Mindfulness Atencion Plena

Referencia: 9788441430594
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Este libro, si lo pones a prueba, tiene el potencial de transformar de forma fundamental tu experiencia de vida. Si alguna vez has deseado detener el parloteo de tu mente, concentrarte con mayor facilidad, experimentar una mayor sensación de calma y de bienestar, o simplemente poder dormir por la noche, entonces es tiempo de ampliar tu espacio mental. Esto es meditación, pero no como la conocías hasta ahora. Aquí no tienes que recitar nada, ni sentarte con las piernas cruzadas, ni hay ninguna creencia en particular. Y lo que es más, esta técnica tan fácil de aprender te supone únicamente 10 minutos al día, proporcionándote resultados que pueden cambiar tu vida.

Andy Puddicombe Es un antiguo monje budista y consultor clínico. Su aprendizaje de la meditación le ha llevado a viajar por todo el mundo. Andy regresó al Reino Unido en el año 2004 y organizó Headspace con una única intención: desmitificar la meditación y hacerla algo accesible y relevante a tanta gente como fuera posible.

Introducción

Ya era más de medianoche. Yo me encontraba sentado en lo alto del muro y miraba hacia abajo. Los altos pinos del jardín me ocultaban en la oscuridad, aunque no pude resistir el impulso de mirar hacia atrás una última vez para comprobar que nadie me seguía. ¿Cómo había llegado hasta esta situación? Miré hacia abajo de nuevo. Habría unos nueve metros hasta el suelo. Quizá no parezca tan alto, pero agazapado sobre un par de endebles sandalias y vestido con mi ropa de dormir, la idea de saltar hizo que me estremeciera. ¿En qué estaba pensando para ir calzado con sandalias? Las metí en mis pantalones mientras me arrastraba a través del monasterio, tratando de no despertar a los otros monjes. Había ido al monasterio a contemplar la vida, y sin embargo aquí me encontraba, escalando sus muros y mirando mis sandalias mientras me preparaba para saltar de nuevo al mundo.

No tendría que haber sido así. Yo ya había recibido una educación de monje budista antes, y en contextos mucho más difíciles. Pero otros monasterios rebosaban de una cálida, amable y atenta aproximación a lo que solo puede ser descrito como una forma de vida exigente, pero muy satisfactoria. Este, sin embargo, era diferente. Era un monasterio budista diferente a cualquier otro. Cerrado día y noche, rodeado por altos muros y sin modo alguno de contactar con nadie del exterior, en ocasiones se parecía más a una prisión. Por supuesto, la culpa era solo mía, puesto que después de todo
había ido allí por mi propia voluntad. Se trata solo de que el mona-cato tradicional es un poco diferente de la Mafia. Una vez que te has ordenado monje no es algo a lo que estés obligado de por vida, sin posibilidad de escape. Más bien al contrario, los monasterios budistas son bien conocidos y respetados por su tolerancia y su compasión. Así que cómo terminé largándome de uno, saltando por encima de un muro de tres metros, es aún un auténtico misterio.

Todo había comenzado unos años atrás, cuando tomé la decisión de hacer las maletas y salir rumbo a Asia para convertirme en monje. En aquel momento me encontraba en la universidad, estudiando Ciencias del Deporte. Puede sonar como un cambio de estilo de vida algo radical, pero en realidad fue una de las decisiones más fáciles que he tomado en mi vida. Mis amigos y mi familia estaban comprensiblemente algo más preocupados que yo, y pensaban que quizá había terminado por perder del todo la cabeza, aunque habían apoyado mi decisión. En la universidad, sin embargo, la historia fue algo diferente. Al escuchar las noticias, mi tutor me sugirió que hacerle una visita al doctor para que me recetara Prozac sería una opción más sensata. Por muy buena que fuera su intención, no pude dejar de pensar que. se estaba equivocando. ¿De verdad creía que iba a encontrar el tipo de felicidad y de realización que estaba buscando en un bote de pastillas? Mientras yo salía por la puerta de su oficina, me dijo: «Andy, lamentarás esta decisión el resto de tu vida». Finalmente, resultó ser una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

Te estarás preguntando qué tipo de persona decide de pronto un día marcharse a Asia para convertirse en monje budista. Quizá te estés imaginando un estudiante de los que se «automedican» y que ha perdido el rumbo, o uno del tipo «creativo», con deseos de rebelarse contra una sociedad consumista. Pero la realidad era mucho más mundana que todo eso. Por aquel entonces, yo solo me peleaba con mi mente. No necesitaba una camisa de fuerza, entiéndeme, pero me peleaba con el pensamiento incesante. Sentía como si mi mente estuviera permanentemente conectada, dando vueltas y vueltas como el tambor de una lavadora. Algunos de los pensamientos me gustaban, pero otros muchos no. Y lo mismo valía para las emociones. Como si una «cabeza ocupada» no fuera suficiente, sentía como si estuviera siempre vagando sin rumbo entre preocupaciones innecesarias, frustración y tristeza. Estos son niveles de emoción bastante comunes, pero en mi caso tenían la tendencia de salirse fuera de control de vez en cuando. Y, cuando esto ocurría, no había nada que pudiera hacer al respecto. Sentía que me encontraba a merced de estos sentimientos, me sentía sacudido por ellos. En un día bueno, todo marchaba bien, pero en uno malo, sentía como si mi cabeza fuera a estallar.

A causa de la intensidad con la que experimentaba los sentimientos, el deseo de entrenar mi mente siempre estuvo más o menos presente. No tenía ni idea de cómo hacerlo de un modo adecuado, pero había entrado en contacto con la meditación a una edad muy temprana, y sabía que esta ofrecía una posible solución. No me gustaría que pensaras que era una especie de niño prodigio, o que pasé mi adolescencia sentado en el suelo con las piernas cruzadas, por-que no fue así. No empecé a estudiar meditación a tiempo completo hasta que cumplí veintidós años, pero la primera vez que experimenté el espacio mental, con once años, fue definitivamente un punto de inflexión en mi vida. Me gustaría poder decir que lo que me impulsó a asistir a esa primera clase de meditación fue un deseo de comprender el sentido de la vida, pero la verdad es que fui por-que no quería sentirme dejado de lado. Mis padres se acababan de separar y, buscando un medio para sobrellevarlo, mi madre se matriculó en un curso de seis semanas. Al ver que mi hermana también iba, pregunté si podía ir con ellas.

Pienso que simplemente tuve suerte la primera vez que lo intenté. No tenía ninguna expectativa, así que no pude proyectar esperanza
o miedo alguno en la experiencia. Pero incluso a esa edad es difícil ignorar el cambio en la calidad de la mente que la meditación puede provocar. No estoy seguro de si antes de aquello había experimentado una mente en paz. Desde luego, nunca había permanecido sentado en un mismo sitio durante tanto tiempo. El problema apare-ció, desde luego, cuando no obtuve la misma experiencia la siguiente vez que lo intenté. De hecho, era como si cuanto más intentara relajarme, más me alejara de la relajación. Así que de este modo fue como comenzó mi meditación, batallando con mi mente y frustrándome cada vez más.

Cuando vuelvo la vista atrás no me sorprendo demasiado. El enfoque que me enseñaban era un poco «distante», si sabes a lo que me refiero. El lenguaje que se usaba era más propio de los años sesenta que de los ochenta, con muchas palabras extranjeras a las que no solía prestar atención durante la clase, y el constante recuerdo de «simplemente relájate» y «déjate ir». Vale, en primer lugar, si hubiera sabido cómo «simplemente relajarme» y «dejarme ir», no habría estado allí. Y en cuanto a quedarme sentado durante treinta o cuarenta minutos seguidos, olvídate de eso.

Esta experiencia pudo haberme apartado de la meditación de por vida. El apoyo de la causa era desde luego bastante limitado. Mi hermana lo encontró aburrido y lo dejó, mientras que mi madre, como siempre hizo con sus otros compromisos, se esforzó en encontrar tiempo para continuar. En cuanto al apoyo por parte de los amigos, aún no sé cómo se me ocurrió contárselo a un par de compañeros del colegio. Cuando entré en clase al día siguiente me encontré a treinta estudiantes sentados sobre sus pupitres con las piernas cruzadas, con los ojos cerrados, recitando «om» entre risas apenas reprimidas. Aunque ahora me río al recordarlo, en su momento me hizo sufrir mucho. Así que desde ese momento jamás volví a mencionárselo a nadie, y con el tiempo lo dejé. Además, con la perspectiva del deporte, las chicas y el «alcohol antes de los
dieciocho» abriéndose paso desde el horizonte, era difícil imaginar tiempo para dedicar a la meditación.

Quizá estés pensando que me educaron de un modo en el que la idea de meditación era más fácil de aceptar. Quizá me estés imaginando en el colegio como un chico alternativo, con pantalones de campana, coleta y oliendo a incienso. O quizá te imagines a mis padres recogiéndome después de clase en una furgoneta Volkswagen propulsada con marihuana y decorada con flores pintadas. Digo esto porque es fácil sacar conclusiones rápidas, saltar hasta esos estereotipos sobre la meditación y pensar que se trata de algo propio solo de un determinado tipo de personas. Pero en realidad, pienso que yo era tan normal como podrías haberlo sido tú mismo de adolescente.

Continué teniendo escarceos esporádicos con la meditación, hasta que a los dieciocho sufrí una profunda crisis, una serie de trágicos acontecimientos sobre los que volveré más adelante, que terminaron dando a la meditación una importancia y una relevancia que nunca antes había tenido. Es difícil sobrellevar el dolor a cualquier edad. No estamos preparados para ello, no hay una fórmula para hacerlo, y la mayoría de nosotros nos las arreglamos como buenamente podemos. En mi caso, esto significaba hacer lo único que sabía: empujar todo hacia dentro, esperando no tener que enfrentarme nunca más a los sentimientos de pérdida y tristeza que de forma tan inoportuna habían llamado a mi puerta.

Pero, como todo en la vida, cuanto más presionas algo, más tensión provocas. Y con el tiempo esa tensión tiene que encontrar una salida. Un par de años más tarde me encontraba estudiando en la universidad. El primer año pasó volando, y era difícil imaginar qué más podía ofrecer la vida. Pero entonces, esa tensión, esos sentimientos que habían permanecido ignorados, comenzaron una y otra vez a buscar el camino que los condujera a la superficie. Al
principio se trataba simplemente de una incomodidad, pero no tardó mucho en convertirse en algo que afectaba cada aspecto de mi vida. Encontrarme con mi tutor para darle la noticia de que había decidido marcharme y hacerme monje era la última de mis preocupaciones.

Me habían educado en el cristianismo, pero para cuando alcancé la adolescencia ya no sentía ninguna conexión real con ninguna religión en particular. Había leído unos pocos libros a lo largo de los años, y un buen amigo mío me hablaba a menudo sobre la filosofía y la psicología del budismo. Quizá lo que más atractivo me resultaba era que no lo veía como una religión. Y las historias sobre la meditación y sobre monjes y monjas que habían logrado dominar sus mentes sonaban muy atractivas; no tanto como modo de vida, sino en cuanto al resultado.

Cuando la gente me pregunta acerca de cómo me hice monje, la pregunta suele formularse del siguiente modo: «¿Así que simplemente subes la colina, llamas a la puerta y dices que quieres ser monje?» Y, por muy ridículo que pueda sonar, eso es exactamente lo que haces. Pero antes de que empieces a hacer las maletas con entusiasmo, debo añadir que hay algo más, incluyendo una serie de años de práctica como laico, seguido de una preparación a tiempo completo como novicio y entonces, con el permiso de tu maestro, puedes recibir la ordenación completa como monje o monja.

En mi impaciencia para encontrar al maestro adecuado, al principio me moví bastante, de un monasterio a otro, y de un país a otro. Durante ese periodo viví en la India, Nepal, Tailandia, Birmania, Rusia, Polonia, Australia y Escocia, viajando por el camino a través de otros muchos países, aprendiendo nuevas técnicas, cada vez construyendo sobre los cimientos de lo ya aprendido, y haciendo lo posible para integrarlo en mi vida. Con la excepción de la forta-
leza amurallada desde la que estaba a punto de saltar, encontré todos los lugares donde viví acogedores, amables y absolutamente adecuados para la enseñanza. Y sí, afortunadamente, con el tiempo encontré al maestro adecuado, o grupo de maestros, como resultó ser al final.

Vivir como un monje puede ser difícil; no todo el mundo comprende a «un calvo vestido con una especie de falda», y tratar de desmitificar la meditación para una audiencia seglar yendo vestido de monje, que es como solía trabajar, puede enviar un mensaje muy confuso. En una comunidad monástica o en un retiro, la gen-te que está a tu alrededor comprende la simplicidad de la ropa de un monje, pero vivir en una ciudad es un poco diferente. Cuanto más hablaba a la gente sobre los beneficios de la meditación, más me daba cuenta de que muchas personas estaban buscando desesperadamente un modo de relajarse, pero se sentían incómodas con el elemento religioso que el hábito automáticamente implica. Estaban buscando simplemente un modo de hacer frente a la vida, de combatir el estrés en su trabajo, en su vida personal, en su propia mente. Querían recuperar el sentido de apertura que recordaban de la infancia, ese sentido de agradecimiento por el simple hecho de estar vivo. No estaban buscando iluminación espiritual, ni tampoco necesitaban una terapia. Solo querían saber cómo «desconectar» cuando regresaban a casa desde el trabajo, cómo poder dormir por las noches, cómo mejorar sus relaciones con los demás, cómo sentirse menos ansiosos, tristes o enfadados. La gente quería saber cómo controlar sus apetitos, cómo abandonar sus adicciones, cómo conseguir una mayor perspectiva sobre la vida. Pero por encima de todo, querían saber cómo vérselas con esa insistente sensación de que las cosas no son como deberían o como podrían ser, esa sensación de que debe de haber en la vida algo más que esto. Integrar la meditación en la vida cotidiana fue la clave de mi decisión de dejar de ser un monje y vivir como un laico.
Como monje, me volví bastante tímido. En parte fue algo debido al modo de vida, centrado en la introversión, pero un factor de igual importancia fue el ver más claramente las condiciones de mi propia mente, lo que me dejaba un poco expuesto, un poco desnudo, y esto era algo que no me hacía demasiada gracia. Como tampoco me la hacía el hecho de tener una vida bastante inactiva. Antes de mi entrenamiento monástico, yo era una persona increíblemente física, aunque fue como si eso hubiera quedado en suspenso duran-te casi diez años. Hablando con una amiga un día, me comentó que un antiguo compañero de clase recibía entrenamiento en el Circo Estatal de Moscú. Como sabía que yo era un experto malabarista y que había hecho mucha gimnasia en el pasado, pensó que quizá era algo que merecía la pena que yo probara. Tiempo atrás había estado tomando clases particulares, y era algo que me encantaba. Durante una de esas clases, mi profesor me preguntó si sabía algo sobre el título en artes circenses que era posible obtener en Londres. Sí, estás leyendo bien, un título universitario en artes circenses (ien serio, no me lo estoy inventando!). Hice algunas averiguaciones y, en efecto, el sitio existía realmente. La demanda de plazas para el curso era sorprendentemente alta (seamos sinceros, ¿quién preferiría estudiar física atómica cuando puedes estar columpiándote como un mono en el trapecio durante todo el día?), así que, sobre el papel, mis perspectivas no eran muy buenas. Pero una tarde recibí un correo electrónico en el que se me decía que me ofrecían una plaza condicional. La condición era que debía firmar previamente un descargo de responsabilidad que, muy claramente, venía a decir que estaba viejo, con más probabilidades de hacerme daño, y que debía aceptar la total responsabilidad a este respecto. Viejo a los treinta y dos... ¿quién lo hubiera pensado?

Aunque la transición de monje a payaso puede no parecer la más obvia, hay quizá más parecidos que los que puedan aparentar a primera vista. La aplicación de la consciencia del instante a la actividad física demostró ser algo valiosísimo, en más formas de las
que podía haberme imaginado. Piensa en una actuación circense, ya sean malabarismos, funambulismo, acrobacias o trapecio; todas ellas requieren un equilibrio perfecto entre concentración y relajación. Esfuérzate demasiado y cometerás un error. No te esfuerces lo suficiente y te caerás o te resbalarás.

Uno de los aspectos más estimulantes del entrenamiento en el circo era que se nos estaba pidiendo constantemente que saliéramos de nuestras «zonas de confort», y a la mayoría de nosotros, a diario. Al ego le resulta bastante penoso este proceso, y se nos animaba a tomarnos un poco menos en serio mientras tanto. Resulta gracioso, pero es algo muy similar a la práctica en el monasterio, donde el ego también se ve sometido a constantes retos. En los talleres de técnicas de payaso (resulta difícil decirlo y no reírse) se nos instaba a reírnos de nosotros mismos, a arriesgarnos, a intentar cosas, a sentirnos seguros frente a la posibilidad de fallar. Se nos hacía subir al escenario, sin ningún material en absoluto y sin instrucción alguna al respecto de qué hacer. En esos momentos reinaba el más absoluto silencio, y no había sitio al que correr a esconderse. Si tardábamos demasiado tiempo en pensar qué hacer, el profesor golpeaba un tambor que indicaba que habíamos terminado y que debíamos abandonar el escenario. No había sitio al que escapar o posibilidad de replicar con agudos comentarios. Es necesaria una presencia, una brutal sinceridad para salir allí y ver lo que pasa. A veces venía la inspiración y el resultado era desternillante, pero en otras ocasiones era doloroso y el resultado era humillante. Pero, de algún modo, no importaba. Lo que importaba era lo que estaba ocurriendo allí y hacerlo, sin pensar en ello, sin preocuparse por lo que pensaran los demás, sin ni siquiera esperar un resultado en particular. Simple-mente, hacerlo.

A menudo en la vida el análisis de las cosas, la disección de cada posible resultado, nos atrapa hasta tal punto que perdemos una oportunidad. Por supuesto, algunas cosas requieren de una cuida-
dosa consideración, pero cuanto más atentamente vivimos en el momento presente, más comenzamos a desarrollar un sentido que nos dice lo que es correcto. Puedes llamarlo una corazonada, intuición, estar guiado por algo o simplemente saber por ti mismo que esa es la cosa correcta que tienes que hacer; en cualquier caso puede ser un descubrimiento increíblemente liberador.


LA FUNDACIÓN DE HEADSPACE

Enseñar meditación era algo que estaba deseando hacer desde hacía largo tiempo, pero también sentía un cierto sentido del deber de pasar todo el cariño y la atención que me habían dado mis maestros. Cuando veía el modo en el que a menudo se enseñaba meditación en el Reino Unido, me extrañaba el hecho de que alguien pudiera obtener algún beneficio de aquello. Mientras que la transmisión de la meditación desde Oriente hasta Occidente había sido llevada a cabo con gran cuidado y sensibilidad por los monjes y monjas de tradiciones espirituales, en el mundo seglar se ha hecho del mismo modo en que hacemos todo lo demás: con prisa. Es como si no pudiéramos simplemente esperar un momento más para obtener una mente pacificada. Así que las técnicas se extrajeron de forma aislada y fuera de su contexto. Esto las convirtió en algo prácticamente imposible de aprender. ¿Cuánta gente que conoces ha intentado aprender a meditar y ha terminado dejándolo? Peor aún, ¿cuánta gente de la que conoces jamás volverá a intentarlo porque piensan que eso no es para ellos? Pero sin saber lo que en realidad es la meditación, sin haber recibido las instrucciones esenciales y sin conocer el mejor modo de abordar las técnicas, ¿cómo podría funcionar?

Como pronto descubrirás, la práctica de la meditación es mucho más que sentarse simplemente durante un periodo fijo de tiempo cada día.
Aunque esto puede ser un componente fundamental, se trata solamente de una parte de un sistema mucho mayor de entrena-miento de la mente que incorpora tres aspectos distintos. Cada aspecto es igualmente importante y, con el fin de sacarle el mayor provecho posible a tu meditación, deben aprenderse los otros dos aspectos. Tradicionalmente, los estudiantes de meditación aprenden primero a cómo aproximarse a la técnica, después aprenden cómo llevarla a cabo, y finalmente a cómo integrar las técnicas en sus vi-das diarias.

Con la intención de presentar la meditación como parte de este sistema mayor de entrenamiento mental, Headspace emprendió oficialmente su andadura en 2010. La idea era simple: desmitificar la meditación, convertirla en algo accesible y relevante para la vida moderna. No algo extravagante ni descabellado, sino simplemente unas sencillas herramientas que las personas pudieran usar para obtener algo de espacio para respirar. La idea era también la de hacer que el mayor número posible de gente intentara meditar, y no solo leyera sobre el tema. Sin lugar a dudas, llegará un día en el que sentarse diez minutos al día para obtener algo de espacio mental no sea más extraño que salir a dar un paseo para estirar las piernas. Hace diez o quince años, era difícil pronunciar la palabra «yoga» sin que la gente soltara risitas, y ahora ir al gimnasio para tomar unas clases de yoga no resulta más extraño que ir para hacer aeróbic (de hecho, posiblemente resulta menos extraño).

Aunque llevó años de investigación, planificación y desarrollo para hacer del proyecto una realidad, no es sino un parpadeo si lo comparamos con la historia de las técnicas. Hay ejercicios de meditación que han ido pasando de maestro a discípulo a lo largo de miles de años. Es tiempo más que suficiente para ir puliendo y desarrollando las técnicas, además de ir planchando algunas arrugas. En un mundo de novedades, modas y tendencias, la autenticidad nos aporta mucha tranquilidad. Fue esa autenticidad la que
me permitió comenzar trabajando con médicos, ayudando a adaptar las técnicas a usos médicos. Fue esa misma autenticidad la que me permitió comenzar la práctica privada como consultor en atención plena clínica, donde a lo largo de los años he podido atender a clientes que sufrían de insomnio, impotencia sexual y todo lo que te puedas imaginar.

Así que allí estaba yo, sentado en lo alto de aquel muro. Final-mente, eché la última mirada atrás y salté. Me dolió tener que abandonar el monasterio de aquel modo, pero, echando la vista atrás, tengo que decir que en realidad no lamento haber estado allí. Cada monasterio, retiro y centro de meditación en el que he vivido o he visitado, me ha enseñado algo. De hecho, a lo largo de los años he tenido el privilegio y la buena suerte de estudiar con algunos profesores increíbles, maestros de meditación en el verdadero sentido de la palabra. Si se puede encontrar algún rastro de sabiduría en estas páginas, se debe enteramente a ellos. Según como yo lo veo, mi mayor cualificación a la hora de escribir este libro es que, a lo largo del camino, he cometido prácticamente todos los errores que se pueden cometer en el proceso de aprendizaje de la meditación, así que espero poder ayudarte a que tú los evites. Esto significa que te aconsejaré acerca de la mejor forma de abordar la meditación, la mejor forma de practicarla y la mejor forma de integrarla en el resto de tu vida. Una cosa es llevar consigo un mapa, y otra muy distinta tener a alguien a tu lado que te muestre el camino.


CÓMO SACARLE EL MÁXIMO PARTIDO A ESTE LIBRO

La meditación es una maravillosa habilidad que puede cambiar una vida, pero el modo en que tú elijas usarla depende enteramente de ti. Con una presencia cada vez mayor de la meditación y las técnicas de atención plena en los medios, mucha gente parece tener gran prisa en definir su propósito. Pero la verdad es que tú mismo decides
su propósito decidiendo de qué forma usarla. Cuando aprendiste a montar en bicicleta, estoy seguro que solo te enseñaron cómo montar en ella, ni cómo debías utilizar esa habilidad. Algunos usan la bicicleta para ir a trabajar, otros para salir con los amigos, y en algunos casos montar en bicicleta puede llegar a ser una profesión. Pero la habilidad de ser capaz de permanecer sobre el sillín es la misma para todo el mundo. Así que mientras que fue otra persona la que te enseñó a cómo montar, tú mismo defines lo que montar en bici representa para ti, cómo usarla y cómo se adapta mejor a tu modo de vida. Lo mismo sucede con la habilidad de meditar. Puede aplicarse a cualquier aspecto de la vida y su valor es exactamente es que tú le des.

Con el fin sacarle el máximo provecho a este libro y, en consecuencia, a los muchos beneficios de la meditación, no necesitas elegir únicamente un área de tu vida en la que te gustaría concentrarte. O por lo menos, no al principio. La meditación es algo mucho más amplio que eso y las cualidades que se derivan de ella tienden de modo inevitable a afectar esas áreas de la vida donde más se la necesita. Sin embargo, es útil saber cómo otras personas usan la meditación, con el fin de apreciar todo su potencial. Para muchos es el curaestrés, una aspirina para la mente. Dicho de otro modo, un modo diario de obtener algo de espacio mental. Para algunos, es la base para una aproximación mayor a la atención plena, una oportunidad para ponerse en contacto con lo que significa estar presente y consciente del momento a lo largo del día. Para otros, puede ser parte de un plan de desarrollo personal que les conduzca hacia una mayor estabilidad emocional, o estar integrada en una vía espiritual de algún tipo. Y después están esos que hacen de la meditación un modo de mejorar sus relaciones con los compañeros, padres, hijos, amigos, colegas y asociados.

La meditación también se usa de modos mucho más específicos. Desde que el Instituto Nacional de Excelencia Clínica del Reino
Unido (NICE) aprobó el uso de la meditación (o atención plena, como se la conoce en el mundo médico), se ha venido usando para tratar una gran variedad de síntomas relacionados con el estrés. Estos incluyen, entre otros, la ansiedad crónica, depresión, ira, adicciones, comportamiento compulsivo, insomnio, tensión muscular, disfunciones sexuales y el síndrome premenstrual.

Lejos del mundo médico, pero con la intención de tratar un aspecto específico de la vida, mucha gente usa la meditación para obtener de ella algún tipo de ventaja en una disciplina particular, ya sea el trabajo, una afición o la práctica del deporte (el equipo olímpico estadounidense es un buen ejemplo de esto). Y, finalmente, ampliando los límites de tu imaginación, la meditación ha sido adoptada incluso por los marines estadounidenses, con el fin de alcanzar una concentración mayor y obtener una mayor eficacia en el campo de batalla.


LA MEDITACIÓN Y LA MENTE

Puede parecer poco plausible que la meditación tenga un espectro tan amplio de beneficios. Pero si piensas sobre ello, cualquier cosa que hagas que implique a la mente se va a beneficiar de la meditación. Es como ajustar el disco duro de tu ordenador. Y, ¿es que hay algo que hagas en lo que no esté implicado el uso de tu mente? Teniendo en cuenta el papel central que juega la mente en nuestras vidas, es sorprendente que esta revolución de la meditación no haya sucedido antes. No nos lo pensamos dos veces a la hora de ejercitar nuestros cuerpos (bueno, la mayoría de las ocasiones), pero tendemos a menospreciar el bienestar de nuestras mentes. Ya sea porque nadie puede verla, o porque pensemos que es una causa perdida, lo cierto es que no le prestamos demasiada atención. La realidad es que toda nuestra existencia se experimenta a través de la mente. Dependemos de ella para nuestro sentido de la felicidad y de rea-
lización en la vida, y para mantener unas relaciones positivas con los demás. Así que emplear unos pocos minutos al día para entrenarla y mantenerla en buen estado es simplemente una cuestión de sentido común.


LA MEDITACIÓN ES UNA EXPERIENCIA

Además de una habilidad, la meditación es una experiencia. Esto significa que necesitas ponerla en práctica para apreciar completa-mente su valor. La meditación no es otro concepto abstracto más, o una idea filosófica, sino una experiencia directa del momento presente. Del mismo modo que depende solo de ti el definir el propósito de la meditación, también depende de ti definir la experiencia de la meditación. Imagina a un amigo describiendo la estupenda comida que ha degustado en un restaurante. Y ahora imagínate a ti mismo yendo allí y comiendo esa misma comida. Oír acerca de ella y comerla tú mismo son dos cosas completamente distintas, ¿verdad? O imagínate leyendo un libro sobre paracaidismo. Da igual lo mucho que reflexiones sobre las palabras del autor y te visualices saltando desde 3 000 metros de altura; la experiencia nunca se aproximará al hecho de lanzarte tú mismo de un avión y caer hacia el suelo a una velocidad de casi 200 km/h. Así que, para comprender lo que es la meditación, tienes que meditar.

Estoy seguro de que sabes lo que es comprarse un nuevo libro, sentirse inspirado por él, comprometerte a cambiar tu vida y después, al cabo de unos días, volver a los mismos hábitos de siempre preguntándote dónde se estropeó la cosa. Del mismo modo que nunca adelgazarás permaneciendo sentado en casa leyendo un libro sobre cómo hacer dieta, mientras te comes un helado de chocolate con dulce de leche, pensar sobre lo que está escrito en este libro no te va a proporcionar más espacio mental. Bueno, bien, podría proporcionarte un poco de espacio mental, pero el tema es que necesitas
hacer los ejercicios para experimentar un beneficio real. Y, preferiblemente, no solo una o dos veces. Al igual que ir al gimnasio, solo funciona si realmente vas de forma regular. De hecho, el cambio real sucederá en el momento en que dejes el libro y practiques las técnicas. El cambio es sutil, intangible, aunque profundo. Implica un sentido creciente de consciencia y de comprensión que no puede evitar cambiar el modo en que te sientes contigo mismo y con los demás.

Pero, para sacarle realmente provecho a este libro, merece la pena considerar la posibilidad de que no todo lo que has oído o leído sobre meditación sea necesariamente cierto. De hecho, algunos de los mitos sobre ella son verdaderamente espectaculares. Desgraciadamente, muchas de las ideas equivocadas sobre la meditación simplemente refuerzan los mismos viejos esquemas de pensamiento que a la mayoría de la gente le gustaría cambiar. A menudo estamos bastante apegados a esas ideas y, como viejos amigos, resulta familiar y reconfortante tenerlos alrededor. Pero para que se produzca un cambio real se requiere una cierta sinceridad, un deseo de investigar. Así que este libro no se ha escrito para darte una respuesta definitiva, para decirte qué creer y cómo pensar. Tampoco se ha escrito para resolver todos tus problemas y proporcionarte la felicidad eterna. Pero es un libro que, si lo pones a prueba, tiene el potencial de transformar de forma fundamental tu experiencia de la vida.

La meditación no es convertirse en una persona diferente, en una persona nueva, ni siquiera en una persona mejor. La meditación consiste en entrenarse en ser consciente y comprender cómo y por qué piensas y sientes del modo en que lo haces, y, en el proceso, obtener una perspectiva correcta. Una vez alcanzado esto, cualquier cambio que quieras hacer en tu vida se vuelve mucho más accesible. Más que eso: te muestra el modo de estar bien tal y como estás ahora, y tal y como te sientes ahora. Pero ponlo a prueba. No creas que
funciona simplemente porque los científicos dicen que lo hace. Por muy valiosa y fascinante que sea la investigación, no significará nada si no experimentas los beneficios por ti mismo. Así que usa las instrucciones, consúltalas, dales tiempo, sé paciente y comprueba lo que diez minutos al día pueden llegar a hacer.


LA PÁGINA WEB DE HEADSPACE

Aunque este libro contiene todo lo que necesitas conocer para comenzar a meditar, verás que la página web www.getsomeheadspace.com es una herramienta y un compañero inestimable. Para descargarte tus meditaciones audioguiadas y las valiosas animaciones, visita www.getsomeheadspace.com/headspace-book/getsomeheadspace.


AUDIODESCARGAS

Muchas personas encuentran más fácil meditar cuando son guiadas a través del ejercicio por la voz del profesor. Asegúrate de visitar la página www.getsomeheadspace.com/headspace-book/get-someheadspace para acceder al contenido de todas las técnicas de meditación y atención plena que aparecen en este libro. Estas descargas te permitirán meditar en el lugar donde te encuentres. Se te pedirá que introduzcas una simple contraseña. Por favor, recuerda no escuchar las audiodescargas mientras estás conduciendo.


LAS TÉCNICAS

A lo largo de este libro encontrarás ejercicios específicos creados para que comiences y mantengas tu práctica de meditación. Puede ser un corto ejercicio de dos minutos, que introduce un aspecto par-
ticular de la meditación, o la versión completa de diez minutos, conocida como «tómate 10» en la sección titulada «la práctica». O puede ser un ejercicio de atención plena, concebido para aportar consciencia a las actividades cotidianas como comer, caminar o hacer ejercicio. Hay incluso un ejercicio para ayudarte a obtener un buen descanso nocturno. Pero recuerda que es cuando dejes el libro a un lado y cierres los ojos para meditar cuando obtendrás el verdadero beneficio de estas técnicas.


LAS HISTORIAS

Las instrucciones de meditación siempre solían impartirse en forma de una historia o anécdota, y esta es una tradición que yo he continuado al escribir este libro. Las historias hacen que conceptos difíciles sean fáciles de captar, y que instrucciones fácilmente olvidables sean fáciles de recordar. Muchas de las historias que aparecen aquí hablan de mis propios malentendidos y dificultades con la meditación a lo largo del camino. Seguro que habría resultado más fácil escribir acerca de los momentos en los que me sentí relajado, en calma e incluso feliz durante la meditación, y acerca de los cambios radicales, positivos, que la meditación imprimió en mi vida. Pero el valor real está en mirar atrás hacia los errores que cometí y compartirlos contigo, porque allí es donde se produjo el aprendizaje, y es desde esas mismas experiencias desde donde puedo ayudarte a alcanzar algo de espacio mental.


LA CIENCIA

En los últimos años, el avance de la tecnología de obtención de imágenes por resonancia magnética, junto con el sofisticado software de cartografía del cerebro, han posibilitado que los neurólogos sean capaces ahora de observar el cerebro de un modo completamente
de las personas tratadas, demuestran la simplicidad, el poder y el potencial de la práctica meditativa diaria.


DIARIO Y COMENTARIOS

Aunque la meditación consiste fundamentalmente en abandonarse, mantener un diario cuando estás comenzando puede marcar la diferencia. Puedes usar la sección diaria que se te proporciona al final de este libro para seguirle la pista a tu progreso y visitar la página de nuestro libro en el sitio Facebook de Headspace para poder compartir tus experiencias: www.facebook.com/HeadspaceOfficial.


ATENCIÓN PLENA Y MEDITACIÓN. ¿QUÉ DIFERENCIA HAY?

Seamos sinceros: es difícil escuchar la palabra «meditación» sin pensar en un yogui en taparrabos en lo alto de un pico del Himalaya. En eso, o en un monje o monja con la cabeza afeitada, sentado en un monasterio, recitando, tocando campanas y soplando cuernos, envuelto en espesas nubes de incienso y vestido con una túnica naranja (he estado allí, y eso es lo que hacía). O quizá lo que venga a la mente sean hippies «colocados» vestidos con camisetas de flores o grupos de seguidores de la Nueva Era corriendo por los bosques, abrazándose a los árboles. No hay modo de evitarlo; la palabra «meditación» viene con esa carga incorporada.

Cuando unos pocos doctores occidentales de mentalidad avanzada trataron de introducir la meditación en el sistema oficial de salud hace ya más de treinta años, muchos se rieron de ellos en el hospital en el que estaban trabajando. Con el fin de evitar posibles dificultades añadidas, le cambiaron el nombre por el de «atención plena» y continuaron su investigación. Aunque las técnicas de aten-
ción plena, en la forma que se practican en Occidente, tienen su origen en la tradición de meditación budista, no hay nada inherentemente «budista» en ellas. La atención plena es el ingrediente fundamental de la mayoría de las técnicas de meditación, y va mucho más allá del aspecto formal que consiste en sentarte en el suelo con los ojos cerrados. La atención plena implica estar presente, en este momento, sin distracciones. Implica hacer permanecer la mente en su estado natural de consciencia, libre de cualquier pensamiento parcial o juicio. Suena bien, ¿verdad? Es exactamente lo opuesto a como la mayoría de nosotros vivimos nuestras vidas, constantemente atrapados por pequeños (y grandes) pensamientos y sentimientos, criticando y juzgando a los demás y a nosotros mismos.

Normalmente es cuando nos vemos aprisionados por todas esas pequeñas cosas cuando empezamos a cometer errores. Al menos, así es como ha sido siempre en mi caso. Y esos errores pueden afectar nuestro rendimiento laboral, nuestras relaciones con los demás, y hasta nuestra cuenta bancaria. Cada vez que pienso en la falta de atención, recuerdo algo que me pasó cuando vivía en Moscú. La escuela en la que trabajaba solía pagarme en dólares estadounidenses, y como el salario era bastante bueno, podía ahorrar un poco de dinero cada mes. Era justo después de la crisis financiera de fina-les de los noventa, así que nadie confiaba en los bancos. La gente escondía su dinero bajo el colchón, o intentaba sacarlo del país. Yo había estado ahorrando para pagarme un retiro de meditación, así que la siguiente vez que volé al Reino Unido decidí llevarme el dinero que tenía ahorrado.

El gobierno había introducido reglas muy estrictas acerca de sacar dinero del país, siendo la principal que no podías sacar nada en absoluto. Así que decidí meter quinientos dólares en la parte delantera de mis calzoncillos. Allí, de pie, vestido con mi hábito de monje y con un fajo de billetes debajo de mis calzoncillos, no pude evitar sentirme algo culpable, a pesar de que mi intención
—gastármelo en un retiro espiritual—, era buena. De hecho, los pequeños pensamientos de ansiedad me dominaron de tal modo, mientras ensayaba mi ruso con los oficiales de aduanas, que cuan-do pude ir al baño había olvidado por completo el dinero que había puesto allí abajo.

Como suele suceder, los baños estaban ocupados, y ningún urinario estaba libre, así que fui a los retretes. No entraré en detalles, pero aquellos retretes habían visto mejores días, y el que lo había usado antes no había tirado de la cisterna. Aún me encontraba confuso y preocupado, y en ese estado me baje la ropa interior. Entonces sucedió. Antes de que pudiera hacer nada para evitarlo, contemplé con horror como quinientos dólares en billetes caían al interior de la taza. No es necesario decir que, de haber permanecido más atento y menos atrapado por los pensamientos, eso nunca hubiera sucedido. Quizá te estés preguntando acerca de lo que sucedió después. ¿Dejé los quinientos dólares flotando en el retrete o me remangué e hice lo impensable? Digamos solamente que acabé asistiendo a aquel retiro.

Así que la atención plena significa estar presente. Significa estar «en el momento», experimentar la vida directamente, tal y como va sucediendo, en lugar de estar distraído, atrapado y perdido en el pensamiento. No se trata de un estado mental artificial o temporal, que necesites de algún modo crear y mantener. Por el contrario, es un modo de dar un paso hacia atrás y hacer que la mente descanse en su estado natural, libre del caos habitual. Imagina por un momento lo que sería vivir la vida de ese modo. Imagina cómo sería des-hacerse de todo el equipaje, de las historias, las discusiones, los juicios y los planes para el futuro, que ocupan tanto espacio en la mente. Eso es lo que significa permanecer atento.

Pero después de toda una vida perdido en los pensamientos, se necesitan unas condiciones que nos permitan aprender a cómo dar
ese paso atrás. Y aquí es donde aparece la meditación. No hay nada místico al respecto. La meditación es simplemente una técnica que te proporciona las condiciones óptimas para la práctica de la habilidad de la atención plena.

Por supuesto, puedes experimentar el hecho de estar «en el momento» o completamente absorto en el presente con cualquier actividad, no solo con la práctica de la meditación. De hecho, sin duda has tenido ya esa sensación muchas veces en tu vida. Quizá te encontrabas esquiando montaña abajo, montando en bicicleta, escuchando tu música favorita, jugando con tu hijo o contemplando una puesta de sol. El problema con ese tipo de experiencia es que suele ser bastante inestable, con lo que no logramos experimentar la sensación de forma frecuente. Pero sentándose a meditar cada día, incluso si es durante cortos espacios de tiempo, esa sensación de estar presente, alerta, y «en el momento», se vuelve cada vez más familiar y es entonces cuando resulta mucho más fácil aplicarla al resto de tu vida. Como sucede con el aprendizaje de cualquier nueva habilidad, si quieres sacarle el máximo provecho, necesitas rodearte de las mejores condiciones para el aprendizaje. De hecho, la práctica de la meditación proporciona tan buenas condiciones para el aprendizaje de la atención plena, que para muchos eso es todo lo lejos que quieren llegar. Simplemente diez minutos de des-canso mental cada día puede ser suficiente.

Las ideas de atención plena y meditación y de cómo se relacionan entre sí no es necesariamente fácil de comprender. Así que trata de imaginarlo de este modo: estás conduciendo un coche; probablemente te diriges por una tranquila carretera campestre en vez de a lo largo de una autopista. Por supuesto puedes conducir por ambas, pero una es mucho más fácil que la otra cuando estás aprendiendo. Lo mismo sucede con la atención plena. Puedes usarla en cualquier situación y para cualquier propósito, pero el lugar más fácil para aprender la técnica de la atención plena es durante la
meditación. Lo gracioso es que incluso cuando te sientas seguro aplicando la atención plena a la vida diaria, probablemente quieras además tomarte un rato cada día para meditar. Eso sucede porque no importa lo buen conductor que puedas ser; siempre hay algo de reconfortante, y hasta de tonificante, en el hecho de conducir a lo largo de una tranquila carretera campestre, algo que una autopista no puede dar. Y lo que es más, también te proporciona el tiempo y el espacio para darte cuenta de lo que sucede a tu alrededor, para admirar el paisaje.

La diferencia entre meditación y atención plena puede no parecer tan importante, y a menudo los términos se intercambian. Pero a no ser que estés a punto de hacer las maletas para comenzar una nueva vida como monje o monja, la distinción sí que importa, y mucho. Siempre que vivas en otro lugar que no sea un retiro en las montañas, el tiempo para sentarte y practicar la meditación de un modo formal, estructurado, será limitado. A menudo oigo a la gente decir: «¡No tengo tiempo para meditar, estoy demasiado ocupado, tengo demasiadas cosas que hacer, estoy demasiado estresado!». Pero si echamos un vistazo al contexto, y hablamos de entrenar y cultivar la mente allá donde nos encontremos o sin importar lo que estemos haciendo, entonces la cosa se vuelve más accesible. Por lo menos, suena más compatible con todas las responsabilidades y compromisos de la moderna vida diaria. Y eso es lo que espero que haga de este libro una guía tan valiosa para ti. Te mostrará cómo puedes continuar viviendo en el mundo con una práctica de meditación diaria adaptada de modo que encaje en tu agenda, aunque lo suficientemente larga para que puedas notar la diferencia. También te enseñará cómo poder usar esta idea más amplia de «entrenamiento mental» o «atención plena» para transformar tu experiencia de la vida cotidiana.

Estoy seguro de que habrá algunos meditadores experimentados que se llevarán las manos a la cabeza con horror ante la idea de
una meditación de diez minutos. Si tú eres uno de ellos, te digo que yo mismo acepto que, a primera vista, eso puede sonar al equivalente de la comida precocinada que se calienta en el horno micro-ondas. Pero examina las intenciones del entrenamiento mental un poco más de cerca, y verás que la idea de «poco y constante» tiene mucho sentido. Necesitamos ser flexibles, adaptables y receptivos en nuestra aproximación a la meditación. No hay nada malo en absoluto en sentarse durante una hora en calma, pero si eres incapaz de mantener tu estado de consciencia durante todo ese tiempo, entonces obtendrás poco beneficio de esa práctica. ¿Y qué pasa con las otras veintitrés horas del día? Como tantas otras cosas en la vida, cuando se trata de meditación la calidad es mejor que la cantidad. Comienza con diez minutos. Si lo encuentras sencillo, quieres más y dispones de tiempo, entonces genial. Pero también hay un gran beneficio en el hecho de sentarse durante simplemente diez minutos al día. Incluso ignorando todos los beneficios anecdóticos que he escuchado y visto a lo largo de todos estos años, ahora tenemos evidencias científicas sólidas (de las que te enterarás a lo largo del libro) que apoyan los beneficios que tienen para la salud las sesiones de meditación cortas, regulares y diarias.


¿QUÉ ES EL ESPACIO MENTAL?

Si la atención plena es la habilidad que consiste en estar presente, descansar en el momento, sin importar lo que estés haciendo, y la meditación es el mejor modo de adquirir esa habilidad, entonces el «espacio mental» puede ser considerado el resultado de lo anterior. Uso aquí esa expresión en su acepción más amplia. De hecho, mucha gente puede preferir usar el término «felicidad». El problema con la palabra «felicidad» es que suele ser confundida con la emoción de la felicidad. No me entiendas mal, divertirse, pasárselo bien, reírte y sonreír son aspectos maravillosos de la vida. ¿A quién no le k gustaría experimentar esas cosas todo lo posible y más? Pero la vida
no es continuamente así. Ocurren cosas. Y las «cosas» que ocurren no son siempre agradables. Por mucho que intentemos ignorar el hecho, la vida puede ser difícil, estresante, insatisfactoria y a veces dolorosa. Así que el tipo de felicidad que viene y se va, dependiendo de nuestras circunstancias y nuestro humor es demasiado temporal, demasiado inestable como para ofrecernos una sensación permanente de calma o de claridad.

Por esa razón prefiero la expresión «espacio mental», que hace referencia a una sensación subyacente de tranquilidad, una sensación de plenitud o de satisfacción inalterable, sin importar qué emoción pueda estar en juego en ese momento. El espacio mental no es una cualidad de la mente que dependa de las emociones superficiales; significa que puede experimentarse con tanta claridad en períodos de tristeza o ira como en momentos de excitación y alegría. Esencialmente es «estar bien» con cualquier pensamiento que estés experimentando o cualquier emoción que estés sintiendo. Ese es el motivo por el que la meditación sienta tan bien, a menudo incluso desde la primera vez. No hace (necesariamente) que te partas de la risa ni que te columpies de la lámpara, pero te deja con la sensación de haber alcanzado esa sensación subyacente de satisfacción, ese lugar en el que sabes que todo está bien. Las consecuencias de esto pueden cambiarte la vida.

Esta diferencia entre el espacio mental y la emoción de la felicidad es importante. Por alguna razón hemos llegado a creer que la felicidad debe ser la «opción por defecto» de la vida y, por tanto, cualquier cosa diferente está mal. Dando eso por sentado, tendemos a resistirnos a la fuente de la infelicidad, ya sea esta física, mental y emocional. Y es normalmente en ese nivel cuando las cosas se vuelven complicadas. La vida puede comenzar a sentirse como una tediosa tarea, una lucha sin fin por conseguir y mantener esa sensación de felicidad. Nos vemos atrapados en la búsqueda apresurada de una experiencia nueva, sea la que sea, para después
tener que alimentarla todo el tiempo. No importa si la alimentamos con comida, bebida, drogas, ropa, coches, relaciones, trabajo o incluso la paz y tranquilidad de la vida en el campo. Si nos vol-vemos dependientes de ello para mantener nuestra felicidad, entonces estamos atrapados. ¿Y qué sucede cuando ya no podemos mantenerla por más tiempo? ¿Qué sucede cuando la excitación desaparece?

La vida de muchas personas gira en torno a esa búsqueda de la felicidad. Y sin embargo, ¿cuántas personas conoces que sean real-mente felices? Y con esta pregunta quiero decir, ¿cuántas personas conoces que tengan esa inamovible sensación de espacio mental subyacente? Esa actitud de perseguir una cosa tras otra, ¿te ha ayudado a obtener espacio mental? Es como si corriéramos, creando toda esta charla mental en nuestra búsqueda de la felicidad temporal, sin darnos cuenta de que el ruido está ahogando el espacio mental que se encuentra allí de forma natural, esperando ser reconocido.

En mis viajes por la India me encontré una vez con un hombre llamado Joshi. Era una de esas personas que inmediatamente te caen bien. Comenzó a hablarme un día, mientras esperaba al autobús. Como cualquiera que haya estado en la India puede decirte, puede ser una larga espera, especialmente en las montañas. Nos caímos bien mutuamente y teníamos algunas cosas en común, siendo la más importante de ellas la meditación. Durante las semanas siguientes pasamos mucho tiempo hablando y compartiendo nuestras experiencias. Cada día, Joshi iba introduciendo en la conversación un poco más acerca de su vida.

Hasta unos pocos años antes, Joshi había vivido con su esposa y sus cuatro hijos. Como ni sus padres ni sus suegros eran especial-mente ricos, todos vivían juntos. Joshi decía que, aunque era una casa siempre llena de gente, eran felices allí. Poco después de que su mujer volviera a trabajar, tras tener a su cuarto hijo, ella murió
trágicamente en un accidente de tráfico. Los padres de ella y su hijo recién nacido iban en el coche, y también fallecieron. Mientras recuerdo a Joshi contándome la historia, todavía se me llenan los ojos de lágrimas. Me dijo que el dolor había sido tan insoportable, que no se encontraba con fuerzas de afrontar la vida, que todo lo que deseaba era retirarse al interior de sí mismo y no salir más de su casa. Pero sus padres le recordaron que aún tenía tres hijos que necesitaban su cuidado y su apoyo, y que lo que más necesitaban era a un padre que estuviera con ellos. Así que Joshi se dedicó a cuidar de sus hijos, dedicándoles toda la atención de la que era capaz.

Unos pocos meses más tarde llegó el monzón, y con él las típicas inundaciones en esa región del país. El resultado fue una gran cantidad de agua estancada en el área, con lo que la aparición de enfermedades aumentó de forma exponencial. Los hijos de Joshi enfermaron, junto con otros muchos niños del pueblo. Su propia madre también se resintió. Al cabo de dos semanas, tanto sus hijos como su madre habían muerto. Su madre ya estaba débil y falleció muy rápidamente. Los niños eran más fuertes, pero no tanto como para resistir la enfermedad. En el transcurso de tres meses, ese hombre había perdido a su esposa, a su madre, a sus hijos y a sus suegros. Junto con él, su padre era el único superviviente de la familia. Inca-paz de seguir viviendo en la misma casa en la que había vivido tales tragedias, Joshi se mudó a casa de unos amigos. Su padre no fue capaz de abandonar la casa que había sido desde siempre su hogar, y permaneció en ella. Al cabo de unos días después de la mudanza, Joshi recibió la noticia de que su casa había ardido, con su padre dentro. Joshi me dijo que no estaba seguro de si había sido un accidente o de si su padre había decidido que simplemente ya no tenía fuerzas para seguir adelante.

Conforme escuchaba la historia, yo me iba sintiendo cada vez más avergonzado de mis quejidos y lamentos por mi vida, de mi
deseo de que las cosas fueran siempre exactamente como yo quería que fueran, de mi insatisfacción hasta conseguir salirme con la mía. ¿Cómo podía enfadarme tanto porque el tren llegara tarde, o porque alguien me despertara en mitad de la noche, o por estar en des-acuerdo con un amigo? Delante de mí tenía a un hombre que había sufrido de un modo que yo solo podía imaginar, y que sin embargo parecía tener un extraordinario sentido de calma y presencia mientras me hablaba de su desgracia. Le pregunté qué había hecho desde que perdió a su familia y cómo es que se había trasladado a esa nueva zona para vivir. Me dijo que, sin familia, sin trabajo y sin dinero, había comenzado a pensar de un modo muy diferente sobre la vida. Al final, había decidido vivir en un centro de meditación, donde pasaba la mayor parte del tiempo. Le pregunté si pensaba que todo este tiempo que había pasado meditando había cambiado el modo en que se sentía por todo lo ocurrido. Me respondió que no había cambiado el modo en el que se sentía, pero que había cambiado el modo de experimentar esos sentimientos. Me dijo que a pesar de tener en ocasiones una profunda sensación de pérdida y de tristeza, la percibía de forma diferente. Me describió cómo había encontrado un lugar más allá de esos pensamientos, de esos sentimientos, un lugar en el que había una sensación de paz, de tranquilidad y de calma. Me dijo que eso era la única cosa que nunca podría serle arrebatada, que no importaba qué más le pudiera ocurrir en la vida, él siempre tendría ese lugar en su interior al que regresar.

Aunque este pueda ser un caso extremo, de forma inevitable la vida nos va a presentar retos, situaciones que nos gustaría que fueran diferentes o que se desarrollaran de otro modo (aunque esperemos que ninguna tan trágica como la historia de Joshi). La meditación no puede cambiar eso, ni nada puede hacerlo. Forma parte del hecho de ser humanos, o de vivir en este mundo. En ocasiones habrá situaciones externas que requieran cambios, o que incluso los exijan de forma perentoria, y tú necesitarás afrontarlas con habilidad, yen
aburrida, y en el peor, absolutamente aterradora. De hecho, es-tamos tan ocupados haciendo cosas todo el tiempo, que ya no tenemos ningún punto de referencia acerca de lo que significa
permanecer en calma, simplemente descansando la mente. Nos hemos convertido en adictos a «hacer cosas», incluso si se trata
solo de pensar. Así que no es nada sorprendente que sentarse en
silencio y sin distracciones pueda hacerte sentir al principio como un marciano.
Ejercicio 1: No hacer
Inténtalo ahora. Sin moverte de donde estés sentado, cierra el libro y colócalo sobre tu regazo. No necesitas sentarte de ninguna forma especial, simplemente cierra suavemente tus ojos y permanece sentado durante uno o dos minutos. No pasa nada si un montón de ideas vienen a tu mente; por ahora, simplemente deja que vengan y se vayan solos, pero observa lo que se siente permaneciendo en calma, sin hacer nada, solamente durante uno o dos minutos.
¿Qué tal ha ido? Quizá te haya parecido muy relajante no hacer nada. O quizá hayas sentido la necesidad de «hacer» algo, incluso
dentro del mismo ejercicio. Quizá hayas sentido la necesidad de concentrarte en algo, de mantenerte ocupado de algún modo. No te preocupes; esto no es un examen, y habrá muchas cosas en las que tenerte ocupado cuando lleguemos a la meditación en la siguiente sección. Pero pienso que es beneficioso, incluso en estas primeras etapas, darse cuenta del hábito de desear hacer algo todo el tiempo. Si no has experimentado la necesidad de hacer algo, entonces quizá quieras repetir el ejercicio una vez más, pero en esta ocasión durante unos minutos más.
No estoy sugiriendo que haya algo malo en ver la televisión, escuchar música, tomarse una copa, ir de compras o salir con los
amigos. Al contrario, todas esas son cosas que están ahí para que disfrutemos de ellas. Simplemente es útil reconocer que proporcionan una cierta cantidad de felicidad temporal, más que una sensación duradera de espacio mental. ¿Alguna vez has terminado tu jornada laboral hecho un manojo de nervios, con la mente completamente ocupada? Quizá hayas decidido entonces «desconectar» durante la tarde y ver un poco de televisión para sentirte mejor. Si el programa era bueno y estabas distraído, entonces puede que sintieras que te tomabas un respiro de todos esos pensamientos. Pero si no era de tu interés, o había muchos anuncios publicitarios, entonces muy posiblemente esos pensamientos se abrieron paso de nuevo, para surgir aquí y allá. En cualquier caso, cuando el pro-grama acaba, existe una gran probabilidad de que todos esos pensamientos y sentimientos te inunden de nuevo. Quizá no regresen con la misma intensidad, pero han permanecido allí todo el tiempo, en un segundo plano.

Así es como la mayoría de las personas viven sus vidas, moviéndose de una distracción a otra. En el trabajo se encuentran demasiado ocupados, demasiado distraídos para ser conscientes de cómo se sienten realmente, así que cuando regresan a casa se ven enfrentados de pronto con montones de ideas y pensamientos. Si tratan de permanecer ocupados durante la tarde, pueden no ser conscientes de esos pensamientos hasta que se van a la cama por la noche. Ya sabes cómo es eso; apoyas la cabeza en la almohada y parece como si, súbitamente, la mente pusiera la marcha directa. Por supuesto, los pensamientos han estado allí todo el tiempo. Es solo que, sin distracciones, te vuelves conscientes de ellos. O puede suceder al contrario. Algunas personas tienen vidas sociales o familiares tan atareadas que solo al llegar al trabajo se dan cuenta de lo agotadas que se encuentran, de todos los pensamientos que corretean por su mente.
Todas estas distracciones afectan nuestra capacidad de concentrarnos, de actuar y de vivir a un nivel óptimo. No es necesario explicar que si nuestra mente está siempre corriendo de un pensamiento
a otro, nuestra habilidad de centrarnos en un punto único se verá también seriamente afectada.


Ejercicio 2: Los sentidos

Tómate otros dos minutos para realizar este breve ejercicio. Al igual que en el anterior, permanece sentado exactamente donde te encuentras ahora. Después de apoyar el libro sobre tu regazo, concéntrate con suavidad en uno de los cinco sentidos, en esta etapa preferiblemente el oído o la vista. Yo recomendaría usar para el ejercicio los sonidos de fondo, mientras se tienen los ojos cerrados, pero como los sonidos pueden ser en ocasiones algo impredecibles, quizá prefieras mantener tus ojos abiertos y observar un objeto en particular de la habitación en la que te encuentras, o quizá un punto en la pared. Sea cual sea el sentido que elijas, trata de concentrarte en él el mayor tiempo posible, pero de un modo suave y sencillo. Si te distraen los pensamientos o los otros sentidos, simplemente lleva de nuevo tu atención al objeto en el que te estás concentrando y continúa como antes.

¿Cómo te ha ido? ¿Has sido capaz de concentrarte con facilidad, o la mente ha empezado a vagar por otros pensamientos? ¿Cuánto tiempo ha pasado antes de que hayas empezado a distraerte? Quizá hayas descubierto que eres capaz de mantener una vaga sensación
de consciencia, mientras pensabas en otras cosas al mismo tiempo. Por improbable que parezca, para mucha gente concentrarse en un
objeto durante un minuto es un gran logro. Cuando piensas cuánto tiempo necesitas estar concentrado en tu trabajo, en cuidar de tu familia, en escuchar a un amigo o incluso en conducir un coche,
ser capaz de concentrarse únicamente durante ese cortísimo período de tiempo puede ser algo bastante preocupante.
REHENES DE LA TECNOLOGÍA

Como si no tuviéramos suficientes formas de evitar lo que está sucediendo en nuestras mentes, ahora tenemos correos electrónicos y redes sociales conectados a nuestros móviles, con lo que ya podemos estar distraídos durante todo el día. Por muy práctico que pueda parecer, esto significa que ahora incluso el más mínimo atisbo de aburrimiento o de incomodidad nos lleva a conectarnos a internet y a permanecer ocupados en algo. Piensa en ello por un momento. ¿Qué es lo primero que haces cada día? ¿Mirar tu buzón de correo electrónico? ¿Quizá enviar mensajes en el Facebook, o comunicarte con tus amigos o compañeros de trabajo a través de Twitter? ¿Y qué es lo último que haces cada noche, antes de irte a dormir? Si no me equivoco, hay muchas posibilidades de que estés haciendo al menos una de estas cosas también al final del día, si no todas. Es difícil desconectar cuando estás permanentemente enchufado.

Leí una noticia en el periódico sobre un hombre que tenía una adicción tan grave a la tecnología que, aterrado de poder perderse algo importante o quizá de molestar a alguien no contestándole, había acabado durmiendo con su smartphone sobre el pecho. Además, se llevaba su ordenador portátil a la cama con él y dormía con el aparato a su lado, en la cama. Este hombre está casado (al menos, lo estaba) y compartía la cama con su mujer. La ironía es que tenía tal cantidad de información afluyendo a su vida, que a pesar de llevarse el ordenador a la cama, de algún modo perdió un correo electrónico en el que le ofrecían 1,3 millones de dólares por su empresa, que por entonces estaba a la venta. Este puede ser un ejemplo extremo, pero casi todas las personas que conozco se quejan por el agobio que les supone la cantidad de datos electrónicos que hay en sus vidas. Cuando era monje y vivía como tal, solía pensar: «Bueno, simplemente apágalo y no lo uses». Pero viviendo en el mundo y teniendo ahora que adoptar todas esas cosas en mi propio trabajo,
puedo ver que no resulta tan fácil como simplemente apagarlo o ignorarlo. Así que en lugar de intentar detenerlo o cambiarlo, necesitamos ver cómo podemos relacionarnos con ello de forma inteligente y sin sentirnos agobiados.


PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL ENTRENAMIENTO MENTAL

Esa idea nos conduce a los principios fundamentales del entrena-miento mental. La atención plena no te pide que cambies nada. Al ir aumentando la consciencia de tu propia mente puede que prefieras comenzar a hacer algunos cambios es tu vida exterior, pero eso es una decisión absolutamente personal. No hay ninguna necesidad de abandonar todo, o de hacer ningún cambio radical en tu estilo de vida. Los cambios radicales son dif?

Edaf
9788441430594
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