Hara. Centro vital del hombre, por Karlfried Graf Dürckheim. Ed. Mensajero

Hara. Centro vital del hombre

Referencia: 978842714004
9,90 €
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Un libro que descubre una práctica de meditación del budismo zen y que puede resultar muy útil para la meditación cristiana. Hara es lo que los japoneses entienden por la posesión de un «estado de ser». Implica a todo el ser humano, permitiéndole abrirse a las fuerzas y manifestarlas por medio de la disposición y realización de la vida

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La falta de madurez es el mal de nuestra época y la incapacidad de madurar, la enfermedad de nuestro tiempo. El hombre se ha convertido en un extraño respecto a su propio ser. Pero le anima la nostalgia de su ser esencial. Hay que abrirle la puerta de acceso a la unión con su primer origen y mostrarle el camino y la práctica del ser esencial. Por Hara, los japoneses entienden el hecho de poseer un «estado de ser» que implica a todo el hombre, permitiéndole abrirse a las fuerzas y a la unidad de la vida original, así como manifestarlas, tanto por medio de la disposición y realización de la vida, como por el sentido que se le dé. Conocer el Hara no es privativo de los japoneses, sino que tiene un significado humano de alcance general.

Esta obra tiene por objeto iniciar a los hombres a reconocer la naturaleza y el sentido de Hara.

  • Tapa blanda
  • 230 páginas
  • Traducción Concha Quintana

Índice

Prefacio       7

Introducción       9
El Hara en la vida del japonés       13
1.1. Preámbulo       13
1.2. El Hara en la vida cotidiana de los japoneses       17
1.3. Hara o sentido del ejercicio       27
1.4. Hara en la lengua japonesa       38

2. El Hara en su sentido humano universal.
Concepto del Hara en Oriente y Occidente       53
2.1. El sentido general del centro del cuerpo       53
2.2. Sentido del vientre para el europeo       55
2.3. El Hara natural       57
2.4. Los dos niveles a los que se sitúa el Hara      63

3. Un medio amenazado       67
3.1. La «forma» del hombre en el Hara       67
3.2. El Yo y el centro vital (o centro-Tierra)       72
3.3. Formas defectuosas del Yo       77
a)  El Yo de habitáculo esclerosado       77
b)  El hombre cuyo Yo carece de habitáculo       79
c)  El origen de las formas defectuosas del Yo       81

4. El Hara como práctica en el Camino       85
4.1. El simbolismo del cuerpo       85
4.2. Hara: experiencia vivida, toma de conciencia y ejercicio     94
4.3. Sentido y condiciones previas a todo ejercicio       97
a)   Enraizamiento, vinculación a la tierra       97
b)   Sentido y límites del ejercicio       99
c)    Condiciones de base de toda práctica       104
d)   Elementos fundamentales del ejercicio: postura, respiración, tensión       107
4.4. El ejercicio de la actitud (o postura) justa       109
El arte de estar asentado gracias al Hara       118
4.5. Contracción - Distensión - Tensión       127
4.6. El ejercicio de la respiración       139

5. El hombre que dispone de Hara       163
5.1. El Hara, fuerza existencial       163
5.2. Nuevas dimensiones       171

Mirada retrospectiva y perspectivas       181

Apéndice. Textos japoneses:       191
Okada Torajiro       191
Sato Tsuji       195
Kaneko Shoseki       201
Hakuin Zenshi       203
El arte del gato maravilloso       222

Prefacio

Me es muy grato invitarles a leer las páginas que siguen. Son obra de un Maestro. No me atrevo a escribir de un Maestro es­piritual, por temor a que se pueda comprender mal. Un Maestro, hoy, se interesa por el hombre total, es decir, por el hombre, por la mujer, en su realidad corporal, en su realidad psíquica, en su realidad espiritual.
Si bien la palabra «Hara» es de lengua diferente, lo que este vocablo esconde y revela. no es privativo del mundo japonés. Hara es el nexo entre lo físico y lo meta-físico, entre lo psíquico y lo meta-psíquico, y Hara es el lugar donde la Vida universal deviene Vida existencial en cada hombre.
¿Qué quiere esto decir para ustedes y para mí en nuestra vida diaria? Yo la comprendí cuando me encontré con Karlfried Graf Dürckheim.
Fue en 1966 en Bruselas, en la celebración de un coloquio que tenía como tema «Lo esencial en lo cotidiano». Yo no conocía a ninguno de los cuatro conferenciantes. Todos hablaban con serie­dad del tema para el que habían sido invitados: Pero muy pronto, uno de ellos atrajo más especialmente mi atención. ¿En que se diferenciaba este hombre de los demás? De repente lo comprendo, o más bien, veo la diferencia: este hombre ES aquello que dice. Sí, por su forma de «estar» emana la confianza que evoca. Si pro­nuncia la palabra serenidad, allí donde él «está», se ve a alguien sereno. ¡Este hombre está en el Hara!
Ese encuentro fue decisivo en mi vida. Dejé todo lo que hasta entonces daba un sentido (?) a mi existencia, para seguir la ense­ñanza de Karlfried Graf Dürckheim.
¡Enseñanza! la expresión no es la adecuada. Se trata más bien de un acompañamiento en el camino de transformación de uno mismo. Trabajar el Hara está en el centro de este proceso de maduración.
Unos días antes de escribir estas líneas, he tenido la oportuni­dad de estar una vez más con Karlfried Graf Dürckheim. Con sus casi noventa años, sigue siendo testigo de lo que ustedes van a leer en este libro. En el corazón de este testimonio, está su interés por la vida de cada día, por cada instante de lo que le queda de existencia y, a la vez, con esa mirada lúcida sobre la muerte que se aproxima. Un acercamiento sin miedo, sin emociones extravagantes, como él mismo dice. Sin duda el más alto punto de madurez al que el ser humano puede acceder: dar testimonio en la vida cotidiana de la presencia inocente del SER.

Jacques Castermane

Introducción

Los preceptos de vida del mundo occidental llegan ya al límite de su eficacia. El racionalismo ha agotado todo cuanto tenía de sa­biduría, y si no encuentra nuevas vías de acceso al SER y a lo que este significa, el hombre será presa de una desacralización, tanto en su interior como en su exterior. La fuerza de transformación y de salvación de la religión disminuye en la medida en que la ima­gen que muestra, así como la representación que ofrece de Dios, ignoran que el hombre está enraizado en sus profundos orígenes, puesto que, si se analizan racionalmente, no resisten juicio crítico, ni sacian la nostalgia de un refugio profundo. En el origen de esa incapacidad para poder realmente creer, hay que situar también la superioridad del Yo, cuyas estructuras de conciencia y preceptos de vida deforman y destruyen el nexo con las raíces del SER.
Por su vinculación esencial al SER, en cada hombre existe la aptitud original para creer. En esta unión original con un fondo divino del SER es en la que se apoya toda religión, también la fe cristiana. Y aunque el hombre se aparte de su religión, la puerta de la fe puede abrírsele de nuevo si vive la experiencia de ese fondo divino del SER, ya que el tesoro oculto de la humanidad existe en cuanto tal, fuera y más allá de toda interpretación precisa y de toda confesión particular. Así también, para aquellos cristianos cuya fe no era sino una pseudo-fe, y que finalmente chocaron con su con­cepción racional de Dios, no existe otra vía hacia la verdadera fe, sino la de la experiencia personal del SER, ya que esta renueva su contacto con el fondo divino, creando una disposición interior que le permite tomar en serio esta experiencia, mantenerla, y ponerla
a prueba en la vida cotidiana. A nuestra época le corresponde bus­car aquellas vías que puedan llevarle a una nueva experiencia del SER, y a crear aquellas condiciones que se adecúen a ella.
El horadamiento hacia el SER, así como la transformación que nace de la comunión con lo profundo del SER, puede hacerse rea­lidad en el mundo occidental de hoy, en todos cuantos están en la vanguardia de la vida espiritual y si han llegado al límite de sus fuerzas humanas.
Realizar una fe viva se apoya, como la fe de siempre, en tres pilares: una experiencia vivida, reconocer esta experiencia y ejer­cicio. Nos incumbe también revelar al hombre que ha llegado al límite de su sabiduría el valor de sus experiencias «esenciales», abrirle la puerta que conduce a las verdades fundamentales y a las leyes de la vida; pero también, sobre todo, nos corresponde mos­trarle la vía del ejercicio, que es la que le ofrecerá la disposición que se ajuste a tales verdades y leyes, y que es condición necesaria para toda fe y maduración. Descubrir el Hara es un acercamiento a este trabajo. Por Hara (y queremos mantener esta denominación) los japoneses entienden el hecho de poseer un «estado de ser» que implica a todo el hombre, permitiéndole abrirse a las fuerzas y a la unidad de la vida original, así como manifestarlas, tanto por medio de la disposición y realización de su vida, como por el sentido que le dé. Conocer el Hara no es privativo de los japoneses, sino que tiene un significado humano de alcance general. Esta obra tiene por objeto iniciar a los hombres a reconocer la naturaleza y el sen­tido de Hara.
La teoría del Hara, al igual que su práctica al servicio de la individuación, tocan muy de cerca los problemas de los que se ocupan actualmente aquellas personas que, basándose en métodos científicos, tratan y guían el alma humana. Conviene también re­servar un hueco para hacer algunas observaciones sobre la relación existente entre este libro y la psicología y psicoterapia actuales.
Se ve hoy, cada día con más claridad, que detrás de una neu­rosis hay también un problema humano de carácter general: el problema de la maduración. Alcanzar la madurez significa, en su sentido más profundo, una sola y única cosa para el enfermo y para el que tiene buena salud: la integración progresiva del hombre en un Ser esencial, por medio del cual participa del SER. El neurótico es un hombre que, de un modo particular, carece de madurez.
La falta de madurez es el mal de nuestra época, y la incapa­cidad de madurar la enfermedad de nuestro tiempo. La neurosis que lleva al enfermo psíquico a consultar a un terapeuta no es, finalmente, sino una expresión particular del mal general, de ese mal que hace sufrir al hombre, al haberse convertido en un extraño con respecto al SER. Por eso, todos los síntomas peculiares de este mal, tanto para el enfermo como para quien tiene buena salud, son etapas y atolladeros en el camino de retorno al SER. A uno y otro se les debe ver como a hombres que van progresando en el Camino, sin considerarles nunca de forma estática, sino viéndoles siempre con «perspectiva», o sea, en su proceso de integración en su Ser esencial.
Y, al igual que fue así siempre en Oriente entre alumno y maes­tro, hoy, entre nosotros, aquel que tiene buena salud busca en el psicólogo, y el enfermo psíquico en el terapeuta —más allá de toda psicología— un fondo metafísico que sea perceptible en la expe­riencia. A todos ellos les anima la nostalgia de su Ser esencial. Buscan la resonancia y la salida a una situación de aflicción, que no tiene solo su origen en la constitución física o en la vida indivi­dual, sino también en la propia esencia del hombre. Esta situación de aflicción exige una ciencia que vaya más allá de la psicología. Nos encontramos ante la necesidad de traer de nuevo al marco y al orden de una vida más «amplia» al hombre moderno, quien al sufrir su falta de madurez provoca, por este hecho, la tribulación en torno a él; hay que abrirle la puerta que le dé acceso a la unión con su primer origen, y mostrarle de qué modo puede él manifes­tar su conexión con el SER a través de un yo existencial pleno de vigor. Se trata del Camino y de una Práctica del Ser esencial. Afanándose en hacer que el hombre vea el camino que le permiti­rá redescubrir su enraizamiento en el SER, y reforzando este en­raizamiento mediante un proceso consciente de individuación, el terapeuta hará de su trabajo una iniciación, poniendo su ciencia al servicio de la proyección del alma hacia el Camino.
 

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