GAPS, el síndrome psico-intestina
Referencia: 9788494622403
Un tratamiento natural para el autismo, la dispraxia, el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad, la dislexia, la depresión y la esquizofrenia
Miles de personas en el mundo han seguido el protocolo nutricional GAPS con resultados que han cambiado su vida.
¡Todas las enfermedades comienzan en el intestino! El padre de la medicina moderna, Hipócrates, hizo esta declaración hace más de dos mil años. Bajo esta premisa y el nacimiento de su hijo con autismo, la Dra. Campbell-McBride investigó la importancia de la alimentación en la salud y desarrolló el protocolo GAPS.
El protocolo GAPS es una dieta que elimina alimentos difíciles de digerir y los reemplaza por nutrientes ricos y completos, que ayuda
¿Sabías que habitan en nosotros millones de bacterias? ¿Y sabías que no podemos vivir sin ellas? Y no están solas. Muchas de las más útiles florecen únicamente en nuestro intestino y son esenciales para digerir y absorber los alimentos. Natasha Campbell-McBride nos ofrece una útil descripción de su funcionamiento y las consecuencias de su disfunción. El autismo, los problemas de aprendizaje, las enfermedades autoinmunes y muchos trastornos neurológicos o psicológicos están relacionados, de una u otra forma, con el equilibrio que haya en nuestro intestino.
A partir de unos sólidos conocimientos y una dilatada experiencia médica, la autora nos guía por el uso que hace nuestro cuerpo de los alimentos y sus propiedades. Para ello nos propone un protocolo nutricional que ha ayudado durante años a tantas personas a mejorar su salud.
Dra. Natasha Campbell-McBride
Estudió medicina en la URSS, donde trabajó como neuróloga y neurocirujana. Posteriormente se trasladó a Reino Unido para desarrollar sus teorías sobre la relación de los trastornos neurológicos y la nutrición. Desde 1998 dirige la Clínica de Nutrición de Cambridge. Es una de las principales expertas en el mundo en el tratamiento de niños y adultos con problemas de aprendizaje y otros trastornos mentales, así como de trastornos digestivos e inmunológicos.
Es autora de GAPS, el síndrome psicointestinal, edición que ofrecemos en español revisada y actualizada, donde explora la conexión entre la salud intestinal y la función cerebral. En el ámbito sajón ha publicado otros libros como Put Your Heart in Your Mouth y Vegetarianism Explained.
La Dra. Campbell-McBride escribe regularmente para publicaciones de salud y es un referente habitual en conferencias y seminarios internacionales. Es miembro de la Sociedad Británica de Medicina Medioambiental y asesora de la junta de la Fundación Weston Price.
ÍNDICE
Una carta abierta: para los padres de niños autistas 15
Introducción 19
PRIMERA PARTE: ¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO?1
. Todas las enfermedades comienzan en el intestino 23
- Las raíces de un árbol 31
- El sistema inmune 43
- ¿Qué puede dañar la flora intestinal? 49
- La flora oportunista 57
- El eje cerebro-intestinal 67
- Las familias 77
- Las vacunas. ¿La triple vírica causa autismo? 85
- La esquizofrenia 9110
. La epilepsia 99
SEGUNDA PARTE: EL TRATAMIENTO
La dieta 113
i. La dieta: un debate 115
- ¡No más alimentos procesados, por favor! 133
- La dieta apropiada para el síndrome GAP 147
3.1 La dieta de introducción 176
3.2 La dieta GAPS 188
3.3 Cómo abandonar la dieta GAPS 190
- Recetas 205
- ¡Oh, no, es la hora de comer! 257
- Retraso en el desarrollo 265
- Trastornos alimenticios 267
Los suplementos para niños y adultos con GAPS 281
- Los probióticos 283
- Las grasas: buenas y malas 295
- El aceite de hígado de bacalao 321
- Las enzimas digestivas 331
- Las vitaminas y los minerales 339
La desintoxicación en personas con GAPS 343
TERCERA PARTE: OTRAS CUESTIONES
- Las infecciones de oído 357
- Diez consejos para fortalecer el sistema inmune 367
- Diez factores que dañan el sistema inmune 369
- El estreñimiento 371
- La genética 377
- Algunas consideraciones sobre el aprendizaje 385
CUARTA PARTE: UN NUEVO BEBÉ EN LA FAMILIA GAPS1
. El embarazo y la preconcepción 397
2. El recién nacido 405
Bibliografía 417
Índice analítico 440
UNA CARTA ABIERTA:
PARA LOS PADRES DE NIÑOS AUTISTAS
NADIE DESEA TENER UN HIJO AUTISTA. No obstante, es algo que en la actualidad le sucede cada vez a más gente. Es innegable que en nuestro mundo se está produciendo una epidemia de autismo. Si esto pudiera servir de consuelo para algún padre en esa situación les diría que, ciertamente, usted no es el único.
El autismo solía ser un trastorno muy escaso, la mayor parte de los médicos nunca lo había visto en su consulta y la mayoría de la gente nunca había oído hablar de ello. Hace veinte años, en los países occidentales, la incidencia del autismo era de uno de cada diez mil niños. En la actualidad, según el ministerio de Salud del Reino Unido, en este país se diagnostica autismo a uno de cada ciento cincuenta niños. De acuerdo con el Centro de Control de Enfermedades (cdc, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, en la actualidad se diagnostica con algún desorden del espectro autista a alrededor de uno de cada ciento cincuenta niños y la cifra sigue ascendiendo cada día. La Fundación Canadiense del Autismo da cifras similares. Un estudio finlandés publicado en el European Journal of Child and Adolescent Psychiatry (2001, volumen 9) indicaba una incidencia en Finlandia de un niño autista por cada 483. En Suecia se ha documentado una proporción de un niño cada ciento cuarenta y uno.
¿Qué está sucediendo? ¿Por qué hay un incremento tan dramático en el número de niños aquejados de este terrible trastorno, que la medicina convencional considera incurable?
¿Es la genética la causa de esta epidemia? La verdad es que no lo sabemos. Lo que sí sabemos, sin embargo, es que los trastornos genéticos no suelen mostrar, así de repente, bruscos aumentos de su incidencia. La genética no funciona de esa manera. Este incremento de nuevos diagnósticos de autismo no puede explicarse por la genética. Al contrario, proporciona un sólido argumento a favor de la afirmación de que, después de todo, quizá la genética no desempeñe un papel de importancia en el desarrollo del autismo.
¿Se debe este aumento a la mejora del diagnóstico? Esto es lo que opinan algunos médicos ingleses de reconocido prestigio. Entonces, ¿es posible que a los médicos del Reino Unido de hace quince años se les diera tan mal reconocer y diagnosticar el autismo que estuvieran errando el diagnóstico de un niño de cada ciento cincuenta? Si ese fuera el caso, ¿dónde están esos niños ahora? Ahora mismo serían adolescentes con autismo porque, como sabemos, se trata de un trastorno que no desaparece con la edad. Evidentemente, en el Reino Unido no hay un adolescente con autismo por cada ciento cincuenta. Así que este argumento no convence a nadie. Algo más debe estar sucediendo. Algo que no se puede dejar pasar con una explicación rápida y superficial, y es algo que no se puede arreglar con una pastilla.
La mayoría de los padres de niños autistas pueden recordar con claridad ese momento traumático en el que un médico les comunicó el diagnóstico de "autismo", seguido por la frase: "no se puede hacer nada". Pues bien, yo misma, como médico, tengo que decirles que su doctor está equivocado, claro que se puede hacer ¡y muchísimo! E iría aún más lejos: dependiendo de las circunstancias y de su dedicación, tienen la posibilidad de acercar a su hijo bastante a la normalidad. A lo largo de todo el mundo, cientos de niños autistas, tratados y educados adecuadamente, consiguen convertirse en personas indistinguibles de los compañeros que han tenido un desarrollo típico, normal. Cuanto antes sean tratados, mejores serán los resultados, porque cuanto más joven es el niño menos daño habrá que corregir y, además, tendrán menos problemas para alcanzar en su desarrollo a otros niños normales de su misma edad. Afortunada mente, los médicos de hoy, aunque a menudo no sirvan de gran ayuda en cuanto al tratamiento se refiere, son mucho mejores que los de antes en diagnosticar este trastorno. La mayoría de los niños ya están diagnosticados al cumplir los tres años de edad, lo que no sucedía hace diez o quince años. El diagnóstico temprano permite a los padres tomar medidas inmediatas, lo que a su vez ofrece al niño mayores posibilidades de recuperación.
En el mundo occidental hay una tendencia general a delegar en los médicos la responsabilidad sobre la salud. Si uno está enfermo, va al médico. Tratándose de casos de autismo, una vez que se establece el diagnóstico la medicina tradicional no puede hacer nada. Para los padres de estos niños supone un gran trauma enfrentarse de pronto, ellos solos, a este monstruo llamado "autismo". La mayoría de los padres que he conocido son personas inteligentes, y a menudo con una buena formación. Lo primero que hacen es aprender todo lo que pueden. Actualmente tenemos a nuestra disposición todo un mundo de información sobre el autismo, incluyendo estudios con una sólida base científica. Si miramos las investigaciones realizadas en los últimos diez años en otras áreas de la medicina, a menudo descubrimos que sus avances son menores que los alcanzados en este campo. Creo que esto se debe a que la investigación sobre el autismo está impulsada casi en su totalidad por las personas más motivadas del planeta: los padres de los niños autistas. Entre ellos hay médicos, bioquímicos, biólogos y gente simplemente inteligente que busca soluciones para el problema de sus hijos. En todo el planeta existe una red de organizaciones de padres dispuestos a compartir información y a ayudarse. Sé que muchos de estos padres se pasan horas al teléfono tratando de consolar y ayudar a otros en la misma situación. Tratar el autismo no es una tarea fácil, implica años de continuo esfuerzo y compromiso, pero yo misma, que soy madre de un niño recuperado, puedo decir que es una de las experiencias más gratificantes de este inundo. En este libro quiero compartir con ustedes el que creo firmemente que es el tratamiento más apropiado para un niño autista.
El currículo de las facultades de medicina en los países occidentales no incluye materias sobre nutrición y, consecuentemente, los médicos no conocen en profundidad su importancia en el tratamiento de las enfermedades. Sin embargo, una nutrición adecuada es la pie‑
dra angular de un tratamiento eficaz en cualquier enfermedad crónica. El autismo y otras deficiencias del aprendizaje no son la excepción. Hay muchos conceptos erróneos en esta área que tienen que ser aclarados.
Hasta hace poco, el autismo solía considerarse un diagnóstico sin esperanza. Con todo lo que sabemos actualmente, eso está muy lejos de ser cierto. Y seguimos aprendiendo algo nuevo todos los días. Los niños que son diagnosticados hoy son más afortunados (si podemos utilizar ese adjetivo) que los que lo fueron hace quince años, porque sus padres tienen acceso a mucha más información, que les permite ayudar a sus hijos inmediatamente. Hace quince años no se sabía ni la mitad de lo que hoy se sabe. Los padres de los niños recientemente diagnosticados ya no tienen tiempo para desesperarse, ¡tienen mucho que aprender! Creo que esto es muy positivo. La experiencia de ese aprendizaje al que les conducirá su hijo es como un viaje por una montaña rusa y cambiará sus vidas para siempre. Les podrá abrir nuevos horizontes y oportunidades, como lo ha hecho ya a tantas personas.
Así que ¡sigamos aprendiendo!
INTRODUCCIÓN
E STE LIBRO HA IDO EVOLUCIONANDO A LO LARGO DE TRES AÑOS, a medida que trabajaba en mi consulta con cientos de niños. El plan original era escribir sobre el autismo, ya que la mayoría de mis pacientes eran, de hecho, autistas. Sin embargo, cuantos más niños veía, más claro percibía que había otras epidemias emergentes. Trastornos por déficit de atención con y sin hiperactividad (TDAH/TDA), dispraxia, dislexia, distintas dificultades de aprendizaje, alergias, asma, eccema... estos trastornos habían alcanzado proporciones epidémicas. Pero además, esas condiciones aparentemente sin relación se superponían unas a otras. Después de años de trabajar con los niños en mi clínica, rara vez he conocido a alguno que haya presentado solo una de las afecciones anteriores. Todos tenían por lo menos dos, tres o más de esos problemas de forma simultánea. Por ejemplo, los padres de un niño que hubiera manifestado alergias, al mismo tiempo podrían describir un par de episodios de asma y eccema, hablarían sobre la extrema torpeza de su hijo (dispraxia) y, seguramente, describirían problemas de aprendizaje. Un gran porcentaje de niños asmáticos o con alergias son también niños con problemas de hiperactividad y dispraxia hasta ciertos grados. Muchos de ellos tienen problemas de concentración y lapsos de aten‑
ciclo, lo cual afecta a su capacidad de aprendizaje. Hay aproximadamente un 50% de coincidencia entre la dispraxia y la dislexia y un
30-50% entre el déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y la dislexia. Los niños que sufren eccema severo en la infancia, muy a menudo desarrollan rasgos autistas o algunas de las manifestaciones anteriores. Muchos niños autistas, además de ser hiperactivos, sufren alergias graves, asma, eccema, dispraxia y dislexia.
Como sabemos, la medicina actual ha creado toda una serie de categorías aisladas en las que encasilla a nuestros niños. Pero los niños modernos no encajan en ninguna de ellas. Al contrario, su situación se parece más a la que he descrito en el párrafo anterior. ¿Por qué se relacionan todas estas condiciones? ¿Qué problema de fondo estamos pasando por alto en nuestros hijos, que los hace más susceptibles de sufrir asma, eccema, alergias, dispraxia, dislexia, problemas de conducta, déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH/ TDA) y autismo, y todas ellas combinadas? ¿Por qué, cuando alcanzan la adolescencia, muchos de ellos caen en el abuso de sustancias? ¿Por qué cuando crecen se les diagnostica esquizofrenia, depresión, trastornos bipolares y otros trastornos psicológicos o psiquiátricos?
Para responder a todas estas preguntas tendríamos que fijarnos en uno de los factores que relaciona a todos esos pacientes en un mismo entorno clínico. Este factor es el estado de su sistema digestivo. Todavía no he conocido a ningún niño con autismo, déficit de atención con o sin hiperactividad, asma, eccema, alergias, dispraxia o dislexia, que no sufra anormalidades en su sistema digestivo. En muchos casos estos trastornos son lo suficientemente severos como para que los padres los mencionen en primer lugar. En otros casos puede ocurrir que los padres no mencionen los problemas digestivos del niño y, sin embargo, si se les pregunta directamente, describen una plétora de trastornos intestinales. Pero, ¿qué tienen que ver estos trastornos digestivos con los problemas de autismo, hiperactividad, incapacidad para aprender, problemas de comportamiento, o de estado de ánimo? Según la experiencia clínica y algunas investigaciones, tienen mucho que ver. De hecho, parece que el sistema digestivo del niño es clave para su desarrollo mental. El trastorno subyacente, que se puede manifestar en diferentes niños con diversas combinaciones de síntomas, reside en el intestino. Quizá antes de encajar a
Condiciones aparentemente sin relación se superponen unas a otras
un niño con autismo, asma, eccema e hiperactividad, o a un niño con dispraxia, dislexia y alergias en una categoría de diagnóstico particular, tendríamos que poner un nombre a este trastorno concreto, que se origina en el intestino y se manifiesta como una combinación de las afecciones anteriores.
Aquí propongo un nombre: síndrome psico-intestinal o síndrome GAP (Gut and Psychology). Los niños con GAPS generalmente se mueven entre las lagunas del saber médico que tenemos y, como consecuencia, no reciben el tratamiento adecuado. En los capítulos siguientes hablaremos con detalle acerca de lo que significa el síndrome GAP, de su desarrollo y de cómo se puede tratar.
Además de los trastornos de aprendizaje en la infancia: autismo, déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH/TDA), asma, eccema, alergias, dispraxia o dislexia, hay otras afecciones que también se incluyen en la categoría del GAPS: esquizofrenia, depresión, trastornos de alimentación, trastorno maniaco depresivo, trastornos bipolares, así como el trastorno obsesivo compulsivo. El psiquiatra francés Phillipe Pinel (1745-1828), padre de la psiquiatría moderna, en 1807, después de trabajar durante muchos años con pacientes