesor aborda en la física o en la geometría y transformarlos en conceptos.
Los educadores no tendrán la menor dificultad en la creación de juguetes, una vez que hayan comprendido el sentido del juego en el niño. Los juguetes, no importa de qué clase sean, deben permitir al niño pequeño conocer la tierra, la naturaleza y sus elementos. De una manera general el niño desea adquirir experiencias; tiene una necesidad elemental de confrontarse con la fuerza de la gravedad y los elementos: aire, agua, fuego y tierra.
Y es característico que en los dos primeros años de vida, el niño mantenga un hábito elemental de su existencia prenatal: todo lo que ve se lo lleva a la boca, en otras palabras, lo interioriza todo. Aquello que quiere conocer debe vincularse íntimamente con él mismo, ha de llevarlo dentro de sí mismo, es decir ha de comérselo. El niño pequeño se lo lleva todo a la boca. En su existencia prenatal, percepción significa interiorización.
Poco a poco, el niño aprenderá que aquí en la Tierra, puede utilizar sus sentidos: palpar, oler, gustar, oír y ver, sentidos que se hallan a disposición del ser humano. Debe aprender que en la Tierra, los seres y objetos no están insertados unos dentro de otros, sino uno al lado del otro. Allí donde hay un objeto físico no puede haber otro al mismo tiempo. Ha de ejercitarse la conciencia espacial y física.
Podríamos continuar dando infinitos ejemplos, pero podemos resumir diciendo que el contenido del juego
n t il hasta los siete años de vida consiste en conocer su medio ambiente. No es una terapia ocupacional para que los adultos tengan más tiempo para ellos mismos o pa ra t rebajar, sino una necesidad imperiosa para que el niño pequeño pueda conocer su mundo terrestre, no teóricamente, sino según un proceso de vivencias repet idas. Así, cuando el niño ha cumplido la edad escolar y los padres lo entregan a un profesor, podrá despertar el entendimiento, llevar ala consciencia lo que a n t es fueron ricas experiencias anímicas y físicas.
Obviamente, este proceso tiene continuidad durante t oda la vida y sufre cambios graduales. En los primeros a años será una transición del percibir hacia el pensar. Los a n i males vivos o de peluche transmiten vivencias sobre los reinos naturales y, obviamente, en el ámbito de los animales se acerca al plano de lo anímico. Las plantas necesitan ser cuidadas por tratarse de seres vivos.
Los animales, como seres vivos, necesitan ser cuidados y tratados con cariño. Una planta crece si se dan unas condiciones, es decir, tierra fértil, agua y sol. Un animal, requiere también otras condiciones para su subsistencia, necesita de un elemento anímico, de sentimientos cariñosos al cuidarlo y alimentarlo. El niño puede aprender con su animalito de peluche cómo hay que tratar a los animales sin causar daño, para que, más Larde, como joven, cuide con responsabilidad de su cachorro o de su gato. Cuando un niño de dos años cuida su cachorro de juguete, esto no tendrá consecuencias en su destino, pero le servirá como entrenamiento para llevar a cabo tareas posteriores.
En un posterior capítulo trataremos específicamente del juego con muñecas.
Contenido
- Prólogo.
- Introducción.
- Algo básico sobre los materiales.
- Breve exposición sobre los juguetes en los primeros siete años.
- Primer año de vida.
- Segundo año de vida.
- Tercer año de vida.
- Del cuarto al séptimo año de vida.
- Animales.
- La muñeca.
- Un poco de antropología humana.
- La muñeca del niño pequeño.
- La muñeca para los niños hasta el tercer y cuarto año.
- La muñeca del niño de cuatro a diez años.
- La muñeca para niños de más de diez años.
- El material.
- Aspectos pedagógicos sobre el jugar con muñecas.
- Aspectos sociales del jugar con muñecas.
- La muñeca flexible en la edad escolar.
- Aspectos prácticos.
- ¿Se debe parecer la muñeca al niño? Perspectiva espiritual.
- El trabajo en un taller de muñecas.
- Algunas indicaciones para terapeutas.