Solomon Habla Sobre Reconectar Tu Vida

Referencia: 9788415968375
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¿Por qué hay eminentes doctores, físicos cuánticos e investigadores de todo el mundo interesados en el aparentemente casual encuentro que tuvo el doctor Eric Pearl con uno de sus pacientes? ¿Qué ocurrió en
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¿Por qué hay eminentes doctores, físicos cuánticos e investigadores de todo el mundo interesados en el aparentemente casual encuentro que tuvo el doctor Eric Pearl con uno de sus pacientes? ¿Qué ocurrió en ese encuentro que no sólo aceleró radicalmente la trayectoria de su vida, sino que influyó en última instancia en las vidas de millones de personas... y que también influirá en la tuya profundamente? ¿Qué es ese fenómeno?
En su best seller internacional, La Reconexión: sana a otros; sánate a ti mismo, el doctor Pearl mostró a los lectores cómo acceder e introducirse en un amplio espectro de energía, luz e información previamente inaccesible para todos, en cualquier lugar. Desde entonces, el mundo ha clamado por el segundo libro de Eric. ¿Su respuesta? Publicaré otro libro cuando tenga algo más que decir.
Ahora el doctor Pearl, en colaboración con Frederick Ponzlov, tiene algo más que decir.

El internacionalmente reconocido Sanador Eric Pearl, ha aparecido en numerosos programas de televisión en los Estados Unidos y de todo el mundo. Fue invitado a hablar en las Naciones Unidas. Realizó una conferencia que llenó el Madison Square Garden en la ciudad de Nueva York, y sus seminarios han sido destacados en varias publicaciones, incluyendo The New York Times.
Como doctor, Eric dirigió una consulta quiropráctica con mucho éxito, durante 12 años hasta que un día sus pacientes empezaron a decir que sentían sus manos en ellos (aunque él no los había tocado). Durante los primeros meses de este cambio, le salieron ampollas en las palmas de sus manos y le sangraron. Pronto, los pacientes informaron de sanaciones milagrosas de cánceres, enfermedades relacionadas con el SIDA, epilepsia, síndrome de fatiga crónica, esclerosis múltiple, reumatoide y osteoartritis, malformaciones de nacimiento, parálisis cerebral y otras afecciones serias. Todo esto sucedía con sólo acercar sus manos a los pacientes. Hoy en día, continúa.
Las sanaciones de sus pacientes se han documentado hasta la fecha, en seis libros, incluyendo su título más vendido: La Reconexión: Sana a Otros, Sánate a ti Mismo, que será traducido a su veintisiete idiomas.
Afincado en Los Ángeles, Eric suscita gran interés de doctores y de investigadores médicos en los hospitales y universidades de todo el mundo. Incluyendo el Jackson Memorial Hospital, UCLA, Cedars-Sinai Medical Center, the VA Hospital, University of Minnesota, University of Miami Medical School y University of Arizona.
Cada año, Eric viaja constantemente por todo el mundo, trayendo luz e información de Sanación Reconectiva al planeta. Eric enseña cómo activar y utilizar este nuevo espectro de las frecuencias de sanación que permiten que accedamos a un nivel de sanación más allá de lo que cualquier persona ha podido acceder anteriormente hasta la fecha. El Dr. Pearl ha enseñado a más de 30.000 practicantes de Sanación Reconectiva en más de 55 países, creando una generación espontánea de sanadores por todo el mundo.

Frederick Ponzlov, productor, guionista, profesor de actuación y un laureado actor, se graduó en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee, estudió interpretación en el Neighborhood Playhouse en Nueva York y luego se trasladó a Los Ángeles. Frederick ha impartido clases de interpretación durante los últimos 30 años y continúa haciéndolo en Long Beach, California, donde reside actualmente.

Prólogo
La historia de Eric

¡Oh, Dios mío!, pensé mientras observaba a mi paciente, Fred, quien ya no yacía acostado sobre la camilla acolchada que se encontraba frente a mí en la consulta. Nadie va a creer esto. ¿Delante de la presencia de qué o quién estoy?

Los ojos de Fred se encontraban parcialmente cerrados mientras se ponían en blanco y se movían a toda velocidad, hacia arriba y hacia abajo, como si desaparecieran dentro de su cráneo, bajo los párpados temblorosos. Su respiración se hizo más lenta y más profunda. Sus brazos, en cierto modo extendidos hacia los lados, comenzaron a moverse lenta y rítmicamente... suavemente hacia arriba, luego hacia abajo, luego hacia arriba una vez más, como si se mantuvieran en suspensión dentro de un campo de energía invisible. Sus labios se abrieron; podía ver que su lengua se movía, claramente tratando de articular palabras, mientras que el aire escapaba por su boca de manera audible.

Un poco turbado, me incliné hacia delante y acerque mi oído a su boca para escuchar lo que tenía que decir..., no obstante, lo único que pude percibir fue el sonido de su aliento mientras las aspiraciones trataban en vano de convertirse en palabras.

De puro asombro, me quedé clavado en el lugar. Sabía que me encontraba ante la presencia de algo más grande de lo que yo, o la

mayoría de las personas —o quizás nadie en absoluto— había experimentado jamás.

Y, sin embargo, esto no era ni el comienzo ni el fin de algo que iría más lejos de lo que yo podía haber anticipado, algo que pronto afectaría a millones de personas en todo el mundo.

 

Mientras escuchaba con sumo cuidado el sonido del aire que salía de la boca de Fred, por fin logré escuchar una voz. Pero no era de Fred. Era la voz de mi madre que me decía, ¿Qué haces? ¡Aparta inmediatamente tu oreja de esta persona demente antes de que te dé un mordisco y te la arranque! Y comencé a sonreír, a reírme por dentro. Es difícil explicar cómo es sentirse un poco asustado, inmerso en la sorpresa y, a la vez, vivir un episodio de humor...

 

Ahora, antes de continuar, ¿puedo decir con toda certeza que este incidente salió completamente de la nada? Bueno, sí... y no. Para ser más preciso, dejadme retroceder sólo unos pocos meses desde ese día de enero de 1994 hasta agosto del año anterior.

Ignoraba por completo que la vida estaba a punto de cambiar, para mí y para muchas otras personas. Durante los doce años anteriores yo había sido un doctor muy feliz. Tenía una de las más grandes y exitosas consultas de quiropráctica en Los Ángeles, y creía firmemente que mi vida trascurriría de la misma manera. Pero, veréis, llegué a casa un jueves pensando en que yo no era más que un doctor en quiropráctica y cuando regresé el lunes siguiente ya me había convertido en otra cosa. (Por cierto, mis padres siempre decían que acabaría convirtiéndome en «otra cosa», pero, probablemente, eso no era eso a lo que se referían).

Todo comenzó esa noche de jueves, cuando de pronto me despertó una luz muy brillante. Abrí los ojos para ver qué era, aunque no se trataba de nada de apariencia metafísica o espiritual. Era sólo la lámpara de noche al lado de mi cama. Se había encendido sola. La lámpara había estado ahí durante más de diez años, no obstante, en ninguna

ocasión anterior había decidido encenderse por sí sola. Sin embargo, ahí estaba, encendida.

A la misma vez, tuve la impresión de que alguien estaba en mi casa.

No tengo palabras para describir la inquietante sensación que es despertar y tener la impresión de que alguien que no estaba ahí antes de irte a la cama, está en tu casa. Digamos que me levanté, tomé un cuchillo, mi espray de pimienta, mi dóberman pinscher y me fui a la caza del intruso. Después de unos veinte minutos de búsqueda, decidí que se trataba sólo de mi imaginación y regresé a la cama. Pero el lunes siguiente, siete de mis pacientes, independientes uno del otro, insistían mientras trabajábamos en que tenían la sensación de que había «personas» en las salas de mi consulta, exactamente igual a lo que yo había experimentado en mi casa, aunque ellos no tenían conocimiento de lo que me había pasado.

Ahora bien, después de doce años de práctica profesional sin que nadie hubiera dicho algo remotamente similar hasta el momento, uno pensaría que escuchar a siete personas decir lo mismo, en el mismo día, llamaría mi atención. Pero, veréis, otros pacientes, ese mismo día, me dijeron que podían sentir mis manos sin que llegara a tocarlos. Por supuesto, no los creí. Les pedí que se acostaran en la camilla con los ojos cerrados y coloqué mis manos a cierta distancia, sin embargo los pacientes siempre sabían en qué dirección apuntaban las palmas de mis manos. Tobillo izquierdo, hombro derecho. Lo sabían. Podían sentirme... o sentirlo.

Mientras los observaba, sus músculos faciales —pequeños músculos de la frente y alrededor del mentón y los labios— se movían..., más exactamente, se tensaban. Músculos tan pequeños que no podían moverse intencionadamente. Los labios se abrían; las lenguas se movían. Los ojos hacían un movimiento rápido hacia delante y hacia atrás. Los pies y los dedos de las manos se movían involuntariamente, ya fuese en patrones sincronizados o alternado derecha, izquierda, derecha, izquierda...

Y cuando abrían los ojos, me contaban que habían visto colores desconocidos para ellos; que habían olido aromas, casi siempre florales, que no conocían; que habían visto y escuchado a «personas» que no estaban en la sala, a la vista.

Y luego comenzaron a hablar de la sanación. De la curación real. Algunos de ellos se levantaron de sus sillas de ruedas. Comenzaron a recuperar el uso de sus brazos, de sus piernas, de la audición... En algunos casos, los pacientes empezaron a mostrarme análisis de laboratorio que indicaban que sus tumores cancerígenos habían desaparecido. Y niños que padecían de parálisis cerebral y epilepsia podían volver a caminar, correr y hablar con normalidad; ya no sufrían ataques; ya no necesitaban medicamentos. Mis pacientes y sus médicos me llamaban y me preguntaban: «,Qué hiciste?», y mi respuesta era: «Nada. ¡Y no se lo cuentes a nadie!».

Era como cuando el gobierno trataba de decirle a la gente «Di no a las drogas». Cuanto más lo decía, más hablaba la gente.

En poco tiempo empezaron a pedirme que enseñara cómo hacer este tipo de trabajo. «¿Enseñarlo? —respondía yo—. ¿Cómo se hace para enseñar algo así?». Me paro aquí, moviendo mis manos como un idiota, pensaba. Les pedí que salieran a la calle, que agitaran sus manos en el aire y me contaran qué decían sus vecinos.

Aun así, cada vez más pacientes me llamaban después de sus sesiones para decirme que, cuando regresaban conduciendo a casa, las puertas automáticas de sus garajes se abrían antes de que pudieran accionar el botón de apertura desde el coche. O que, cuando entraban a sus casas, sus televisores o sus equipos de sonido se encendían y se apagaban solos. Experimentaban sensaciones en sus manos, y si las ponían cerca o sobre alguien de la familia que estuviese padeciendo algún problema, esa persona sanaba.

Y de repente, comenzamos a reconocer lo que luego la ciencia y la investigación confirmarían: que una vez que se interactúa con este nuevo y amplio espectro de frecuencias curativas, algo cambia en nuestro interior que nos permite, no sólo tener acceso a nuestra propia curación, sino que también facilita la sanación de otros. La ciencia de hoy lo denomina Sanación Reconectiva, y ésta fue la base para mi primer libro, La Reconexión. Sana a otros; sánate a ti mismo.

Entonces, de vuelta a la consulta con Fred, el sonido de su respiración continuaba mientras yo observaba, sumido en la más completa fascinación..., quizás demasiado fascinado, hasta que me di cuenta de que estaba pasando demasiado tiempo con él en la consulta mientras que mis otros pacientes me esperaban. Lo toqué ligeramente en el esternón con mis dedos índice y corazón y le dije en voz baja: «Fred, creo que ya hemos terminado».

Fred abrió los ojos. Me miró. Le miré yo a él. Él no dijo nada ni yo tampoco. En definitiva, ¿qué había que decir?

No puedo decir que no pensé en este episodio durante el resto de la semana y hasta su próxima visita; de hecho pensé muchísimo en ello. Estaba convencido de que todo se repetiría nuevamente, así que programé las citas de mis pacientes antes que la de Fred para disponer de tiempo suficiente en caso de que fuese necesario.

Y así fue. Lo preparé, esperé a que se acomodara y le pedí que cerrara los ojos y que se relajara. Mientras yacía acostado frente a mí, situé mis manos en el aire, cerca de su cabeza, y la escena de la visita anterior se repitió. Su cabeza se sacudió hacia atrás, sus ojos se pusieron en blanco, sus labios se abrieron, su lengua comenzó a moverse y el aire comenzó a escapar de su boca de manera audible. Pero, en esta ocasión, el aire se convirtió en una voz. Y la voz dijo: «Venimos aquí para decirte que continúes haciendo lo que estás haciendo. Lo que estás haciendo es traer luz e información al planeta».

Fred me miró y me confesó que esa voz había estado hablando a través de él desde que tenía aproximadamente once arios; que sólo dos personas en su vida sabían acerca de esto; que había sentido la voz en la visita anterior pero que pensó que yo no me había percatado de nada. Le pedí que se relajara y que la dejara fluir.

Pensé que esto era algo que le sucedía únicamente a Fred. Alguna

«cosa de Fred». Ignoraba por completo lo que estaba a punto de ocurrir.

Dos días después, otros tres pacientes perdieron el conocimiento y

dijeron las mismas dos frases que Fred había dicho antes: «Venimos

aquí para decirte que continúes haciendo lo que estás haciendo. Lo que

estás haciendo es traer luz e información al planeta». No obstante, dos de

estos pacientes agregaron una tercera frase: «Lo que estás haciendo es reconectar las hebras», y un cuarto dijo: «Lo que estás haciendo es reconectar las cuerdas».

Fred regresó en otra ocasión para otra consulta y me dijo que, mientras estuvo en su casa, había estado haciendo escritura automática. (Aparentemente, otras de las «cosas de Fred»). Dijo que se trataba de su escritura automática habitual excepto por las últimas dos oraciones, las cuales decían: No subestimes el poder del doctor Eric Scott Pearl. Lo que él está haciendo es reconectar las cuerdas.

Le pregunté si estaba seguro que decía «cuerdas». Yo sabía que hebras se refería al ADN. La palabra cuerdas tendría que tratarse de un error, pensé. O quizás alguna entidad, algún ser inteligente del universo, estaba tratando de comunicarse conmigo y tenía dificultades para encontrar las palabras adecuadas en un idioma extraño para trasmitir el concepto que se encontraba entre cuerdas y hebras. Pero Fred insistía en que había escrito la palabra cuerdas.

Por cierto, ¿mencioné el dato de que ninguno de estos pacientes se conocía entre sí? ¿No? Bien, pues dejadme que lo aclare en este momento: ninguno de estos pacientes se conocían entre ellos. Ni conocían a ninguna de las cinco personas a las cuales les ocurriría lo mismo durante la semana siguiente. En total, durante el trascurso de los siguientes tres meses, más de cincuenta pacientes perdieron el conocimiento y dijeron hasta seis frases iguales, palabra por palabra.

Algo que comprendí rápidamente es que, en ocasiones, a uno se le da la oportunidad de atravesar umbrales que ignora hacia dónde conducen. La mayoría de las veces, éste es el caso, y fue lo que ocurrió conmigo.

Desde el principio, se me infundió un miedo disfrazado de amor por parte de «sanadores» que observaban a distancia. Algunos me preguntaban: «Cuál es la fuente de esas curaciones? ¿Es una buena fuente?». «Por supuesto que sí» —respondía yo—. «Es Dios. Es amor. Es el universo».

«Cómo lo sabes?», preguntaban.

«Simplemente lo sé», les respondía.

«Pero, ¿cómo es que lo sabes?» preguntaban nuevamente, hasta que yo mismo comencé a plantearme la misma interrogante. Estaba seguro de que lo sabía. Lo que no sabía era cómo. Así que, pensando que aquellos que hacían las preguntas debían de saber algo que era un enigma para mí, decidí preguntarles cómo debía yo entonces determinar el origen de la fuente. Su respuesta fue: «Pregúntale».

¿Pregúntale? ¡Pregúntale?! ¿Qué clase de respuesta era ésa? Si le preguntas a una buena fuente si lo es, te dirá la verdad y te responderá que sí. Por el contrario, si le haces la misma pregunta a una mala fuente, te mentirá y dirá que es buena.

O sea, estaba ante la presencia de estos sanadores que tenían la osadía de infundir el miedo y ni siquiera tenían la integridad para darme una guía adecuada y así obtener la respuesta que buscaba. ¡¿Pregúntale?!

Por lo que me puse a meditar y a meditar hasta que se me ocurrieron dos de los peores escenarios posibles:

(a) Muero. Llego a las puertas del cielo, o adonde sea que lleguemos, y san Pedro, o quienquiera que se suponga que está ahí, busca mi nombre en el Libro de la Vida.

Eric Pearl... Eric Pearl... sí, aquí está... Hmm... fue muy insensato de tu parte el conducir a muchas personas a lo largo de un camino estúpido. Tienes que regresar y vivir tu vida nuevamente 600 veces...

Bien, permitidme que os diga que ésa no era una posibilidad muy divertida. Pero ahora viene el peor de los peores escenarios:

Eric Pearl... Eric Pearl... sí, aquí está... Hmm... te dimos la oportunidad de lograr un cambio en la consciencia que hubiera tenido un efecto multiplicador a perpetuidad en todo el universo... Y no lo hiciste... porque tenías miedo...

Veréis, ésa era la posibilidad con la que no podía vivir.

La luz no viene de afuera, sino de adentro... Tu vida es la fuente de esa luz.

- SOLOMON

A través de las enseñanzas de Solomon —la entidad que habla a través de la persona de Fred— y mi propia evolución, he llegado a entender lo que yo denomino la teoría de la Causa-Uno. La teoría de la Causa-Uno plantea que el grado en cual nos alejamos de la salud perfecta es igual al grado en el que temporalmente olvidamos que somos luz. Y todo lo que debemos hacer es recordarnos a nosotros mismos que somos luz, recordar de una manera que nos permita regresar a nuestro estado natural de vibración luminosa. Y a medida que vibremos en nuestro estado luminoso más óptimo, cualquier cosa que sea más densa que esa luz no tendrá nada a lo que aferrarse y, por lo tanto, se disipará, si es el momento adecuado en nuestras vidas para que esto suceda.

Aprendí que ser un sanador, o sea, facilitar la curación de otros, es una experiencia muy pura. Aprendí a insertarme en la ecuación acompañado de la otra persona y del universo, ir mucho más allá de la técnica, y permitirme sentir. Sentir. Es decir, escuchar... con un sentido diferente. Sentir, observar, jugar, notar. Sin juicios. Y eso constituye gran parte del secreto. Aprendí que mientras vamos más allá de la técnica, trascendemos la dirección; trascendemos el resultado específico detallado, deseado; trascendemos nuestra capacidad de juzgar. Aprendí a separarme de la orientación hacia los resultados y a adentrarme en la orientación hacia el proceso. Y en la medida en la que me permitía a mí mismo hacerlo, me hice más consciente del campo en el que me introducía y de mis sensaciones. Sensaciones que variaban: calientes, frías, húmedas, secas, pujantes, tirantes, burbujeantes, efervescentes.

Lo más curioso de todo es lo sencillo que resulta. Veréis, mientras destilaba mis sensaciones, todas se convirtieron en una: júbilo, alegría... dicha. A medida que experimentaba esa dicha, entré en el campo y me fundí en él. Y descubrí que no estamos solos en ese campo.

Estamos con todos... específicamente, con esa persona que tiene nuestra atención, porque —admitámoslo— siempre nos dirigimos hacia donde nos lleva nuestra atención, hacia donde está nuestra conciencia. De alguna manera, ya sea consciente o no durante esta interacción, una «vocecilla» —hablando en sentido figurado— dentro de la persona dice, ¡Ah!, recuerdo esto. Éste soy yo vibrando, saludable. Éste soy yo vibrando como la luz... Creo que lo haré una vez más.

Y en ese recuerdo, observé como las personas comenzaban a vibrar una vez más con su nivel más óptimo de luz, y comenzaban a vibrar saludables. Observé que cualquier cosa que fuera más densa que esa luz, incluyendo aquellas condiciones de salud que se consideran más importantes, se disipa si el momento es el adecuado en la vida de esa persona. Inmediatamente comprendí que la curación es así de sencilla. Y cualquier cosa —absolutamente cualquier cosa— más complicada está diseñada con la finalidad de tratar de vendernos algo.

Mientras me permitía a mí mismo escuchar —dejar de hacer y pasar a convertirme en el observador y el observado— apreciaba como el universo se desdoblaba en todo su esplendor y belleza. Éste es el regalo. Éste es el momento en que vemos cosas que son nuevas, que son diferentes, que son reales. Muy, muy reales. Experimentamos luego cada sesión con la sensación novedosa del descubrimiento porque cada persona es una experiencia nueva.

Tu trabajo es el de abrir puertas.

El trabajo de ellos es el de decidir si tienen la valentía de atravesarlas.

- SOLOMON

Veréis, no me gusta la palabra curación. Su interpretación común es demasiado limitada. La curación implica que uno debe ponerse «bueno» de algo. Observé que la curación es mucho más que levantarse de una silla de ruedas, recuperar el oído o el habla, que desaparezcan tumores cancerígenos o que niños que sufren de parálisis cerebral caminen y hablen con normalidad. Aunque todas estas manifestaciones son

maravillosas cuando las presenciamos al hacer este trabajo, la curación es, en su sentido más preciso, mucho más que eso. Estas «curaciones» son señales de algo mucho más grande. Son señales de un acceso mucho más completo al universo y de interacción con él. Son señales de evolución, de ascensión en el plano humano, si os parece.

Nuestra existencia consiste fundamentalmente en la evolución continua. He aprendido que la vida se desarrolla alrededor de nuestra habilidad para adaptarnos y evolucionar. Es un proceso continuo. En ocasiones este proceso ocurre tan lentamente y de manera tan sutil que no nos percatamos de ello. En otros momentos avanza de forma tan obvia y aparente que es cualquier cosa menos sutil...

Mientras me permití observar como simple testigo y «estar presente», me percaté de que esta curación es de naturaleza muy diferente a la que nos han enseñado a percibir, entender o, incluso, creer y aceptar. La curación está relacionada con un proceso evolutivo nacido a través de la cocreación al más alto nivel de interacción vibratoria con el universo, al más alto nivel de interacción vibratoria con el campo.

Si un hombre k dedicara media hora cada noche a la auto-conversación y analizara consigo mismo lo que ha hecho durante el trascurso del día, ya sea correcto o incorrecto, se convertiría por ello en un hombre mejor y más sabio.

PHILIP DORMER STANHOPE, 4.° DUQUE DE CHESTERFIELD (1694-1773)

Mi vida ha cambiado mucho debido a este trabajo. Quisiera poder deciros exactamente cómo ha cambiado, cómo he cambiado; sin embargo, en realidad no sé cómo. Gracias a que he vivido «conmigo» día tras día, veo mucho más mi búsqueda para ser mejor que mis logros reales. Me veo a mí mismo cuando manejo bien una situación, y eso me hace sentir bien por dentro. Sin embargo, cuando no manejo una situación tan bien como hubiera deseado, me siento mal y decepcionado. No obstante, persevero, decidido a hacerlo mejor la próxima vez.

¿Veo a la mayoría de los mensajeros —o sea, a los que hablan y presentan— ser su mensaje fuera del escenario? En distinto grado. Eso me permite ver que soy humano, que todos somos humanos. No tengo una personalidad diferente sobre o fuera del escenario, por lo que me veréis como soy: el bueno, el feo y el malo. Pero veréis la verdad. ¿Soy todo lo paciente que me gustaría ser? No. ¿Soy más paciente y comprensivo que antes? Absolutamente. ¿Me gustaría ser mi propio mensaje? Definitivamente. ¿He logrado ser mi propio mensaje? Bueno, estoy en el proceso. Y posiblemente, cuando llegue a ser mi mensaje, habrá muy pocas razones para estar «en el cuerpo». Pero me queda un largo camino por delante, así que no tengo planes de dejar esta vida muy pronto. Supongo que el mayor cambio que ha operado en mí ha sido la disposición para observarme a mí mismo —mis acciones, mis inacciones, mis éxitos y mis fallos— con menos enjuiciamiento y con el deseo de mejorar. Quizás se trate de mi reconexión con la verdad y la pureza de quién soy como ser humano, como alma.

Todos tomamos nuestras decisiones por miedo o por amor. El miedo incluye la escasez, la limitación, la ilusión de separación y la oscuridad...; el amor incluye la unidad, la abundancia, la prosperidad, la identidad y la luz. Yo elijo tomar mis decisiones por amor. Ahora, no siempre es tan fácil como parece. Por momentos me preguntaba si estaba haciendo lo correcto, me preguntaba si había estado viviendo en un sueño del cual tendría que despertar. En otras ocasiones me preguntaba si no era posible que estuviese perdiendo la cabeza o si no la había perdido ya del todo. Quizás me encontrase en una cama de hospital, en coma, y todo no fuera más que producto de mi imaginación.

Sin embargo, cuando me encuentro ante la duda, me recuerdo a mí mismo que no fui yo quien dijo esas seis frases originales. Fueron cincuenta personas diferentes y ninguno de ellos, excepto Fred, había pasado antes por la experiencia de canalizar una voz a través de ellos. Yo sabía que las respuestas estaban ahí. En las frases. Se convirtieron en los mantras que utilizaba en aquellos momentos en los que dudé de mí o de la situación. Los mantenía a la vista en algún lugar fácil de ubicar, de forma tal que pudiera verlos cuando empezara a tener mis dudas, y

siempre pude encontrar la frase precisa que me ayudaba en esos momentos. Aquí os las dejo para que podáis hacer una copia de ellas para vuestro propio uso.

1. Venimos aquí para decirte que continúes haciendo lo que estás haciendo.

2. Lo que estás haciendo es traer luz e información al planeta.

3. Lo que estás haciendo es reconectar las cuerdas.

4. Lo que estás haciendo es reconectar las hebras.

5. Debes ver/saber que eres un maestro.

6. Hemos venido por tu reputación.

En cierto sentido, yo utilizaba estas frases como si fueran mantras. Me funcionaban. Y espero que funcionen para vosotros también.

Pero, por favor, tened en cuenta que, aunque las frases son muy importantes para entender este trabajo, ellas no son el enfoque principal de este libro. Tenéis la posibilidad de leer acerca de ellas y lo que significan en el libro titulado La Reconexión. La importancia de este incidente, para el propósito del prólogo, fue que las voces, las frases, se detuvieron. Más o menos. De cierto modo. De alguna forma. No obstante, la información continuó fluyendo a través de Fred de manera mucho más amplia.

Continué visitando a Fred periódicamente y le preguntaba si podía hablar con esa voz que hablaba a través de él. A Fred no siempre le gustaba sacar la voz, pero con suficiente estímulo, en ocasiones accedía. Y yo tuve la idea de grabar esas sesiones.

Durante la primera y segunda sesión, incluyendo la secuencia «Quiero que os asombréis» con la que comienza este libro, utilizamos tres grabadoras... y las tres se rompieron. Así que finalmente invertí en la adquisición de un buen sistema de grabación para poder registrar cada palabra. Luego, hice trascribir las cintas para que pudieran leerse. Las mantuve en un lugar seguro, comenzando en 1994, ya que no estaba seguro de cómo compartir el material correctamente, o si en realidad debía de hacerlo.

Con el trascurso de los años y las sucesivas mudanzas, Fred y yo perdimos el contacto. En 2008 aproximadamente, después de una in-

vestigación exhaustiva, logré localizarlo. Un par de años más tarde decidimos colaborar para sacar a la luz este material.

Mientras avancéis en la lectura de este libro, encontraréis más frases y observaciones que os ayudarán a continuar hacia delante, no sólo como Sanadores Reconectivos, sino como personas reconectadas, pues este libro trata acerca de la reconexión de vuestras vidas. Está diseñado no sólo para trasformar a aquellos que quieren convertirse en sanadores, sanadores reales... sino para trasformar a cada uno de nosotros que busca reconectarse y traer armonía a este mundo.

Índice

Agradecimientos 9
Prólogo: la historia de Eric 11
Prólogo: la historia de Fred 25
Prólogo de Lee Carroll 37
Introducción 41
Capítulo 1. Quién es Solomon 47
Capítulo 2. Quiero que te asombres 51
Capítulo 3. Fluye hacia adelante 53
Capítulo 4. Nuestro instinto es la suma total de Todo Lo Que Es 55
Capítulo 5. Existe una verdad universal para cada momento de la vida 59
Capítulo 6. Liberándote a ti mismo, ayudarás a otros 63
Capítulo 7. Escucha tu propia música 65
Capítulo 8. Tu vida es la energía mágica de un tiempo eterno
manifestada en carne y hueso 71
Capítulo 9. Sois portadores de una gran luz 77
Capítulo 10. Eres parte integral en un proceso de gran envergadura
que se avecina 79
Capítulo 11. Confía en que eres suficiente 81
Capítulo 12. Hay un éxtasis sublime en la nada 85
Capítulo 13. Los problemas no son problemas, son lecciones que aprender 89
Capítulo 14. Las respuestas que deseas, ya las tienes 93
Capítulo 15. Nos encontramos a «nosotros» en la interacción con otros 99
Capítulo 16. La autoestima es el conocimiento de que eres el universo 103
Capítulo 17. Permítete creer en tus habilidades y éstas emergerán 107
Capítulo 18. Ignora esa relación amorosa con el sufrimiento 111
Capítulo 19. La clave para entender la verdad radica en si ésta
le parece cierta a vuestras almas 117
Capítulo 20. Utiliza ese tiempo para armonizarte 123
Capítulo 21. Se trata de aclarar, no de complicar 127
Capítulo 22. Desvela tu alma 131
Capítulo 23. No progresamos al celebrar nuestras diferencias 139
Capítulo 24. No limites la definición del éxito 145
Capítulo 25. Lo importante es que te muevas 149
Capítulo 26. Reconéctate con la mayor fuerza que es 153
Capítulo 27. Dondequiera que estés, puede ocurrir la sanación 163
Capítulo 28. La entidad misma sabe lo que necesita 167
Capítulo 29. Debes saber que eres un maestro 175
Capítulo 30. Creamos durante cada segundo de nuestra vida.
Es nuestra obra de arte 181
Capítulo 31. Nunca faltarán los aplausos 199
Capítulo 32. La existencia individual de todos es una sinfonía 203
Apéndice: Las recomendaciones de Solomon 207
Epílogo de Frederick 209
Epílogo de Eric 211

 

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