La masa madre
Referencia: 9788417030438
Recetas de pan rustico fermentado, dulces, aperitivos y más…
108 recetas ilustradas en color, paso a paso, para elaborar pan rústico fermentado, pizzas, empanadas, dulces, aperitivos...
La masa madre es un sustituto natural a la levadura química. Es más saludable y tiene propiedades probióticas
El principal motivo para elegir un pan elaborado con masa madre es, indudablemente, su extraordinario sabor. Los ingredientes naturales y el respeto por los tiempos de fermentación artesanal le devuelven su auténtico sabor. Sin embargo, no todos los beneficios se quedan en el paladar, las propiedades nutricionales de la masa madre son innumerables y sorprendentes. Además de maestra panadera, Sarah Owens es botánica y jardinera, por lo que adorna sus recetas con notas sobre la historia natural de los ingredientes y las sazona con encantadoras anécdotas de jardinería. Es este un recetario muy especial que contagia entusiasmo, no solo por la cocina, sino también por un estilo de vida artesanal y auténtico al que muchos quisiéramos regresar. La autora nos enseña a conservar un cultivo de masa madre, mostrándonos desde el primer paso lo sencillo que puede ser, y no solo eso, también nos regala sus más deliciosas y personales recetas.
La autora
Sarah Owens
es maestra panadera, botánica y jardinera. Es licenciada en arte y especializada en cerámica por la Universidad de Bellarmine en Louisville (Kentucky). Debido a la intolerancia alimentaria severa que padeció dejó de elaborar productos de bollería convencional y buscó una alternativa saludable. Regenta la panadería artesana BK17 Bakery de Nueva York
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN 9
PRIMERA PARTE: LA MASA MADRE 17
1. Notas de cocina 19
2. Surtiendo la despensa 45
3. Fundamentos de la masa madre 63
SEGUNDA PARTE: LAS RECETAS 73
4. La cosecha de otoño 75 - Recetas para el regreso de las noches frías, en la estación de la generosidad y el desapego
5. El letargo invernal 141 - Recetas para calentar el hogar, nutrir el cuerpo y entregarse a la reflexión
6. Primavera, el renacimiento 191 - Recetas para celebrar el renacimiento, el despertar de los sentidos y el regreso del verde
7. Verano, la adoración al sol 247 - Recetas para la abundancia, la fruición y los largos días de sol
RECURSOS (EN INGLÉS) 301
LECTURAS COMPLEMENTARIAS 303
ACERCA DE LA FOTÓGRAFA Y LA AUTORA 305
AGRADECIMIENTOS 307
ÍNDICE TEMÁTICO 309
INTRODUCCIÓN
Mediados de julio, es un atardecer sofocante en una pequeña cocina de Brooklyn en la que se arremolinan bocanadas de aire caliente. Me paso un cubito de hielo por la frente y luego lo dejo caer en mi bebida. Veintiuna barras de pan saldrán de mi minúsculo horno antes de que amanezca. Al quitar la tapa de hierro fundido de los hornos holandeses, llenos de masa, hago un esfuerzo concentrado para que el metal caliente no se me caiga sobre los dedos de los pies. Me veo de reojo en el espejo: todavía tengo hojas en el cabello de haber estado trabajando en el campo, solo llevo un sujetador deportivo y unos pantalones cortos tipo boxer. Este es mi viernes por la noche en Nueva York. Así es mi vida de jardinera y panadera.
Me pregunto cómo y por qué comencé a dedicarme a esto: no hay ningún glamur en amasar humildemente la masa, sudando copiosamente junto a un horno, o en cultivar la tierra. Como panadera, en apariencia proporciono barras de pan nutritivas y deliciosas a una comunidad que me apoya y que sabe apreciar la comida sana. Pero mi intención es alentarla a descubrir la profundidad de lo cotidiano. Si mis clientes responden con la más ligera curiosidad por el proceso de cultivo de la masa madre o empiezan a cuestionarse el origen de los cereales con los que se elabora su pan, esto me hace sentirme aún más contenta. Ser capaz de educar y al mismo tiempo de satisfacer el hambre visceral es lo que me da fuerzas y hace que valgan la pena las largas horas, el calor exasperante y las escasas ganancias. Decir que trabajo por amor al arte se quedaría corto.
Como jardinera pública, gran parte de mi trabajo consiste en proporcionarles a los visitantes una experiencia parecida. En el contexto del jardín se trata de experimentar la belleza y olvidarse del entorno, en ocasiones un tanto opresivo, de Nueva York. Si el visitante sale de él queriendo saber más sobre las rosas Heritage o el equilibrio entre los insectos beneficiosos y los perjudiciales, se convierte en algo más que
un trabajo. Esta combinación de jardinería y panadería me mantiene enraizada en mi comunidad en lo que de otra forma sería un entorno urbano fragmentado. No se trata de una relación estática sino que intentamos desarrollar un diálogo. Cuando este se centra en algo que fácilmente podemos dar por sentado, empezamos a vivir la vida plenamente e inspiramos a los demás a hacer grandes cosas.
Mi amor por la vida, que me lleva a cultivar la tierra y a alimentar la masa madre, me viene de una infancia rica en actividades al aire libre. Lo normal en los domingos era oír la campana de la cena, seguida por una serie de bocinazos cada vez más impacientes de la camioneta Dodge Ram de 1977 aparcada junto a la puerta de la cocina. Tenía las manos cubiertas del lodo frío de un manantial cercano de donde sacábamos el agua y sentía bajo los pies descalzos la aspereza de los berros. Enseguida soltaba los cangrejos recién capturados que luchaban por un poco de espacio en la cuba y corría por los campos de Queen Anne de vuelta a la granja. El aroma de la comida del domingo flotaba en el aire húmedo antes de que pusiera el pie en el dominio tiznado de carbón de mi abuela. Este era nuestro ritual semanal organizado por la matriarca de la familia Owens, un festín de comida casera, cultivada por nosotros, en el que todos participaban, dejando a un lado sus preocupaciones.
Estas reuniones iban precedidas por una semana de trabajo en el huerto o en el campo y se abastecían con los humildes frutos estacionales de esa labor: por ejemplo, calabaza frita, acompañada de chuletas de los cerdos de nuestro vecino, salsa y galletas regadas con té dulce. En ocasiones, comíamos espaguetis con salsa aromática de tomates frescos del huerto y una barra caliente de pan elaborada con la masa madre de la abuela. Los fines de semana los solíamos pasar sentados bajo los castaños, con el olor a lluvia que subía por el valle hasta alcanzar nuestro tejado de cinc —esta era la señal para echar una siesta propiciada por la pesadez de los hidratos de carbono—. Los ladridos de los perros anunciaban que llegaba visita por el medio kilómetro de carretera llena de baches. Con un poco de suerte, mi padre y su escandaloso hermano entretenían en el porche trasero a los invitados con bebidas y sesiones improvisadas de música mientras yo tallaba un trozo de madera que apoyaba en mi regazo. Jamás me aburrí de niña, y la televisión no me interesaba. A nadie le preocupaba ni le avergonzaba lo más mínimo que tuviera los pies siempre manchados del barro rojo de las colinas del este de Tennessee.
Siempre teníamos cosas que hacer en esas cincuenta y seis hectáreas. Había que llevar a las cabras de un pasto a otro, cultivar el huerto, podar la vegetación junto a los vallados, preparar las balas de heno... A los nietos nos animaban a explorar el bosque cuando no estábamos ayudando en las tareas domésticas, a levantar los tocones de los árboles para ver qué criaturas aparecían. Sabíamos que los vecinos nos vigilaban, confiábamos en ellos y les correspondíamos haciéndoles regalos o favores. Gozábamos de libertad para explorar la naturaleza y aprender los valores éticos del esfuerzo y la comunidad en la vida rural.
Desde entonces he intentado recrear los fenómenos naturales que contemplé en esa niñez maravillosa. La perfección, que las irregularidades del universo expresan sin esfuerzo,
ha sido el objetivo de incontables exploraciones personales y artísticas. Mi vida evolucionó al ofrecer el trabajo de mis manos, convirtiéndome en agente de la naturaleza y llevándome por último a investigar los campos de la gastronomía, el arte y la horticultura. Me esfuerzo en ser un vehículo de las fuerzas del aire, el agua, la tierra y el fuego para permitirles crear, a través de mí, lo extraordinario y lo corriente.
En mi labor como ceramista, esto se manifestó en grandes expresiones de textura orgánica y forma. Pasé horas estudiando humildes vainas de semillas en un estudio situado en la ribera de un lago en el bosque de Bernheim, una de las arboledas más hermosas de Estados Unidos. Las líneas de dehiscencia* y los patrones divinos de la naturaleza se traducían en criaturas fantásticas de cerámica a las que no era posible encontrar una función. Lo más frecuente es que estas esculturas terminaran en el recibidor o en la mesa del salón de alguien y se convirtieran en el tema de conversación de la próxima reunión con los amigos que venían a tomar una copa a casa. Pero la posibilidad de disfrutar empleando un tiempo tan precioso en emular a la naturaleza me servía de acicate.
Finalmente, la carga de los préstamos estudiantiles y la realidad de la vida adulta me obligaron a tomar decisiones difíciles. Tras seis años como artista profesional, lo que antes me parecía un estilo de vida desfasado, con seguro médico, plan de jubilación y jornadas laborales con horas claramente definidas se había vuelto de lo más tentador. ¿Seda posible conseguir
INTRODUCCIÓN
estos lujos sin sacrificar la pasión? Me planteé cómo podría cambiar mi perspectiva sin perder autenticidad. Un artista del cristal que se quejaba de la desaparición de la artesanía en muchas disciplinas me preguntó si alguna vez había pensado en estudiar en profundidad lo que inspiraba mi trabajo: la naturaleza. Esta pregunta me abrió a todo un nuevo mundo de posibilidades, en concreto el arte y la ciencia de la jardinería. Ciertamente, podría combinar mi amor por la naturaleza con las labores propias de la jardinería y encontrar un trabajo de verdad, a ser posible en un jardín botánico de una ciudad más grande. Me centré en este plan, y a los seis meses estaba recogiendo las cosas que tenía en mi estudio y abandonando con lágrimas en los ojos el solaz del bosque para sustituirlo por las calles de cemento armado de Nueva York y asistir a un programa universitario de horticultura.
Tras veintisiete meses intensivos estudiando todo lo relacionado con las plantas en la Escuela de Horticultura Profesional del Jardín Botánico de Nueva York, acepté el puesto de encargada de las rosas del Jardín Botánico de Brooklyn (BBG, por sus siglas en inglés), un puesto importante en la comunidad y que requería mucho trabajo. Los primeros días de enero los pasé controlando las rosas trepadoras del viejo jardín, amarrando las que sobresalían y limpiando la Colina de la Rosa, en la que tanta gente se reunía. Sin embargo, la necesidad más apremiante e inmediata era tratar una plaga poco conocida y fatal llamada el virus de roseta rosa. Se había diagnosticado
varios años antes y estaba acabando con la vida de muchos de los especímenes más preciados de la Rosaleda de Cranford. Aparte de mis responsabilidades de conservación, se esperaba que evaluara y tratara este problema además de arreglar el jardín de la forma más bella posible, mostrando así su estado perfecto de salud. Era una tarea que me abrumaba.
Durante ese tiempo tuve que aprender a aceptar la enfermedad, tanto en las plantas como en los seres humanos. Durante muchos años había experimentado estrés digestivo, en forma de diferentes tipos de molestias. Pero en 2010 estos síntomas empeoraron y en un episodio bastante extremo perdí casi once kilos y medio en dos semanas. Tras un año más de episodios como este que aparecían y desaparecían, me sentí frustrada cuando los médicos me sugirieron que tomara fármacos innecesarios o que ¡trabajar con la tierra me hacía enfermar! Tomé el control de mi propia salud, para lo cual tuve que valorar con sinceridad las diferentes opciones de estilos de vida y adoptar un enfoque no convencional de la nutrición como elemento curativo. Lo que erróneamente había creído que era una alimentación saludable, combinado con un intestino irritable y el estrés de la vida urbana, se estaba cobrando un precio. Puede decirse que a la edad de treinta y tres años tuve que aprender a comer. No más alimentos «saludables» sin gluten con aditivos artificiales, píldoras de azúcar que supuestamente eran suplementos o raciones gigantes de comida procesada fácil de tomar sobre la marcha. Pero sin duda la medida que tuvo un mayor impacto positivo en mi salud digestiva fue introducir la masa madre en mi alimentación.
Convertir un jardín de rosas enfermo, dependiente hasta entonces de sustancias químicas, en un oasis natural de insectos y fuerza floral ha sido un ejercicio simbólico para hacer lo propio con mi cuerpo. Este despertar, que me permitió aceptar los mecanismos de la fermentación y las comunidades microbianas, dejar de tomar alimentos procesados y de usar fertilizantes químicos, echar mano de la paciencia cuando fuera necesario, aprender a dejar estar las cosas y a respirar, resultó beneficioso tanto en la cocina como en el jardín. Empecé a disfrutar alimentos que no había logrado digerir durante años. Ahora, en lugar de provocarme ansiedad, el pan era una experiencia agradable. Hornear con masa madre se convirtió en una expresión catártica de estos progresos y les permitió a mis manos transformarse en una guía meditativa de la masa. Al mismo tiempo, con la ayuda de un equipo de especialistas en jardinería, las rosas florecían en una explosión de color. La unión de estas disciplinas abrió una senda que ha terminado en un círculo completo y me ha aportado una inspiración infinita.
Pronto mi obsesión dio lugar a copiosas cantidades de pan y otros productos, demasiado para una chica que vivía sola. ¡Era adicta a algo sano y quería compartirlo! Contagiados de entusiasmo por mi nueva manía, mis amigos y otros jardineros empezaron a regalarme grandes cantidades de productos frescos para elaborar mis recetas. Ingredientes de mi jardín, como las hierbas, empezaron a colarse también en mi repertorio. Al poco tiempo, los amigos y compañeros de trabajo comenzaron a hacerme encargos para ocasiones especiales y para compartir con sus familias.
No he sido capaz de elegir entre estas dos profesiones; sus ritmos estacionales son casi inseparables y se apoyan mutuamente. Este libro es una expresión más de los vínculos instintivos con la naturaleza desarrollados al crecer en un entorno rural para cultivarme como ceramista y posteriormente como jardinera. He aprendido a expresar más estas tendencias a través de mi amor por los alimentos no procesados, los cereales de calidad y la gente que quiere compartirlos. Solo ha sido cuestión de organizarme con coherencia.
La panadería BK17, mi pequeño negocio basado en un sistema de suscripción, nació como un esfuerzo para abastecer a mis clientes de forma sistemática de un buen pan elaborado con ingredientes locales. Elegí este modelo porque me permitía planificarme. Como conocía de antemano la cantidad de pan que iba a preparar, podía comprar la harina más fresca de los mejores proveedores y, de este modo, lograr que el pan tuviera un sabor increíblemente vivo. Además, cultivaba una relación con mi comunidad que nunca había tenido antes. En una ciudad en la que puedes vivir durante años en el mismo edificio con cientos de personas sin ni siquiera cruzarte nunca con ellas, de repente me tropezaba con suscriptores en la calle o en la tienda de la esquina. Veía a niños mordisqueando mis barras de pan crujiente. Mi intestino y mi estómago se curaban, y mi corazón, cada vez más optimista, se sentía lleno a rebosar. Era una corriente circular de retroalimentación positiva que seguía fluyendo, cada vez a mayor alcance. Pronto los clientes, entre los que se incluían restaurantes y tiendas, empezaron a pedir más pan del que me daba tiempo a elaborar.
Las páginas siguientes son el resultado de este periplo, de mi necesidad de satisfacer todos esos estómagos hambrientos y todas esas almas anhelantes que solo desea proporcionar alimentos frescos, sanos y de calidad a sus amigos y familia. Quizá no pueda hornear una barra de pan para cada uno, pero puedo ofrecerles las recetas y las técnicas básicas para que lo hagan por sí mismos.
Ficha técnica
- Autor/es:
- Sarah Owens
- Editorial
- Sirio
- Traducción
- Antonio Luis Gómez Molero
- Formato
- 25,4 x 20,3 cm
- Páginas
- 312
- Encuadernación
- Rústica con solapas (tapa blanda)
- Fotografías
- Color